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3| Fumé en el colegio


Existía en Enzo una calma extraña, pegajosa, que se arrastraba desganada en los silencios y nos envolvía los pies para hacernos conscientes de su presencia. Con su voz deshacía la incomodidad, y con sus movimientos nos volvía simples criaturas que se veían obligadas a ignorar los detalles que en otro momento podrían resultar importantes.

Como era el caso del grave moretón que tenía en el ojo. El gemelo de Ezequiel se deslizó al grupo de Bruno con marcada naturalidad, sin que nadie se diera cuenta, como la mancha roja que de a poco desaparecía de su esclerótica.

Más allá de su particular forma de existir, descubrieron que era el tipo de chico que hacía chistes sobre cosas que a nadie normal le daría risa, y su estrafalaria forma de vestir era la guerra que le había declarado al código de vestimenta de la escuela. Pasaba la mitad del tiempo en la preceptoría, pero hasta a las porteras les caía bien el tarado ese.

Un día apenas sonó el timbre del recreo aproveché para salir al patio, toda la atención que recibía el par de gemelos me había arruinado la hora de la siesta, otra vez, y necesitaba tomar aire, pero no contaba con mi mala suerte. El conglomerado de nubes sobre el sol auguraba una pesada tormenta.

Y nadie en la escuela parecía querer notarlo, pues nadie le prestaba atención a nada que no fuera la presencia de Ezequiel, la nueva promesa de éxito de la institución.

Me colocaba a una distancia prudente, como siempre, no tenía otro lugar donde ir. El grupito de siempre se sentaba en los pesados escalones alrededor del mástil. En el centro se apoyaba Ezequiel, con una pose relajada, aunque retraída igual a la imagen del muchacho de mis recuerdos, la tensión de su mandíbula me decía que todavía le incomodaba que invadieran su espacio personal.

—No puedo creer que hiciste amigos allá —comentó Milagros, jugueteaba entretenida con el crucifijo en su cuello—. Digo, por como eras acá, no tenías tantos.

—No seas así. —La condenó Cielo, y luego agregó sin un gramo de tacto—. Te juntabas con Dani ¿no?

Observé mis manos en silencio, el peso aplastante de su mirada no podía ser real.

—¿Y quién lo conoce a ese? —interrumpió Miranda, se colgó del hombro de Milagros, ambas rubias se la pasaban tan juntas que parecían familia, aunque las malas lenguas decían que ambas se encerraban en los baños de mujeres cuando las llaves se perdían por casualidad.

—Bueno, a lo importante —la cortó Bruno—. ¿Es verdad que viven solos en un departamento? Terrible juntada podríamos hacer ahí.

—Pará un poco, confianzudo, no lo acosés. —Alanis intentó hacer girar la pelota de vóley en su dedo y falló, él se la quitó—. Cualquiera pensaría que te gusta el nuevo, Bruni —agregó, con una risa, para hacerlo fallar también.

—No empecés con tus homosexualidades —gruñó Julián, en defensa de su amigo.

—Rajá de acá, Julián —comentó Miranda, apoyando a la chica de corte recto con la mitad de la cabeza rapada. Se acercó de forma tentativa al más alto, para arrebatarle la pelota, pero en su lugar le picó el cachete a Julián con su uña de metal—. ¿Querés que te la ponga? Si la respuesta es no, callate la boca y dejá que tu amiguito se defienda solo.

Bruno levantó la pelota burlándose del metro cincuenta de la rubia, y ella le respondió con una patada en la espinilla que logró quitársela. El herido le soltó un insulto dirigido a su mamá y recibió una advertencia de la preceptora. Miranda les sacó la lengua a ambos chicos al dejarle la pelota a Alanis.

—Entonces ¿dónde la hacemos? —preguntó Milagros, con voz aburrida.

—¿Qué cosa? —Cielo intentaba integrarse, pero se perdía en la luna cuando estaba al lado de su enamorado.

—La paja no.

Julián recibió un golpe en la nuca.

—Tarado. ¡La juntada! —Rodeaba a mi amiga con un brazo, y la estrechaba contra su costado—. ¿Quién pone la casa?

«Asco»

—Alanis es cheta y sus papás nunca están, ella se ofrece como sacrificio. —Tras decirlo Miranda tuvo que esquivar un pelotazo de la más alta.

—Ni en pedo.

Bruno hizo un puchero ridículo.

—¡Dalee! ¿Por qué no compartís tu fortuna con nosotros los pobres?

—La última vez me rompieron el inodoro, manga de pajeros —gruñó ella, empezaba a levantarse, sus pantalones deportivos marcaron la pauta visible en sus piernas ejercitadas cuando estuvo a punto de encajarle una patada.

Competía con el capitán por el puesto a los más buscados de la escuela, aunque la mitad pensaba que ella era hombre y la otra mitad sabía que vendía exámenes resueltos. A mí personalmente, me daba miedo.

—Ah, pero lo arreglaste ¿no? —agregó Milagros, como quién no quiere la cosa. Alanis le dirigió una mirada de advertencia, era la más cercana a Ezequiel.

—Sí, pero...

—El que tiene, puede —comentó Julián.

—¡Listo! Inauguramos oficialmente la Ali fest. —Bruno aplaudió, y lanzó la pelota al aire con las dos manos, en nuestro equipo se decía que no tenías que mirar al cielo a menos que quisiera atraer la desgracia, ya que siempre teníamos que fijar los ojos en la pelota en los partidos. Gracias a mi aburrimiento, cometí el error de hacerlo, solo para recibir el golpe en toda la frente.

Todos me notaron al reírse de mí.

Me cansé después de aquello, el desagrado no hacía más que crecer. Al atravesar el patio casi me choco con el suéter lleno de lavandina que tenía el clon pelirrojo de Ezequiel, llevaba en los brazos una cantidad absurda de paquetes de papas fritas, y solo me soltó un "Cuidado con la mercancía" antes de guiñarme un ojo, no tuve que oler su ropa dos veces para saber que él era quien se drogaba en el baño. Sobornaba a todos para que lo cubrieran con la profesora.

Me encerré en un cubículo harto de mi propia existencia y me puse a leer las frases escritas en la puerta, hasta después de que sonó el timbre que nos indicaba a todos que debíamos volver al aula. Salí desganado, no tenía nada más para hacer y ya había completado el juego en mi celular por tercera vez.

Encontré a Ezequiel lavándose las manos, inmerso en una lentitud irritante, igual a su obsesión por refregarse los nudillos enrojecidos.

Comencé a enfilar hacia la salida casi corriendo, pero alzó la cabeza, y transcurrió un segundo eterno en el que recé para convertirme en un potus andante. Mi mala suerte no hacía más que cagarse de risa en mi cara.

—Hola. —Escuché su voz más calmada.

—Uh... hola. —No sonó como yo, en mi subconsciente empecé a pedir porque no se acordara de la última vez que me vio, o mejor dicho, de lo que había hecho la última vez que me vio.

Comenzó a hablar, pero el sonido se perdió por el golpe que le dieron a la puerta. Tras la patada, Enzo entró bailoteando con un encendedor entre los labios, sacaba un cigarro armado del espacio tras su oreja, y al vernos se quedó parado en la nada, entrecerró los párpados, el delineador rojo resaltaba el verde de sus pupilas enrojecidas, su brillo las hacía parecer luces de navidad.

—Chicuus, hace rato terminó el recreo ¿Qué hacen?

Ezequiel rumió bajo su fachada de perfección, rota por primera vez.

—¿Qué hacés vos acá? Tomatelás.

—¿Yo? Nací, por desgracia. —Enzo pasó un brazo sobre mi hombro, enseñando el piercing en su lengua haciéndose el canchero, su cuerpo era demasiado liviano y al mismo tiempo no me dejaba escapar—. ¿Y qué carajo te importa lo que hago igual? Metete en tus cosas, no vaya a ser que se te pegue lo desviado.

Ezequiel frunció el ceño a punto de decir algo, quizás una advertencia para justificar el odio hacia su gemelo, pero redirigió esa molestia hacia mí.

—Veo que vos tampoco cambiaste nada. —Eso me había dolido más de lo que esperaba.

Enzo puso los ojos en blanco al verlo irse.

—Vii qui vis timpici cimbisti nidi. Qué intenso que es ¿Quién se cree? ¿El presidente?

Se fijó que nadie estuviera en el pasillo, cerró la puerta del baño con llave y se sentó sobre el lavamanos como si nada. Ahuecó la mano para prender el cigarrillo entre sus labios, mientras soltaba el humo se volvió hacia mí, sus extraños ojos de reptil drogado volvían mi presencia demasiado insignificante.

—¿Y vos por qué tanta cara de culo, che? Ya hice que el otro se fuera, te salvé, de nada.

—¿Te importa? Abrime, quiero salir.

Enzo sonrió como si hubiera adivinado mi contestación, su reflejo encorvado cruzó las piernas, ese día llevaba unos pantalones llenos de cadenas y agujeros que iban a juego con el suéter violeta consumido por las polillas. Prolongó el silencio hasta que mi paciencia se esfumó. Me puso nervioso, al contrario de Ezequiel, yo no conocía al tipo desquiciado que se ponía a fumar en los baños del colegio como si nada.

—¿Y?

—Depende —dijo finalmente, sacó las llaves que ya sospechaba había robado de la preceptoría, y las sostuvo entre sus dedos llenos de tinta.

—¿De qué depende? —pregunté molesto, por culpa de este tarado con pinta de desequilibrado mental me iban a poner media falta, o peor.

—De si me vas a decir tu nombre o no —señaló, pestañeando de forma dramática, se burlaba.

«A tu vieja le voy a decir mi nombre, ridículo».

Me había mordido la lengua como una víbora dispuesta a tragarme todo el veneno, ya que se lo había dicho de todas formas, pero sucedió algo extraño. Su gesto de tranquilidad se había resquebrajado para darle lugar a la risa, como si me hubiera escuchado decir aquello en voz alta, y yo tuve la sensación de que acababa de conocer a la sombra opuesta de una bestia.

|✝|✝|✝|

La fiesta a la que terminé yendo por descarte fue un desastre, un desastre que no me molestaría en contar a menos que no hubiera pasado algo interesante. En ese caso lo más importante de la noche había sido que a las doce ya se habían tomado todo el vino y la cerveza, por lo que necesitaban a alguien dispuesto a cruzar todo el descampado hacia el chino para comprar más.

Yo como no respetaba mi vida en absoluto me ofrecí a hacerlo, no porque quisiera hacerles un favor a esa manga de pelotudos a cuerda, sino porque quería ver si salía alguien de alguna zanja dispuesto a llevarme de mi sufrimiento.

Había ido a acompañar a Cielo porque de otra forma su mamá no la iba a dejar ir a la casa de Alanis, la señora Báez hacía turnos rotativos en una veterinaria veinticuatro horas, dormía de día, razón de sobra por la que no solía prestarle a su hija la atención que deseaba. Su hermano que trabajaba de seguridad en un bar de mala muerte, sufría el mismo destino, y su padre había muerto de una rara enfermedad mientras trabajaba en el hospital de Lihuén, por lo que ella, claramente estaba diagnosticada con daddy issues.

Odiaba que mi funcionalidad como ser humano se limitara a ser el responsable de la relación, porque nadie sabía que apenas me dejaran solo iba a ponerme a correr delante de un camión. No tenía más ganas de ver como Bruno le metía la lengua a la chica que me gustaba.

Ezequiel me había sorprendido con su nula capacidad para soportar el alcohol, en comparación a sus ganas de bajarse botellas enteras de cerveza. El tipo se ponía extrañamente cariñoso con Milagros, le acariciaba el pelo mientras ella le hablaba de algo con el celular en la mano, y se iba a acercando de forma tentativa a sus labios. Me sorprendió que él la atrajera de la nuca para besarla.

Su cabello nunca se había visto tan desarreglado, solo lo recordaba así del día en que se había ido de la ciudad.

También necesitaba salir para dejar de seguir el patrón imposible de sus pecas.

—Buu, chicos no coman adelante de los pobres —se quejó Enzo en confianza, apagó el juego de la play y se dignó a poner música con el único objetivo de romperle los tímpanos a todos, en lo que me dirigía a la puerta.

Escuché a Milagros soltarle una puteada, y Miranda le tiró del pelo para llamar su atención, iban a ponerse a jugar a alguna mierda de la que no pensaba participar.

—¡Eh, Dani! ¿A dónde vas? —preguntó Enzo, apuré el paso.

No supe en qué momento exacto me había dado alcance con sus largas piernas.

—¿Tan feo soy? —volvió a joder, se lo notaba divertido.

—¿Por qué? —cuestioné crispado, tenía la vista fija en el camino, una calle de tierra que parecía infinita nos iba a llevar al único comercio que vendía bebidas alcohólicas a menores a estas horas de la noche.

—Te la pasás mirando a mí hermano, pero a mí solo me evitás.

—¿Qué clase de pregunta es esa? Si los dos tienen la misma cara de imbécil.

Apuré el paso para perderlo, y me alcanzó en dos zancadas.

—Entonces tenés un problema con él ¿Por qué caminas tan rápido? ¿De qué te estas escapando? ¿Tenés miedo?

—No te cansás de hacer preguntas pelotudas ¿no? —Escuché como se reía a mi lado, por lo que me obligué a mirarlo.

Con las pocas luces de la ruta podía ver su rostro pecoso bajo la capucha y la cantidad ridícula de joyería plateada que tenía. Todavía le quedaban los rastros violetas de los golpes en la mejilla izquierda.

—Cuando toma Ezequiel se pone cariñoso, parece que se acuerda de que no es el muñeco sin alma que les hace creer, solo hay que ignorarlo o corresponder a su cariño.

Enzo se calló de repente como si hubiera hablado demás y yo bufé.

—No me importan sus necesidades reprimidas.

—Ajá sí, seguro. —Alzó la mano como si estuviéramos en la escuela y supiera la respuesta a la pregunta de la profesora. —Vos tranquilo que no le va a pasar nada, yo lo cuido, nací primero y soy su hermano mayor.

Se me había adelantado al entrar al supermercado, como si fuera su casa. Aimé lo miró con gesto desconfiado, yo alcé la mano para saludarla y decirle que venía conmigo.

—¿Y por qué estás acá si se supone que lo vas a cuidar? —Lo alcancé.

—Tampoco exageres, no le voy a sostener la cabeza mientras vomita. Hoy tengo mejores cosas que hacer —dijo, como si fuera muy obvio.

—¿Qué cosas? —Soplé lejos de mi cara un mechón de mi cabello desordenado.

—Te hacés el inteligente pero no cazás una ¿ah?—Sin que yo se lo pidiera metió la mano bajo su capucha y me entregó su liga para atarme el pelo.

La tomé desconfiado. Al salir me concentré en su figura encorvada, tenía las manos metidas en los bolsillos de su campera enorme, balanceaba las piernas como si quisiera ponerse a hacer piruetas extrañas, y alzaba la cabeza cual una jirafa en busca de algo especial que escapaba de mi entendimiento. El rayo que tronó en el cielo me hizo tropezar, él chocó contra mi espalda

—¿Cómo te ves corriendo bajo la lluvia?

Negué, un telón de agua comenzó a caer con tanta fuerza que elevó la tierra de la calle en una pequeña nube alrededor de nuestros pies. Enzo se volteó hacia mí con una ceja alzada y un cigarrillo encendido entre los dedos.

—No fumás ¿no?

Su capucha se había caído y resaltaba su cabello en contraste con la oscuridad, estaba teñido de blanco, me sentí un estúpido por no notarlo antes. Más rayos estallaron en el cielo sobre nosotros, y él se sentó en un escalón a resguardo de la lluvia antes de darle una calada a su cigarro, me lo ofreció.

—Si te da miedo no lo agarres.

Bajé la vista a sus uñas pintadas, acepté el tono retador de su voz a pesar de que nunca lo había hecho en mi vida. Como soy idiota tragué el humo, los ojos se me llenaron de lágrimas y otro trueno resonó frente a nosotros.

—¿Necesitás respiración boca a boca? —se burló.

—Callate pelotudo —tosí, el viento fresco junto a su voz suave me relajó todos los músculos de forma involuntaria.

—Solo era una idea.

Miré las bolsas que había dejado a mi lado, tomé una lata de cerveza y la abrí antes de sentarme también. Me señalé la cara, la zona del pómulo, donde la piel pálida de Enzo empezaba a volverse violeta.

—¿Qué te pasó realmente? —pregunté, al recordar que su hermano había dicho que se cayó de la moto.

—La curiosidad mató al gato.

—Ese gato dejó que lo mataran, no podía soportar el peso de la verdad —respondí sin pensar.

—Bueno, me tropecé con una piña ¿ya?

—A mí me parece que te pegaron —corregí.

—Ah ¿Te hacés el gracioso? —No me había dado cuenta de que tenía ganas de reír hasta que imitó mi expresión.

—¿Y quién ganó?

—Hacés demasiadas preguntas, me caías mejor cuando solo tenías cara de culo —murmuró entre dientes, observó la distancia que nos separaba con disimulo, los piercings que tenía en los labios centellearon—. ¿Qué me vas a dar a mí a cambio de las respuestas?

Le quité el cigarrillo antes de que se lo llevara a la boca, creí que la situación lo ameritaba, ya que la lluvia no iba a detenerse de la nada y ninguno de los dos parecía dispuesto a correr bajo el agua.

|✝|✝|✝|

Lo prometido es deuda, gracias por esperar y leer.

Levante la mano quién quiera a un Enzo conversador.

¿Le creen a él todo lo que dice?

¿Opiniones sobre Miranda y Alanis?

¿De dónde piensan que vienen los golpes de Enzo?

¿Que le caiga bien a todo el mundo es casualidad? (A parte de ser el más fachero del barrio)

¿Ezequiel borracho es masita? Hagan sus apuestas.

¿Dudas? ¿Amenazas? Mi labor es responderles todo

Ahora sí, se me cuidan y nos leemos la próxima.

—Caz 

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