Capitulo 03.
Suguru Geto (parte II)
«Mezquindad y Demencia»
Después de llegar a esa conclusión todo lo relacionado con defender a los más débiles, su creencia sobre los principios, los conceptos del bien y el mal se distorsionaron completamente naciendo un ser sádico, narcisista y cruel muriendo el chico bondadoso que alguna vez sonrió de corazón.
Tenía las manos manchadas con la sangre de personas inocentes, pero también ignorantes de lo que sus emociones negativas producían. No había ni una pizca de remordimiento en su rostro. Los ciento doce habitantes perecieron a causa suya, convirtiéndose en un criminal de guerra.
Sacó a las niñas; Nanako y Mimiko de la aldea una vez que acabó con el baño de sangre. El placer que le causó acabar con la vida de aquellos insignificantes "monos" cuando arremetía contra cada uno de ellos lo hacíeron sentir poderoso.
Aquellos gritos desgarradores llenos de dolor lo satisfacieron. Su rostro tenía una expresión impasible y solo bastó un movimiento de dedos para acabar con la existencia de una aldea completa, culpables de lastimar a dos inocentes niñas de las desapariciones.
Cada vez que eliminaba a un civil, era como si erradicara la idea de proteger a los más débiles. Las acusaciones hacia las niñas solo lo motivaron a llevar a cabo un genocidio. Para él, esas personas solo eran «monos» que no merecían clemencia ni misericordia, porque no eran capaces de sentir empatía o compasión con dos indefensas pequeñas. Él se veía reflejado en ellas, indefenso, inseguro y desprotegido.
«Malditos monos...»
Una vez acabado el baño de sangre llevó a las niñas a su casa. Tenía un asunto pendiente con sus padres, aquellos que lo vieron como un engendro desde el momento que manifestó un potencial absolutamente desconocido para ellos.
Siempre creyeron que su hijo no era normal.
Al llegar a casa vio a su padre en la habitación conyugal. Muy sigilosamente entró con las niñas y les pidió que se quedaran en el vestíbulo, mientras él terminaba un asunto pendiente para luego marcharse.
—Quédense aquí un momento —aquella sonrisa con los ojos cerrados era para ocultar la ntención de un demente. Caminó lentamente por el pasillo de la casa hasta llegar a las escaleras. La habitación de sus padres estaba en la segunda planta y dobló en dirección a la izquierda. Sus pisadas eran muy suaves teniendo cuidado de no rechinar la madera del piso. Se detuvo hasta llegar a la puerta de la habitación de sus padres, colocó una de sus manos sobre la perilla de la puerta abriendo cuidadosamente. Asomó la cabeza recorriendo con la mirada la habitación y ubicó a su padre descansando en la cama. Su rostro estaba inexpresivo, el corazón se detuvo al igual que la respiración y se acercó a él con pasos profundos. Levantó el brazo en dirección a su padre liberando una gran cantidad de energía maldita que cubrió su cuerpo inmediatamente. Los ojos de su progenitor se abrieron de golpe sintiendo un calor cubrirle el cuerpo y encontró a su hijo mirándolo fríamente.
—Buenas noches, papá...
Extendió los dedos abriendo su mano y unos seres diminutos con alas, comenzaron a tirar de la piel de su padre hasta arrancársela salpicando la sangre por todas partes. Los gritos desgarradores no se hicieron esperar y llegaron a los oídos de las niñas que jugueteaban con los adornos que decoraban el recibidor.
El timbre sonó por toda la casa y era la señal; su madre había regresado de hacer las comprar para preparar la comida. Miró extrañada a las niñas e inmediatamente supo que su hijo debía haberlas traído.
—Suguru, ¿Quiénes son ellas? —preguntó mirándolas, dejando las bolsas sobre la mesa del comedor que estaba en la sala de estar.
—Hola, mamá —respondió, apareciendo al final de las escaleras con una sonrisa que ocultaba el crimen que acaba de cometer.
—¿Y esas niñas? ¿Por qué están aquí? —volvió a preguntar, mientras comenzaba a sacar las compras para ponerlas sobre la mesa.
Suguru bajó las escaleras sin borrar su sonrisa ocultando sus intensiones. Se acercó a su madre y al instante a la mujer levantó la mirada dejando de hurgar la bolsa.
—¿Quiénes son? —insistió, con el ceño fruncido y en voz baja.
—Ah, pues ellas... —trató de buscar una palabra que definiera su nueva relación con las niñas mirándolas para luego mirar a su madre una vez que encontró cuál era la conexión con las gemelas—. Son mi familia.
La mujer lo miró ecéptica y cuando vio la expresión de su hijo que cambiaba a una sonrisa malévola, el terror se apoderó de ella. Su corazón comenzó acelerarse, la respiración se agitó y retrocedió lentamente después de que su hijo sacara una espada de la boca de la «Maldición Almacenadora de Cosas».
Siguió retrocediendo temblando, presa del miedo y el terror.
—Hijo, baja esa cosa —su voz salió temblorosa y entrecortada.
Él, no le quitaba los ojos de encima y obligó a su madre a retroceder con cada paso que daba avanzando hacia ella obligándola a entrar a la cocina; cerró tras su espalda la puerta quedando todo en silencio. Minutos después se oyó un grito desgarrador y unos cuantos ruidos más provocados por un objeto corto punzante.
«Adiós, mamá».
Abrió la puerta, el piso estaba manchado por la sangre que surgía del estómago de su madre, quien yacía tendida en el suelo. Las suelas de los zapatos de Suguru se tiñeron de rojo dejando huellas a su paso pasando por la sala deteniéndose un momento en el vestíbulo para tomar a las niñas y huir de casa.
Él había acabado con la vida de sus padres.
Asesino
Genocida
Parricida
Criminal
Demente
Horas más tardes se reunió con Shoko quien le preguntó acerca de sus crímenes y lo tomó de la manera más normal. Su nuevo yo había nacido para quedarse.
Vio a su compañera de equipo parada a cierta distancia buscando un encendedor. Hurgó en los bolsillos de su uniforme buscando algo y se presentó ofreciéndole lo que ella buscaba.
—¡Hola! ¿Quieres lumbre? —se presentó, con una falsa sonrisa como fachada ocultando la atrocidad de sus crímenes. Se rio suavemene levantando la mano saludándola y se acercó para entablar lo que sería su última conversación con compañera de equipo—. ¿Qué tal?
—Llegó el señor criminal —Shoko lo miró con una sonrisa desinteresada mientras él se acercaba a ella—. ¿Se te ofrece algo?
—Creo que solo pruebo mi suerte —respondió Suguru sentándose a su lado.
—Ujum... —ella lo miró con una sonrisa en complicidad—No andaré con rodeos. ¿Las acusaciones son falsas?
—No, no lo son. Gracias por preguntar.
Shoko le dio otra calada a su cigarrillo y continuó con el interrogatorio.
—Quisiera preguntarte algo más; ¿Por qué lo hiciste?
—Para crear un mundo donde solo haya hechiceros.
—Aja; ja; ja... Eso no tiene sentido —respondió como si hubiera escuchado la cosa más absurda del mundo e inmediatamente sacó su celular para llamar Satoru.
Suguru solo sonrió con suavidad sin darle importancia a su comentario.
—No soy un niño —dijo suspirando—. No espero que cualquier persona vaya a comprender mis motivaciones —respondió muy calmado y desinteresado a la vez por la opinión de Shoko mientras ella esperaba que Satoru atienda la llamada.
—Creo que esos que se quejan de que nadie las entiende también son muy infantiles si me lo preguntas—esperó a que su compañero conteste aún con el cigarrillo en la boca—. Ah, Hola Gojo, estoy con Geto.// Sí, en Shinjuku.// ¡Claro que no! No quiero que me mate.
***
N.A/: ¡Hola queridas lectoras! Les traigo la continuación de esta historia. Actualizaré mañana para lo que sigue. ¡Son la 2 de la madrugada! Iré a la cama.
¡Gracias por leer!
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