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Capítulo 1: Accidente

El accidente

Me había despertado temprano ese día, como si sintiera que algo iba a cambiar toda mi vida por completo y la ansiedad no me permitiera dormir.

El día anterior, Adam me había acompañado todo el tiempo que le fue posible, explicándome algunas cosas. Me estuvo comentando lo más básico sobre mí misma, me habló un poco sobre nuestra amistad, y además me explicó sobre todas las heridas que tenía. Mi brazo izquierdo estaba lastimado, mucho. Al parecer me había cortado con la ventanilla del auto. La lesión en mi cabeza era la más preocupante, tendría una cicatriz de al menos ocho centímetros justo en el nacimiento de mi cabello.

Me hizo muchos exámenes, cada uno más tonto. Tocar mi nariz con una mano mientras que la otra la ponía sobre mi cabeza, me había sentido como toda una idiota, pero hice caso a sus palabras. Había mencionado que era importante ver que no había otro tipo de daño en mi cerebro.

Al parecer, no me gustaban las inyecciones, pensé, arrugando la nariz en disgusto ante la idea. Los hospitales me causaban miedo y desagrado, eso podía notarlo por mí misma. No sabía porque razón, pero me sentía claustrofóbica, ansiaba levantarme, huir del hospital e irse a mi casa, donde fuera que eso quedara.

El hecho de que Adam me hubiera prohibido levantarme de la cama, a menos que fuera estrictamente necesario, me estaba volviendo loca. Mi cuerpo ansiaba correr, aunque mi mente seguía tan dispersa como el momento en el que desperté. Diría que incluso estaba más confundida.

Mis recuerdos eran confusos, borrosos. Sabía que había una razón por la cual los hospitales no me gustaban, pero no podía recordarlo. Tenía la impresión de que tampoco me gustaría la causa. Tanto desagrado, tanta resistencia a la idea de quedarme aquí no podía ser mal infundado.

Adam era un buen amigo, se encargó de nunca dejarme sola, ayudándome a retomar el control de mi cuerpo, poco a poco, dedo por dedo. Incluso me ayudó a aclarar mi cabeza, al contarme pequeñas cosas, nada muy importante.

Estuvo comentándome sobre el accidente. Fue un día viernes, todos nos encontrábamos celebrando el compromiso de unos amigos, Rosa y Armando, unos mexicanos que ambos conocimos hace dos años. Nos habíamos hecho amigos desde que ellos llegaron a nuestro vecindario. Según lo que me contó Adam, ellos habían estado enamorados desde siempre, se conocían desde el jardín de niños y desde entonces fueron inseparables. Todos sabían que quedarían juntos, excepto ellos.

La historia me resultó vagamente familiar, pero no lo interrumpí.

Yo había tomado un par de tragos, solo lo suficiente para estar ligeramente contenta. Argumentando que tenía que trabajar al día siguiente, me retiré por mi cuenta de la discoteca, mi pequeño automóvil aguardaba por mí, en el estacionamiento. Adam me dijo que nosotros siempre salíamos juntos, la mayoría de los fines de semana. Nuestro grupo de amigos era amplio y siempre me acompañaban a casa, dado que la mayoría vivíamos en el mismo vecindario. Esa noche todos habían estado festejando a lo grande, pero yo no pude quedarme. El doctor había insistido en acompañarme a casa, sin embargo, solo le permití acompañarme a la puerta de mi auto.

—Maneja con cuidado, escríbeme apenas llegues —Fueron sus palabras antes de cerrar la puerta del pequeño automóvil.

Justo cuando me encontraba en un cruce, apareció otro vehículo, a una velocidad elevada y el choque fue inevitable. Según los reportes el otro conductor estaba ebrio y se saltó la luz del semáforo, llevándome por delante y sin poder hacer para evitarlo. Me sentí en cierta forma responsable, pues según lo que Adam me había contado, yo había estado bebiendo un poco. Quizás no estuviera ebria, pero sí algo achispada.

Él recibió una llamada en mitad de la celebración, contestó feliz, de un humor excelente y bromeando, creyó que se trataba de mí, que llamaba para avisarle que había llegado a salvo. Su mundo se detuvo por completo cuando el único aviso que recibió fue que su mejor amiga había tenido un accidente de tránsito. Yo lo había colocado como contacto de emergencia apenas él se graduó en la facultad de medicina. Eso implicaba la gran confianza que tenía con Adam.

Apenas llegó al hospital fue informado de la gravedad de la situación. Una de las personas involucradas en el choque estaba en el quirófano, la otra... No había sobrevivido. El alma le regresó al cuerpo apenas pudo reconocer a su amiga a pesar de todas las heridas. Su brazo y su cabeza habían recibido el mayor impacto. Lo del brazo terminó siendo solo algo superficial, lo preocupante era su cabecita.

Me sentí culpable, lágrimas quemaron en mis ojos al saber que alguien había perdido la vida en ese accidente. Ese señor seguramente tuviera una familia, personas que lo amaban y que en ese momento lloraban por él.

Adam le pidió un tiempo a mi familia, para que yo pudiera adaptarme a la situación en la que me encontraba y para hacerme los exámenes correspondientes, me realizaron algunas tomografías, pero él no soltó mi mano en ningún momento. Confiaba en él, sentía que era pronto para decirlo pues no recordaba nada sobre él, pero esa era la verdad, alguien tan atento como Adam, no podía ser mala persona, se notaba a kilómetros de distancia que se preocupaba por mí, que me quería.

Como si lo hubiese llamado con la mente, el doctor Adam Scott asomó su atractiva cabeza en la habitación.

—Has madrugado hoy, pequeña. ¿Quieres contarle al tío Adam como te sientes? —No pude evitar reírme de su tono serio y confidente—. Bien, no soy tu tío, pero si quiero saber cómo sigue tu cabecita.

—Aún estoy confundida —admití en un susurro bajo, mi sonrisa desapareciendo—. Mis recuerdos están demasiado borrosos. A veces creo recordar pequeñas cosas, pero nunca se queda el tiempo suficiente para recuperar el recuerdo. ¿Crees que alguna vez regresen?

Supe que lo había metido en una encrucijada cuando noté su expresión, su cara de contrariedad. Supe que él quería decirme que sí, pero tampoco quería mentirme.

Me había comentado la noche anterior que mi caso era delicado, no sabían cómo iba a evolucionar, por eso debían mantenerme bajo observación en el hospital por un par de días. También me había dicho que existía la posibilidad de que mi memoria volviera, así como también podría haberse ido para siempre. Era aterrador saber que mi destino estaba echado a la suerte.

Quise cambiar de tema, que me hablara y bromeara como antes, como siempre debía ser.

—Así que... ¿Mi familia tiene permiso para verme hoy? ¿Cuándo podré irme a casa? No quiero estar en este hospital por tanto tiempo, aunque debo admitir que me gusta tu compañía.

—Ya deben estar en camino. No son la clase de persona que esperaba, tú eres muy diferente a ellos. Sabes que puedes quedarte en mi casa, si quieres. No tienes que irte con ellos.

Esa era la causa de una pequeña discusión que tuvimos. Adam desconfiaba de mi familia bajo el argumento de que en 4 años de amistad que teníamos, ellos nunca me habían visitado, ni siquiera asomado sus cabezas en ninguno de mis logros. El doctor siempre creyó que yo no tenía familia o no tenía buena relación con ellos, tal parecía que la segunda opción era la correcta. Por más que sus razones fueran validas, yo insistía en que quería darles una oportunidad, verlos un rato, evaluar que tanto sabían de mí y con suerte, averiguar la razón de nuestro distanciamiento.

El detalle, es que tenía que estar bajo supervisión y yo vivía sola. Mis únicas opciones eran elegir si me iría a vivir con Adam por unos días, o volver con mi familia.

Si era sincera conmigo misma, el rechazo de Adam ante mi familia lograba ponerme nerviosa. ¿Realmente debía confiar en ellos? Incluso a veces dudaba de confiar en mi doctor. Pero por más dudas que tuviera, estaba decidida a darles una oportunidad. Si me transmitían desconfianza, entonces aceptaría la propuesta de Adam.

No perdía nada con intentarlo.

—¿Quieres ir a arreglarte un poco? Creo que te vendría bien tomar una ducha antes de enfrentarte a esto. Es importante que estés relajada, te ayudará.

—No es una mala idea, además, tengo que dar una buena impresión. No todos los días conoces de nuevo a tus padres —dejé escapar una carcajada nerviosa, a pesar de todo, estaba de buen humor—. Aunque espero que no estés diciéndome disimuladamente que apesto.

—No te preocupes, incluso apestosa eres linda —Me guiñó un ojo.

—Ja, ja. Muy chistosito.

Amaba los momentos en que bromeábamos. Él podía hacerme sentir que todo estaba bien, me trataba con tanta normalidad y fluidez. Podíamos fingir que nada estaba ocurriendo, que yo lo recordaba y que él no moría de mortificación a cada segundo que pasaba sin que yo pudiera recordarlo.

Adam me ayudó a levantarme de la camilla. Mi cuerpo aún sufría por el coma y lo haría por un largo tiempo, supuse que estar una semana completa sin moverme, podía causar grandes estragos en mi cuerpo. Caminábamos a paso lento, demasiado lento. Sentí como mis piernas temblaban cual gelatina, la debilidad en ellas me sorprendió. Tuve miedo de caer, así que me aferré a Adam, como si fuera mi salvavidas personal.

—¡Vaya! Si querías saltarme encima solo tenías que decirlo, mira que fingir estar débil solo para aprovecharte de mí es muy bajo, incluso para ti, Allie.

—¿Allie? ¿Suelen decirme así? —El diminutivo me agradaba, aunque de alguna forma, me hacía sentir como una niña pequeña.

—Algunos, sí. Te traje algo de ropa de tu apartamento, también tu cepillo de dientes, peine y todas las demás tonterías que sueles cargar encima. ¿Crees poder ir tu sola o llamo a una enfermera?

—¿Por qué no entras conmigo? —me arrepentí apenas lo dije, sentí como iba sonrojándome por completo—. Perdona, no había pensado en eso.

—No te preocupes, pequeña. De hecho, lo haría, pero no quiero incomodarte y además no creo que sea muy profesional.

—Estaré bien por mi cuenta, Adam. Agradezco todo lo que has hecho por mí, ni siquiera había pensado en que necesitaría esas cosas. Gracias.

Me acerqué a él, era más alto de lo que esperaba, así que tuve que ponerme de puntillas, aferrándome a sus hombros. Dejé un sonoro beso en su mejilla. Fue impulsivo, la vergüenza se apoderó de mí repentinamente. Me sorprendí de mis acciones, pero se sentía correcto. Tomé mi bolso y crucé la puerta del baño tan rápido como mis piernas me permitieron.

Al último segundo, volteé a donde había dejado a un muy confundido Adam. Él estaba tocando su mejilla, parecía perplejo, tan perdido que me hizo reír sin darme cuenta. Mi risa llamó su atención, ambos nos miramos a los ojos de una manera intensa, a pesar de la distancia. Fue solo un segundo, pero se sintió eterno.

El baño era amplio y excesivamente limpio, el olor a antiséptico perduraba incluso allí. Lo primero que llamó mi atención, fue el gran espejo. Me acerqué, casi en trance, para observarme.

Mi cabello negro se encontraba corto, se me ondulaba en las puntas y lograba enmarcarme el rostro. Mis ojos eran verdes, con pequeñas manchas doradas. Mis pestañas lucían impresionantes, a pesar de no tener maquillaje. Unas pequeñas pecas adornaban mis mejillas y nariz. Mi boca era bonita, el labio inferior era un poco más grueso que el superior y tenía gracia. Traía unas ojeras y estaba pálida, pero noté, con satisfacción, que era bonita. Mis rasgos eran delicados y suaves, pero había algo en mi mirada algo que me hacía lucir un poco dura, me dio la ligera impresión de que mi carácter era fuerte, aunque tuviera un cuerpo de muñequita.

No supe cuánto tiempo pasó mientras me miraba en el espejo, pero me di cuenta de que tenía que moverme o Adam se preocuparía por mí.

Noté que en el pequeño bolso había suficiente ropa para una semana, al parecer, Adam no sabía que tomar y lo agarró todo. Un pensamiento fugaz pasó por mi mente, con mucha vergüenza y preocupación busqué hasta que encontré ropa interior.

La idea del doctor eligiendo ropa interior para mí logró mortificarme. No podía decirlo con certeza, pero en esos momentos podía jurar que nunca había estado tan avergonzada.

Comencé a arreglarme, intentando no pensar en ello. La ducha era realmente gratificante, me gustó la sensación del agua en mi piel, la frescura en el ambiente. Podía sentirme tranquila allí, ignorando las marcas y las cicatrices que ahora lucía. Al principio fue impactante, desnudarme y descubrir tantos golpes, tantas heridas que cicatrizaban.

No sabía que ropa ponerme, pero pensé que algo cómodo estaría más que bien, además, era mi familia. Ellos seguramente me habrían visto en todas las formas posibles, un pantalón holgado no los horrorizaría.

¿Cierto?

Espero que estén disfrutando de la historia. ¡Muchísimas gracias por la oportunidad! Si les gustó, no duden en votar y comentar. 



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