
CAPÍTULO 10: El anuncio.
Nos dirigimos hacia el Salón Imperial. Caminaba por los pasillos del palacio, escoltada por guardias que mantenían una distancia corta y listos para atacar. Arnold caminaba a mi lado, su figura robusta y decidida contrastaba con la solemnidad del entorno.
—Blode, desde que me enteré de las visitas del joven príncipe, todo comenzó a tener más claridad —dijo Arnold con seriedad, mientras avanzábamos paso a paso hacia nuestro destino.
Mis pasos se hicieron más lentos, observándolo con atención. No entendía a qué se refería.
—Comenzaste a hablar más con Selene durante sus visitas y ayer hablaste conmigo después de tanto tiempo —añadió.
Asentí lentamente, reflexionando sobre sus palabras. Era cierto que había abierto más mi boca últimamente, aunque no entendía del todo por qué. Las palabras parecían haber empezado a brotar de mí de manera espontánea.
Mi mirada se desvió hacia los demás guardias. Sus miradas cautelosas y vigilantes hacia mí no pasaron desapercibidas. Sentí la presión de sus ojos, evaluándome silenciosamente. Permanecí en silencio, sin saber realmente qué responder. La verdad era, que no tenía una respuesta clara para darle a Arnold, ni para mí misma.
Arnold continuó caminando a mi lado, su barba café oscuro destacaba contra el brillo de su armadura ligera. La luz de la mañana hacía resplandecer los detalles de su armadura, marcada por años de servicio.
Al llegar al Salón Imperial, Arnold me condujo hacia el centro donde el Emperador me observó con satisfacción. Se tomó su tiempo antes de hablar, como si disfrutara del silencio incómodo que se había formado a nuestro alrededor. Arnold, por su parte, había tomado una distancia considerable, manteniéndose en una posición que denotaba tanto respeto como cautela. No, no me dejes.
Mis pensamientos se agitaron en mi cabeza mientras mi cuerpo temblaba ligeramente. Mis ojos, más abajo, se centraron en los pies del Emperador, incapaces de soportar su mirada directa por mucho tiempo.
—Blode, has demostrado ser útil de una manera que pocos podrían imaginar —comenzó con voz grave, su tono resonó en el salón—. No olvido cómo te deshiciste de la doncella. Fue frío... sádico. Lo mejor, es que no parecías tener ni una pizca de odio, lo disfrutaste.
Mis manos se tensaron imperceptiblemente a mis costados, recordando lo que había pasado, una ligera sonrisa nerviosa se mostró en mi rostro, traté de ocultarla lo más que podía, las palabras del Emperador me recordaron la brutalidad de aquel acto.
—Ahora, más que nunca, necesito tu presencia cerca del Príncipe —continuó el Emperador—. Hay quienes intentan acabar con su vida, y él aún es demasiado cobarde para protegerse. Tú, en cambio, eres un monstruo que puede mantener a raya a aquellos que osan amenazarlo.
Mi respiración se hizo más lenta mientras absorbía sus palabras. "monstruo, monstruo", Selene se molestaba cuando me decían esa palabra, pero ella no estaba aquí, tal vez solo quería ocultarme la verdad.
—¿Entiendes tu propósito, Blode? —preguntó el Emperador.
No... esto no es mi propósito, yo solo quiero estar con Lia.
—¡Contesta! —exigió con un tono que me hizo saltar.
Arnold se mantuvo en silencio, su expresión ocultaba cualquier indicio de emoción o preocupación. Era un testigo silencioso de todo lo que transcurría, cumpliendo con su deber sin cuestionamientos.
—S-Sí, su majestad —logré articular, aunque mis palabras temblaban ligeramente.
El Emperador asintió con satisfacción, sus labios se curvaron en una sonrisa que no alcanzaba a iluminar sus fríos ojos.
—Bien. Entonces, a partir de ahora, estarás junto al Príncipe en todo momento. Asegúrate de protegerlo como lo harías con esa loca—ordenó con autoridad, haciendo hincapié en cada palabra como si fueran órdenes inquebrantables —Arnold te enseñará.
Mi mente giraba mientras intentaba asimilar lo que se esperaba de mí. Todo estaba pasando demasiado rápido.
—Los nobles están a punto de llegar. Colócala detrás del telón. Este anuncio será una maravilla —dijo el Emperador.
Arnold se acercó a mí con seriedad.
—Sígueme, Blode.
Asentí y comencé a caminar detrás de Arnold, mi mente aún procesaba lo que acababa de suceder. El Salón Imperial era majestuoso, con altos techos decorados con frescos y columnas de mármol que se alzaban imponentes. La luz del sol entraba a raudales por los grandes ventanales, iluminando el salón con un brillo dorado.
Arnold me llevó a una esquina del salón, donde un gran telón de terciopelo rojo estaba colgado, ocultando lo que había detrás. Con un movimiento seguro, levantó el telón y me indicó que pasara. El espacio detrás del telón era oscuro y estrecho, con apenas suficiente espacio para moverse.
—Aguarda aquí —dijo Arnold—.No temas, todo estará bien.
No culpo a Arnold, todos estaban bajo las órdenes del Emperador, ¿quien se atrevería a intervenir realmente? más cuando solo era un muñeca, no tenía un padre o una madre, no tenía amigos como aquellos cuentos que me leía Selene, donde daban todo por cuidarse entre sí. Yo no era una persona, no era un humano, solo era un monstruo que podía cumplir con su verdadero propósito.
Asentí nuevamente, sintiendo cómo el miedo se arremolinaba en mi metal. Me acurruque en la esquina, tratando de hacerme lo más pequeña posible, cerré mis ojos con fuerza ,quería dormir tan profundo con sueño largo y despertar después de mucho tiempo, pero no resultó. Podía escuchar los murmullos de los nobles que comenzaban a llenar el salón, sus voces resonaban como un eco lejano.
Cada segundo parecía una eternidad. Mis pensamientos volvían una y otra vez a Lia, deseando estar con ella frente a aquella chimenea del palacio del Este. Ingresé mi mano en un bolsillo del vestido y logré sentir el collar de blode, ahora que estaba fuera del cuarto verde, el collar sería mi lugar seguro.
Después de un tiempo, escuché el sonido de pasos acercándose. La voz del Emperador resonó fuerte y clara en el salón, llamando la atención de todos los presentes.
—¡Damas y caballeros! —anunció—. Les presento la mayor arma del imperio de Ruenia.
Arnold levantó el telón, con un último suspiro tembloroso, me levanté y enderecé, caminé hacia adelante. La luz del salón me cegó momentáneamente, y cuando mis ojos se acostumbraron, vi a todos los nobles mirándome con expresiones de asombro y temor.
Me quedé quieta, mis piernas temblaban, mientras el Emperador continuaba su discurso. Ya no había vuelta atrás.
El Emperador levantó una mano, indicando que el murmullo de los nobles debía cesar. Sus miradas se clavaron en mí, y un silencio expectante llenó el Salón Imperial. Sentí cómo sus ojos se movían sobre mi figura, susurrando entre ellos. Me sentí como la mayor rareza que habían visto en su vida, no los culpo.
—Mi creación única, un arma que asegurará no solo la seguridad del Príncipe, sino también el futuro de nuestro imperio. —proclamó el Emperador con una sonrisa satisfecha.
Un murmullo recorrió la sala, y algunos nobles no pudieron evitar susurrar entre ellos. Sentí mi cuerpo tensarse bajo sus miradas, pero de repente mantuve la compostura sintiendo el peso asfixiante de las cadenas de mis manos y cuello, pronto me di cuenta que el Emperador me estaba observando, era una advertencia.
—Protegerá al Príncipe en todo momento, protegiéndolo de cualquier amenaza —continuó el Emperador—. Pero su verdadero propósito es elevar a nuestro imperio, hacer que los demás nos respeten. Cuando se declare una invasión a los imperios vecinos, ellos se rendirán con facilidad al ver lo que tenemos a nuestra disposición.
Uno de los nobles, un hombre mayor con una barba blanca y tupida, levantó una mano nervioso, sabía quién era, el Duque de Heldegar, padre de Lia.
—Su Majestad, ¿cómo podemos estar seguros de que... esta arma, es leal? —preguntó con una voz temblorosa.
El Emperador sonrió. Hizo un ademán con su mano y me observó fijamente, bajo su mano señalando el suelo. Mi cuerpo se tensó, y sentí un peso abrumador en mi cuello y manos. El temor se apoderó de mí, mis piernas flaquearon y caí al suelo de manos con un fuerte estruendo que hizo resonar mi metal por todo el salón. Esta era mi nueva cadena.
—Es leal a mí y al Príncipe —respondió firmemente—. Al final es mi creación. No cuestiona órdenes, no tiene opinión. Además, cualquier error será castigado severamente.
El eco de sus palabras se sintió como un latigazo en el aire, y el murmullo de los nobles se extinguió de inmediato. El silencio era casi palpable, y cada mirada en la sala estaba fija en mí, estudiando cada uno de mis movimientos con una mezcla de fascinación y temor.
El Emperador se deleitaba en la tensión del momento, su sonrisa se amplió, disfrutando del poder que ejercía sobre todos en la sala.
—Levántate —ordenó el Emperador, con su voz firme levantando su mano.
Sentí de nuevo una presión en mi cuello y como si tiraran de él, me levanté del suelo. Me obligué a mantener la cabeza en alto, aunque el miedo seguía latente en mi interior.
Otro noble, una mujer de mirada astuta y elegante porte, se inclinó hacia adelante.
—Su Majestad, ¿qué beneficios obtendremos nosotros, los nobles, de esta... arma? —inquirió
—Duquesa Heldegar. Las ganancias y el poder de ustedes, mis leales nobles, se elevarán considerablemente —dijo con voz profunda—. Los territorios conquistados aumentarán nuestras riquezas. Las alianzas forjadas por el miedo nos traerán tributos. Todos se beneficiarán de la expansión de nuestro imperio, y aquellos que se opongan serán aplastados por nuestro poder.
Se detuvo un momento, permitiendo que sus palabras resonaran en el salón. Luego continuó con un tono aún más firme y determinado.
—Hace años, este imperio era una vergüenza, mis nobles. Éramos subestimados por otros imperios, tentados a invadirnos. Fue solo cuando asumí el mando que Ruenia comenzó a recibir el respeto que merece. Miren a su alrededor: llanos de riqueza, un palacio que antes era modesto y débil, ahora es un símbolo de nuestro poder. Imperios como Tairan se desgarran en guerras civiles, dependientes de nuestras materias primas y joyas. Pronto serán tan débiles que una invasión será inevitable.
Observó a los nobles, como si se tratarán de libros.
—Soy, somos, poderosos, y lo seremos aún más.
El salón estalló en murmullos aprobatorios, y algunos nobles comenzaron a aplaudir tímidamente. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Las palabras del Emperador eran escalofriantes, pero los rostros de los nobles... eran perturbadores.
Un noble, un hombre delgado con un sombrero de copa, levantó la mano con cautela. Sus ojos grises brillaban bajo el brim del sombrero mientras observaba al Emperador con una sonrisa juguetona.
—Su Majestad, ¿es justo usar a esta... niña de esta manera? —preguntó—. Solo es una niña.
El Emperador lo miró con frialdad, levantando una ceja.
—No es una niña Marques de Torel —dijo con dureza—. Es un arma monstruosa. Su apariencia es beneficiosa, hará que el enemigo sude de miedo. No necesita comer, no necesita dormir, no siente dolor. No tiene órganos, fue creada, un objeto. Solo sirve a mí y a nuestro imperio.
El noble asintió, su sonrisa no menguó, pero sus ojos brillaron con una chispa de cautela mientras bajaba la mano.
—Esta arma es la clave para nuestro futuro éxito. Con ella, no hay nada que temer. Los imperios vecinos se rendirán ante nosotros, y nosotros, mis queridos nobles, nos convertiremos en los gobernantes indiscutibles de estas tierras.
Un arma, un monstruo, esto no tenía nada que ver con mi propósito.
—¡Celebremos nuestro futuro brillante! —anunció, y el salón estalló en vítores y aplausos. Los nobles se acercaron a él, ofreciendo cumplidos y promesas de lealtad.
Las mujeres, con sus vestidos lujosos y joyas relucientes, se acercaron al Emperador, riendo y coqueteando. Los hombres, con expresiones de admiración y reverencia, le ofrecían sus brindis. La música comenzó a sonar, llenando el salón con una melodía festiva.
Me quedé de pie, sintiéndome como una atracción en un espectáculo. Las miradas curiosas de los nobles se posaban en mí, y algunos susurraban entre ellos, señalándome discretamente.
De repente, el Emperador se volvió hacia Arnold, quien se mantenía a una distancia prudente.
—Arnold, llévatela. No creo que la necesite más por hoy—ordenó el Emperador.
Arnold asintió y se acercó a mí.
—Vamos, Blode —dijo con voz suave pero firme, ofreciéndome una mano para guiarme.
Lo seguí sin protestar, sintiendo una mezcla de alivio y confusión. Mientras nos alejábamos del bullicio del salón, el sonido de la música y las risas se desvanecía gradualmente.
Arnold me condujo a través de los pasillos del palacio. Sentía la frialdad del suelo bajo mis pies y el eco de nuestros pasos resonando en las paredes. La soledad de los pasillos contrastaba significativamente con el ambiente del salón.
Mis pensamientos se agolpaban en mi mente. Las palabras del Emperador seguían resonando en mis oídos, y no podía evitar sentir una inquietud creciente.
Un guardia regresó del salón con prisa, acercándose a Arnold con una expresión tensa.
—El Emperador dice que su lugar será en el Palacio del Oeste junto al príncipe —comenzó el guardia apresuradamente—. Se hospedará en la habitación frente a la del príncipe, la misma habitación que pertenece a la doncella Mirabel, ella ya está al tanto.
Arnold escuchó con atención, bajando el ritmo de sus pasos. El guardia tomó aire y continuó:
—El Emperador te ordena instruir al arma cada mañana para que sea eficiente en sus deberes. El resto del día deberás custodiar al príncipe mientras el arma está totalmente disciplinada. La doncella Selene le ayudará, regresará mañana; ha estado fuera por un tiempo para el Emperador.
El ceño de Arnol se frunció parecía que la información le estaba dando un dolor de cabeza, conocía muy bien ese gesto, era el mismo que hacía Lia cada que regresaba de hablar con el Emperador "es un dolor de cabeza" solía decir.
—Parece que no le ha ido bien en la búsqueda de la brisa..., nunca regresa con información nueva—añadió el guardia en un susurro.
Antes de que pudiera decir más, Arnold levantó una mano en señal de silencio.
—Si tu información no es veraz no lo digas—ordenó con voz firme, cortando la conversación del guardia de raíz.
Realmente pensaba que estaría de nuevo en el cuarto verde. Al final de cuentas, me había acostumbrado tanto a estar allí que estar fuera era aterrador. Pero escuchar que volvería a ver al príncipe era... no sé cómo describir mi emoción, pero estaba segura de que no era felicidad.
Mientras caminábamos, los sirvientes nos observaban. Algunos tenían rostros conocidos, pero otros eran demasiado jóvenes para haberme visto antes. Habían pasado solo ocho años desde la última vez que estuve aquí, para muchos de ellos, y para algunos, solo había sido un mito.
Salimos del Palacio Imperial por la puerta trasera, que daba hacia el Gran Jardín de las Maravillas. La luz del sol era cálida y tenue, y respirar el aire fresco después de tanto tiempo fue reconfortante. Giré mi vista hacia ambos lados: a lo lejos se veía el imponente Palacio del Oeste, brillando por sus detalles ornamentales en blode y marmol. Al otro lado se extendía el sencillo pero alto Palacio del Este. ¡Allá está Lia!
Mis pensamientos se agitaron al pensar en Lia. ¿Estaría bien? ¿Cómo habría pasado todos estos años sin mí? Mi cuerpo quería moverse hacia el Palacio del Este, quería verla, quería cumplir con mi propósito: estar con ella.
—Blode, debemos seguir adelante —dijo Arnold, rompiendo mis pensamientos y guiándome hacia el Palacio del Oeste.
Asentí con cautela mientras miraba de reojo el Palacio del Este, deseando estar con Lia. Mientras avanzábamos hacia el Palacio del Oeste, noté cómo los demás guardias se distraían, fascinados por las flores que se encontraban en los muros del jardín. Algunos se inclinaban ligeramente para admirar las coloridas flores, mientras otros murmuraban entre ellos, señalando las plantas más exóticas.
Yo caminaba a paso lento, mis movimientos eran deliberados y cuidadosos. Mis piernas se movían rígidamente, como si mis articulaciones necesitaran tiempo para ajustarse al pasto.
De repente, un árbol llamó mi atención. Sus marcas en el tronco parecían formar un rostro sorprendido, mirándome con una expresión de asombro. Las palomas que se posaron en sus ramas me siguieron con la mirada. Una de ellas, con un sonido peculiar que sonó a "blu blu blu", parecía reírse.
A lo lejos, divisé una de las entradas al jardín donde mariposas azules revoloteaban alrededor, como si me estuvieran invitando a entrar. Mis ojos se agrandaron con la emoción y levanté una mano temblorosa para señalar las mariposas a Arnold. Intenté tomar su manga para llamar su atención, pero solo conseguí que me mirara con confusión y aumentara el paso.
—Blode, debemos seguir adelante —dijo Arnold con firmeza, tirando suavemente de mi brazo.
Mis hombros se hundieron y bajé la cabeza, resignada a seguirlo. Mientras caminábamos más rápido, no pude evitar mirar una última vez hacia las mariposas azules.
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