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Capitulo 24.

«Declaración de guerra»

Un silencio sepulcral gobernó la habitación. El sonido constante de la respiración del joven Daisuke que miraba a Elise con ojos de decepción y las miradas serias de los presentes instalaron el ambiente tenso que faltaba para empeorar las cosas.

Desde el día de la fiesta, el guardaespaldas siempre le dio mala espina y su temor se confirmó. No podía creer que una jovencita de alcurnia, como la hija del duque Eduardo Vallezoren y pariente de la familia imperial Romanov, pusiera los ojos en un samurái, en un plebeyo.

Los demás miembros del clan estaban consternados, en especial la esposa de Kasukabe, y este, endureció el rostro colocándose a lado de su hijo.

—¿Qué broma es esta, señorita? ¿Sabe lo lejos que hemos llegado con el compromiso para salir con semejante disparate? —inquirió, frunciendo el entrecejo profundamente sintiéndose humillado.

Elise se estremeció por sus duras palabras. Estaba en todo su derecho de reclamar, su enojo iba más allá que solo la inversión que se hizo para la boda. Era orgullo, y por culpa suya el clan quedaría en ridículo.

Pronto llegaron la duquesa y su hijo mayor. La cara de su madre se distorsionó a una mueca y la de su hermano fue sorpresa.

Se generó una discusión a causa de la confesión de la novia. Los miembros del clan la tacharon de inmadura para prometerse al heredero de un clan de prestigio como el suyo, y la familia de la chica tuvo que tragarse los calificativos para no enfurecer más a los hechiceros.

Elise cerró los ojos con fuerza, cerrando los puños y rezando para no tener que escuchar la discusión. No estaba saliendo como esperaba. Fingir amor por Katsumoto solo para librarse del casamiento fue siempre el plan.

Las voces de los presentes se hicieron más agudas atormentándola. Debía decir algo pronto o iniciaría algo más grande fuera de control-

Pensó en las palabras correctas para apaciguar la cólera del clan y tomar el control, pero una explosión en el salón principal que estaba a metros de la habitación donde se encontraban dejó a todos desconcertados.

El pitido la dejó sorda por breves segundos. Estaba tendida en el suelo boca abajo, la cabeza le dio vueltas desorientándose completamente. Parecía ir todo en cámara lenta: las personas huyendo, otros gritando y unos estáticos teñidos de rojo.

Los escombros se alzaron por los aires cayendo sobre ellos causando las primeras muertes; entre ellas la esposa del líder del clan con algunos miembros. La primera baja importante que dejó el atentado.

Había explotado la cúspide de la residencia del clan Gojo, que dejó una enorme abertura dentro de la fortaleza. La casa estaba rodeada de grandes muros resguardando la propiedad. Aun así, nada pudo evitar que la explosión alcanzara largas distancias llegando hasta ellos, a pesar de estar a alejados del salón principal.

Los escombros de roca y granito impactaron sobre sus cabezas arrebatando la vida de varios presentes en la habitación. La conmoción provocó una reacción tardía de Daisuke descubriendo a su madre a distancia de él tendida en el suelo, con una roca de gran tamaño sobre su espalda que le provocó la muerte instantánea.

El cadáver tenía los ojos abiertos mirando fijamente a Elise. La sangre se esparció inmediatamente pintando el suelo tatami hasta manchar los dedos de Kasukabe, quien, estaba inconsciente frente a ella. El olor a sangre impregnó en sus fosas nasales causando una reacción repentina. Abrió los ojos abruptamente reconociendo al instante el "hedor" grabado en su memoria de tantas batallas. Sus ojos se instalaron en el recorrido que lo llevó al cuerpo sin vida de su esposa.

La luz del día desapareció rápidamente encerrándolos a todos en las tinieblas.

El incendio causado por la exposición se esparció rápidamente por la madera. Los gritos de las sirvientas sacaron del trance a Elise. Miró con ojos muy abiertos el cuerpo de sin vida de quien estuvo a punto de ser su suegra y la culpa se instaló en sus entrañas sintiendo repulsión a ella misma.

La lluvia ácida se formó inmediatamente sobre la residencia. Apenas comprendía la situación. Había varios cuerpos mutilados sin miembros, ni cabeza. La sangre de las primeras víctimas tiñó el suelo rápidamente. Los gritos de su madre la hicieron volver. Volvió su mirada a ella descubriendo la razón de sus gritos. Tenía las piernas atoradas debajo de los escombros de madera de roble que le impedían salir.

—¡Jéremie!

Buscó a su hermano con la vista. No estaba por ninguna parte y no le quedó más remedio que forzarse a levantar ella misma los pesados escombros.

Apretó la mandíbula conteniendo el aliento haciendo un increíble esfuerzo para levantar solo unos cuantos centímetros. Se le resbaló de las manos causando los llantos de su madre que la escuchó maldecir por primera vez.

—¡Aguanta mamá!

Abrazó la madera contra su pecho impulsando todo su menudo cuerpo atrás. Gruñó con fiereza sintiendo el peso aplastante sobre ella.

Se le agotaba el aire, las llamas abrazadoras se extendieron a gran velocidad comenzando a quemarle los dedos. Soltó un grito de dolor cuando el fuego llegó a sus manos obligándola a soltar nuevamente los escombros.

Escuchó los lamentos de Daisuke y las maldiciones de Kasukabe. Todo se echó a perder. La desgracia cayó sobre ellos de un momento a otro sin imaginar que atacarían el lugar el mismo día de la boda.

El humo y el polvo nublaron su vista. Algunos corrían desesperados buscando una salida, pero su preocupación era sacar a su madre.

Hizo otro intento impulsando su cuerpo atrás cerrando los ojos. Sintió que los escombros perdían peso, abrió los ojos notando a su lado la presencia de Katsumoto, quien, le ayudó a retirarlos.

Sus ojos se abrieron saliéndose de las órbitas. Tenía ceniza en la cara y raspones, pero nada serio. Pudo levantar lo suficiente para aprovechar sacar a su madre a rastras.

—¡Mamá, despierta! —golpeó la mejilla, tratando con desesperación de despertarla.

Katsumoto dejó caer los escombros y el peso hizo que contrajera su rostro por el exceso de fuerza al cargar. Se agachó a lado de la doncella para recuperar el aliento. Miró por el rabillo del ojo a la chica y a su madre. Se tensó al ver las pantorrillas destruidas de la duquesa. Subió al abdomen donde tenía atravesado un pedazo de madera y luego al rostro agonizante de la mujer. Siguió subiendo y vio una figura de más de dos metros de rostro pálido cubierta por una capa negra que arrastraba hasta los pies, parado a lado de Elise, sosteniendo en sus huesos de la mano una guadaña. Era la muerte misma que venía a reclamar el alma de Eleonor Vallezoren.

Rápidamente irguió su cuerpo para evitar que se la lleve, pero los ojos oscuros del espectro lo petrificaron al instante. La muerte tendió los huesos recibiendo la mano del alma de la duquesa. Detrás había una cadena de almas que no tenían rostro tomados de las manos, de todos los tamaños y, entre el grupo, reconoció el alma de la madre de Daisuke que miraba en dirección a su familia llorar su partida.

Los ojos huecos de la muerte redireccionaron a lado este de la habitación en llamas y Katsumoto le siguió, descubriendo a un hombre encapuchado arrojar otra bomba en la habitación, donde se hospedaba el emperador de la nación. Cuando el sospechoso miró por encima del hombro, las llamas revelaron el rostro de la persona menos esperada. De melena rubia y larga, ropa elegante con cuello alto y ese color de ojos que reconocía al instante.

—¿Jéremie...? —murmuró, dando un paso adelante recuperando la movilidad. Entrecerró los ojos y miró al mencionado cubrirse el rostro con una máscara para desaparecer en las montañas. Sus ojos se movieron en el vació recordando la bomba, y antes de poder reaccionar estalló reventando el lugar.

La onda expansiva destruyó por completo la residencia sacando de la habitación a los pocos que quedaban.

Afuera era mucho peor. Las personas que se mantenían en pie no podían salir del perímetro que cubrían las llamas. Como si una cúpula los hubiera encerrado.

Katsumoto abrió los ojos, desorientado. Sacudió la cabeza llevándose una mano al cráneo para disipar los mareos. Buscó con la mirada a Elise en todas direcciones siendo testigo de la masacre en el lugar. La imagen que se llevó era de horror. Todo estaba prendido en llamas, la gente huía sin saber dónde ir. Personas corriendo en busca de agua para apagar las llamas que los alcanzaron.

Se apoyó en una pierna para ponerse de pie y encontrar a la doncella.

El humo contaminó el aire, pronto se intoxicaría y perdería el conocimiento. Caminó en dirección opuesta al fuego topándose con un muro invisible.

«¿Colocaron un velo? ¿Pero quién?»

La oscuridad cubriendo el cielo de mediodía le obstaculizaba la vista. El humo le causaba ardor, cubrió con la manga la nariz agitando el brazo para abrirse paso.

—Nos conocemos al fin.

Una voz detuvo sus pasos. Giró sobre sus talones, exaltado y sus ojos se encontraron con la figura de lo que pareció ser un hombre. Tenía el cabello azul grisáceo, un ojo de color azul y el otro gris, la cara parchada de retazos con costuras y también en los miembros, cubierto por una capa oscura.

La poca luz que lograba atravesar el velo reveló el rostro en uno de los lados descubriendo a ese ser que se escabullía entre el caos.

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Adoptó una postura de combate retrocediendo. No sentía lo mismo que emanaban los humanos. Tragó fuerte el nudo en su garganta estudiando a ese extraño, percibiendo el peligro que desprendía su cuerpo.

«No se ve humano».

Entrecerró los ojos reduciendo la mirada, escrutaron la figura de aquel personaje encontrándolo cada vez más peligros. La curiosidad de Katsumoto lo obligó a permanecer allí por más tiempo del que debería olvidándose de encontrar a la doncella con el fin de descubrir quién era este nuevo personaje.

Trató de encontrar signos vitales en él, pero se sorprendió al no hallar nada.

«¿Acoso es...?»

—¿Qué eres?

El misterioso río entre dientes de forma juguetona y sacó la lengua divirtiéndose de su reacción.

—Soy una maldición. —Al instante las alarmas se encendieron en Katsumoto sacando una de sus maldiciones para hacerle frente—. Oye, tranquilo—insistió, levantando las manos en señal de rendición—. Estamos del mismo lado.

El ceño de Katsumoto se profundizó. Las palabras de esa maldición despertaron por completo su curiosidad. No bajó la guardia, atacaría si representaba peligro, aunque le cueste la vida.

—¿Qué quieres decir con eso? —exigió, moviendo el mentón aun en posición de combate.

—En un futuro lejano estaremos en el mismo equipo —sonrió maliciosamente, mostrando todos los dientes.

Un grito a espaldas de Katsumoto lo distrajeron de la conversación devolviendo la mirada. Era Elise que lloraba amargamente la muerte de su madre que sostenía en sus brazos. Su corazón se hundió al verla sufrir, pero el recuerdo de aquella maldición lo obligó a continuar con la plática, pero este se estaba desvaneciendo.

—Nos volveremos a ver, Geto.

«¿Geto?»

Sacudió la cabeza para volver con Elise. Corrió a su encontró contemplando esa devastadora imagen de ella sosteniendo el cuerpo sin vida de la duquesa, meciéndose con ella ahoga en su llanto.

—¡Mi madre! ¡No está pasando!

Katsumoto se arrodilló a su lado para atraerla al pecho. La abrazó mientras ella sujetaba como si dependiera su vida el cuerpo de su madre. Pero entre el caos y el dolor de Elise, el samurái no logró quitarse de la cabeza la conversación con aquella misteriosa maldición que lo llamó «Geto». 

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