CAPÍTULO 11: Una melena roja viene a mi habitación.
Genial, todo había salido un desastre. ¿Qué planeaba hacer ahora? ¿Decirle a mi padre que había visitado a la muñeca de Blode y luego, como si nada, hacer un berrinche pidiéndole que la dejara salir para que jugara conmigo?
Buena idea, Luan. Muy buena idea.
Me detuve a reflexionar, estaba en mi habitación, un lugar que, mi madre: Mirabel, solía llamar "madriguera de ratas". Pero a mí me gustaba así. Era mi organización perfecta. Las camisas eran fáciles de encontrar, apiladas en la esquina del escritorio. Mis libros estaban siempre debajo de la cama, justo donde los dejé la última vez que estudié. Mis comidas favoritas, las que solía guardar por si acaso, estaban en mi armario de madera de pino. No permitía que nadie tocara mi orden. Soy el príncipe; es mi habitación.
—¡Qué tontería! —murmuré en voz baja—. No puedes simplemente ir y pedirle al Emperador que la deje salir, esperando que lo haga como si nada.
Intenté pensar con claridad. Blod era mi amiga, una con la que realmente podía ser yo. No podía quedarme de brazos cruzados, ella quería salir de ahí y me lo había pedido. Así que, hace casi tres días, me planté frente al Emperador. Le dije que era injusto que ella no tuviera con quién jugar, y que, casualmente, yo tampoco tenía a nadie.
El Emperador no se lo tomó nada bien. Recordé la última vez que hablamos tanto: fue en el invierno de hace cuatro años. Me había llamado cobarde y yo, con lágrimas en los ojos, le respondí: "No soy un cobarde, no tengo miedo". Bueno, esta vez, el Emperador también estalló, pero después de un largo rato de discutir, logré convencerlo.
—Emperador, se lo suplico, ella puede ser mi compañera de juegos.
—¿Mascota? Si quieres una, toma un caballo del establo. ¡Lárgate ya!
Así que jugué mi última carta.
—No te importa. Soy tu único hijo. Hace días intentaron cortarme el cuello. No me gusta estar solo.
Era mentira, claro. Estaba tan vigilado que nadie podía entrar a mi cuarto. Esa noche había tenido una horrible pesadilla con... La Emperatriz. Me desperté tan abruptamente que todos se espantaron. "No debo decir que fue a causa de la pesadilla, se lo dirán al Emperador". Así que inventé una historia simple: un hombre con capucha había apuntado una daga a mi cuello mientras dormía. Mi grito lo espantó y huyó. Difícil de creer, pero no viniendo de mí; yo nunca miento... salvo esa vez.
Los ojos del Emperador brillaron y, dos noches después, me dio su respuesta.
—Eres muy ingenioso. Sí que eres útil. Tal vez eso los haga salir de su escondite...
El Emperador siempre dice cosas raras. La Emperatriz, en sus cartas, decía que estaba medio chiflado y no se equivocaba, pero tenía poder.
Y fue entonces cuando me llevó con... Blod.
Por la diosa, era como presenciar un hermoso amanecer. "Mi amiga, ella es la muñeca de Blode, ella es Blod," pensé. Había pasado dos semanas hablando con ella. Aunque no me respondiera, se sentía como una buena conversación. A veces me preguntaba si realmente era la muñeca y no un sirviente jugando una mala broma "pobre niño cobarde, vamos a jugarle esto para que deje de tener miedo" , pero la cantidad de guardias que custodiaban el piso anterior hacía obvio que había algo distinto ahí.
Cuando la vi, fue como si mil millones de relámpagos me golpearan. En ese momento, todo lo que había imaginado sobre ella se desmoronó. Había creado una imagen en mi mente, pero la realidad era mucho más intensa. Era demasiado real, con una belleza tan perfecta que daba escalofríos y fascinación. No era humana, pero tan similar a mí, una niña, solo que una cabeza más grande que yo. "Eres real, ¡eres tú!" pensé, pero su mirada hacia mí era como un "¿Qué demonios hiciste?"
Un suave toque llamó a mi puerta. Me levanté de mi escritorio y abrí, encontrándome con Mirabel.
—Ella vendrá, quédate atento —dijo mientras tomaba aire—. Estará conmigo en la habitación. He visto a los guardias, vienen al Palacio.
Mirabel se acercó y se sentó en el borde de mi cama, su postura estaba tensa.
¿Blod vendría? ¿Y estaría tan cerca? ¡El Emperador realmente había cumplido mi súplica! No podía dejar de imaginar cuánto jugaríamos y qué comida podría ofrecerle de mi armario. ¿Comía? ¿Qué más daba? Mi amiga realmente estaría a mi lado, aquí, libre.
—Luan, no viene a jugar —había un dejo de duda en su voz—. Ella viene a custodiarte, se volverá algo similar a un guardia.
Parpadee para salir de mi trance.
—¿Qué? No es posible, mírala, es una niña, ¿un guardia? ¡Menuda tontería!
—Luan —dijo ella con el ceño fruncido— Tú querías que saliera, y ahora está afuera, ella no es una niña Luan, es una muñeca, es propiedad del Emperador, el la creo.
Propiedad del Emperador, solo una muñeca, está libre del cuarto verde. Demonios, ¿qué había hecho? Sentí que mis piernas comenzaban a temblar y me dejé caer en una silla cercana, el sol ahora brillaba directamente sobre mí, calentando mi piel.
Mirabel suspiró y comenzó a hablar en voz baja.
—Oh Luan, sé que esto puede ser confuso. Al inicio, cuando tenía vida y la vimos como un bebé, era sorprendente. Nos obligamos a creer que era una niña, habíamos generado sentimientos por ella, pero... no lo es. Hizo un acto terrible y ni siquiera mostró preocupación o miedo, era solo una muñeca. Por eso el Emperador la encerró.
Me incliné hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas y escondiendo mi rostro entre mis manos.
—¡Mientes! —grité con duda—. Ella... ella no haría algo malo. Ella dibujaba conmigo, reía, saltaba, yo...
Mirabel se acercó más y puso una mano reconfortante en mi hombro.
—No todo sale como queremos Luan y no todos son como queremos.
Los guardias llegaron, una brigada completa del palacio imperial, como una tormenta de metal y disciplina. No me habría sorprendido si hubiera aparecido algún caballero imperial, aunque era raro verlos a menos que estuvieran entrenando o en una guerra.
Arnold, el líder de los guardias, apareció frente a mí en la entrada de mi habitación. "Menuda fiesta que vamos a hacer aquí, ¿no te parece?" había dicho lo mismo que Mirabel, solo que con palabras más formales.
—La muñeca de Blode será entrenada y disciplinada para servir a su seguridad, príncipe. Se quedará con su doncella hasta que esté lista, mientras yo me encargaré de usted.
—¿Y Bl... la muñeca? —dije con ese aire de autoridad que el Emperador me había inculcado usar frente a todos en el palacio, a excepción de Mirabel. Él sabía que era lo único que tenía, mi madre.
Arnold tosió y dio un paso a un lado. Detrás de él, estaba ella. Nos volvíamos a encontrar.
—Hola... —sonreí, conteniendo toda mi emoción. Blod no parecía estar tan contenta. Llevaba un sencillo vestido verde que hacía juego con su melena brillante. Su piel pálida parecía casi translúcida, y sus ojos, grandes y de un rojo brillante, me miraban con una intensidad que me hacía sentir como si pudiera ver a través de mí.
Las uniones de sus rodillas y tobillos parecían más marcadas, como si fueran bisagras delicadamente forjadas. Sus muñecas, aunque delgadas y elegantes, tenían una ligera estructura visible que me recordaba que seguía siendo una muñeca. ¿Acto horrible?, menuda tontería, ella no se veía capaz de hacer algo terrible.
Estaba de pie con una rigidez inquietante, su postura era tan perfecta que parecía una de esas estatuas que ves en la entrada del palacio y que juras que en cualquier momento van a cobrar vida.
Su rostro no mostraba ninguna emoción; ni enojo, ni tristeza. Solo me observaba. Pero ahí, sí, justo ahí, si lograbas observar bien sus cejas... ¡Ahí estaba! Una curva casi diminuta, demasiado sutil para que alguien más la notara. ¿Estaba molesta?
Quería gritarle, "¡Eh, soy yo, Luan! ¡Tu amigo!" pero algo en su mirada me decía que tal vez no sería la mejor idea. Ahí estaba, más real de lo que había imaginado, y aún así, parecía tan distante como siempre, solo que sin una puerta de metal.
Arnold aclaró la garganta, intentando recuperar el control de la situación.
—Lo lamento, príncipe. Aún no está instruida en la etiqueta. Le pido que tenga paciencia —dijo Arnold, como si temiera que le hiciera algo. ¿También cree que estoy mal de la cabeza?
Asentí, sin poder apartar la mirada de ella... mi amiga Blod. Arnold seguía hablando, pero Mirabel era la única que parecía escucharlo. Yo solo quería tomar la mano de Blod, jugar, ver su rostro al reír. Era tan... tan... no lo sé.
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