31| Salvé a un amigo
TW: Escenas de violencia explícita que pueden herir sensibilidades, leer con precaución.
La llamada que había iluminado la pantalla de mi celular arruinó mi tarde del sábado. En un parpadeo pasé de disfrutar una cita improvisada con Enzo, a encerrarme en el baño de su departamento con el corazón en la mano y un gran nudo en la garganta.
Todo por una simple foto.
En ella aparecía una mujer morena de pelo negro recogido en un moño, abrazaba a una criatura recién nacida, mientras un hombre de rictus firme y barba canosa pasaba un brazo sobre sus hombros. Él no miraba a la cámara, miraba a su nueva esposa y a su nuevo hijo con una mueca de profunda felicidad que pudría su expresión más allá de los límites de mi reconocimiento.
A simple vista ella se parecía a mi madre, era casi una réplica exacta, obviando la juventud que resaltaba en su piel sin manchas de quemaduras, en la mirada radiante, y sincera. No había cansancio en su semblante, ni arrugas. No había fuerza, ni el abismo de oscuridad que provoca en los ojos lidiar con monstruos.
Claramente, ni se le acercaba.
Me preguntaba si sabía lo que mi padre había dejado atrás para conseguir esa asquerosa familia perfecta que tanto presumía en la foto de perfil.
Pensarlo me revolvió el estómago.
—Se atrasaron con el pago del mes pasado y me cagaron la vida, por eso no te pude mandar los pasajes. —Apenas deslicé el dedo por la pantalla oí a mi progenitor excusarse como siempre—. Ya saqué los de abril para el veintinueve. Se los acabo de mandar a Lorena, pero no me responde los mensajes, la muy estúpida, ¿al menos se acuerda de que tiene un padre?
Todos los meses esperaba sin falta que algún acontecimiento sorpresivo me obligara a no tener que oír su voz prepotente. Algún tiroteo que le dejara de regalo una bala en el pecho, y una condecoración berreta en la pared sobre su muerte sirviendo a la patria, cualquier cosa que me salvara de tener que vivir esta situación una y otra vez.
Al parecer el de arriba tenía una irritante preferencia por dejar vivas a las personas equivocadas.
«Si vos recordaras que tenés una hija más seguido sabrías que ella no está bien».
—Tu hija trabaja toda la semana, y no puede viajar porque últimamente estuvo muy enferma. —Lo dije apretando los dientes.
Chasqueó la lengua con visible molestia y el llanto de un bebé empezó a sonar de fondo.
—Me tendrían que haber avisado antes. El micro más económico que te saca de ese infierno en el que viven me sale un ojo de la cara. Gasté guita en un pasaje al pedo, son dos irresponsables, tu hermana y vos tienen que... —Cuanto más alzaba la voz el llanto del infante se hacía más intenso—. ¡Adela! ¡Callá a esa criatura de una vez por Dios! —Se interrumpió a los gritos—. El lunes viajás a ver a la enferma de tu madre si o si, no me importa el resto de las cosas que tengas que hacer, ¿me escuchaste? Tu tía te va a esperar en la terminal.
Traté de decir algo, pero no salió nada. Presionaba tanto el celular que mis nudillos estaban blancos.
—Y no uses ese tono conmigo. Hablame con respeto, que yo no soy un cualquiera, soy tu padre, la puta que te parió.
Pude encontrar mi voz.
—Faltan dos días...
—No me jodás más, que me estoy yendo a trabajar.
Cortó.
Me aferré al lavamanos mientras mi cabeza reproducía una escena ficticia tras otra, donde yo le gritaba al parlante que era el peor padre del mundo, o hacía algo para arruinar su reputación de oficial de policía respetado en la Capital.
Sabía que nada de lo que yo hiciera iba a arruinar su vida de la manera en la que él lo hizo con la mía, yo no era lo suficientemente relevante.
No tenía el poder.
Aún.
«Cobarde».
Quería reventar el móvil contra la pared.
Observé en el espejo mis propios ojos oscuros, el vacío que perseguía a mi vieja también estaba ahí, lo había heredado de ella. En los momentos así se hacía cada vez más grande. El cuervo tenía espacio de sobra para seguir picando mi cerebro.
«También heredaste su dolor, su maldición».
Ezequiel me sobresaltó, sentí la presión en mi hombro. El ligero hormigueo fantasmal disolvió los pensamientos intrusivos.
—Tranquilo, no vas a estar solo, yo voy con vos.
Mi muestra de agradecimiento atropellada y nerviosa nunca salió porque Enzo tocó la puerta, preocupado.
—Amor, hace un rato que te metiste al baño ya, ¿estás bien?
El fantasma frunció el ceño, y se desvaneció.
Luego de lavarme el rostro acalorado con agua helada, apagué la luz para evitar mi reflejo. Enzo seguía hablando.
—Escuchame, yo sé, yo sé que mi experimento en la cocina no salió bien la última vez, aunque seguí al pie de la letra la receta que vi en el video, ya me dijiste que no te querías morir de salmonella, así que la hice corta y pedí unas pizzas, ¿está bien? ¿o querías otra cosa? Puedo pedir lo que quieras...
Me encontré con su mirada preocupada al empujar la puerta, a través de la fina rendija de luz que daba a su cuarto. Él la abrió de par en par, envolviéndome en un abrazo.
—¿Qué pasa? Contame.
Cerré los ojos y acomodé la nariz en el hueco de su cuello, olfateando aquel relajante aroma a flores que llevaba a todas partes sin darse cuenta. Por el movimiento su camiseta se levantó un poco. Le rodeé la cintura con ambos brazos, busqué consumir su calor y sentir la suavidad de su piel.
Necesitaba hundirme en su cariño instantáneo y desaparecer.
Se le escapó un suspiro de sorpresa cuando besé su cuello, y comencé a jugar con las cadenas de sus collares, poniéndolas en mi boca, rozándolo con la punta de mi lengua, mientras mis manos bajaban de forma tentativa por su espalda.
—Solo necesito distraerme —susurré, apretando sus caderas.
Enzo me miró un instante y noté como un pensamiento fugaz oscureció su semblante. Creí ver una criatura insegura harta de habitar las sombras, antes de que me sonriera cual depredador y apoyara los brazos sobre mis hombros, acercando los labios a mi oreja.
—Estás con la persona correcta, mi amor —dijo.
Dejé que me besara hasta olvidarme de mi existencia.
Apagó la luz del cuarto, me guio hasta su cama y tras darme un brusco empujón para que me sentara se inclinó reclamando mi boca por segunda vez. Le corrí el cabello blanco del rostro para admirarlo desde abajo tratando de respirar, medio embobado.
Enzo no era como Ezequiel, pero tampoco era blando. Se deslizaba con más agilidad que su hermano, el arte en sus tatuajes era simétrico y de líneas sucias al mismo tiempo, los presumía con elegancia como una serpiente a sus escamas brillantes, a medida que sus ojos verdes se llenaban de un brillo hipnótico, y sus labios se ponían cada vez más rojos. La visión de su cuerpo me llenaba de una satisfacción inexplicable.
Sentía que uno de mis bocetos había cobrado vida, era la perfección para los mortales de mi clase.
«No es él, no es él, no es él, no es él, no es él, no es él, no es él, no es él, no es él».
El cuervo invadió mi cabeza.
Una mano salió de la penumbra y me tomó del cuello, ordenándome que abriera la boca para recibir esa lengua más larga de lo normal, la pieza de metal que la atravesaba estaba helada. Me aferré al cabello largo de su nuca, suspirando de placer y le devolví el beso con más intensidad. Él gruñó cuando le mordí el labio inferior, me apretó la mandíbula y tiró mi cabeza hacia atrás. Ni siquiera entonces pude ver su rostro, solo saboreé su sangre amarga.
Estaba demasiado oscuro, sus ojos de reptil flotaban en la negrura.
—Sacate esa ropa —ordenó—. Quiero verte.
—Sacamela —respondí sin pensarlo, también quería dejarme llevar.
—No me gusta que me den órdenes. —Rio juguetón y me apretó con más fuerza.
—Pero te gusta darlas —gruñí, buscando unir nuestros labios una vez más.
Su mano me detuvo a medio camino, y se quedó mirándome desde arriba con una mezcla de diversión y triunfo, como si ese hubiera sido su plan desde el principio. Su imagen me confundía demasiado, no podía luchar contra el magnetismo innato que me producía querer obedecer cada orden que salía de su boca.
Acabé recostado entre las sábanas, mientras él me acorralaba contra la cama. Sentí esa punzada de placer cuando dirigió su mano a mi pantalón por primera vez. Se deslizó hacia abajo y las uñas largas de la otra se arrastraron por mi abdomen antes de clavarse en mi muslo.
—Dios. —Me quejé.
Su sonrisa se amplió.
—No, peor. —Se arrodilló entre mis piernas—. Nunca te dije que iba a ser gentil.
Sus palabras me provocaron un escalofrío, partiendo la realidad en dos.
La sombra se volvió más gruesa, el cabello se le oscureció, mientras aquellos rasgos se convertían en una máscara inalterable y hostil que componía el semblante de Ezequiel. Sabía que mi mente atrofiada seguía jugando conmigo, pero no me importó.
Él sonreía para mí con crueldad en los labios enrojecidos por la intensidad con la que nos habíamos besado. Vestía el suéter sobre la camisa manchada de sangre como en el UPD. Y sus manos me tocaban, provocando el calor en la parte baja de mi estómago. Enterraba los dedos en su cabello, esforzándome por contener los gemidos que bien podrían nombrar al gemelo incorrecto.
El sonido de mi celular me distrajo, gruñí y traté de ignorarlo, pero comenzó a sonar con más insistencia. Lo agarré de la mesita de luz mientras rogaba que él no se diera cuenta y siguiera en lo suyo.
Reconocí al remitente al instante porque su foto de perfil era un carpincho con lentes de sol tomando mate.
Cazzani:
eu
dani, soy juli
rey
kpo
t necesito
sacate la pija d tu novio de la boca y respondele a tu mejor amigo t lo pido x favor
vas a ir al recital d Dante hoy a la noche¿
«Mierda. Lo había olvidado».
Traté de concentrarme de nuevo en lo que estaba sucediendo delante de mí, pero el móvil volvió a vibrar.
Cazzani:
le voy a preguntar a la linda d tu hermana si va a ir
Tecleé rápidamente y bloqueé el celular tratando de silenciarlo antes de que volviera a vibrar, pero me encontré con que Enzo no solo había dejado su trabajo, sino que me miraba con una expresión no muy amigable que me recordó a Ezequiel.
No en el buen sentido de la palabra esta vez.
—¿Está tan interesante tu conversación? —La frialdad en su voz me puso nervioso.
—Es que me llegó la notificación de que subieron un nuevo video de Barbie a YouTube. —Me arrepentí de contestar y dejé el celular a un lado.
Me incorporé un poco y le acaricié la mejilla, más fría de lo que hubiera esperado de una persona viva.
El aire se había vuelto más denso a nuestro alrededor.
—¿Con quién hablabas?
Me reí, sin querer.
—¿Qué te hace pensar que hablaba con alguien?
Era imposible volver atrás. El silencio de Enzo era calculador, lo noté por el filo peligroso de sus ojos entrecerrados.
Mi pantalla se iluminó de nuevo en la penumbra generada por el televisor de su cuarto, y yo fui lento, él alcanzó mi celular primero. Cerré los ojos por un microsegundo, lo que tardó en desbloquear el aparato.
Me conocía bien.
—"¿Venís hoy al trabajo? Tenemos que hablar" —Leyó en voz alta y monocorde—. Últimamente son bastante cercanos con Julián, ¿no?
No me había dado cuenta de que estaba conteniendo el aliento hasta que respondí, fingiendo desinterés y un poco de fastidio.
—Porque él me dio trabajo, dah.
Florencio no pareció convencido por la obviedad, se acercó, mientras el celular iluminaba su rostro desde abajo.
—¿Eso es lo único que te dio? —Su pregunta me hizo arrugar la nariz—. Te abrazaba mucho en el recreo el otro día.
—Ay, por favor, Enzo. —Envolví su nuca y lo acerqué a mi rostro—. Lo estoy usando para mis propósitos egoístas justo como vos me enseñaste.
Eso lo hizo sonreír. Me besó como un animal hambriento antes de romper el contacto de forma repentina.
—¿Cuál es el propósito del que hablamos?
Suspiré. No iba a zafar tan fácil.
El signo de pregunta dibujado en su cara me dijo que no era consciente de todas las cosas que estaban sucediendo en mi vida, ya que solo nos habíamos limitado a que yo lo consolara cuando sus pensamientos autodestructivos volvían.
Tampoco era como si a mí me pasaran cosas muy importantes, dejando de lado todo el tema con las pesadillas cada vez más reales, las noches de insomnio y los fantasmas.
Le expliqué de forma muy resumida la situación con la insoportable de Miranda por culpa de las adicciones de Alanis. Mi visita a la tienda de mascotas, las drogas, el ataque a mi hermana, pero omití las visitas a Meluen y lo referente a ser un médium mientras su expresión se mantenía imperturbable, casi ausente, como si no le importara.
Si no se metía en mis asuntos podía vivir con eso.
—Me hubieras dicho que necesitabas plata —dijo después de una larga pausa. Se levantó mientras yo me acomodaba el pantalón y rebuscó en la mesa de noche llena de vasos usados y varias latas vacías que se cayeron al suelo antes de ofrecerme un rollo bastante gordo de billetes—. Así no tenés que aguantarlo más.
Sus movimientos se habían vuelto excesivamente controlados.
En el tiempo que llevaba conociendo a esa rata albina jamás lo había visto soltar una cantidad así por algo que no fuera una amenaza de su jefe o una razón que lo beneficiara directamente. Me dio un escalofrío.
Negué por inercia.
—Ah, entonces si te gusta estar con él. —Frunció el ceño, guardó la plata en la cintura baja de su pantalón, dentro de sus calzones y se cruzó de brazos—. ¿Que hay entre ustedes dos?
—Te dije que nada, Enzo. Te estás poniendo paranoico.
—¿Te vas a ver con él cuando salgas de acá?
—Tengo que trabajar, no me lo voy a coger.
—Pero se nota que querés ir, te conozco —soltó enojado—. Y vos no te das cuenta, pero desde lo de Bruno él es el que te está usando para reemplazarlo.
Silencio.
No podía estar hablando en serio.
—Te fuiste a la mierda —murmuré, su expresión se desarmó en un instante, pero yo me levanté y caminé hacia la puerta del cuarto.
Enzo chocó con mi espalda, abrazándome desde atrás. Escuché un ligero "perdón" salir de sus labios.
—Te estoy cuidando, mi amor. Es que a veces sos muy fácil de manipular. —No sonaba arrepentido, su voz no tenía emoción y me envenenaba la conciencia. Su fuerza y el peso de mis pensamientos no me dejaban respirar—. No te conviene meterte con él. ¿Sabías lo que todos dicen de Julián Cazzani?
Me guio a la cama y se sentó en mi regazo.
—No creo que sea algo peor que lo que andan diciendo de vos —dije con los dientes apretados.
Él me dio un beso en la boca.
—Exacto, mi amor.
|✝|✝|✝|
Me di el lujo de ignorar los mensajes de Florencio mientras pasaba el trapo por el pasillo de las galletitas con los auriculares en el máximo volumen. Julián cobraba en la caja y se quedaba hablando con las señoras que lo saludaban alegres.
—Estas conchudas son las mismas que hablaron mal de mí con la Madre superiora cuando me dió paja seguir yendo a catequesis. —Me había dicho un día mientras las despedía con la mano y la misma sonrisa de siempre—. Viejas chusmas, un asco dan.
Apenas se fue el último cliente saltó sobre el mostrador como si tuviera un resorte en el culo y se puso a cargar una cantidad peligrosa de alcohol dentro de la camioneta de su padre.
Una vez que terminé mi tarea me quité los auriculares y comprobé que el suelo reflejara mi demacrado gesto de aburrimiento para luego llevar el secador al fondo del local, junto a la puerta que daba al subsuelo. Traté de hacer el menor ruido posible para que él no se diera cuenta de que me quería ir a la mierda.
Ni bien cerré la puerta el cabello eternamente despeinado de Cazzani inundó mi campo de visión, solté una puteada, tenía los ojos brillantes como un perro roñoso al que abandonaron bajo la lluvia porque se contagió de rabia.
—Hoy cerramos tempranito, máquina. —Apoyó una mano en mi hombro y lo apretó—. ¿Qué te vas a poner para el recital de hoy?
—Nah, no voy a ir.
—¿Qué? ¿Como? ¿Por qué o qué? —Su gesto se volvió cada vez más dramático con cada pregunta, hasta que me empezó a sacudir como el caprichoso insoportable que era—. No me digas ¿Tu novio no te deja? Decile que te afloje la correa, que no joda.
Lo miré durante un largo minuto de silencio, hasta que empezó a sacudirme otra vez.
—¡Pero respondeme, pajero! Todavía no desbloquee la habilidad de usar la telequinesis.
—Esa es la que mueve objetos con la mente. En realidad, quiso decir... —corrigió Ezequiel.
—Telepatía —completé sin pensar.
—Ah, ¿te hacés el gracioso? —Julián dio un paso hacia mí y me rodeó el cuello con el brazo de forma juguetona—. Ahora vamos a ir.
—Que no te dije, tarado —sentencié poniendo los ojos en blanco. Me lo quité de encima—. Nos podemos quedar jugando a la play.
Ezequiel alzó una ceja.
—Me tentás, no sabés cuánto, pero no. —Sin previo aviso, Cazzani me agarró la mano y me llevó hasta la puerta del local, señaló la preciosa camioneta de su padre con un dedo—. Tuve que pedirla prestada para llevar a las chicas porque la caprichosa de mierda de Milagros se puso a romper las pelotas para que la dejaran salir. Habló con su mamá, y su mamá habló con mi viejo pidiéndole que lleve y cuide al grupo de pendejas superdesquiciadas. No puedo no ir, ¡soy su remis!
—La verdad si parece un buen medio de transporte, eso sí obviamos sus claras adicciones —terció el fantasma examinándolo de arriba a abajo.
Se me calentaron las orejas e hice un ademán molesto para que dejara de verlo así.
—Y hablá, imponente, no podés dejar que tu viejo maneje tu vida como a él se le canta, Julián. —No entendía porque de repente estaba tan molesto.
—A vos te maneja tu novio, ¿qué te haces? —siguió, empezó a jugar con sus manos, nervioso mientras las palabras se le escapaban—. Leí en internet que no me conviene ser la única fuente de energía masculina entre ese séquito de brujas obsesionadas con los signos, me van a obligar a que les muestre mi carta astral, ¡y me van a convertir en carne de cañón cuando se enteren que soy de Géminis con ascendente en Cáncer!
Fruncí tanto las cejas que se me formó una arruga en medio de la frente.
—¿Por esa pelotudez pensás que te voy a acompañar? Decí la verdad.
—La última vez que visité el bar, fue en Halloween con Bruno y...—La tristeza en su voz me hundió en la culpa hasta la garganta—. No te quiero dejar solo tampoco.
«No puede darse el lujo de perder a alguien más».
«Te está usando como su reemplazo».
«Es fácil manipularte».
El recelo me provocó un hormigueo en la nuca, apreté los dientes y asentí recordando lo que me dijo Enzo. Julián interpretó aquello como una señal positiva, revoleó las pestañas rojizas emocionado y se lanzó sobre mí con una sonrisa enorme.
—Tranquilo, rey, vamos a pasarla re bien, yo te cuido.
No estaba para nada de acuerdo, y para cuando la idea se asentó en mi estómago como un peso muerto ya era demasiado tarde, porque me encontraba en el asiento del copiloto aguantando a ese pendejo hacer un playback bastante humillante de Sweet Dreams.
Apenas reconocí un tema de Babasónicos descubrí que sus gustos musicales eran demasiado amplios como para sentirme cómodo con eso.
—Tengo problemas y los resuelvo mal.
Se calló al fin cuando llegamos a buscar a las chicas. Se habían juntado a prepararse en lo de Milagros en una especie de ritual misterioso e incomprensible. Su actitud cambió apenas subieron en la parte de atrás, enderezó la postura y se quitó el cabello del rostro en un intento de parecer más serio, considerando las dos pequeñas trenzas de su peinado hippie.
El aire se volvió más denso, como si estuviera cargado de electricidad. Miranda se adueñó del estéreo sin preguntarle a nadie y comenzó a sonar un ruido intenso que retumbaba debajo de nuestros pies como un corazón desbocado. Ella lo llamaba techno.
Hablaban entre ellos, hacían bromas y reían cómo adolescentes normales, mientras yo perdía el hilo de la conversación concentrándome en los latidos de mi corazón mezclados con la música. El cigarrillo de menta se consumía entre los dedos de mi mano derecha y toqueteaba las cadenas frías de mi cuello.
Había algo que se me hacía artificial, falso, sentía que debajo de la película de piel que tenían estas personas se ocultaba una suciedad profunda, que me dejaba oler la podredumbre a modo de advertencia.
Me sobresalté cuando Alanis me tocó el hombro. Se inclinó hacia adelante para acomodarse el vestido de cuero rojo que le ajustaba los muslos muy por encima de la rodilla.
—Te cambio el lugar —dijo, su aliento olía a alcohol.
El ruido de la música ahogó mi respuesta cuando sin previo aviso se levantó y pasó ambas piernas hacia adelante para sentarse en mi regazo.
—No fue una pregunta. —Me palmeó la mejilla tranquila como si todos no le hubiéramos visto la tanga y me quitó el cigarro para darle una pitada—. Buah, pensé que era otra cosa.
Las venas marcadas tejían una red debajo de su gran palidez, en conjunto con los arañazos frescos en las piernas y brazos.
—¿Qué le pasa a esta? —pregunté, no parecía ella.
—Al menos podés fingir un poco, ¿no? —Milagros se empezó a reír de mi expresión de consternación—. Ya sabemos que sos gay, Dani.
—Soy bisexual, pero ese no es el punto.
La rubia se empezó a reír como si hubiera contado un chiste, y Julián me felicitó, otra vez.
Noté en el espejo retrovisor la mirada asesina de Miranda cuando la actual capitana del equipo de vóley enterró la nariz en mi cuello, olfateando. Apenas se alejó vi sus pupilas, tan expandidas y brillantes como una bola de boliche.
—Jesucristo.
—Está marcado —murmuró para sí misma, tan bajo que apenas pude oírla.
—Dejate de joder, nena —gruñó Miranda—. Parecés un animal.
—¿Qué carajo le diste? —Me tensé de pies a cabeza, le quité el cigarrillo y busqué a ese querubín diabólico en el espejo—. Está re pasada y recién son las once.
Salomé que estaba siendo peinada por Milagros, tenía labial rojo en las mejillas y en la nariz a modo de rubor, pero eso no le impidió gruñir como si quisiera estrangularme con sus propias manos.
—Fue el imbécil de tu novio el que le vendió Exégesis.
La puteada de Ezequiel hizo eco en mis pensamientos.
—Me siento mejor que nunca. —Alanis sonrió mientras me apretaba las mejillas e hizo tronar sus dientes juntos un par de veces, sus encías estaban rojas—. Agradecele a tu novio de mi parte.
—Ey, ey ey, Cálmense, bestias. —Milagros encendió un cigarrillo enorme, muy diferente al que yo estaba fumando, en una sola calada llenó la cabina de un humo blanquecino y espeso que me hizo picar la garganta.
—Pasame un poco, Mili —pidió Julián, bajando el volumen de la música para hacerse oír. Y antes de que pudiera acotar algo para evitarlo, ella se inclinó y lo puso frente a sus labios—. Gracias, mi reina.
—Se supone que él es el conductor designado. —Me quejé con una maraña de presentimientos catastróficos tejiéndose sin freno en mi cerebro.
—Relajá las nalgas, Rodríguez, esto no es nada—rio la rubia, y me lo acercó a mi—. Solo esperá a que lleguemos, ¿querés?
Negué, una vez ya había cometido el error de estar en un pésimo estado de conciencia y las consecuencias de eso habían sido desastrosas. Milagros hizo una mueca de sorpresa, pero fue Miranda la que habló.
—Ja, quiere hacer buena letra cuando sabemos que es peor de todos nosotros juntos.
Les enseñé el dedo del medio al mismo tiempo que sacaba la lengua.
«Sin Cielo acá, las dejaría tiradas si pudiera».
Miré a Julián que se ahogó con el humo, algo parecido a una risa y una tos. Deseé darle una patada en la cabeza por aceptarle el porro a Milagros y obligarme a ser la única cabeza responsable de ese enorme grupo de imbéciles.
Esto no iba a salir bien.
—Ya llegamos.
Escuché la suave risa de Ezequiel dentro de mi cabeza.
«Así es como se siente cargar con la irresponsabilidad ajena».
Bufé, muy consciente de que su presencia me daba la seguridad que necesitaba para pisar otra vez ese infierno por voluntad propia.
—¡Ey! ¿Qué mierda hacen? ¡Sacá la mano de ahí, carajo! —Dante se puso a chillar desde lejos para que su hermana bajara de mi regazo.
Nos recibió a mitad de camino y nos acompañó hasta la puerta por el sendero irregular alumbrado con antorchas clavadas en el suelo. Apagó el cigarro en la suela de su bota con plataforma y alzó los brazos hacia su hermana, que imitó la acción, pero abrazando a la otra muchacha de cabello azul y aros de pentagramas junto a él, cuyo nombre no recordaba.
—¡Lía, preciosa! ¡Qué alegría verte! —Milagros dio un paso adelante junto a Miranda que se aferraba al brazo de Alanis como una niña enfurecida y las tres dieron la espalda al muchacho, mientras la otra miembro de la banda les ponía unas pulseras negras con letras rojas en las muñecas.
Dante volteó los ojos.
—También me alegra verlas, chicas.
—Hola, hola, también estamos acá, eh. —Julián le llamó la atención y Dante le dio un sonoro beso en la mejilla.
El sonrojo furioso de su cara se combinó con las puntas del cabello teñido del chico en cuestión.
Nos comentó para qué servían las pulseras mientras entrábamos y después mencionó algo sobre que debido a la desconfianza del dueño del lugar eran un requisito para deambular en el interior.
—Ellos se comen vivos a los extranjeros. —Alargó la mano para desordenarme el cabello tan rápido que no tuve tiempo de apartarme. Sus dedos se clavaron en mi nuca y acercó la boca a mi oído—. Supe lo de Lorena, debes estar tan asustado, lo lamento —susurró para que solo yo pudiera escucharlo—. Hoy nosotros te cuidamos, así que portate bien, eh.
Me giré por completo, y lo aparté del grupo.
—¿Vos sabés quién lo hizo? —Antes de darme cuenta lo había empujado contra una de las columnas de la pista de baile. Traté de controlar mi respiración—. Decime su nombre.
—Los cuervos nunca olvidan. —Las luces teñían su rostro de rojo, igual que sus encías, resaltaban los iris blancos de los lentes de contacto que usaba. La sonrisa llena de gracia me enseñó su dentadura afilada—. Y Dani, lamento arruinarte la infancia, pero Lorena ya tiene un historial bastante largo.
—Pero ella los odia...—Me vino a la mente el recuerdo de una Lorena adolescente que se vio obligada a dejar su infancia de lado para madurar a temprana edad y buscar un trabajo que pudiera ayudar a mis padres.
—El rey cuervo la tiene fichada hace años. —La voz de Dante se coló en mis pensamientos—. Le debe algo. A todos.
—¿De qué mierda me estás hablando?
Me estiró un cachete con una mano como si tuviera cinco años.
—Ay, el mundo todavía te queda grande, chiquito —zanjó, y aquella sonrisa rompió su rostro otra vez—. Ups, ya dije demasiado, me van a ahogar en la ciénaga si se enteran de que abrí la boca. ¡Mirá, el espectáculo está por empezar!
Se alejó dando grandes zancadas con sus botas de plataforma y de un salto felino se subió al escenario. Me acerqué a Julián con el cerebro lleno de preguntas como un hormiguero al que le tiraron agua, pero el flaco ni bola, estiraba el cuello tratando de hablar con otro de los integrantes de la banda.
El rubio susurró una promesa en su oído que lo hizo sonreír y le encajó un beso en la mejilla. Las náuseas empezaron apenas reconocí el tatuaje de serpiente en su brazo. El cuervo que manejaba la tienda de mascotas. Emile.
La luz trémula se apagó aún más, empezó a parpadear como una luciérnaga enferma.
Estábamos parados demasiado cerca del escenario, la gente nos iba a aplastar. El sonido de la música ascendió con un ritmo espeluznante. La melodía retumbaba en el suelo, hacía vibrar la cristalería detrás de la barra, expandía las grietas en las paredes. Sentía que nos balanceábamos en medio de un pozo oscuro a punto de caer en la oscuridad de un vacío inmenso.
En la pista había dibujados círculos de tiza blanca acompañados de palabras escritas con letra irregular.
Lujuria.
Gula.
Avaricia.
Continuaba en un espiral hasta el medio donde un trazo grueso y salpicado marcaba el séptimo círculo:
Violencia.
Trozos de cristal puntiagudo colgaban del techo, reflejaban ojos, dientes, manos y pies sin cabeza. Varias mesas redondas con velas negras se distribuían alrededor de la pista, y dejaban el centro libre.
El telón se elevó por completo y reveló a los tres integrantes de la banda, posaban como figuras demoníacas con sus extremidades deformadas por el humo. Me perturbó que todos vistieran de blanco, como si estuviéramos encerrados en un manicomio.
Durante un instante el silencio fue sepulcral, tan pesado que pude escuchar el sonido hueco de mi propio corazón golpear mi esternón.
¿Lorena había formado parte de esto? No podría haber mantenido el secreto tanto tiempo.
«No lo hizo».
—¡Reciban con un aplauso al Infierno de Dante!
Un coro de golpes, gritos, chiflidos y aplausos que se acoplaron rápido a la melodía suave del teclado. Era una pieza clásica que había oído alguna vez en la iglesia. Los músicos comenzaron a moverse y no me quedó otra opción más que escuchar sus letras hundido en un trance.
Los muertos llegan pisando el pasto
para robar las lápidas en la cima;
el cementerio dibuja su violencia,
que nunca más dormirá
nunca más, ¡nunca más!
Los muertos que llegan hoy
a romper la piedra de sus cadenas,
no van a marcharse,
vendrán a quedarse
y robarán tu lugar.
—Parece que cambió el nombre otra vez.
Alguien puso una mano en mi hombro y ví a Julián sonreírme medio borracho, mientras expulsaba por la nariz el humo rojo del gran cigarro entre sus dedos.
—Suenan bien, ¿no te parece? —Arrastraba las palabras—. Me gusta el estilo del pibe que tiene el bajo. —Señaló a Emile, se mordía el labio mientras tocaba, le guiñó un ojo a Julián.
—Decile a Dante que te haga gancho con él y cometelo —contesté cortante, inquieto, y con la sensación de que me estaban observando. Quería irme a algún lugar tranquilo donde poder hablar con Ezequiel sobre todo esto.
—¿Sabés dónde están las chicas? Creo que se perdieron.
Suspiré, levantándome lleno de ira contenida.
—Crii qui si pirdiriin. Obvio que sí, pelotudo. —Lo empujé y me desaparecí entre la gente, molesto por lo irresponsables que eran todos. No sabía que era peor, si el que se hubieran drogado sin mí o el hecho de tener la obligación de devolverlos sanos y salvos a sus casas.
Ahora entendía porque Ezequiel siempre estaba de mal humor cuando se juntaba con nosotros.
«Felicidades, ahora sos la mamá del grupo», susurró en mi oído, cagado de la risa.
Quería golpearlo, pero sentir su presencia me sirvió para tranquilizarme.
La banda iba por su tercera canción, y sus movimientos eran hipnóticos. Los cuerpos en la pista ya no parecían personas, en especial después de que Dante alzó el puño al aire y comenzó a caer una lluvia de pintura roja.
Comencé a marearme apenas olfateé el aroma a hierro oxidado mientras todos gritaban como una maraña de animales inconscientes de la excitación. La gran mayoría saltaba y se empujaba en el centro de la pista, traté de rodearla, pero choqué con alguien y un paso en la dirección equivocada me envió al ojo de la tormenta. Recibí golpes en las costillas hasta que la luz iluminó a los protagonistas con sus trajes teñidos por completo de rojo.
La marea se calmó un poco cuando anunciaron que iban a tomarse unos diez minutos para descansar. Empezaron a gritar otra vez cuando Dante se subió a los hombros de alguien del público y este le robó un beso.
Tenía que aprovechar la oportunidad para cruzar el salón. Sin embargo, me quedé trabado en medio de la acción al ver de reojo el reflejo de cabello blanco y esa picazón insoportable en mi nuca comenzó otra vez.
Enzo.
Me abrí paso a tropezones en su dirección, parpadeé para tratar de ver entre el humo, pero no encontré ninguna cara conocida, ni siquiera a Julián. Entonces lo vi caminar cual sonámbulo hacia el pasillo de los baños, con pasos lentos, la espalda encorvada y las manos curvadas como garras.
Su cabello parecía hecho de plata, chorreaba agua.
—¿Enzo? —Lo llamé, pero la música ahogó mi voz.
Desapareció por completo. La picazón en mi nuca no.
Dani. La voz de advertencia de Ezequiel rompió mi trance.
«Esa no es la puerta del baño».
Observé a través de la rendija entreabierta, era el depósito. Se escuchaban voces.
—Hay que pedirle ayuda a su hermano. —La voz de Milagros estaba cargada de desesperación, iba acompañada de las puteadas de Miranda—. No podemos dejar que siga así.
—Madre nos van a licuar las tripas si alguien más se entera, tarada. ¿Qué mierda te pasa?
—Me chupa un huevo Dios, la Virgen y la Madre Superiora, ¡hay que hacer algo!
Empecé a retroceder sin darme cuenta apenas escuché el ruido de algo de madera romperse. Los gruñidos animales empeoraron hasta que algo abrió la puerta de par en par y mi espalda chocó con la pared.
—Mierda.
La luz amarillenta recortó una silueta que simulaba ser humana, encorvada como un animal cubría toda mi altura. La sangre goteaba de los enormes cortes en sus muñecas, tenía una marca violeta en el cuello, y restos de soga entre sus dientes.
Alanis alzó la mirada hacia mí, sin reconocerme, sus ojos dulces naturalmente almendrados ahora eran amarillos y estaban inyectados en sangre. No creí que tuviera capacidad para hablar, pensé que iba a atacarme, pero movió los labios morados y un gemido desconsolado se escapó de su garganta antes de escapar zigzagueando entre los cuerpos en la pista de baile.
—¡Carajo, Alanis! —Miranda salió tras ella hecha una furia.
Milagros chasqueó la lengua al verme, se le había corrido el maquillaje por el llanto y no pareció notar el enorme rasguño sangrante sobre su pecho izquierdo. Le dio un largo trago a la botella de vodka que tenía en la mano.
—Siempre mirando vos, es lo único que sabes hacer, ¿no? —dijo encajando la botella en mi pecho—. Sostené esto, serví para algo.
Me arrastré al baño para lavarme la cara, tratando de procesar lo que acababa de ver. El agua tibia me golpeó el rostro, y el aroma a amoniaco mezclado con humo de cigarro me inundó la nariz. Miré mis manos, no estaba soñando, no era una pesadilla. Escuchaba el golpeteo de mi corazón y los gemidos de la pareja copulando sobre el lavamanos a medio metro de mí.
Necesitaba calmarme, respirar.
Tenía que encontrar a Julián.
Aún sentía que alguien me observaba. Alcé la vista hacia el espejo lleno de grafitis, papeles pegados y marcas de labial. Detallé en unos ojos grises que me miraban y luego reconocí el rostro de Julián. Emile lo sostenía por el cuello contra el cristal, satisfaciéndose a sí mismo mientras mi amigo rozaba la inconsciencia.
Un pitido agudo comenzó a sonar en mis orejas, un grito de ayuda que se repetía en el fondo de mi cerebro junto a las imágenes que se superponían unas sobre otras. El ardor se extendió a todo mi cuerpo hasta que fue imposible de ignorar.
Me aferré a la botella que tenía en la mano y se la estrellé a Emile en la cabeza.
Era fácil atacar si tenía la ventaja, él me daba la espalda.
Sentía la mirada de Ezequiel como un hormigueo sobre la piel.
El rubio quiso aferrarse a Julián tratando de comprender de dónde venía el ataque, pero clavé los dedos en su nuca y volví a golpearlo en la sien.
Lo tomé de la camiseta, aplasté su rostro contra los azulejos del lavamanos y su cuerpo se desparramó sobre el suelo. Trató de incorporarse, pero solo llegó a alzar la mirada porque volví a darle con la botella con más fuerza. El ruido del cristal roto llenó el ambiente por encima de los latidos desbocados de mi corazón, o quizás fue su cráneo, no podía saberlo. La botella se convirtió en un vidrio puntiagudo e irregular. Saboree algo amargo en mi boca, estaba por todos lados, en el suelo, en la pared, en mis manos.
Había mucha sangre en mis manos.
Emile tenía la mejilla izquierda apoyada en el piso, las extremidades dobladas en un ángulo extraño y la cabeza abierta como un cofre del tesoro.
«La policía va a venir a buscarme por asesinato», fue lo primero que pensé a punto de entrar en pánico.
—Lo mataste. —Cazzani se irguió con dificultad para después vomitar a un costado de su cabeza. Yo lo imité un instante después.
«Maté a una persona».
«Tengo que deshacerme del cuerpo».
—Danilo, escuchame. —Ezequiel trató de tranquilizarme sin éxito—. La policía no va a venir.
Comencé a caminar alrededor del cuerpo.
—¡¿Y vos qué mierda sabés?! —Quería pensar que Julián estaba demasiado alcoholizado como para reconocer que le acababa de gritar a un fantasma que solo yo podía ver—. ¡¿Qué sabés vos si no se me va a aparecer su espíritu también?!
Ezequiel ya se apretaba el puente de la nariz.
—Ya pasamos por esto. —Sentí sus manos frías golpear mis mejillas—. Tenemos que irnos ahora.
Quería discutirle, pero no podía darme el lujo de que Julián se echara una siesta sobre su propio vómito o que alguien más nos encontrara, así que me obligué a cerrar la boca y me dediqué a buscar la salida.
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Buenos días/tardes/noches a la bella persona que esté leyendo esto en el orden del día que corresponda, estoy muy feliz de volver a publicar capítulo después de tanto tiempo. La cuestión es esta: yo jamás me fui, siempre estuve ahí, solamente me sucedieron varias cosas al mismo tiempo (la vida) que me impidieron mantener la constancia que tenía antiguamente en la escritura. De todas formas, les aseguro que voy a volver a retomarla, así que esperen más noticias de mi.
La dedicación es un poco más que especial, para mi esposa, mi sol, mi preciosa beta, la persona que me mantuvo con los pies en la tierra todo el tiempo que estuve fuera.
¿Ustedes cómo están? ¿Tomaron agua? En Buenos Aires hace UN CALOR. En fin.
Me gustaría saber qué opinan del papá de nuestro Dani, que tuvo una infancia difícil.
¿Emile vivirá para contarle a Jonathan que Dani le dio en la cabeza con una botella de vodka? ¿O va a cobrar venganza por sus propios medios? Lo averiguaremos.
¿Necesitamos abrazar a Julián? Si.
El secreto de las bestias no se va a mantener así por mucho tiempo más.
Gracias por votar y comentar. Cuídense y recuerden, Dani siempre puede descubrir que hay cosas peores que arruinar el delineado del delincuente de turno(?) Yo me voy a encargar de eso.
Nos leemos en el siguiente capítulo. Les extrañé.
—Caz❤
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