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Capítulo 10 "Inmaduro"

Cientos de ojos se clavaron en mi cuerpo. Todos miraban al soldado que reía, y a la chica que estaba violeta de la vergüenza. ¿Qué se supone que iba a decirle? ¡No iba a admitir que lo espiaba! Y ahí es cuando empecé a tartamudear.

-Hum... bueno... yo... —Me odié a mi misma— vine a pasear un rato. ¡No soy ninguna ladrona!—. La señora emitió un "Jum" y me dio la espalda. Aunque eso no hizo menor el color rojo de mis mejillas. Todos parecían mirarme a propósito.

—Bueno, puedes acompañarnos si quieres—-Me ofreció Ben. Volteé un poco para ver la cara de la rubia y no parecía muy feliz con la decisión de su novio.

—No, tengo otras cosas que hacer —dije mientras comenzaba a alejarme.

Me decían "La buena Isabella" así que no arruinaria una salida de pareja. Aunque tampoco me caía muy bien esa rubita. Ben podía conseguirse algo mejor, ¿no? Bueno en realidad no sé porque eso debería importarme.

Una semana después de que vieran que en realidad no pensaba huir, me dieron el "privilegio" de poder ir al mercado a comprar mis propios alimentos y pasear un rato. Supongo que tampoco les servía mucho una princesa que se había vuelto loca por estar en encerrada. Tampoco podía huir fácil si es que eso buscaba. Había soldados por todas partes, y desde lo ocurrido no pensaba cruzarme con alguno. Ocupaban un gran territorio de este lugar y ordenaban a los trabajadores.

—Hola.

Miré en busca del dueño de aquella aguda voz y no encontré nada. Segundos después, alguien desde abajo tiró de mi vestido para llamar la atención. Era un niño, bastante gordo para los que solía ver aquí. Tenía pantalones cortos y una camiseta, a rayas rojas y azules. Me miraba expectante. Sonreí.

—Hola...

—Me llamó Reinaldo, pero papá y mamá me dicen rey. Siempre les digo que eso es bastante ridículo y que no atraerá a las chicas, pero no me hacen caso. Creen que soy pequeño y débil. ¡Al tonto de Mycol si lo escuchan! Es mejor ser grande. Mycol siempre puede hacer lo que quiere y todos lo felicitan. A mi siempre me regañan porque llevo sapos y lagartijas a la casa. ¿Te gusta ser grande? Debe ser genial. —Asentí aturdida por lo rápido que hablaba ese niño—. Quieres venir a mi casa? Seguramente tienes hambre, estas muy flaca.

Y minutos después me estaba preguntando porqué un niño de once años, me contó,  estaba arrastrandome con él a un lugar desconocido. Con la traumática experiencia del otro día, reaccioné unos diez minutos después, en que no debía confiar. Así que me detuve y Reinaldo frunció el ceño.

—¿Qué sucede?

—Oh, es que mi padre dijo que no hablara con extraños y mucho menos que fuera a sus casas. —Le expliqué como si también fuera pequeña.

—Pero si ya llegamos.

Miré hacia donde Rei me señalaba y mis ojos, pero sobretodo mi nariz, despidieron estrellitas de felicidad. El niño que me había secuestrado vivía en una panadería, la única del lugar. El aroma a pan recién horneado me inundó y añoré que me invitara a entrar.

—Ven —canturreó feliz.

Era una pequeña cabaña de madera. La temperatura aumentaba apenas entrabas y el aroma se hacia más intenso. En la pequeña sala, pero también comedor, había una mesa rectangular chica con cuatro sillas, y en la punta de la habitación, un sillón individual. Había dos cuadros con frutas pintadas.

Reinaldo suspiró y se encogió de hombros:—-Bienvenida al lugar más aburrido de todos. Aunque seguramente, más de uno quiera entrar aquí, a mi me aburre. No hay nada que hacer, mas que hornear el pan y sacar las galletas de la estufa. Mamá siempre me enseña, cuando puede, claro. Siempre intento irme apenas amanece.

Escucho un sonido de platos en la cocina y luego un gritito, seguido por alguien que refunfuñea. Una rechoncha mujer sale de la cocina con guantes para el horno y una bandeja llena de panecillos dorados y redondos. Mira a su hijo y luego a mi.

—Otra invitada —niega con la cabeza—-.¿Cuántas veces te he dicho que no secuestres a la gente, Rei?—. El niño se sienta en una de las sillas, mientras su mamá lo regaña.

—Oh no, yo ya me iba —dije hablando apresuradamente.

—¿No vas a comer con nosotros? Quédate, hay suficiente.

La verdad es que la idea era tentadora. Demasiado. Más en cuánto vi la carne recién asada, siendo colocada por el chico ese, que supuse sería Mycol. Y luego me miró.

—¿Y ella es? —preguntó a su hermano, que estaba por robar un panecillo de la bandeja.

—Claro, que descortés soy. ¿Cómo te llamas, querida? —preguntó la mujer.

—Me llamo Isabella —hablé tímidamente. Todos se sorprendieron de forma automática.

—¡Tenemos a la mismísima princesa cenando en casa! —exclamó ella—. Bueno, déjame que nos presente. Ellos son mis dos hijos, Reinaldo, que seguro ya conocerás y Mycol, el mayor. Mi nombre es Marissa.

Mycol me miraba con sorpresa. No parecía creerse que estuviera en su casa. Poco después, llegó el señor panadero, que se llamaba Carlo y comenzamos a comer. La pasé de maravilla. Me hicieron sentir muy cómoda, aunque me preguntaron de mi vida en palacio. También si había elegido candidato y cuánto extrañaba a mi familia. Les conté cosas que nunca habría hablado con desconocidos, pero con ellos salieron de manera natural.

—Fue un gusto tenerte con nosotros, Isa. Espero que vuelvas pronto y no te olvides de nosotros. —La sonrisa de Marissa era de las más bonitas que había visto.

—Volveré pronto, gracias a ustedes, la comida estuvo deliciosa.

—¿Por qué no la acompañas hasta su casa?—-Carlo le dijo a Mycol que me acompañara, cosa que me dio vergüenza. No quería ser una carga para nadie.

—No hace falta. —Negué, saliendo a la oscuridad de la noche tranquila.

—No puedes ir sola —dijo Reinaldo—. Robaran tu dinero o tu ropa. —Abrí los ojos y todos rieron—. En serio, son capaces.

Mycol y yo charlamos de variedad de temas. No me habría imaginado que un chico de pueblo conocería tantas cosas al igual que yo. Se suponía que mi educación era mil veces superior. Eso tenía al menos entendido.

—¿Dónde aprendiste eso? —pregunté, cuando ya habíamos llegado a la puerta de mi casa.

—Me gusta leer...

Pero no pudo terminar de hablar, porque la puerta se abrió bruscamente y dejó ver a un furioso Ben. Salió dando zancadas y se plantó frente a nosotros.

—¿Qué se supone que andabas haciendo a estas horas, Isabella? ¡¿Estás loca?! ¡Podía pasarte cualquier cosa! —gritó, haciendo que Mycol se asustara.

—Vino conmigo. —Su voz fue casi inaudible. El castaño giró viéndolo por primera vez y achinó los ojos.

—¿Quién eres tú?

—¡¿Qué tanto te importa?! ¡Ni que fueras mi padre! —No tenía derecho a realizar tantas preguntas, cuando en teoría, tenía derecho para poder salir.

—¡Ve adentro! —gritó aún más fuerte.

—¡No me grites! —Lo pasé con mi timbre de voz, haciendo que él casi echara humo por la nariz. Volteé hacia Mycol y sonreí—. Fue un gusto, nos veremos pronto. Gracias por traerme.

—Gricis pir... —giré rápido para ver a Ben hacerme burla y lo miré también muy enojada. El muy valiente, casi corrió para adentro.

—Hasta... hasta luego.

Pobre Mycol.

Entré a la casa y clavé mis ojos en el inmaduro y estúpido soldado que estaba sentado de brazos cruzados en una silla. No me miraba. No hacía contacto visual más que con la silla que tenía enfrente.

—Te faltaría un pucherito, al igual que los bebés —dije con sorna.

...

Gracias por sus felicitaciones chicas :3 Espero que les guste el capítulo :3 Disfruten mientras nadie sufra... por ahora ahre  7-7. Hasta la próxima.

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