17. FANATISMO
Había pasado una semana desde lo de la convención de mountain-bike y Imma no había vuelto a tener noticias de Dani, ni siquiera preguntando a Marc, el cual se negaba a hablar de él refiriéndose a que ella misma se lo había prohibido. Pero eso fue el día de la convención.
El muy tozudo...
¿¡Pero qué se había pensado??! ¡Marc se había saltado su prohibición a la torera una y otra vez ese día! ¿Y ahora la quería respetar??? ¡Pero bueno!
Al final se había rendido con él y había dejado de perseguirlo, más o menos a la altura de ese mismo sábado, básicamente porqué Marc había desaparecido del mapa.
Pero no importaba. Él no era su único recurso para contactar con Dani, aunque no estaba tan desesperada aun como para usar su as en la manga: su propio padre. Albert era su papaíto y haría lo que fuera por ella, pero no sabía como hacerlo para no causar en él la impresión equivocada, ya que podía ponerse muy pesado si empezaba a imaginarse cosas que no eran, como por ejemplo que, por alguna razón (claramente infundada), a ella le pudiera gustar Dani. Ya fue suficiente con lo que pasó con Marc cuando se enteró de que le gustaba (en ese caso era verdad), y eso que el hombre sólo supo la punta del iceberg, ¡y aun así casi les montó la boda!
Además, su interés por Dani era exclusivamente por el merchandising que el chico decía tener de Sagan. Porqué tenía una cosa que ella siempre había querido y el lo tenía repetido. ¡Y hasta dos veces! Pero a pesar de sus ruegos a su amigo del alma (¡le había llegado a implorar!), él se negaba rotundamente a ayudarla con eso.
Pero en el fondo, ya no sabía qué más podía hacer. Un par de días antes lo había probado con Núria, la cual accedió a intentar convencer a Marc también, pero ella tampoco obtuvo ningún resultado. Por lo que...
Papá. Otra vez papá. No, eso no,... o quizás....
Había otra forma de que él la ayudara, pero sin saberlo, pensó de pronto Imma al encendérsele una lucecita: a través de sus archivos. Archivos del equipo amateur ciclista, en donde tenían que figurar los datos de cada uno de sus participantes. Pero eso implicaba que debía hacerlo en secreto y sin levantar sospechas.
Y como muy bien dicen, "la ocasión la pintan calva". Esa tarde volvía a tocarle ir a la tienda. Su padre tenía allí su despacho y todo lo relacionado con el equipo. Con la excusa de hacer algún inventario entraría en la base de datos y lo buscaría. Sería muy raro que no los tuviera ahí, por lo que estaba segura de su rotundo éxito y que así encontraría la dirección y el teléfono de Dani, o al menos el de sus padres. Además, no debía preocuparse por ningún código, ya que su padre no encriptaba los archivos porqué tenía muy mala memoria y era incapaz de recordarlo luego, y después vaya marrón tenía... Lo único que iba con código era el password para abrir el ordenador, el cual toda la familia conocía perfectamente.
Contenta con su nuevo plan, se dispuso a tomar sus cosas preparándose para estar a punto para la marcha. Bajó al vestíbulo y se sentó en el segundo escalón de la escalera a esperar en silencio. Al poco oyó acercarse a Albert y se levantó de golpe, justo en el momento en que él apareció.
—¡Aaah!— gritó el hombre dando un salto sobre si mismo. —¡Pero qué susto, Imma! ¿Porqué te me apareces así de golpe???
Albert se llevo la mano al corazón mientras respiraba aceleradamente.
—Te estaba esperando, papi.
El hombre la miró poco convencido.
—Pero si siempre tengo que llamarte varias veces... ¿A qué vienen tantas ganas de ir a la tienda?
Imma se encogió de hombros con una inocente sonrisa en la cara que hizo torcer el gesto a Albert, porqué esa actitud era rara en su hija. Aun así, sin mediar ninguna otra palabra salieron de la casa.
Una vez en el coche, Albert seguía mirándola con suspicacia.
—Venga, escúpelo ya. ¿Qué es lo que quieres?— resopló.
—¿Yo? Nada.
—Vamos, que te conozco bien: algo estás tramando. De toda la vida que, cuando eres tan buena niña, alguna idea te ronda por la cabeza que a ti te pone de buen humor y a alguien en un aprieto.
Sí, la conocía muy bien, por eso debía andarse con pies de plomo con él y no ponérselo nada fácil. Podía ser lo suficientemente astuta.
—Sólo es que me siento feliz porqué he encontrado la solución a un problema.
Albert la miró con los ojos muy abiertos, seguro vigilando algún gesto que la delatara, pero ella actuaba con total convicción.
—¿Sólo eso?— dudó su padre.
Imma asintió con alegría y cara de gato, como si nunca hubiera roto un plato. Su padre suspiró y sonrió.
—Vaya, pues me alegro que las cosas te salgan tan bien, hija.— dijo más relajado. —Ojalá para mi fuera todo tan fácil.
Imma respiró: qué bien que se hubiera dado por satisfecho con eso. Pero a partir de ese momento Imma se tuvo que morder la lengua para aguantar y no quejarse por la diatriba de su padre sobre todo lo que le gustaría que le fuera bien a él. Era mejor que eso lo distrajera de querer saber más sobre sus intenciones, y no suscitarlo a volver a pensar en ello.
Llegados a la tienda de bicis su padre se metió en el despacho mientras ella se encargaba de abrir. Cuando pasaron casi diez minutos sin que su padre saliera del despacho, empezó a preocuparse.
Con disimulo, vislumbró dentro de la abarrotada habitación para espiar, al tiempo que oía el particular sonido de un tecleo.
"Mierda..."
Su padre se hallaba ante el ordenador escribiendo al estilo de "dos dedos". Su frente estaba arrugada y ya empezaban a caerle alguna que otra gota de sudor debido al sufrimiento que le causaba hacer tal esfuerzo. Normalmente ella se reía de su padre en su cara cuando lo encontraba así, pero en el fondo le daba pena, el pobre. Nunca fue un hombre de despacho, y menos de tecnologías.
—Papá, qué haces.— lo recriminó.
Su padre suspiró.
—Tengo que redactar una solicitud de esas otra vez... Se ve que la otra no les llegó, ¡pero yo juro que la mandé!
—Quizás la enviaste a la dirección equivocada...
—No lo sé, hija, ya no lo sé.— se exasperó el hombre.
—¿Quieres que me lo mire yo...?
—¡Oh sí! ¡Toma, hija! ¡Todo tuyo!— se levantó de golpe Albert bien aliviado. —¡No quería molestarte de nuevo con estas cosas, debería hacerlas yo..., pero si te ofreces, me harás un favor!
Imma se alegró tanto de conseguir que su padre le dejara libre la computadora que no se le ocurrió exigirle nada a cambio, como siempre hacía. Y cuando se dió cuenta de ello, deseó que papá no lo notara, o volvería a estar en un aprieto.
Pero ahora tenía que poner manos a la obra.
—Papá, ¿te importaría si me estoy un rato aquí en el despacho? No tengo deberes y podría aprovechar para entrar unos cuantos albaranes...
—Sí, no sufras hija. Precisamente quería cambiar unas bicis del escaparate, por lo que puedo estar atento a quien entra. Sólo estate alerta por si te llamo.— dijo huyendo del despacho.
—Ok, papá.
Una vez sola, en la cara de Imma se dibujó una hancha sonrisa maquiavélica, y fue directa a encontrar lo que buscaba.
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