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CAPÍTULO 12: La lectura más entretenida que tuve.

Regresé a mi habitación después de otra frustrante sesión de clases de espada. Aunque mi madre siempre insistía en que las cosas se resolvían hablando y no a golpes, parecía que aprender a blandir una espada era inevitable en el palacio del Oeste.

Habían pasado tres días desde que Blod llegó al palacio. La mayoría del tiempo la pasaba en la habitación de Mirabel y por las mañanas, muy temprano, entrenaba con Arnold. Había querido unirme a ellos alguna vez, pero parecía que cada vez que me despertaba, ella ya estaba de vuelta en la habitación.

Hoy era diferente. Decidí que era el momento de hablar con ella. El atardecer se acercaba y Mirabel estaba ocupada en la cocina organizando la cena y dando órdenes a los sirvientes. Blod estaría sola en la habitación.

Desde mi habitación, observé a los tres guardias, incluyendo a Arnold, que vigilaban afuera. Con sigilo, me deslicé por la chimenea. No la usaba muy a menudo, así que estaba cubierta de hollín por los costados. Me balanceé hasta alcanzar una compuerta a un metro de distancia. Conocía los pasadizos secretos del palacio; los había explorado desde que tenia memoria. Las redes internas conectaban los palacios, siempre habían sido mi escape.

Abrí la compuerta y me adentré en el túnel, girando a la izquierda y luego a la derecha. Di un salto para superar un hueco y caminé tres pasos más hasta encontrar otra compuerta. Esta vez, era la chimenea de la habitación de Mirabel. Con cuidado, me deslicé por ella, pero tropecé. El hollín se elevó como una nube, haciéndome toser mientras me reponía del dolor del impacto.

Finalmente, había llegado.

Me sacudí el hollín de la ropa mientras evaluaba la habitación de Mirabel. Ahora que Blod había llegado, el espacio era totalmente diferente. La habitación, que ya había visto antes, se sentía como si estuviera dividida en dos mitades completamente distintas.

De un lado, la cama estaba impecablemente hecha, las sábanas estiradas con precisión. El pequeño armario relucía de limpio, cada prenda ordenada como si hubiera pasado por inspección. Incluso el par de juguetes —un oso y un títere de princesa con el brazo medio chueco— estaban perfectamente alineados. Deduje que ese lado pertenecía a Blod. Aunque Mirabel era ordenada, no tenía ese nivel.

Blod estaba allí, observando con brazos cruzados por la ventana que daba hacia el jardín de las maravillas, llevaba unos pantalones oscuros y una camisa blanca

Pero ahí, sí, justo ahí, había una ligera pizca de sorpresa en la comisura de sus labios cuando me vio.

Me acerqué con paso decidido, tratando de ignorar el dolor en mis costillas por el tropiezo en la chimenea.

—Blod... hola —la llamé, intentando mantener mi tono ligero y despreocupado como si no hubiera trepado por túneles secretos para llegar hasta ella. —¿Qué tal todo?

Ella me miró, pero no dijo nada. Era como hablar con una estatua que de repente cobraba vida de vez en cuando. Me di cuenta de que esperaba una respuesta, pero ¿qué podía esperar? Ella no era como los demás.

Decidí probar otro enfoque.

—¿Quieres jugar o algo así? —sugerí, tratando de romper el hielo, aunque mis manos sudaban y los nervios me carcomían—. Podríamos salir y explorar un poco. Mostrarte el palacio, aunque no es tan emocionante como uno esperaría.

Sus cejas se arquearon, como si considerara mis palabras. O tal vez solo estaba ajustando su expresión facial por alguna razón que solo ella entendía.

—Creíste que quería salir —murmuró en voz baja. Mi cuerpo se erizó por completo y dejé escapar una sonrisa enorme.

—¡Sí! —suspiré, tratando de controlar mi agitado corazón. Me estaba hablando, por primera vez lo estaba haciendo—. ¿Recuerdas? Te había dicho que te sacaría de aquí y estabas muy emocionada. Saltabas e incluso golpeabas la puerta...

—Príncipe bobo —interrumpió con un tono que, en definitiva, no era de alegría.

—¿Bobo?

—¡Yo no quería salir!

Mi corazón dio un vuelco. ¿Cómo podía no querer salir?

—¿No querías? —pregunté, sintiendo cómo se formaba un nudo en mi estómago.

—No necesitaba salir. Estaba bien ahí —su enojo era visible, sus cejas se curvaron haciendo pequeñas arrugas en su entrecejo.

—¿Estabas bien encerrada? ¡Tenías una cadena en el tobillo y ninguna ventana! —Sabía que no debía continuar, pero de alguna manera sentía tanta confianza y libertad de hablar sin que me tomara como una orden —. Ahora estás afuera, por lo menos puedes ver el cielo, o los rostros de quienes te hablan.

—¡Príncipe bobo, príncipe bobo! Por tu culpa he perdido mi pequeña seguridad. Mi cadena ya no está, pero ahora tengo otras. ¿Qué diferencia tiene?

Otras cadenas, ¿se refería al Emperador?

—Tal vez si alguien hubiera hablado, no estaría en esta situación.

La tensión en la habitación era palpable. Me mordí el labio, tratando de encontrar una forma de arreglar lo que había estropeado.

—Lo siento, pensé que... —balbuceé, buscando las palabras adecuadas mientras me sentía más torpe que nunca—. Pensé que querías ser libre, que ver el cielo y jugar sería mejor que estar encerrada.

Blod suspiró, su expresión se suavizó un poco, pero sus ojos seguían siendo duros.

—No entiendes nada. No se trata de cadenas o juegos. Se trata de seguridad, de saber dónde estoy y qué esperar. Aquí afuera, todo es... ¿Por qué?

—¿Por qué? Porque eres mi amiga.

No había una explicación tan profunda. Ella era como yo, no teníamos amigos, ni podíamos salir, éramos una propiedad y no somos iguales a los demás... yo soy...

Blod se quedó en silencio y volvió a observar por la ventana. Me pregunté qué pensaría Mirabel si supiera que estaba aquí, intentando persuadir a Blod para que saliera. Seguramente me regañaría por meterme donde no me correspondía.

— Ya no hay vuelta atrás — dijo con un suspiro, parecía forzado, como si realmente fingiera respirar.

Sentí un alivio inmenso, como si un peso gigante se hubiera levantado de mis hombros. Le sonreí.

— ¿Entonces qué te gustaría hacer? —pregunté buscando cambiar de tema y salvar la situación incómoda.

Blod giró lentamente hacia mí, sus ojos rojos brillaban con curiosidad.

— Jugar —respondió.

Esa palabra desató un torbellino de preguntas en mi mente. ¿Cómo jugaba Blod? ¿Qué le gustaba hacer? antes había dibujado pero eso solo era una propuesta mía, no la conocía.

—Leer, ¿eh? —respondí, tratando de ocultar mi sorpresa con una sonrisa forzada. No quería decepcionarla, pero si que odiaba leer.

Blod asintió y caminó hacia la mesa. Tomó uno de los libros y lo sostuvo frente a ella, mirándome con expresión tranquila. Me acerqué con curiosidad, notando que el libro era un cuento antiguo y complicado, muy diferente a los libros que había visto en la biblioteca del palacio.

—¿Sabes qué dice esto? —pregunté, señalando el texto complicado. Era difícil creer que una muñeca que había pasado tanto tiempo encerrada pudiera leer.

—¿Puedo? —preguntó de repente, extendiendo el libro hacia mí.

—¿Puedes qué? —respondí, con desconcierto.

—Leerte.

Me quedé sin palabras por un momento. ¿Blod quería leerme? Era una idea tan extraña que casi me hizo reír, pero me contuve rápidamente. Si ella quería compartir algo conmigo, no podía rechazarla. Además, leer no me agradaba del todo. Me senté a su lado, cerca de la ventana, donde la luz dorada del atardecer se filtraba, creando un ambiente tranquilo y cálido.

Asentí.

Blod comenzó a leer con una voz suave y melodiosa, haciendo que las palabras antiguas cobraran vida en el aire tranquilo de la habitación:

—Nerat era el mejor caballero del imperio, blandía su espada con agilidad y la misma suavidad del viento. Dirigió batallones donde siempre salía victorioso. A simple vista, muchos lo veían como un guerrero sanguinario, pero aquellos que lo observaban junto a alguna paloma descubrían a alguien muy gentil.

Blod pausó un momento, levantando la vista del libro, y pude ver el reflejo del atardecer en sus ojos. Continuó:

—El Emperador Durel quedó fascinado por Nerat, se había enamorado. Pero Nerat quería dejar su puesto. ¿Cómo detenerlo? Le suplicó que tomara el título de la Espada del Imperio, una posición de poder equiparable al propio Emperador, un lado a lado. Nerat se negaba constantemente ante el ofrecimiento, argumentando que no era digno del título. Ser la Espada del Imperio significaba jurar lealtad para proteger a su Majestad y al imperio, pero la responsabilidad podría apagar lo poco de cordura que le quedaba. No deseaba ver más sangre, ni cargar con el peso de proteger a todos.

Me perdí en la historia, casi olvidando dónde estaba. La manera en que Blod leía era hipnótica. Ella prosiguió:

—El Emperador trató de persuadir a Nerat, dándole riquezas y poder, persistiendo durante doce largos años. Finalmente, Nerat cedió cuando el Emperador Durel le dio lo que realmente quería: amor. Pero con una condición: "Las palomas serán respetadas y veneradas, nadie tendrá permitido hacerles daño". Durel aceptó la petición y transformó a las palomas en un símbolo sagrado del imperio, protegiéndolas como un escudo más, en honor al compromiso de Nerat.

Blod cerró el libro con un suave golpe y levantó la mirada hacia mí, una pequeña sonrisa se asomaba en la comisura de sus labios.

—Esta historia fue real, pero se ha transmitido como un cuento por generaciones—concluyó.

Me quedé pensando en lo que había dicho, intentando procesar la información. De repente, algo hizo clic en mi mente.

—Ahora sé porque esas ratitas son tan importantes —farfullé.

Blod arqueó una ceja, claramente intrigada.

—¿Ratitas?

Suspiré, recordando mis mañanas infernales con esos pequeños monstruos y lo peor es que no podía hacerles nada o ahuyentarlas lo más lejos que pudiera, era una ley imperial que ni el mismo Emperador podría ignorar.

—Sí, lo vieras, Blod. ¡Me odian! —rezongué, sintiendo la frustración burbujear dentro de mí. Era tan exasperante, casi como una maldición o algo así—. Verás, cada que intento salir por las mañanas, es como una pista de obstáculos. Siempre, ¡en mi hombro izquierdo! quieren evacuar.

Las ratitas parecían tener un gusto especial por hacerme la vida imposible.

—¿En serio? —dijo, aún sonriendo—. Tal vez tienes una especie de imán para las ratitas.

—Si es un imán, es uno muy específico y molesto —murmuré, tratando de mantener la dignidad, aunque sabía que ya la había perdido hacía rato en este tema—. Ni siquiera sé qué les hice para que me odien tanto.

Blod sacudió la cabeza, divertida.

—Tal vez quieren advertirte de algo yo la conoz... O quizás solo eres el objetivo más divertido que tienen.

—Genial, soy el entretenimiento matutino de las ratitas —dije con sarcasmo—. Deberían pagarme por ser su bufón personal.

Blod soltó una risa ligera que llenó la habitación. Era una risa genuina, y no pude evitar sonreír también.

Podía escuchar el murmullo distante de los sirvientes y el suave susurro del viento en los jardines exteriores, el clink de las armaduras de los guardias, todo lo cual parecía acentuar el momento de tranquilidad que compartíamos.

—No sabía que podías leer tan bien.

Blod se encogió de hombros, como si fuera algo sin importancia, pero sus ojos brillaban con una luz suave. Había algo en su mirada, una chispa de orgullo que no había visto antes.

—No es gran cosa —respondió, intentando restarle importancia—. Aprendí en el cuarto verde. Era una forma de escapar, supongo.

Lo deduje con facilidad, alguien la había visto antes en el cuarto verde. Era obvio que necesitaba aprender de alguien todo este tiempo, pero ¿de quién? Nadie podía pasar al cuarto verde; todo el piso anterior estaba custodiado, y solo yo (y tal vez el emperador) conocía los pasajes del palacio. Ah, y Alice, pero solo se había aprendido el pasaje al cuarto verde, los pasajes eran como un laberinto; un mal giro y terminabas hasta en un calabozo. Y hasta no hace pocas semanas habíamos ido por primera vez.

Blod era como un libro indescifrable, conocía mucho y a la vez nada, sabía demasiado para ser solo una muñeca y no me refiero solo a saber leer, podría ser peligrosa. Sacudí mi cabeza alejando mis pensamientos, las cartas de la Emperatriz me ponían alerta.

—¿Vendrías a entrenar conmigo por las mañanas? —preguntó de repente.

Di un respingo. La pregunta me tomó por sorpresa. ¿Blod quería que la acompañara en su entrenamiento? Sentí una oleada de emoción y asentí con entusiasmo.

—¡Por supuesto! No puedo esperar para verte entrenar. Seguro eres increíble.

Y vaya que lo era. Según lo que había oído de Mirabel, Blod parecía no inmutarse ni sentir dolor con cada caída o golpe. Eso hacía que algunos de los sirvientes le temieran y se mantuvieran a distancia, una tontería.

Blod asintió, satisfecha, y su expresión se suavizó un poco más.

—El Emperador dice que seré tu guardia...

Sonreí ampliamente.

—Mi amiga Blod. Será un placer tenerte como mi guardia.

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