Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPÍTULO 13: Odio las espadas, pero odio más caer.

No dormí nada esa noche. Me la pasé dando vueltas en la cama, pensando en Blod. Intentaba dormir, desviando mis pensamientos hacia las cartas de la Emperatriz, pero mi mente siempre volvía a Blod. Ella era tan... diferente. Tenía ese aire misterioso y, además, olía bien. Un aroma que me recordaba a la lluvia en un rosal.

Su entrenamiento, demonios, eso sí que era temprano para mí. Solía dormir, bueno, no tanto, pero me despertaba justo cuando el sol estaba en lo alto. En comparación, ella regresaba a la habitación cuando el sol estaba en lo alto. Mirabel me había prometido despertarme, justo después de regañarme largo y tendido por ensuciarme tanto en la chimenea. "Tenemos que darte un buen baño", decía mientras sacudía la cabeza. También con sus constantes preguntas "Sé que tienes curiosidad pero, ¿por qué justo ahora quieres verla entrenar?"

Y aquí estaba, en el área de entrenamiento del Palacio del Oeste. Mi entrenador también llegaría pronto, Sir Hermes, un caballero imperial tan estricto que hasta las piedras se sentirían intimidadas. A pesar de que odiaba las clases de defensa con toda el alma, él las hacía aún peor. Solo pensar en ellas me hacía querer trepar por las paredes.

El área de entrenamiento era inmensa, justo al lado del Jardín de las Maravillas. A un lado del estaban los establos, un lugar donde siempre podías contar con el aroma fresco del heno y los caballos. A unos trescientos pasos de ahí se encontraba la bodega de armas y armaduras, un sitio que olía a metal caliente y carbón. Las espadas, lanzas y escudos estaban alineados, esperando a ser usados. El sonido de los martillos golpeando el metal siempre resonaba en el aire, acompañado por el crepitar del fuego.

Más allá, a unos tres mil pasos, estaba el área de la Caballería Imperial. Esa zona siempre parecía vacía, ya que esos tipos estaban constantemente en movimiento, viajando de un lado a otro del imperio. A veces me preguntaba si podría unirme a ellos. Pero cada vez que mencionaba la idea, el Emperador decía, "Demasiado cobarde para sobrevivir allá afuera, no".

Justo en medio del campo, vi a Blod. Ah, Blod. Empuñaba una espada de madera, y sus movimientos eran como los de un pequeño ciervo adaptándose al pasto: un poco torpe, pero sorprendentemente rápida. Era fascinante verla en acción, aunque a veces parecía que sus pies y su cerebro no estaban del todo sincronizados.

Arnold, el líder de los guardias del Palacio Imperial y su entrenador, estaba a su lado. Arnold era conocido por ser un tipo parlanchín y alegre, siempre tenía una historia o un chiste listo para cualquier ocasión. Pero cuando se trataba de su trabajo, su actitud se volvía realmente seria. Esta era una de esas ocasiones.

Con la cara permanentemente arrugada como si siempre estuviera juzgando cada movimiento de Blod. Sus ojos seguían cada uno de sus pasos. Sin embargo, Blod no parecía inmutarse. Cada estocada y cada giro intentaban ser lo más precisos posible, como si la espada fuera una extensión natural de su cuerpo. No había muchos que pudieran igualar su destreza, y menos aún a nuestra edad. Podía sentir la determinación en cada uno de sus movimientos.

—¡Vamos, Blode!—rugió Arnold, con su voz retumbante—. ¡Más rápido, más fuerte!

Blod asintió y ajustó su postura, sin perder de vista a Arnold. Yo apenas podía mantenerme con los ojos abiertos a esa hora, y ella ya estaba ahí, dándolo todo.

Y esa... doncella. Estaba allí, observando desde lejos en los establos. Selene, nunca la había visto en el Palacio del Oeste. Ella era la doncella principal de la Emperatriz, pero ahora cuidaría de Blod. Su mirada era de un odio total hacia mí, no me dejaba de ver. Era como una advertencia de un lobo. Nunca había visto uno más que en pinturas, y ella parecía uno acechando su presa. Tragué, sintiendo un escalofrío recorrer mi espalda.

—¡Príncipe!—La voz de Sir Hermes resonó detrás de mí, sacándome de mis pensamientos—. No estás aquí para mirar. Empieza a calentar.

—Sí, sí, ya voy—respondí con un suspiro, estirándome perezosamente. No podía evitarlo, odiaba estas sesiones matutinas.

La sesión de entrenamiento no podría haber empezado peor. Tan pronto como me puse en posición, Sir Hermes ya estaba gritándome instrucciones que apenas entendía. Intenté seguirle el ritmo, pero fue inútil.

Primero, me lanzó una espada de entrenamiento que, por supuesto, no logré atrapar. Luego, hizo una demostración rápida y elegante de cómo debía manejarla, moviéndose con una agilidad y precisión que yo nunca podría igualar. Intenté imitarlo, pero mis movimientos fueron torpes y lentos en comparación.

—Más rápido, Príncipe —gruñó Sir Hermes—. Si un enemigo te ataca así, estarías muerto antes de que puedas parpadear.

Genial, solo lo que necesitaba para iniciar el día. Con cada corrección que me hacía, sentía que me hundía más en el suelo. Intenté concentrarme, bloquear sus palabras y enfocarme en la espada en mi mano, pero el dolor en mis costillas no ayudaba.

—¡Otra vez! —ordenó, y volvimos a empezar.

Te resumiré lo que pasó a continuación: caí, caí y, oh, sorpresa, volví a caer. Eso siempre pasaba con Sir Hermes.

Blod, en cambio, se movía con una gracia que yo solo podía envidiar. Determinada, no importaba cuanto fallara ella seguía sin parar. Cada vez que me caía, ella lanzaba una rápida mirada en mi dirección, y nuestras miradas se cruzaban por un instante antes de que ambos nos volviéramos a concentrar en lo nuestro. Era como si ella quisiera asegurarse de que estaba bien.

Sir Hermes seguía molestándome.

—¡Vamos, tienes que ser poderoso, tienes que ser digno de tu puesto! —gritaba una y otra vez. "Estoy tratando", pensé. Preferiría hacer cualquier cosa que seguir entrenando. Mi cuerpo estaba todo sudoroso y cubierto de tierra por las constantes caídas.

El sol llegó a su punto más alto en el cielo. Me levanté, otra vez, con la sensación de que cada músculo de mi cuerpo estaba en llamas. Sir Hermes me observaba con esa mirada desaprobadora que parecía ser su expresión predeterminada. Supe que, al final del día, iría corriendo al Emperador para informarle de mi desastroso desempeño.

≪•◦ ❈ ◦•≫

El entrenamiento llegó a su fin. Me desplomé en el suelo, respirando con dificultad, mientras Sir Hermes se acercaba bloqueando el sol.


—Tienes que hacerlo mejor. No por mí, sino por el Emperador y el imperio —dijo con una voz dura.


—Lo sé —respondí entre jadeos. Mi mente estaba tan nublada por el agotamiento que las palabras salieron antes de que pudiera detenerlas—. Sabe, Sir Hermes, creo que lo mejor sería no usar la espada.

Sir Hermes levantó una ceja incrédulo.


—¿Qué dice, príncipe? Usar la espada es símbolo de autoridad.


—Sí, sí, pero ¿qué tal probar otra cosa? ¿Ballesta? ¿Una catapulta? —sugerí, tratando de parecer casual, aunque estaba seguro de que sonaba a un príncipe desesperado.

—¡Lo que está diciendo es como manchar la reputación del gran Emperador! Te volverás una desgracia para... —Hermes comenzó a decir, su rostro era como un tomate rojo en su mejor punto. Quería reírme, pero eso sería peor. "Emperador, el príncipe se toma todo a broma", pensé.

—¡Ey, Hermes! —gritó Arnold, acercándose con pasos firmes y rápidos—. Es solo un niño, míralo.


—Tch, el Emperador a los doce años era un maestro nato de la espada. Tengo aprendices que mostraron buenos rendimientos en una semana y él nada en un año —Hermes refunfuñó, sin siquiera voltear a ver a Arnold.

—Sí, sí, pero él no es el Emperador —respondió Arnold

—Exacto, no tiene ni una pizca ni parece ser el... —continuó Hermes, ignorando la interrupción.

—¡Basta! —interrumpió. Pero Hermes siguió.

—Ni parece ser el...

—¡Alto, Hermes! —repitió, esta vez con más fuerza.

—El... —Hermes prosiguió, hasta que Arnold lo interrumpió con firmeza.

—Eh, eh, eh, entrena al chico con calma. Tal vez sea como él dice y una ballesta pueda ayudarle. Aprenderá a su ritmo.

Hermes se volvió hacia Arnold, con sus ojos llenos de furia. Su mandíbula se apretó aún más, y por un momento, pensé que lanzaría un golpe.

—Silencio, tú solo eres un guardia del palacio. ¡Yo soy un caballero imperial! Soy quien lidera realmente, no eres nadie.

Arnold no se inmutó.

—Bien, si es así, ¿el problema no serás tú? —dijo Arnold con una sonrisa—. Toma mi consejo, Sir Hermes. No todos aprendemos de la misma manera.

Sir Hermes frunció el ceño con desaprobación, pero antes de que pudiera replicar, Blod se adelantó con una seguridad que hizo retroceder al veterano caballero. Parecía que Sir Hermes le temía, novato, pensé, sin atreverme a decirlo en voz alta.

Blod me ofreció una mano para ayudarme a levantarme. Acepté su ayuda, sintiendo un renovado respeto por ella. Sus manos eran firmes pero suaves, y cuando me levantó, sentí una chispa de conexión que me dio fuerzas.

—Gracias. Solo... Necesito mejorar, supongo —dije, tratando de sonar optimista a pesar de la frustración que aún burbujeaba dentro de mí.

Blod asintió y me sonrió, esa sonrisa que hacía que todo el dolor y la frustración valieran la pena.

≪•◦ ❈ ◦•≫

Nos dirigíamos hacia el palacio, el sol alto en el cielo hacía que nuestras sombras se alargaran como figuras fantasmagóricas. No podía evitar observar a Blod de reojo. A pesar del largo entrenamiento, no había ni una gota de sudor en su frente, ni rastro de cansancio en sus movimientos. Era impresionante. En cambio, yo sentía como si cada músculo de mi cuerpo hubiera sido reemplazado por plomo.

La doncella, Selene, seguía lanzándome miradas furtivas que me ponían los nervios de punta. Sabía lo que venía a continuación: Blod se quedaría en la habitación con Selene, y Arnold me custodiaría el resto del día mientras yo me enfrentaba a los tediosos libros de estrategia imperial que el Emperador siempre mandaba. Esos libros eran tan aburridos que a menudo me encontraba pasando las páginas sin siquiera leerlas, solo para aparentar que estaba haciendo algo productivo.

No quería que esto terminara así. No quería pasar otra tarde en la monotonía, ahora tenía una amiga.

—Guardia Arnold —carraspeé, tratando de sonar más seguro de lo que me sentía—. Quisiera ver las habilidades de Blod otro rato más.

Sir Hermes, que estaba cerca, soltó un resoplido y puso los ojos en blanco.

—Me largo, tengo que dar un informe —dijo con desdén, antes de alejarse sin más.

Arnold me miró con una mezcla de curiosidad y escepticismo.

—¿Las habilidades de Blod, príncipe? —preguntó Arnold, y pude ver la misma pregunta reflejada en los ojos de Blod.

—Sí, digo... —empecé a tartamudear, sabiendo que estaba diciendo tonterías, pero decidí seguir adelante—. Ella será mi guardia, así que me pareció que sería bueno estar aquí con ella un rato, ya sabe, para generar su lealtad hacia mí.

Demonios. Eso sonaba incluso peor en voz alta.

Arnold y Selene intercambiaron una mirada rápida antes de devolverme su atención. Arnold finalmente asintió.

—Bien, vayan a jugar. Estaré observando desde el establo —dijo, señalando con la cabeza.

≪•◦ ❈ ◦•≫

El aire estaba lleno del sonido de pájaros cantando y el distante murmullo de la vida en el palacio. La doncella Selene estaba con Arnold, platicando en el establo, se veían tan inmersos en su conversación que me sentí con más libertad.

Blod me miró con sus ojos serenos y penetrantes, esperando a que hiciera el primer movimiento.

—Entonces, Blod, ¿qué te gustaría hacer? —pregunté, intentando mantener mi tono ligero y despreocupado.

Ella parpadeó, como si la pregunta la hubiera tomado por sorpresa, y luego, con una pequeña sonrisa, respondió:

—El jardín —lo dijo como si estuviera esperando poder decirlo.

El Jardín de las Maravillas. Todos sabían de él, vamos, era más grande que los tres palacios, incluso más grande que las hectáreas del marqués de Teran. Pero muy pocos se aventuraban a entrar debido a las infinitas leyendas y cuentos de terror que se decían sobre ese lugar. Un lugar donde, al entrar, podrías nunca salir. Un lugar donde tus mayores miedos serían revelados. Pero, genial, Blod quería ir. ¡Yei!

—El jardín —repliqué, sin poder evitar temblar un poco, pero era Blod quien me lo pedía—. Bien, vamos.

Emprendimos el camino hacia el jardín. Mi cuerpo temblaba demasiado, los altos muros del jardín eran imponentes y las enredaderas que los cubrían tenían largas espinas, una señal de "no bienvenidos". Nos detuvimos en una de las entradas, un arco de rosas blancas con hermosas mariposas azules revoloteando alrededor y, al lado, un árbol viejo y casi sin hojas.

Blod parecía fascinada, sus ojos recorrían cada detalle del lugar con una curiosidad serena.

—Sabes, hay muchas historias sobre este lugar —dije, tratando de sonar casual mientras mis ojos escudriñaban cada sombra en busca de algún indicio de peligro—. Dicen que el jardín está encantado, que es fácil perderse y que muestra tus mayores miedos.

Blod no respondió de inmediato. Continuó observando con la misma serenidad de siempre. Después , habló con una voz tranquila:

—Príncipe, tener miedo es normal. Si no lo tuviera, no sería un ser viviente. Yo también he sentido miedo.

—Y-yo no tengo miedo, ¿qué dices? —tartamudeé, intentando mantener una sonrisa confiada. A pesar de todo, mi voz temblaba un poco, como una hoja en una tormenta—. Y no me digas príncipe, mi nombre es Luan. Dime Luan, eres mi amiga.

Blod me miró y ahí, si, justo ahí en sus cejas, estaba desconcertada. Luego bajó la mirada hacia su brazo, dándose cuenta de que lo estaba sosteniendo con fuerza. Solté mi agarre, sintiendo el calor subir a mis mejillas.

—Princí... Luan —suspiró, y mi corazón dio un vuelco. Había dicho mi nombre, ¡mi nombre! Su voz suave resonó en mi mente como una melodía que no podía olvidar—. Podemos quedarnos aquí con el árbol. Estoy bien con eso.

Tragué saliva, tratando de calmar el torbellino en mi interior.

—¿Estás segura de esto? —pregunté. Lo he arruinado, qué tontería, ser cobarde parecía un enorme letrero en mi frente.

Blod se encogió de hombros, como si no fuera gran cosa.

—No, pero creo que es lo mejor por ahora —respondió Blod, tumbándose contra el árbol y dando unas palmadas en el suelo para que me sentara junto a ella—. Fue agotador.

—¿Qué? Te vi allí, parecías imparable incluso hace un momento. ¡Eres genial, Blod! —intenté animarla.

—No, realmente me agoté. Quería parar, mi cuerpo temblaba, deseaba parar pero... —me observó y, justo allí, en sus ojos, vi la verdad—. Quería demostrar que soy útil. Yo seré de utilidad. Ahora que he salido, debo serlo.

Me senté junto a ella, sintiendo la áspera corteza del árbol en mi espalda y el suave susurro del viento a nuestro alrededor.

—Discúlpame, quiero decir, si tan solo no hubiera malinterpretado todo.

—Déjalo ya, no hay vuelta atrás.

Nos quedamos en silencio por un momento, observando cómo las mariposas azules seguían su danza alrededor de las rosas blancas. El jardín, a pesar de sus espinas y su aire terrífico, se sentía de repente más acogedor, como un refugio en medio del caos del palacio.

—¿Sabes? —dije—. Yo tengo cartas de la Emperatriz. Ella hablaba mucho sobre ti. Quería saber si tú tenías respuestas, pero al parecer estamos igual. Al principio,esa fue la razón acepté ir con Alice al cuarto verde.

Blod permaneció en silencio por un momento, observando hacia el Este, donde se vislumbraba la punta del Palacio del Este.

—La vi cuando escribía las cartas. No sé su contenido, no me importaba eso. Pero ella... bueno, es difícil —dijo, con una voz cargada de nostalgia—. La hubieras visto cuando yo era una simple muñeca. Era tan alegre, llena de vida e inteligente. Tenía una gran visión sobre su imperio, pero con el paso del tiempo su encierro no la ayudó y la flor se fue decayendo.

Sentí un nudo en la garganta al escuchar sus palabras. —¿Sabes qué más pudo haber ocasionado su... locura? —traté de cuidar mis palabras, temiendo preguntar algo que la hiciera retroceder, temía que cualquier paso incierto que diera ella se alejará de mí.

Ella me miró de reojo y asintió, sin decir una palabra.

—Tal vez, solo tal vez, ya sabes la respuesta —sus palabras resonaron en mi mente como un enigma.

No... No podría ser eso. ¿Ella también lo sabía?

Antes de que pudiera pensar más, Blod cambió de tema bruscamente, lanzándome una sonrisa para animarme. —Bueno, ¿jugamos? Vamos, Luan, te mostraré mi lealtad —dijo, conteniendo la risa.

—¡Oye! —reí con alivio por el cambio de tono—. No logré pensar en otra cosa. No se me da mentir.

—¿Qué tal la carrera que me dijiste? ¿Sigue disponible esa oferta? —preguntó, antes de soltar una carcajada y salir corriendo.

Blod era rápida, más rápida que yo, pero hice todo lo posible por alcanzarla. Corríamos al ras del jardín, esquivando enredaderas y saltando sobre raíces, con las risas resonando en el aire. Cada vez que creía estar a punto de alcanzarla, Blod se adelantaba con un ágil movimiento, burlándose cariñosamente de mis intentos.

—¡Vamos, Luan, atrápame! —gritó con una voz llena de una alegría que nunca había escuchado en ella. Sentí una libertad que rara vez experimentaba dentro del palacio.

Después de un rato, nos detuvimos cerca del viejo árbol, ambos jadeando y riendo. Me dejé caer al suelo, con la espalda contra la áspera corteza del árbol, y Blod hizo lo mismo a mi lado.

—Eres... increíble... Blod —dije entre respiraciones—. Realmente eres rápida.

Ella me miró, con su rostro iluminado por una sonrisa genuina.

—Gracias, Luan.

La forma en que lo había dicho, me hacía dudar si realmente se agotaba, ni siquiera parecía respirar y cuando me decía a observar su respiración, ella se daba cuenta y comenzaba a mover sus fosas nasales y exhalar. Pero algo me llamaba más la atención, me había agradecido.

—¿Por qué?

—Por hacer cosas... —se quedó pensando por un momento, buscando las palabras adecuadas—.

—¿Tontas? —sugerí, medio en broma, medio en serio.

—Que nunca esperaría —dijo, ignorando mi intento de broma—. Me alegra ser tu amiga.

Amiga. Esa palabra resonó en mi mente. Nos quedamos allí, recuperando el aliento y disfrutando del momento. El sol comenzaba a ponerse, bañando el jardín con una cálida luz dorada. Por un momento, el mundo exterior y sus problemas parecían lejanos, y todo lo que importaba era el simple placer de estar juntos.

—Si sabes lo que realmente soy, creo que ahora podrás entender por qué me aferré tanto a ti —dije apenas un susurro.

Blod me observó con una intensidad que me hizo sentir como una estatuilla expuesta.

—Y yo creo que por eso —me sonrió—. También quiero hacer lo mismo.

Nuestra conversación fue interrumpida por el sonido de pasos acercándose. Arnold apareció.

—Príncipe Luan, Blode, es hora de regresar —dijo con firmeza—. La cena estará lista pronto y el Emperador quiere hablar.

Nos levantamos, sacudiendo la tierra de nuestras ropas. Blod me lanzó una última mirada antes de seguir a Arnold, y supe que ella me conocía, no, ella lo sabía, sabía lo que era y mi historia, una que Mirabel siempre evitaba contarme.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro