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Capitulo 23

«Muerte»

—Tu hora ha llegado, Eduardo Vallezoren —El hombre de la cicatriz, Sagara, desenvainó una espada, sosteniendo al duque del cuello, impidiendo que respirara. Estaba parado en el precipicio de la torre del calabozo sosteniendo con una sola mano a su víctima—. Tu linaje llegó a su fin —Suspendido en el aire, se aferró con ambas manos de la muñeca del verdugo—. ¡No dejaré a nadie con vida! —exclamó, con un tono fuerte y rotundo estremeciendo hasta el mismo cielo.

—¿Quién... te envió? —A duras penas logró hablar. La mano comenzó a cerrarse estrangulándolo con más fuerza hasta que le cambió el color por falta de aire.

El atacante sonrió con malicia, mostrando toda la dentadura dejando escapar una risa escalofriante, mientras la luz de la luna iluminó el brillo de esos ojos asesinos. Lo atrajo con el propósito de susurrarle quien fue el traidor que lo dejó entrar a la monarquía para ocasionar caos.

La fuerza descomunal de esta persona era abrumadora, a menos que, sea un hechicero.

Cuando sus labios rozaron peligrosamente golpeando con el aliento la oreja del duque, un suave susurro, similar a la de una serpiente, se deslizó dentro de su oído:

—Tu hijo... Jéremie.

Los ojos de Eduardo se abrieron inmediatamente; una mezcla de decepción e impotencia se apoderó de cada fibra de su ser, cuestionándose las razones que tendría su hijo mayor para traicionarlo. Escrutó los ojos del atacante intensamente, clavó las uñas en la muñeca sin generar alguna reacción en el hombre de la cicatriz.

—¿Qué... fue lo que... le prometiste? —Apenas pudo articular palabra, sintiendo que empezaba a estrangularlo con más fuerza. Solo se limitó a observarlo una última vez con desdén de pies a cabeza antes de soltarlo para que muera.

—Vida eterna.

Abrió su mano para dejarlo caer, pero el duque se aferró del brazo para caer con él. Sin embargo, la energía maldita salió del cuerpo obligándolo a que lo soltase, cayendo finalmente al precipicio.

Un débil sonido alcanzó los oídos del asesino, quien, lo miraba indiferente. El viento azotó su cabello, guardó la espada apreciando la escena del crimen, deleitándose con la vista de la sangre derramarse y la jauría de lobos acercándose para devorar el cuerpo.

Vallezoren fue asesinado horas antes de la boda de su menor hija, desatando el caos en la ciudad que empezaba arder en llamas.

Una hora antes.

Más o menos, cerca de la medianoche un carruaje aparcó frente a la entrada de la mansión sin permiso de ingresar a la residencia.

Sagara bajó desprendiendo un aura venenosa de color morado, asesinando de buenas a primeras a toda la guardia fuera de la mansión, que rodeó el lugar para aniquilar a cualquiera que estuviese dentro.

Primero, acabó con la guardia designada por Luis XVII para dejar solos a los hechiceros que permanecían ocultos entre la tropa que custodiaba la residencia.

La energía oscura que desprendía de este hombre adormecía a la víctima sin que fuera capaz de sentirlo y, en aquel entonces, el nivel de la hechicería no era tan alto como en la actualidad, terminando de matar a todos, dejando para el final al duque.

El encapuchado esperó pacientemente su momento, eligiendo una fecha antes de que se realice la boda de alianza con los no-hechiceros, semanas después de que el resto de la familia viajara.

Para empeorar las cosas, el pueblo se estaba levantando contra la monarquía y la nobleza, culpándolos por el hambre que padecía el pueblo hace bastante tiempo, sumándole a ello, la caza de los "brujos", que los eclesiásticos calificaron como herejías por el uso de magia y hechicería.

Llegaron rumores de que las casas nobles ocultaban a "brujos", quienes, se les acusó de ser los responsables de la falta de comida en el país, a parte del mal gobierno de la monarquía.

No tardaron en relacionar la protección que las casas tenían con los herejes para decir que los nobles eran también responsables de la falta de comida, comenzando una persecución en su contra.

El país estaba sumergido en el caos. Las protestas eran cada vez más frecuentes, los sembríos no prosperaron y, las recurrentes fiestas que se celebraron en el palacio hostigaron al pueblo iniciando una revuelta que desencadenó que la gente hiciera justicia con sus propias manos.

Se reunieron después de que se anunciara que la heredera de una de las casas contraería matrimonio con el heredero de un clan extranjero.

No tardaron en sospechar que la prosperidad de las cosechas del duque Eduardo estuvieran relacionadas con la asistencia de "brujos" que ocultaban en sus dominios.

El incitador, hombre de la cicatriz, alentó al pueblo enardecido a tomar la situación y aseguró haber visto a hombres encapuchados dentro de la residencia de los Vallezoren usar magia en los cultivos.

Idearon un plan para derrocar a los nobles y revolucionar al país. La gente estaba cansada de los malos usos que se hacían de los recursos y animaron a que los demás se unieran por el bien de sus familias.

En medio de la noche, todos estaban en las calles. Quien no sostuviera un arma probablemente moriría con una al instante. Las explosiones eran cada vez más consecutivas, mujeres y niños huían de sus hogares en busca de refugio e intentaron escapar de la turba que entraba sin permiso a todos los lugares buscando al culpable.

—¡Encuéntrenlos! ¡Busquen a los brujos!

Un hombre de rasgos ásperos y barba negra, lideraba el nutrido grupo. Forzaron las rejas para entrar a la residencia cargados de antorchas y armas, con la intención de aniquilar a cualquiera que se interpusiera.

Marcharon hasta la mansión deteniéndose justo frente a las grandes puertas.

—¡No dejen a ningún Vallezoren con vida! —exclamó alguien.

Todos gritaron al unísono "brujos" y comenzaron a lanzar piedras a las ventanas de la mansión ocasionando que se desate el pánico con los sirvientes que se quedaron para atender al duque.

Niños pequeños y abandonados corrían sin rumbo al ver a los enardecidos rompiendo cosas, ingresando a las casas usando la fuerza.

Los eclesiásticos estaban contra la herejía, principalmente si se trataba de un fenómeno de histeria colectiva.

Se creyó que los Vallezoren estaban aliados con personas capaces de usar magia y brujería. Su odio contra la clase social alta nubló el juicio de la gran mayoría iniciando una persecución a todos aquellos a los que se les culpó de serlo.

Antes de que prendieran fuego a la mansión, la guardia salió para detener a los civiles y en medio de la disputa, un carruaje se abrió paso deteniéndose justo frente.

—¡Aprovechen para llevar las cosechas del duque! —exclamó, el hombre de la cicatriz que tenía una capucha. Como si todos estuvieran controlados por su voz marcharon hasta los cultivos dejándolo solo para enfrentarse a la guardia y poder exterminar a la cabeza de una de las casas al servicio de la corona francesa.

***

Residencia del clan Gojo.

Pasaron dos semanas desde que llegaron a Japón. Las constantes reuniones con el clan, visitas al palacio del emperador y los preparativos para la boda fueron afectando la salud mental de Elise.

Conocer a todos los parientes y el árbol genealógico de su prometido por obligación era incluso más agotador que ser una dama refinada.

Faltaba pocas horas para la boda. Iba y venía de un lado a otro dentro de la habitación ornamental cada vez más nerviosa. No quería casarse, ahora ya no. Se arrepintió faltando poco para la ceremonia.

Durante su estadía en el país hizo lo posible por enamorarse de Daisuke, incluso se esforzó por aprender la cultura para ser una buena esposa, pero no sirvió.

El kimono, su atuendo para la boda estaba colgado frente a ella. Cada vez que lo miraba sentía una creciente tortura y su angustia la devoraba carcomiendo la culpa que la invadía.

—¡Cómo fue que llegué a esto!

Miró de nuevo la vestimenta comiéndose las uñas. Su pie golpeaba el suelo tatami repetidas veces escuchando las pisadas de los samuráis que resguardaban el lugar.

Su impaciencia solo la desesperó, le enfermaba estar encerrada. Abrió el clóset para cambiarse de ropa y salir. Tendría que idear una excusa creíble para que la dejaran salir. Cogió unas velas, se arregló el cabello con los dedos y salió.

Dos hombres estaba a los costados de la puerta corredera y giraron sus cabezas mirándola por encima del hombro.

Era ahora o nunca.

—Caballeros, saldré a discutir un asunto urgente con la modista. El vestido... el kimono, no me queda.

Ambos hombres no respondieron nada, solo la miraron con expresión severa. Se aclaró la garganta y repitió la frase. Esperó una respuesta, pero ya se estaba cansando y solo rodó los ojos diciendo:

—Iré a beber agua, que remedio.

La residencia estaba bien decorada al estilo de los ryokan. La estructura encajaba muy bien con el estilo de vida de esta gente, no le disgustó en absoluto y mientras apreciaba el lugar, vio en el jardín a Katsumoto.

El corazón dio un vuelco, giró para peinarse el cabello con los dedos y planchar con las manos el vestido sencillo, pero lujoso e ir a sacar plática.

Su guardaespaldas estaba sentado, admirando la luna y el sonido de los insectos gobernó el ambiente.

Se acercó con cautela deteniéndose detrás de él. La luz iluminó el rostro del único hombre que le importaba y con el que quería contraer matrimonio; y, dicha imagen, calentó su corazón.

—¿Puedo sentarme? —preguntó, con un tono de voz susurrante.

Katsumoto arqueó la cabeza en su dirección mirándolo con ojos fríos.

—No necesita pedir permiso a un hombre de clase baja. Usted hace lo que quiere. —Elise se sentó a su lado, a una distancia de él para no incomodarlo. Su contestación le afectó en más de una forma y por algunos segundos no dijo nada. —Le devolvieron la libertad a mi prometida.—Dicha observación tomó por sorpresa a la dama obligándose a buscar la mirada de Katsumoto.

—Eso... es bueno.

Katsumoto rio con amargura bajando la cabeza.

—Ustedes los aristócratas son unos monstruos.

Su corazón se hundió, regresó a mirar el césped aguantando la estaca que sentía en el pecho e intentó tragar, incapaz de tragar el fuerte nudo que se formó en la garganta.

—No digas eso —suplicó, con un tono que llevaba a la desesperanza, mirándolo con una mezcla de pesar y compasión—. Katsumoto, para mi tu eres más que solo un guardaespaldas. Para mí, tu...

—Cállese—murmuró, apartando la mirada.

—Por favor, tienes que escucharme —siguió, inmediatamente después hablando rápidamente, como si le acabara el tiempo—. He decidido dar marcha atrás. No voy a casarme. —Sus ojos buscaron con desesperación y urgencia los de él, para ver alguna señal contradictoria, sintiendo que lo estaba perdiendo, si es que alguna vez fue suyo. Lo irónico es que nunca fue de ella. Todo lo que vio fue desprecio.

Volvió la vista al frente, presionó la mandíbula mordiéndose la lengua controlando también su temperamento.

El silencio de Katsumoto solo alimentaba su propio dolor. Cerró los ojos y tiró de su cabeza para atrás.

—No voy a casarme. —Su tono de voz era más suave esta vez—Regresaré a Francia y vendrás conmigo.

El joven no pudo evitar reír entre dientes y ladeó la cabeza en dirección a Elise.

—¿Siempre fue su plan? Liberar a Yoshino mientras que a mi retiene para separarnos, ¿verdad? —Habló con un tono condescendiente mirando a la dama.—Es como todos ellos, Elise: Un monstruo. Y, no alimente esperanzas de que podríamos tener algo. Nunca me rebajaría a tener algo con alguien como usted —espetó, mirándola de arriba hacia abajo con una frialdad calculadora que le perforó el alma.

Las duras palabras de Katsumoto le afectaron hasta perforar su alma. Su expresión cambió de la calma a desesperanza y lo vio levantarse para retirarse en silencio, sin ánimo de detenerlo.

Frunció los labios, sus manos presionaron los bordes de la madera bajando la cabeza, reteniendo las lágrimas.

«No te vayas. Te amo».

Mañana sería el gran día. Mañana, lo perdería para siempre si es que no hacía algo y francamente no quedaba tiempo para que se le ocurra algo.

***

https://youtu.be/C3rJULNuobI

Al día siguiente todos estaban muy ocupados terminando los preparativos de para la ceremonia.

Dos sirvientas llamaron a la puerta para entregar el desayuno a la novia. Tocaron un par de veces, pero no hubo respuesta. Insistieron un par de veces más hasta que decidieron entrar.

No había nadie, el kimono de novia siguió intacto, la habitación estaba ordena, solamente faltaron las pertenencias de la aristócrata.

—¿Dónde iría?

Kasukabe, el líder del clan se encontraba desayunando en el salón principal junto a su hijo y esposa. Otros miembros del clan se instalaron en la propiedad solo para la boda.

Nadie se opuse a la unión, pues, Elise pertenecía a la aristocracia y era bien aceptada como prometida para Daisuke, así como lo sería para cualquier familia importante.

Platicaron detalles acerca de la boda que tendría ocasión esa misma tarde. El novio estaba encantado en desposar a una dama como la hija del duque Eduardo.

La esposa preguntó por lo arreglos florares al hijo. Este estaba a punto de contestar hasta que alguien abrió las puertas interrumpiendo el desayuno de la familia.

—No voy a casarme.

Alguien escupió su té y empezó a toser. Los demás miembros miraron a Elise Vallezoren con diferentes reacciones, desde sorpresa hasta enojo.

El líder clan se levantó imponiendo su rango en la sala, observando a la doncella con expresión severa.

—No puede hacer eso. La boda es esta misma tarde.

Daisuke, parpadeó varias veces procesando lo que su prometida dijo. Los nervios fueron ganándole, se levantó después que su padre y dio un paso más a Elise.

—¿Por qué razón quiere anular el matrimonio?

Este era su momento, la hora de la verdad, la señal para dejar de callar y ser valiente, defender su mano.

Levantó la barbilla, los miró a todos con el mismo orgullo y ego que creían merecer. Se acercó hasta estar frente a Kasukabe y a su hijo, muerta de miedo por dentro, pero alimentándose del valor que no sabía que tenía, no hasta atreverse a interrumpir el desayuno ceremonial de uno de los tres clanes más poderosos de hechiceros.

—Una mujer anularía su propio matrimonio por una razón. —Habló usando un tono de voz profundo y suave a la vez. Miró a los ojos a la madre de Daisuke, quién, se casó con Kasukabe por imposición y no por amor. Elise lo sabía, no cometería los mismos errores, porque ella era libre.

—Porque estoy enamorada de otro caballero.

Daisuke entrecerró los ojos, sintiendo que el pecho se le hundía.

—¿Quién es él? —susurró, apenas, intrigado por saber el nombre del hombre que fue capaz de adueñarse del corazón de una de las herederas de las grandes casas aristócratas de Europa, codiciada por las familias nobles para prometerse a sus hijos.

Elise levantó la barbilla un poco más mirando a los ojos a Daisuke.

—Mi guardaespaldas, Katsumoto.

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N.A:/ Lamento la demora.

Tuve que esperar a que esté disponible la laptop para poder editar los capítulos, pero no se preocupes. Estos días estaré lanzando las continuaciones como les prometí.

Pronto la historia regresará a la época actual, terminando con el arco del Periodo Barroco.

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