Capitulo 20.
«Sentimientos»
El enemigo del mundo de la hechicería, la oveja negra del clan Kamo, se vinculó en la monarquía francesa fijando varios objetivos; entre ellos acabar con la alianza que se tenía planeado hacer con el humano común y corriente. Con la ayuda de alguien logró hacerse con el rey, ganarse su confianza hasta que dependiera del mismo solicitando sus consejos mientras se hacía pasar por alguien importante usurpando el cuerpo de esa persona.
Llevaba algunos meses oculto bajo esa identidad ascendiendo en poco tiempo hasta ganarse la gracia de los monarcas y esto hizo sospechar algunas personas, como el conde Eduardo Vallezoren, quien comenzó a cuestionar la lealtad de aquel individuo que apareció de la nada. Tuvo que tener ayuda de alguien para infiltrarse, el problema era que por ahora solo eran suposiciones, no tenía una prueba sólida de su teoría, ni manera para poder probarlo.
Se hacía llamar Sagara, de su apellido no se supo nada y era japonés por supuesto. Tenía una mirada escalofriante, sus ojos desprendían cierta aura de peligro cuando hacía contacto visual, no se podía decir que era ignorante como los esclavos orientales, demostró saber mucho más de lo que a simple vista parecía. Vestía de etiqueta acorde a la categoría que el rey le concedió, siempre vigilante a lo que pasaba a su alrededor. Hablaba con fluidez dando a entender que era alguien culto y no de cortos alcances, inteligente y calculador. No tuvo reparos en intimidar a Elise, la hija de los nuevos duques, ni tampoco en mantenerse cerca del heredero del clan Gojo, quien era el que más le importaba por el momento.
De cerca pudo estudiar a la pareja en el momento que se interrumpió la danza recopilando información útil para sus fines. Saltaban a la vista los celos de su futuro prometido, pero no se le pasó por la cabeza que existiera otro hechicero muy poderoso capaz de percibir su energía maldita a pesar de ocultarlo tan bien. Tuvo que perderse entre los invitados para «esconderse» del guardaespaldas de la doncella sin que lo notase. Aquellos ojos fríos lo siguieron hasta las profundidades hasta perderle el rastro dejando en paz por el momento a la pareja, pero ahora tendría un problema: El guardaespaldas parado en balcón.
Mientras salía de la sala rumbo a la salida evaluó a las personas de las que tenía conocimiento, su cómplice no le había mencionado nada acerca de la presencia de otro hechicero que estuviese interesado en la hija de los Vallezoren. Obviamente le traería problemas para ejecutar a sus planes, aun así estaba seguro de que sería capaz de eliminarlo antes de los levantamientos y protestas de la gente.
Había comenzado a esparcir ciertos rumores acerca de la hambruna diciendo que era causada por los nobles, incluyendo al rey, que solo buscaban aliarse con «brujos» para obtener más poder ofreciendo los campos de cultivo como paga, sin pensar en el pueblo que se moría por tener a un monarca incapaz de buscar primero el bienestar de su gente.
Sonrió internamente y se felicitó por los acontecimientos que pronto terminarían de derrocar a la monarquía de aquel país rompiendo con todas las negociaciones de pacto y alianzas con los humanos.
Terminó pues de fijar objetivos claves agregando a la lista a los Romanov después de descubrir, en su casual plática, que eran aliados y los que acogerían a los hechiceros para integrarlos a la guardia imperial en la monarquía rusa. Pero por ahora se centraría en destruir a los franceses, a los Vallezoren y al clan Gojo.
Por otra parte, Daisuke buscó con la mirada a su futura prometida. Quiso alejarse del nutrido grupo de importantes líderes hechiceros e ir a buscarla, pero su padre lo retuvo para presentarle al resto de su futura familia política obligándose a mostrar un semblante amable e interesado por la plática.
En medio del largo pasillo que estaba en la parte izquierda del gran salón, Elise y Katsumoto continuaban mirándose a los ojos; uno con expresión fría y la otra con seriedad.
—¿Me puede explicar su comportamiento de hace un momento?
—Las explicaciones están de más. No le debo nada a usted, a mi parecer-respondió él, ahuecando la muñeca de Elise para que libere su brazo—. Ya debería saberlo.
—¿Le parece poco tomar una aptitud arrogante?— entrecerró los ojos acercándose un poco.
—Para nada—dijo él—Mi intención era que notara que soy un hechiceto esclavizado por la nobleza de este país.
Elise vio en los ojos de su guardaespaldas algo más que frialdad, había desprecio y cierta gracia burlona en su sonrisa. Decidío dejar ese asunto de lado para continuar otro:
—No crea que va a librarse por su comportamiento al atreverse a abandonarme para irse con la señorita Yoshino.
—En mi defensa puedo decir que un caballero jamás dejaría abandonada a una damicela—respondió con una sonrisa arrogante.
—Y qué soy yo? ¿Una pared? ¿Alguien a la que puede desairar cuando le plazca en el momento que quiera?— contestó evidentemente molesta mirándolo a los ojos buscando en ellos una respuesta.
—Usted—la miró con cierto desdén de la cabeza a los pies-solo es una niña mimada, malcriada y egoísta—se atrevió a decir sonando burlón.
Elise entrecerró los ojos y tuvo que usar toda su buena educación para no actuar incivilizada. Tomo un respiro, aclaró la garganta y levantó la barbilla manteniendo el contacto visual demostrando seguridad y confianza.
—Su atrevimiento me recuerda la inferioridad de su cuna. Sus palabras no tienen ni un efecto desagradable en mi, si es lo que usted busca. Si quiere pasar la velada con su prometida hálago. A mi ni me va, ni me viene.
Con esa respuesta dio la vuelta alejándose de él para regresar al salón, donde Daisuke la esperaba ansiosamente.
Katsumoto no contestó nada, se limitó a observarla dándose cuenta de las intenciones ocultas de su benefactora.
«—Quiere que vaya tras ella—pensó mirando la espalda de Elise sintiendo unas ganas enormes de hacerlo, pero conteniéndose—. Que más da, es una chica cautivadora, lo admito. Sin embargo, no es más que eso. Lo único que me importa es que cumpla su palabra y nos libere para regresar a Japón».
Katsumoto esperó a que Elise ingrese primero para hacerlo después. Había notado la mirada discreta de la madre de esta y suponía bien las cosas que estuvieran pasando por su cabeza.
Cuando entró atrajo la mirada de muchas señoritas, todas igual de interesadas, poco le importó y la buscó por instinto. No notó a Yoshino, quien se acercó a él por la parte de adelante pasando de largo para ir directamente a Elise interrumpiendo la animada plática que tenía con Daisuke y los otros miembros líderes de los clanes quienes percibieron la energía maldita que desprendía este captando la atención de uno de ellos.
Katsumoto era tan seguro de sí mismo que tuvo el valor de acercarse a ellos interrumpiendo la animosa plática, notando desde que entró las constantes sonrisas de cortesía que Elise hacía a su futuro prometido eran de conscideración al tener que recurrir al mismo tema para iniciar una conversación sin arriesgarse a explorar otros ámbitos de mayor interés. Los observó con cuidado y recordó haberla oído decir que no tenía intención de prometerse con alguien que la mantuviese fuera de casa, y ahora se portaba o fingía, a su parecer, totalmente interesada en el caballero se le ocurrió la idea de interceptarlos solo para divertirse un poco con la nobleza. No es que le interese la doncella, para nada, pero sentía como una especie de imán que lo obligó a ir tras ella, más aun cuando la vio cerca de Daisuke a quien no le agradó verlo en absoluto. Y, como el primer enfrentamiento de por medio se aseguraría de no perder esta vez.
—¿Me concede el siguiente baile, señorita? —dijo Katsumoto con seriedad interponiéndose entre los dos mirándola directo a los ojos.
—Parece que es habitual en usted entrometerse en pláticas ajenas. —Daisuke dio un paso adelantándose a Elise que miraba a ambos con expresión sorpresiva, sin esperar esa comportamiento de Katsumoto quien, regresó la mirada a su oponente.
—Si usted llama «plática» el contar chistes sin sentido es porque no entretiene lo suficiente a la dama—regresó a mirarla con expresión neutra—. Desde que entré a este salón lo único que escuché es a usted quejarse de mi comportamiento, pero supuse que eso es porque he sido capaz de tener su atención y que la conversación con el caballero—dio una mirada fría a Daisuke y luego se centró en Elise—no es...interesante.
La reacción de ella fue tan y como él lo había previsto, siguió mirándola con profundidad y extendió la mano hacia ella invitándola aceptar la danza y pasar la última media hora que quedaba antes de que acabe el baile.
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Los colores se le subieron a la cara, tragó con fuerza y miró con disimulo a Daisuke. Este no estaba nada contento con el atrevimiento del guardaespaldas, su rostro cambió completamente y se opuso a la invitación ahuecando con la mano el hombro de Elise tratando de persuadirla para que se quede con él.
A ella el corazón le palpitaba con fuerza tratando de calmar su agitada respiración. Era cierto que Daisuke le aburría, apenas se estaban conociendo y podían hablar de otros temas más interesantes y no centrarse solamente en buscar los beneficios de un matrimonio ventajoso si aceptara su mano. Parpadeó un par de veces, su madre que estaba cerca los observaba de vez en cuando captando la tensión del trío y, por primera vez, la señorita pensó en sus padres, en su hermano y en ella misma. Apenas cumplía dieciocho ese año y ya la presionaban para elegir marido.
Miró a Daisuke por encima del hombro y luego a Katsumoto, la expresión de su rostro cambió y giró sobre sus propios talones para decirle algunas cosas al primogénito del clan Gojo.
—Recordé que hice una promesa de bailar una pieza con mi guardaespaldas—contestó con una sonrisa sincera al caballero notando que el aludido empalidecía por su respuesta—. Pero no se angustie, está comprometido así como yo de usted—agregó provocando distintas reacciones en ambos; uno sonreía y el otro se tensó hasta las entrañas descubriendo que por ella sentía más de lo que a simple vista demostraba.
—En ese caso—Daisuke suavizó la voz y tomó con delicadeza la mano de su prometida—debería concederme esta pieza.
Katsumoto cerró su mano con fuerza dejándola caer por su propio peso. Apretó la mandíbula y su expresión cambio abruptamente adquiriendo un aire de recelo, pero supo ocultarlo bajo una máscara de desinterés y sin decir nada se devolvió con paso firme dejando plantada a Yoshino que había estado acercándose a ellos para llevárselo de ahí.
Elise, que lo observaba respirando laboriosamente, con su pecho subiendo y bajando hizo por fuerza, uso de todo su autocontrol para no ir tras él. Ahora sí se había metido en un gran lío aceptando a un desconocido para casarse, frunció los labios en una final línea y se devolvió a el caballero que la miraba maravillado por su respuesta. Este le besó los nudillos de la mano y el grupo de líderes, en especial su padre y los padres de la doncella se acercaron para felicitar a la pareja que aceptó el compromiso.
No era lo mismo para Katsumoto, que salió de la sala con una expresión indescriptible en el rostro. En el fondo había querido ser él quien le besara la mano. Se alejó tan rápido como pudo hasta entrar a su habitación que estaba en la parte de la servidumbre sin darle opción a Yoshino de acercarse a él.
Era un tipo tranquilo y reservado, pero esta vez le hervía la sangre de frustración. Nunca se dio cuenta que ella se había estado metiendo bajo su piel desde el primer momento que se vieron. Se quitó el saco arrojándolo a la cama y se tumbó de espaldas. Frotó las palmas de las manos contra el rostro inhalando con fuerza hasta llenar sus pulmones tratando de pensar y botó el aire lentamente. Se quedó así varios minutos hasta que algunos sonidos de carruajes y los caballos le dijeron que el baile había acabo.
En el fondo se sintió estúpido y usado. Había sido capaz de creerle a un noble, a una mujer que no era ni la mitad de lo que era Yoshino (en cuanto al poder); y de la que había descubierto que a pesar de ignorar sentía más que solo una vaga inclinación. Suspiró pesadamente extendiendo los brazos y por causalidad miró la pequeña mesa de noche encontrando una carta. Frunció el ceño, la alcanzó alargando su brazo izquierdo sujetándola entre los dedos. Apoyó el peso de su cuerpo contra el codo y giró la carta para leer quien la enviaba descubriendo su propietario:
De: Elise Vallezoren
Para: Katsumoto.
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