Capitulo 22.
«Corazón roto» PARTE II
Un sonido sordo invadió sus oídos, jadeó aferrándose a la pared asomando el rostro tratando de convencerse a sí misma que todo era producto de su imaginación.
Se le dificultó respirar cada vez más ahogándose en el dolor que desató sus esperanzas rotas. Arriesgó tanto al venir a esta parte de la mansión con el propósito de hablar con Katsumoto, el hombre del que se interesó hasta el extremo cruzando la peligrosa línea que separaba a los nobles de los plebeyos.
No era su intención casarce con Daisuke, pero tenía que admitir que ella era la culpable del compromiso metiéndose en un gran lío. De todos modos, se las ingeniaría para boicotear su propia boda, porque ni en cientos de años aceptaría casarse con alguien a quien no ama.
Al único hombre que le daría el sí, estaba justo al frente besando a su prometida e hiriendo al mismo tiempo su corazón. Se aferró al muro frunciendo los labios, la angustia se apoderó de ella al igual que el dolor comenzando a picarle los ojos amenazando con llorar en ese momento.
«No...»
Katsumoto prolongó el beso aumentando la intensidad, como si intentara devorarla.
Elise apartó la mirada ocultándose en la pared respirando laboriosamente. Temblaba en todas partes, no pudo tragar el creciente nudo en su garganta y cerró sus manos con fuerza lastimándose con las uñas la carne, golpeando con los puños recargando la frente contra los ladrillos sollozando en silencio. No tuvo ganas, ni el interés de quedarse averiguar lo que pasaba después devolviéndose con paso lento y sin prisa para no ser descubierta.
Tenía el corazón apesumbrado, la expresión decaída y de vez en cuando se le escapaba algún que otro jadeo. Las lágrimas salieron sin descanso manchando su rostro borrando cualquier rastro de esperanza previamente alimentada durante el baile.
Por primera vez pensó en las palabras de su madre, hasta ahora no se equivocaba cuando acerca de Katsumoto.
El pasillo pareció extenderse con cada paso que daba. Ya bastante lejos del lugar donde fue testigo de ese desagradable hecho, no le importó pisar los charcos ensuciando sus bonitos zapatos y el borde de la falda haciendo eco con las pisadas. Los espasmos eran cada vez más seguidos, su mente tampoco ayudaba repitiendo una y otra vez el beso.
Sus pies se detuvieron, bajó la cabeza, sus brazos estaban a los costados de su cuerpo, apretó los puños con fuerza hasta hacerse daño y un gemido tembloroso escapó de su garganta rompiendo a llorar. Esa noche conocido el dolor de un corazón roto.
Cuando llegó a su pieza recargó el peso de su espalda contra la puerta, apretó su mandíbula controlando los gemidos girando lentamente hasta mirar la ventana. Jadeaba cada vez más mientras se dejaba caer hasta quedar sentada en el suelo.
Los espasmos debido al llanto aumentaron, le temblaba el cuerpo, apretó más fuerte los dientes comenzando a golpear constantemente la parte posterior de su cabeza contra la puerta intentando olvidarse del dolor en su corazón para olvidarse de él.
Las campanadas de las cuatro de la madrugada sonaron atravesando cada pasillo y habitación de la mansión, solo ahí aprovechó para gritar tan fuerte como su garganta se lo permitiera cubriéndose la cabeza con las manos recogiendo sus piernas, ocultando su rostro en su regazo meciéndose como si fuese una niña pequeña ahogándose en su propio llanto.
Aquel dolor era más fuerte cualquiera dolor que haya experimentado en su corta vida. Y, como si fuese cosa del destino, recordó la ocasión cuando bromeaba con su padre acerca de los pretendientes que la sofocarían esta temporada lejos de pensar que esta vez sería víctima de un amor no correspondido.
Lloró por un buen rato más hasta que se quedó dormida. Por la mañana tocaron la puerta para dejarle el desayuno, pero como no habría la doncella giró el pomo de la puerta notando que la puerta estaba bloqueada por algo pesado. Abrió un poco encontrando a la señorita contra la puerta, sentada en el piso profundamente dormida, con el rostro hinchado debido al llanto.
Rápidamente abandonó la habitación en busca del padre de la joven, su madre o del hermano.
Pasó alrededor de media hora en que Jéremie acostó a su hermana en la cama. Con cuidado levantó su cabeza para que el boticario envolviera con vendas alrededor de su frente descubriendo una herida en la parte de atrás. Había sangre en su cabello, la duquesa supuso que tal vez su hija sufrió una caída, pero su hijo no pensaba lo mismo.
Cuando entró a la habitación tuvo que abrir despacio para no moverla, estaba en un estado inconsciente y tenía una fiebre muy alta. La alzó en sus brazos descubriendo una mancha de sangre en la madera de la puerta. Guardó el secreto, se lo preguntaría cuando despierte. Debía darle una explicación, quizá resbaló. Ahora eso no importaba.
Los caballeros salieron de la habitación quedando la madre con algunas doncellas intentando cambiarle de ropa.
El rumor de que a Lady Elise la encontraron inconsciente corrió entre la servidumbre llegando a oídos de Katsumoto, que la esperaba en el patio trasero para su lección de armas.
—Dicen que sufrió un desmayo —comentó el jardinero que podaba el arbusto—. Anoche todos se fueron casi al amanecer. Debe haber sido el cansando y la presión por dejar una buena impresión a los socios del duque Eduardo.
—Si... Debe ser eso. —Katsumoto regresó a mirar la ventana de la habitación de la jovencita sin evitar sentir más que una ligera curiosidad por saber qué sucedió exactamente.
Después de las lecciones con Elise debe hacer otras labores, así que decide averiguar la razón encaminándose a la habitación de la chica.
Ya a punto de llegar es detenido por la duquesa Eleonor quien se dirige a la cocina sosteniendo una bandeja con agua y vendas manchadas con sangre.
No puede evitar sentir un ligero miedo y decide preguntar:
—¿Sucedió algo grave? —pregunta en voz baja aparentando indiferencia, aunque en el fondo quiere ir corriendo a verla.
—No. —Eleonor responde con la misma frialdad para después seguir su camino, negándose a responder otra pregunta.
Las personas interesadas en obtener algo de él no merecían la palabra. De la duquesa no tenía un concepto muy bueno, le parecía una mujer interesada, esto lo descubrió el día que lo visitó en la torre para pedirle que entrenara a su hija a cambio de algo de curar sus heridas y él se negó.
Continuo su camino deteniéndose frente a la puerta, donde se encontraba Elise. No sabía qué iba a pasar una vez dentro, pero aun así se arriesgó. Dio unos suaves golpes y la voz de Jéremie lo saca de sus pensamientos.
—Adelante.
Suspiró preparándose para verla, tenía un aspecto tranquilo; sin embargo, por dentro estaba lleno de incertidumbre. Abrió la puerta encontrando a Elise en la cama con la cabeza vendada, aparentemente dormida y a su hermano a su lado cuidando de ella. Este al verla sonrió débilmente invitando con ese gesto a que se acercara.
—¿Viniste porque no se presentó hoy al entrenamiento?
—Así es —arrastra la silla del tocador hasta acercarse a la cama sin apartar la mirada de la joven—. ¿Qué sucedió?
Jéremie lo observó todo el tiempo, cruza los brazos exhalando y cierra los ojos descansando la espalda ligeramente en el respaldo de la silla.
—Se golpeó la cabeza —responde. Katsumoto entrecierra los ojos como rendijas y repite la pregunta, intrigado—. Si, hay sangre en la puerta. Parece que estuvo dándose cabezas o algo así.
—Pero, ¿por qué?
—Solo ella puede responder esa pregunta —contestas abriendo los ojos fijando la vista en su hermana—cuando despierte.
Dos meses más tarde.
La relación entre Katsumoto y Elise se fracturó, ya no tenían la confianza para contarse cosas y cada uno se mantenía en su rol: ella como noble y él como su guardaespaldas. La distancia fortaleció la relación de él con Yoshino, a diferencia de la de ella con Daisuke. Lo trataba como toda una señorita bien educada permitiéndole que la corteje, pero hubo momentos que respondía con timidez llegando a ser algo fría, y esto no alimentaba el interés de su prometido. Sin embargo, supo darle su espacio y prácticamente en menos muy poco tiempo ya estaban zarpando rumbo a un nuevo continente, al país del sol naciente.
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El viento estaba a su favor, el barco rompía las olas y faltaba poco para llegar a nuevas tierras. Viajaban en una monstruosidad, bien diseñada con una arquitectura naval bien reforzado, estructuras capaces de navegar por dos meses en mar y un diseño de lo más exquisito. El capitán era el más experimentado, por no decir el más confiable, que casi siempre dirigía los viajes que la noble familia Vallezoren, propietarios del barco requerían de sus servicios cuando de viajes marítimos se trataba.
Imagen del barco.
Junto a la pareja comprometida viajaban las familias de ambos: la duquesa Eleonor con su hijo mayor acompañados de algunas doncellas -incluida Yoshino-, sirvientes y guardias. De la familia del novio, iban su padre y guardaespaldas hechiceros que custodiaban las veinticuatro horas la seguridad del barco. Pero, por fuerza también estaba Katsumoto, el guardaespaldas de Elise, que después de todo ese tiempo lejos de su hogar, separado de su gente volvía a su patria.
Viajaron por más de cuarenta días y faltaba muy poco para llegar. Todos se hospedarían en la honorable casa del clan Gojo como invitados de honor, a excepción de la servidumbre y guardaespaldas.
Pronto se vio a lo lejos la playa, estaba atardeciendo y con una vista hermosa de la puesta de sol y, a lo lejos, en la playa, un batallón de samuráis se formado dando la bienvenida a los visitantes, en especial a los novios.
Elise caminó hasta detenerse en la popa del barco justo en el borde admirando la vista del mar y lo lejos que estaba de casa. La tristeza en su corazón la reflejó en sus ojos, presionada por su familia de aceptar un matrimonio que por fuerza la obligaría a vivir en un país desconocido sin tener a nadie. Todos sus pensamientos estaban en su tierra natal, amistades y en su padre que no pudo acompañarla por asuntos particulares con el rey y la corte.
Llevaba un vestido de satín con colores pasteles, adornos y lazos; piedras preciosas en el centro de la falda; encaje, fino y elegante que realzaba su tono de piel para diferenciarla de entre el grupo como la prometida de la futura cabeza del clan Gojo. Su cabello estaba parcialmente recogido con un lazo a juego del vestido y la parte inferior caía en ondas largas sobre su fina espalda.
Imagen del vestido.
Ahuecó con las palmas de sus manos el barandal, con el viento acariciando su rostro levantando ligeramente algunos mechones de cabello mientras reflexionaba, hasta que alguien interrumpió sus pensamientos.
—¿Puedo saber en qué piensa? —esa voz que le causaba tantas sensaciones en su corazón y espíritu atrajo su atención girando un poco su cuerpo sin la intensión de mirar.
—No creo que le importa, la verdad. —Katsumoto sonrió torciendo la comisura de sus labios hacia un lado y se acercó a ella guardando la distancia. Elise frunció el entrecejo escuchando un ruido pesado, la curiosidad se apoderó de ella y esta vez giró completamente descubriendo a un verdadero samurái sosteniendo su Kabuto al costado del cuerpo con un solo brazo en el lado derecho. Llevaba el cabello recogido y un mechón bailaba sobre por encima de la frente mirando con particular interés a su benefactora.
Decir que ella quedó sin palabras al verlo es decir poco. Finalmente, aquel hombre al que los nobles redujeron a la condición de esclavo se mostró frente a ella como lo que es; un samurái. Tenía un aspecto imponente y fuerte con la seriedad de su mirada, incluso parecía mucho más grande a que antes.
La armadura era de color rojo casi en su totalidad y pesaba alrededor de diecisiete kilos.
Imagen de la armadura.
Ahora que lo veía en su verdadera faceta, no parecía un esclavo, mucho menos alguien de categoría baja. Levantó aún más el mentón arrastrando la mirada de pies a cabeza al hombre frente a ella que se acercaba sin apartar la mirada de sus ojos, haciéndola temblar ligeramente, pero segundos después recuperó la compostura adoptando una postura tranquila colocando ambas manos unidas por encima de su estómago.
Sus ojos se abrían cada vez cuando él avanzó hasta quedarse frente a ella. A esa distancia, Elise le llegaba al pecho. Era más alto de lo que pensaba, incluso más que su prometido. No pudo respirar con normalidad obligándose a tomar aire por la boca lo que hizo que su pecho subiera y bajara constantemente mientras se esforzaba por actuar con normalidad. Y él, la miraba tan profundamente que podría decirse que su intención era escarbaba hasta lo más profundo y recóndito de su alma.
—Por supuesto que me importa. Todo lo que se refiere a usted me importa más de lo que imagina. —A diferencia de las otras veces, esta vez respondió sin aspereza, con un tono de voz bajo, casi ronco sin ser capaz de apartar la mirada de ella.
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Glosario:
Kabuto: Casco hecho de acero o placas de cuero. Un protector de cuello llamado shikoro hecho de varias capas de acero curvo o tiras de cuero estaba suspendido del borde inferior del kabuto.
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