25| Mentí por una causa honesta
Las personas solían faltar a la verdad por muchas razones, en esa época me gustaba creer que podía reconocer a los mentirosos.
Los clasificaba en dos grandes grupos, los que mentían para salvarse a sí mismos, y los que mentían para salvar a los otros. Los primeros eran unos egoístas, pero los segundos superaban mis expectativas por mucho. Se volvían mártires a costa del dolor propio y el ajeno. Esa clase de egoísmo era algo que yo no quería, ni pensaba perdonar.
Para cuando finalmente llegué a mi casa ese domingo las chicharras ahogaron el sonido de mis pisadas chapoteando dentro de las zapatillas embarradas. El sol empezaba a aclarar el cielo como una gigantesca mancha de lavandina y sentía la piel pegajosa por el sudor.
Cerré la ventana con el pestillo, conecté el celular de Enzo a la vieja computadora de mi cuarto para ver si encendía, y podía rescatar algo, pero fue inútil, estaba muerto.
«Muerto».
«Muerto».
«Muerto».
«¿Enzo?»
Su gemelo fantasmal fruncía el ceño y se mordía la uña del pulgar. Un hábito que sólo caía cuando los pensamientos le pesaban demasiado y no podía controlarlos.
«Todo esto es por tu culpa».
—No está muerto, no encontraron su cuerpo. —Él pareció leerme el pensamiento.
Fruncí el entrecejo.
—Tampoco el tuyo —susurré estirándome los pelos de la cabeza. Los bordes de mi mirada se volvían borrosos por las ganas de llorar, así que fijé la vista en el escritorio, tratando de ocultarme de la luz que entraba por la ventana.
Recordé la silueta blanquecina que se asomaba del otro lado de la ciénaga, reflejada en el agua tan brillante e imperturbable como la luna, imitando mis movimientos en un juego enfermo. La sola idea de que estaba esperando a que diera un paso en falso para hundirme junto a ella hizo que mi corazón latiera a un ritmo cada vez más acelerado.
Ezequiel tomó mi cara y me obligó a mirarlo, señalándome con su otra mano.
Me costó discernir que no estaba respirando.
—No saques conclusiones apresuradas, mi hermano será un pendejo de mierda con el sentido de supervivencia de una suculenta y la responsabilidad afectiva de una pantufla...
—¿Qué mierda es una suculenta? —El frío de sus dedos me despabiló un poco más que sus palabras incomprensibles.
—Un tipo de planta que almacena agua y sobrevive bajo grandes periodos de sequía —dijo la enciclopedia andante y se acercó más—. Pará, dejame terminar, ¿querés? —Presionó para que me callara—. El punto es que esa rata mal teñida es muchísimo más fuerte de lo que hace ver, no le quites el crédito por eso. Las cosas no siempre son lo que parecen.
Me soltó con un ligero temblor que no pudo ocultar del todo.
—Pero igual hay que hacer algo. —Me levanté de la silla más rápido de lo que planeaba y mi habitación onduló como una superficie llena de agua estancada—. Tengo que...
Ezequiel estuvo frente a mí en un suspiro más, empujó mis hombros hasta que me sentó de vuelta en la silla, y sus manos se aferraron a los costados de la mesa que chocaba contra mi espalda.
—Después de lo que pasó con Bruno no hay nada que podamos hacer, Danilo —murmuró bruscamente, no fue consciente de que me había encerrado hasta que el ruido de mi estómago lo desconcentró, y sus ojos verdes volvieron a enfocarse en mí—. Solo esperemos. —Observó la ventana, como si hubiera hablado demasiado—. Y comé algo, por favor.
Por un momento contemplé la idea de tomar algo de la bolsa llena de "caramelos" para poder calmarme, pero visualicé la mueca de desaprobación de Florencio, y en su lugar vi tirado en mi escritorio el folleto que Meluen me había dado. Lo agarré y traté de ponerlo en práctica sin muchas esperanzas.
«Uno».
«Dos».
«Tres».
«Cuatro».
«Cinco».
«Respirá».
Otra vez.
Logré calmarme lo suficiente para poner un poco en orden mis ideas. El agotamiento y la culpa por haber gastado todos los ahorros en suposiciones inciertas me golpearon con fuerza. Ignoré los mensajes de Miranda e hice lo único que se me ocurrió para esperar a que mi hermana se despertara: Preparar una tortilla.
Sin quemarla tanto esta vez.
Una vez estuvo listo el café lo dejé en la cafetera, acomodé la mesa con las tazas y el plato con un repasador encima de la comida. No quería despertarla tan temprano en su único día libre del trabajo. Me senté apoyado en la mesa de la cocina con la cara sobre mis brazos, y me dejé arrastrar por el cansancio que derritió mis extremidades.
Los recuerdos de Enzo no eran tan fáciles de evitar en mis sueños.
El cielo seguía nublado en ese momento en particular. Apenas había iniciado el verano cuando lo vi entrando por la ventana de mi habitación como un animal asustado. Los moretones se dispersaban en la piel pálida de su mejilla y cuello en movimiento, al igual que en los ojos verdes enrojecidos con pequeñas manchas rojo oscuro cual pintura salpicada de sangre. Llevaba más ropa de lo usual, el maquillaje corrido por las lágrimas y sus botas de cuando salíamos a investigar las casas abandonadas.
Me dedicó una mirada anhelante apenas salió de la oscuridad y me atrajo de las solapas de la camiseta para plantarme un hambriento beso en los labios. Sus brazos me rodearon un segundo después, clavó los dedos en mis costillas causando que me estremeciera, rozándome con el piercing de su lengua.
—Ya estoy harto de todo esto, amor —susurró contra mi boca—. Me quiero ir a la mierda.
Sabía a tristeza y desesperación.
La humedad se condensaba en el espacio entre sus labios rosados con argollas de metal, cargaba el peso de sus palabras y yo solo podía devolverle el beso. Le acaricié la nuca con la yema de los dedos.
Enzo acunó mi mejilla como si temiera que me fuera a desvanecer. Bajó por mi garganta, presionó un poco haciéndome suspirar, hasta que me alejé en busca de aire. Entonces noté la aspereza de la mochila que colgaba de su hombro, en lo que él comenzaba a besar mi mandíbula.
—¿A dónde...? —empecé a preguntarle, estirando el cuello para dejarle más libertad de movimiento, y sus besos se convirtieron en mordidas que me hicieron concentrarme más en tratar de contener los ruidos que querían salir de mi garganta. No quería que se detuviera.
No quería que siguiera hablando, ya conocía el resultado de esa conversación.
—Lejos —murmuró, se separó y buscó mis ojos con un brillo esperanzado—. ¿Vos vendrías conmigo?
Afuera comenzó a llover, un trueno impactó en el cielo, iluminando la habitación por primera vez junto a sus claras intenciones. Él sonreía sin mostrar los dientes, como un niño, mientras sus manos heladas se colaban por la parte baja de mi remera, y el frío empezaba a erizarme la piel.
—¿Y a dónde vamos a ir? —cuestioné, apoyé mis manos sobre las suyas y su expresión decayó un poco, pero no dejó de tocarme.
—A donde sea —dijo con un puchero—. No tengo un plan en realidad, pero no importa mientras estemos juntos, ¿no?
Su confesión indirecta fue una puñalada en mi pecho. Me hizo consciente del vacío que predominaba dentro de mí. No podía corresponderle y seguirlo por más que así lo quisiera, teníamos un trato. El plan inicial siempre había sido arruinar a su hermano, hacerle pagar por lo que nos había hecho.
Y tampoco estaba preparado para que nos vieran juntos.
Traté de alejarme, pero por desgracia Enzo siempre supo comprender mis eternos silencios y sus dedos se apretaron alrededor de los míos.
—No hay nada que te ate a acá, Dani.
El cielo se había tornado de varios colores de rojo, y la lluvia comenzaba a entrar con fuerza por mi ventana. La luz bañaba su rostro, las ojeras se alargaban, su piel sudaba demasiado. Se pegó más para respirar mi aire, no me permitía apartarme.
—¿O sí? —Su sonrisa desapareció por completo.
—Enzo no...
—¿Qué? ¿Por qué? —Su voz se convirtió en un susurro furioso—. ¿Cuál es tu excusa ahora?
Otra vez.
—¿Quién es? —Siguió presionando—. ¿Vas a dejarme por él?
Me asfixiaba.
La piel de su cara parecía estar recubierta de plástico y la humedad de sus manos resbalaba por mi piel. Me estaba haciendo daño, pero no importaba más que mi pieza inundada por la lluvia torrencial.
—¿Me querés? —preguntó entonces, su voz se volvió más sinuosa, y demandante—. ¿Lucharías por estar conmigo? —Apoyó su frente en la mía sin un ápice de delicadeza—. Decí algo, por favor.
Su piel estaba fría como un témpano de hielo, me estaba congelando. No podía responderle, mi corazón iba a cavar un agujero en mi pecho,
—Sos la única razón por la que sigo acá, Dani —lloró.
Traté de abrazarlo, pero al bajar la vista a sus manos comprobé que la humedad que sentía antes no era sudor. Había mucha sangre, estaba por todas partes. Tenía la ropa empapada y la carne de mis brazos levantada por sus uñas. Parecía que les habían arrancado un pedazo. Se sentían adormecidos, no había dolor.
Otro rayo.
Mi cabeza comenzó a pesar demasiado para soportar mi peso, las luces estallaron en cámara lenta y él me sostuvo antes de que tocara el suelo.
—Shh, tranquilo. —El olor a hierro no dejaba pasar el aire a mis pulmones—. Lo entiendo. —La serpiente en su rostro tatuado comenzó a moverse—. No te preocupes, no hace falta que te arriesgues por mí.
Se arrastraba a través de su cara.
—No podrías aguantarlo.
El animal cambió de piel, creció, y deformó la carne desde los huesos con un crujido atroz. Su mano ensangrentada volvió a acunar mi mejilla. Hasta los tatuajes habían cambiado.
Eran animales muertos, sus cadáveres se arrastraban bajo las raíces negras de sus brazos. Y esos malditos ojos.
Dos filosas rendijas negras, acompañados de una sonrisa.
—Él me tiene a mí —dijo Jonathan.
Parecía recién salido del infierno.
Estiró el cuello y su cuervo se movió, empezó a escupir plumas. Hasta que finalmente cobró vida y salió de su boca con un graznido desgarrador, extendiendo el pico ensangrentado hacia mi rostro.
—Acabo de entrar.
|✝|✝|✝|
Desperté con un grito al sentir que una mano fría tocaba mi mejilla húmeda, y percibí a Ezequiel parado a mi lado. No sé cómo, pero dormido me había acercado a la ventana de la cocina que daba al patio lleno de plantas de mi madre que Lorena cuidaba de vez en cuando. Todas muertas estaban, salvo una enorme que parecía una flor de hojas verdes, con pequeñas espinas en los bordes. No recordaba su nombre.
—Aloe Vera se llama —dijo él, cerré los ojos, dejando que el sol del mediodía calentara mi piel y apoyé una mano en su pecho—. ¿Otra pesadilla?
—Sí —susurré—. Se sintió muy real.
«Dejá de temblar».
—Por lo menos esta vez estás vestido. —Trató de tocar mi brazo, pero le golpeé la mano. No iba a darle detalles.
—Gracias por tu aporte, Kiki, de verdad. —Me aparté de un suave empujón, porque todavía no confiaba del todo en mis piernas.
Aún podía oler la humedad de la sangre en mi nariz. Aguanté las náuseas mientras Ezequiel trataba de hablar conmigo, pero no le concedí más que un par de monosílabos. En su lugar fui a buscar mi cuaderno y un lápiz para dibujar.
Era lo único que podía traerme paz.
Mi hermana finalmente se levantó y me encontró sentado en la cocina, bocetando.
—¿Cocinaste? —bostezó. Tenía el cabello trenzado y arrastraba los pies dentro de sus pantuflas de perro felpudo preferidas—. ¿Qué cagada te mandaste ahora?
—Cociné porque soy el único que lo hace bien —respondí con voz monocorde, levanté la vista para verla servirse café. Ella alzó una ceja y me sacó la lengua.
Volví la vista al boceto, mientras mordisqueaba un pedazo de tortilla.
No estaba mal.
Al probarla Lorena hizo un ruidito de felicidad. Estaba mucho más quemada de un lado que de otro, pero eso no pareció molestarle en lo absoluto, estaba acostumbrada.
—¿Solo es eso? —Odiaba cuando usaba el tono con el que trataba a los pacientes del hospital, le salía natural—. ¿Seguro?
«Todo lo que veo cuando cierro los ojos son pesadillas».
—De maravilla, Lorena. —Alcé los ojos solo para ver que ella dejaba la comida a un lado y se prendía un cigarrillo—. A mamá no le gusta que fumes en la casa.
Lo pensé como un chiste, pero sonó más a un reclamo que la hizo suspirar y me provocó más culpa.
—Mamá no está acá, Dani.
No debería haberla mencionado.
«Pero se parece mucho a ella».
Aún más apoyada en la mesada de la cocina. Veía que la ropa le quedaba bastante holgada, los huesos se le notaban más y las ojeras se veían oscuras en contraste con su piel naturalmente morena.
Mantener a esta familia despedazada la drenaba tanto físicamente que no era consciente de que ni siquiera tenía apetito suficiente para terminar el trozo de comida que había agarrado al inicio.
Fue como si me estuviera mirando al espejo.
—Últimamente las guardias son bastante pesadas en el hospital, y la gente es cada vez más difícil de tratar, eso es todo. —Tenía un brillo opaco en los ojos que no supe descifrar, y esquivó mi mirada solo para seguir el humo de su cigarro hacia la ventana.
«Miente como ella también».
—Últimamente no cayó ningún chico con el pelo blanco, ¿no? —pregunté despacio, el cuervo en mi boceto empezaba a tomar más forma, y el zumbido de mi cabeza se aplacaba.
Lorena se inclinó hacia adelante.
—¿Hablás del mismo chico de la otra vez? No, no pasó por allá. —No sabía disimular su cara cuando algo le llamaba la atención—. ¿Por qué preguntás?
Me encogí de hombros, tenso de pies a cabeza. Ezequiel se materializó justo detrás, yo traté de echarlo con la cabeza al mismo tiempo que ella trataba de ver mi dibujo y un sobresalto repentino hizo que la ceniza encendida de su cigarro cayera justo sobre la hoja de papel.
—Ay, la puta madre.
Me alejé con la silla como si me hubiera golpeado, llevándome conmigo el boceto y ella estiró la mano para tocar la marca que me había dejado el cuchillo de Jonathan en el cuello.
—¿Estuviste teniendo más problemas con los cuervos por culpa de ese pibe? —Últimamente todo lo que sucedía a mi alrededor terminaba con ella frunciendo el ceño de preocupación, tratando de descifrar el desastre que ni yo mismo comprendía. La compadecía.
Un suspiro se escapó entre mis dientes.
Antes había pocas cosas que yo podía ocultarle a mi hermana, solo algunos detalles minúsculos que cambiaban el tono del relato de manera sutil. Sin embargo, al terminar de hablar me di cuenta de que había evadido gran parte de la verdad casi sin parpadear.
Me costaba reconocerme a mí mismo.
«No debía involucrarla en esto».
—Si algo le hubiera pasado a él lo sabrías. —Me tranquilizó toqueteando el aro de metal en su oreja, a veces parecíamos la misma persona—. Todo lo que sucede alrededor de la ciénaga se esparce más rápido que la peste negra.
«A menos que quieran mantenerlo bajo el agua».
—Pero vos tenés que tener en cuenta que ese chico es una persona cuyas amistades son mayores de edad —siguió—. A veces nuestras experiencias previas nos predisponen a tener esas compañías, en este caso son personas peligrosas y eso hace que él tome como normal algo que no tiene por qué ser así para vos —explicó, la marca en mi cuello comenzó a picar bajo su tacto—. Los cuervos son adultos que pueden parecer geniales a simple vista, pero sus acciones e ideales están guiados por un criminal enfermo de la cabeza que no sigue las leyes normales, y no respeta a nadie que no le jure lealtad a su grupo.
Me di cuenta de que apretaba los dientes y su mirada se perdía en algún lugar dentro de sus recuerdos.
—No son buenos para nosotros. —Creí ver un destello filoso en sus ojos marrones.
—Pero Enzo no es capaz de hacer nada...—comencé. Ella volvió en sí, y me apretó el hombro con urgencia.
—¿Enzo? ¿Enzo Florencio?
«Mierda».
—Eh, no...—Traté de alejarme, pero su intensidad se multiplicó.
—Dios, Danilo, ¿no escuchaste las noticias? —Sus palabras hicieron que se me cayera el alma a los pies—. La policía entró a su departamento mientras él estaba con los cuervos. —Las comisuras de sus labios bajaron con severidad y me alejé por instinto como un animal—. Encontraron sangre en su ropa, la están analizando.
Ya no quería escuchar más, el zumbido en mi cabeza creció y Ezequiel se acercó más, con el entrecejo arrugado.
—Dicen que él entregó a su propio hermano.
|✝|✝|✝|
El recuerdo de Enzo se manifestó en mi cerebro reanimado por la negativa de mi hermana. Fue la reafirmación de todo lo que estaba mal en mi vida, la continuación del sueño anterior en una repetición eterna. Esa noche se estiró y se volvió un espiral.
«Él no es bueno».
«Juró lealtad a los cuervos».
«Ellos responden por él ahora».
La escena se reiniciaba una y otra vez. Me hería de muerte, discutíamos y se terminaba arrancando la piel de la frustración. En todas mutaba como un cambiaformas y Jonathan surgía de mi sangre derramada para darme el golpe final.
A causa de eso dibujé hasta la madrugada en estado automático, bocetos a lápiz llenos de detalles. Personas sin rostros. El celular. El símbolo rojizo que no había notado antes impreso en la carcasa de este.
Si lo veía con más atención era todo lo opuesto a los trazos impolutos que había visto en la oficina de Meluen, mucho más tosco y salvaje.
Esa silueta que había visto del otro lado de la ciénaga también danzaba como el agua, deshaciéndose en mi memoria, a veces entre su cabello largo hasta la cintura o con el reflejo fugaz de una melena plateada. Mis nervios trazaron con dureza la pregunta que había rondado mi cerebro desde entonces.
«¿Asesino?»
Taché a Enzo de la ecuación, no podía ser. Tenía que hablar con él, y devolverle ese celular.
No supe en qué momento caí rendido sobre el respaldo de la silla, pero desperté sobresaltado porque sentí a alguien moverse a mi alrededor y el frío trepó hasta mis huesos.
Un ligero chapoteo retumbó del lado de afuera de mi ventana. No me había dado cuenta de que había comenzado a llover. Una mirada más a mi escritorio me dejó reconocer las gotitas de agua humedeciendo las páginas que me rodeaban.
El celular de Enzo no estaba.
Lo busqué como si me hubiera poseído el mismísimo demonio y lo encontré guardado en el bolsillo interno de mi mochila, pero mi pieza terminó pareciendo el resultado de un tornado que atacó una ciudad.
«Esto se está poniendo peor de lo que pensaba».
«Paranoia se llama», completó la voz de Ezequiel en mi cabeza.
Llegaba tarde a la escuela y para colmo Salomé me retuvo en la esquina más tiempo del que planeaba con el objetivo de que le pasara el paquete con los caramelos para su amiga. Eso sucedió segundos después de que se bajara del coche del oficial Miranda.
Llegué primero que ella al salón y toqué la puerta porque ya había comenzado la clase y Meluen señalaba el pizarrón con el ceño fruncido. Sin embargo, el mundo entero se convirtió en ruido de nuevo apenas lo vi.
Nuestra profesora de literatura se paseaba por el frente de la clase tan imponente y silenciosa como siempre, pero con una vena violeta marcada en su frente que rompía con toda su aparente aura pacífica y volvía la escena surrealista al nivel de que parecía un militar frente un pelotón entero de fusilamiento.
—¿Quién fue el gracioso? —preguntaba alzando la mano, me recordó a los árboles que rodeaban la ciénaga, terminaba en una uña larga y negra.
Eso no mejoró la situación.
La tiza blanca había replicado mis pensamientos con una fuerza abrumadora, llenaba todo el pizarrón.
"¿Querés saber dónde está Ezequiel?"
"Pregúntenle a su doble inexacto"
"Tranza de los cuervos"
"Payaso drogadicto"
"Enzo Florencio"
"El envidioso"
"Lo silenció"
"Él lo hizo"
El susodicho estaba sentado al lado de mi banco, con la mirada al frente y el brazo apoyado sobre el respaldo de mi silla.
|✝|✝|✝|
Buenas noches. SEÑORAS Y SEÑORES, LLEGAMOS A LOS 10K AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA. Me disculpo por la tardanza con el capítulo, ultimamente la universidad tiene mis tiempos al revés, pero estuve toda la semana con ganas de editarlo y publicarlo :c ¿Utedes como están? ¿Ya tomaron agua?
Vayamos a mi seccion preferida:
|✝|PREGUNTAS|✝|
¿Les gustan las plantas? ¿Las cuidan y viven o las cuidan y se les mueren? Yo pertenezco al segundo grupo. Lorena también.
¿Sabían lo que era una suculenta?
¿Les gusta leer a Kiki en modo enciclopedia?
¿Qué creen que significa el sueño de Dani? ¿El simbolo en el celular de Enzo menso?
¿Les cae bien Lorena? ¿Creen que le oculta algo a su hermano?
¿Les gusatía saber más sobre los Cuervos? Tremendos rockstar que son.
¿Dani cerró la ventana antes de quedarse dormido en su cuarto? IMPORTANTE.
¿Quién piensan que escribió todo eso en el pizarrón?
Y creo que hasta acá, perdón por llenarlos de preguntas, es que amo leer sus comentarios y responderlos, (aunque a veces tarde un poco en responderlos) Y MUCHISIMAS GRACIAS POR LEER. Recuerden que siempre me pueden compartir sus teorías, me hace feliz.
Cuidense, nos leemos la proxima❤
—Caz❤
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