CAPÍTULO 2: La paloma.
Recuerdo la primera vez que vi esos pequeños ojos verdes, con largas pestañas como tenues rayos de sol. Su piel era suave, y sus brazos, tan pequeños, apenas podía abrazarme. Su nombre era Lía. La conocí un día antes de que ella se volviera la nueva Emperatriz; apenas tenía veinte años cuando tuvo que casarse con el Emperador Óscar II.
Para mí, era solo una joven. Pero para los demás, especialmente los nobles, era una mujer destinada a ejercer lo que se le había enseñado desde temprana edad. Ese día, antes de su boda, me abrazó sutilmente, apretándome contra su pecho cubierto por un grueso corsé rojo.
—Desearía ser una paloma —susurró.
Las palomas. Iban y venían libremente; no eran cazadas ni enjauladas. Eran respetadas en el Imperio de Ruenia. Incluso el escudo del imperio llevaba una paloma blanca.
Este recuerdo parecía tan real, pero enseguida me di cuenta de que estaba soñando.
Repentinamente, una brisa azul comenzó a alterar el ambiente, como si fuera un simple espejismo. Aquí íbamos de nuevo, otra vez tu.
Estábamos en la fiesta después de su ceremonia. Lía había pasado todo el día en su trono, contemplando los voceríos en el salón del palacio imperial.Todos los nobles eran iguales: deseaban ganarse el favor del Emperador a cualquier costo. Lía sostenía mi mano tan fuerte que pensé que se rompería.
Algunos me llegaron a halagar por cómo vestía, pero más allá de mi vestimenta, supongo que era por mi apariencia. Parecía demasiado real para ser solo una muñeca.
Las risas falsas y los brindis forzados resonaban en mis oídos como un eco distante. Vi cómo Lía luchaba por mantener la compostura, sonriendo como se esperaba de ella y asintiendo cortésmente ante los cumplidos vacíos.
Ese mismo día, su familia, el Ducado de Heldegar, la despidió de manera vaga y fría, como si fuera un mero formalismo. Fue una escena extraña; aún no comprendía del todo las emociones humanas. Observé cómo sus ojos verdes se nublaban con la despedida.
Lía se mudó al palacio imperial, y yo fui con ella. Nunca me iría de su lado; ese era mi propósito.
El Emperador la recibió con una mirada gélida, rodeado de mujeres que competían por su atención. Era un galanteador repulsivo. Ni siquiera el Consejo Imperial, compuesto por seis personas, tenía el poder para contradecir sus órdenes. Aquellos que osaban objetar... bueno, nunca se hablaba mucho sobre su destino. Óscar había ascendido al trono a los diecisiete años tras la extraña muerte de su padre en el cuarto verde. Desde entonces, nadie se atrevía a cuestionar esa muerte, pues la hoja de Óscar podría cortar sus cuellos.
Desde el principio, dejó claro a Lía que su único interés era que ella le diera un heredero. Su matrimonio no era más que un contrato.
La brisa azul regresó, transformando el entorno una vez más.
Cuando llegamos a su habitación, gracias a los sirvientes que la acompañaban, Lía quedó impresionada por la extensa cantidad de muebles y la opulencia del lugar. Los enormes espejos con marcos dorados, las pesadas cortinas de terciopelo y la cama con dosel eran un despliegue de riqueza. Los muebles, oh, esos muebles, aparentaban haber sido hechos por un gran artesano, tal vez mi creador.
Las tallas intrincadas en los muebles, los candelabros de cristal que colgaban del techo, las alfombras suaves que amortiguaban cada paso. Todo parecía diseñado para impresionar, para mostrar el poder y la riqueza del Emperador. Pero detrás de esa fachada lujosa, sentía una frialdad abrumadora.
Llegó una doncella, la personal de Lía, Mirabel. Desafortunadamente, traía consigo una larga lista de reglas impuestas por el Emperador, las cuales solo servían para mantener a Lía confinada en su habitación y restringida a pocas salidas por el palacio, condicionadas a su capacidad para dar un heredero. Mirabel no era simplemente una amiga para Lía en aquel tiempo; era su constante compañía y cuidadora, más allá de lo que cualquier doncella debería ser.
La brisa azul llegó de nuevo a cambiar el escenario. No me gusta cuando haces eso y lo sabes.
Pronto, la Emperatriz empezó a recibir a más doncellas: mujeres de alta nobleza que deseaban servirla. Sin embargo, Lía eligió a cuatro jóvenes de origen plebeyo, a quienes había conocido en el ducado de sus padres, donde trabajaban como sirvientas. Sus nombres eran Ana, Adara, Roma y Selene.
A diferencia de Mirabel, estas nuevas doncellas tenían personalidades totalmente distintas. Parecían más libres y habladoras, manteniendo conversaciones animadas con Lía durante su encierro en la habitación. Eran buenas personas, pero cada una tenía su propia manera de entender y servir a la Emperatriz.
La brisa azul había regresado. Esta vez, mi anhelo de despertar era más fuerte que nunca, deseaba salir de ese constante cambio de escenarios que me impedía disfrutar de cualquiera de ellos. ¡Me estás fastidiando, basta!
Me encontraba en la habitación de Lía, donde la noche parecía interminable. Hubo un momento en que Lía leyó a sus doncellas el libro de hadas que Ana le había regalado. Otra ocasión, todas comenzaron a correr por la habitación entre grandes carcajadas, agarrando los pequeños cojines del sofá. Era la primera vez que los cojines eran usados; aunque eran horrendos, al menos alguien les daba utilidad.
Yo permanecí allí, en el suelo, observando los pies juguetones de Lía mientras saltaba. De repente, alguien tocó la puerta con una voz chillona repitiendo: "Disculpa, ¿estás ahí?"
Desperté.
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