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1. ZEN


Bajo el monótono sonido de las ruedas al circular, el pequeño grupo de ciclistas atravesaba el paisaje sin apenas hacerse notar, moviéndose como un solo ente.

No había nada como el silencio en el vacio de la mente, como ser parte de un todo en el fluir de una única corriente. Sentir la harmonía que emanaba de lo que te rodeaba y percibir como se fundía con todo lo que eras mientras en tu mente sólo cabía un pensamiento: seguir adelante, pedal contra pedal.

Así se sentía Imma sobre su bicicleta mientras seguía el ritmo y la cadencia de los demás, cuando nada más existía excepto mantenerse en movimiento y ver pasar el asfalto bajo sus pies. Sólo el ruido de las ruedas deslizándose sobre el asfalto los acompañaba. Ningún murmullo, ningún comentario excepto los saludos cordiales al recibir cada vez a un nuevo miembro en el grupo en movimiento. Todo esto ayudaba a la hora de no pensar en nada más, a no recordar sus penas.

Era pronto por la mañana. El sol apenas despuntaba cuando ella, su padre y su hermano emprendieron la marcha para hacer la vuelta de calentamiento. Por el camino se fueron encontrando con todos los demás, quienes se iban añadiendo a su paso paulatinamente a medida que su ruta les iba recogiendo.

No era habitual que el equipo se reuniera para un entreno. Un entreno era mayormente individual (personal y personalizado), pero cuando se trataba de trabajar el fondo de los integrantes del equipo a menudo aprovechaban para encontrarse y así variar algo la solitaria rutina de esos deportistas amateurs. Tampoco era habitual que un equipo se reuniera tan a menudo, y menos por iniciativa de su propio director, aunque Albert, el padre de Imma, tenía su propia manera de ver las cosas y por supuesto nunca era de la forma ortodoxa. Muchos lo criticaban por eso, porqué defendían que el ciclismo era un deporte individualista donde la competencia era acérrima, pero él creía que su deber estaba en ayudar al máximo a esos posibles futuros profesionales, por lo que se implicaba más que otros directores en conseguir que los engranajes del equipo hicieran encajar a cada ciclista en su lugar y así cosechar más éxitos.

Pronto pasaron los tres cuartos hora que más o menos duraba la ruta de calentamiento, devolviéndoles cerca del lugar de partida, por lo qual Imma y su padre no tardaron en despedirse del grupo, que ya estaba al completo, para volver a casa y dejar que los chicos siguieran con su entreno del día.

Los dos se desviaron en el siguiente cruze de calles. Su casa estaba situada bastante arriba de una cuesta, por lo que el sprint final siempre resultaba arduo, por no decir imposible. Y sólo servía para que los dos llegaran a su final de trayecto más sudados y reventados de lo que ya estaban. Aun así, siempre sacaban fuerzas de donde fuera para una dura competencia sobre quien llegaba con más rapidez.

Esta vez Imma fue la primera en llegar a casa pués, como siempre últimamente, su padre la había vuelto a dejar ganar, ...o eso decía. Últimamente ella sospechaba que ya no era así, que a su padre le estaba empezando a costar de verdad pillarla, pues disimulaba muy mal su cansancio. Aunque tampoco lo podía asegurar. Su padre ya la había engañado tantas veces con esas tonterías que ya no sabía qué pensar, por lo que miró hacia atrás para ver qué hacía su padre, y entonces lo vió parado hablando con el vecino.

Imma bufó al ver que él había pasado completamente de ella. Entró al jardín por la puerta pequeña y llevó la bicicleta al garaje, que aún permanecía abierto tal como lo dejaron antes de irse esa mañana. No puso la bici en su lugar, de eso ya se encargaría papá, pués él era muy maniático con ese tema, y luego entró a la casa por la puerta del fondo del garaje, que daba a un pasillo donde lo primero que se encontraba era la cocina. Esta era una cocina grande y luminosa de techo alto, con unos grandes ventanales que daban a las boscosas vistas del jardín, el cual era la pasión de su madre debido a que amaba el aspecto montañés de este. A Imma también le gustaba, pués así el jardín los protegía de los vecinos y de miradas curiosas de la calle. La única contrapartida era que el sol no les calentaba tanto, pero en verano eso era una ventaja. Además, en la parte de la terraza porchada, frente a la sala de estar, el espacio era más abierto y soleado, puesto que contenía una piscina que estaba libre de árboles a su alrededor para evitar que la caída de las hojas la ensuciaran demasiado.

Imma amaba esa casa. Era perfecta en todos los sentidos. Ya hacía ocho años que vivían en ella, y cada día que pasaba le parecía mejor.

Subió hacia su habitación y antes de llegar vió a su madre en la de matrimonio haciendo la cama justo cuando se giró hacia ella.

—¿Ya estáis aquí?— preguntó su madre al verla. —Uf, sí que se me ha pasado rápido el tiempo.— sonrió. —Pero no oigo a tu padre...

—Aún está fuera. Se quedó hablando con Marcel.— dijo Imma con cara de fastidio.

—Que bién, así aún tengo tiempo de prepararos el desayuno.— celebró a la contra su madre.

—¡Oh sí, gracias!— exclamó Imma, de pronto contenta. La verdad es que estaba hambrienta.

—¿Bajas ahora mismo?— le preguntó mamá yendo hacia las escaleras.

—No, mamá. Prefiero ducharme primero, estoy empapada de sudor.— contestó Imma antes de entrar en su habitación para tomar ropa limpia.

Abrió el armario y buscó lo que se pondría hoy; algo adecuado para ir a la tienda.

Porque todos los sábados por la mañana ayudaba a su padre en la tienda de bicicletas. Era lo que luego justificaba su paga semanal, la cual acostumbraba a gastar el domingo saliendo con sus amigos. Algunas veces, como por ejemplo hoy, si la ocasión lo requería también ayudaba en la tienda por las tardes, lo cual le reportaba alguna propina más. Por los deberes no debía preocuparse, pués su trabajo en la tienda sólo consistía en estar presente mientras su padre se ocupaba de adelantar trabajo en el taller cuando este se acumulaba mucho, y por lo tanto podía hacerlos allí mismo en el mostrador.

Tras echar un rápido vistazo dentro del armario tomó unos tejanos azules de esos que se arrapaban, una camiseta manga corta y otra manga larga, la primera rosa pálido y la segunda lila y algo holgada. También tomó unos sostenes blancos, bragas a juego y calcetines del color de las bambas, que eran azules. Al ir a cerrar las puertas del armario se quedó mirando la parte interna de estas, a sus posters favoritos, los cuales vivían desde hacía un tiempo en la parte interna de esas puertas en vez de en las paredes donde siempre habían estado. Eso era porqué un día se dió cuenta que debía ser la única chica que en vez de colgar en su pared a guapos famosos del mundo del espectáculo, colgaba a sus ciclistas favoritos. Actualmente, los tenía reducidos a uno de Indurain, otro de Contador, y el resto de Peter Sagan.

Con un suspiro, alzó la mano y acarició el semblante feliz del rubio ciclista, que aparecía feliz en una de sus fotos preferidas. Mirándolo con ternura, no pudo evitar hablarle en voz alta.

—¿...Porqué no habrán más tíos como tu?— volvió a suspirar. No era para menos: cuanto más sabía del ciclista, más perfecto e irreal le parecía. —Debes ser único en todo... Peter Sagan.

Lo miró un instante más, resistiéndose a dejar de mirarlo, y luego cerró con pesadumbre el armario.

No sería fácil encontrar a alguien que se le pareciera, aunque estaba segura de que existían muchos cómo él, o eso esperaba. Pero su último intento de encontrar a alguien así había fallado estrepitosamente. Tanto, que estaba tentada de abandonar tal sueño. Aun así no quería creer que él fuera único en su especie. Tampoco es que pudiera quedarse con el original, ya estaba pillado y casado... ¡Y lamentó tanto el día de su boda...! Pero tampoco es que tuviera ninguna oportunidad con él, siendo realista.

La cuestión, lo que realmente le preocupaba, era que siempre había pensado que estaba enamorada de ese chico del equipo de su padre, pero cuando tuvo su oportunidad con él descubrió que no era así, que a la hora de la verdad él no le transmitía nada. Ella se retiró a tiempo, pero por lo que se veía, a él eso no le sentó nada bién. Pero nunca se hubiera esperado esa reacción por su parte. Él la destrozó con su declaración.

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