21| Sentí celos cuando no éramos nada
A Ezequiel nunca le había gustado celebrar su cumpleaños.
Cuando éramos chicos, Neli, la señora que lo cuidaba, se empecinaba en celebrar una fiesta improvisada para los gemelos, sin que le importara que ambos cumplieran en días diferentes. Durante la primaria les hacía dos tortas, una para la casa y otra para llevar al colegio. Sin embargo, tarde o temprano como Enzo cumplía el primero de abril, por media hora de diferencia, y era el hermano revoltoso, siempre terminaba acaparando la atención de toda la clase. Parecía simpático el niño que usaba la gorra hacía atrás y camisetas de dinosaurios.
Desde la perspectiva de su gemelo la historia era otra.
Enzo se burlaba de Ezequiel cada vez que tenía la oportunidad, no paraba de hablar. Lo señalaba por tener un cuerpo diferente, y tarde o temprano todos lo imitaban. Transformaba su cumpleaños en un suplicio.
El día que lo conocí esa situación había escalado tanto que lo escuché llorando en el baño, al empujar la puerta vi que le habían ensuciado su suéter nuevo con el chocolate de un pedazo de torta.
Estábamos en primaria y llevaba zapatos de velcro.
Más tarde él se iba a enojar cuando le preguntara si no se sabía atar solo los cordones.
En esa época me caía mal porque si Enzo era el payaso revoltoso, Ezequiel era el mejor alumno que cualquier maestra pudiera querer. Buscaba su aprobación de forma irritante al terminar todas las tareas a tiempo, hablaba poco en clase, le dejaba flores en el escritorio, y siempre recibía sus felicitaciones con forma de caritas felices selladas en su cuaderno. No era raro que nosotros lo odiáramos por simple envidia.
Sin embargo, recuerdo que verlo llorar de frustración tratando de no hacer ruido hizo que algo se retorciera en mi interior, y terminé ofreciéndole mi jugo. Él no tenía la culpa de que su hermano le hiciera todas esas cosas.
Mi mamá me había enseñado a ser invisible, le conté a él lo que ella me decía para que ignorara las burlas que me hacían a mí: que los niños que hacían mucho ruido eran como maracas bonitas, pero vacías e inservibles, y que cuando fueran mayores Dios los iba a castigar.
El niño pecoso de ojos enormes se me había quedado mirando entonces.
—Tiene sentido. —Asintió limpiándose las lágrimas con la manga—. ¿Por eso vos nunca le respondés a la maestra?
—No, eso es porque vos siempre lo haces primero —murmuré molesto, le quité la cajita, pero ya se lo había tomado todo.
Eso le animó un poco, parecía orgulloso de sí mismo.
—Me gusta ser el primero.
—A mí también. —Encontré extraña mi voz, nunca lo había dicho tan alto, a mamá no le gustaban los engreídos.
Todavía recuerdo la manera en la que se irguió serio de repente y estiró la mano hacia mí, aunque tenía toda la cara roja.
—Soy Ezequiel, ¿cómo te llamás? —Resaltaba la cantidad de pecas sobre su nariz.
—Danilo. —Miré su mano con el ceño fruncido, y sonó el timbre del recreo.
—Mi papá dice que los nenes que lloran no cenan —dijo apretando el borde de su suéter justo antes de que saliéramos del baño—. ¿Te gustan los comics? Si no le decís nada, mañana te traigo algunos.
Yo no tenía ni idea de que su papá era el director en esa época, pero le dije que sí porque me gustaban, aunque mi mamá no me dejaba leerlos. Mi hermana me había regalado uno del hombre araña a sus espaldas y yo lo cuidaba como si fuera oro.
Al otro día cuando llegué apareció una cajita de jugo de manzana en medio de mi banco y lo encontré mirándome con el ceño fruncido desde el pupitre que estaba en frente de todos. Me resultó tan obvio que lo fui a buscar antes de que llegaran los demás a molestar.
—¿Los trajiste? —susurré como si estuviera hablando de algo ilegal.
—Si... —Ezequiel comenzó a buscarlos en su mochila, pero lo agarré de la manga y tiré de él antes de que pudiera continuar.
—Vení, vamos más atrás.
—Pero no veo. —Se quejó al mismo tiempo que se acomodaba los anteojos, y recuerdo que sus cejas se fruncieron demasiado otra vez, me hizo enojar porque él siempre parecía enojado también.
—No me importa. —No tuvo más remedio que acompañarme.
No podía calcular cuánto había cambiado el muchacho que conocí una vez. Me daba un vuelco el estómago cada vez que pensaba en la forma en la que él entró a mi vida, como continuó nuestra amistad y cómo terminó. Aun después de tanto tiempo me dolía verlo llorar como ese primer día. Sin importar las circunstancias que nos rodearan el sentimiento se había quedado conmigo, porque yo lo veía.
Y no soportaba su sufrimiento.
Dejé caer la cabeza hacia atrás, y traté de respirar el aire en el patio de Alanis al mismo tiempo que una lágrima se deslizaba por mi mejilla, después otra, y otra. Hasta que me cubrí el rostro con una mano.
—Está lloviendo —murmuré, él alzó la cabeza un poco y reconocí en sus ojos el dolor que también se reflejaba en mí, como si todavía fuéramos dos nenes chiquitos y el lazo entre nosotros no estuviera destrozado.
Quería dejar que me consumiera la luna y desaparecer, solo para confundirme con Ezequiel y dejarle vivir la vida que se merecía.
—¿Dani? ¿Estás por acá?
Escuché la voz de Cielo llamarme desde la puerta y estuve arriba antes de siquiera pensarlo. Mis huesos se quejaron, vi que él apenas se había movido de su posición y su voz se coló suave en mis pensamientos.
«Andá con ella».
Apenas entré con mi amiga el calor encerrado entre las paredes de la casa me envolvió, haciéndome consciente del frío que se aferraba a mi cuerpo. No me había dado cuenta de que estaba temblando. Las demás dormían en un fuerte de frazadas todas despatarradas, nosotros íbamos a usar la cama. No la había escuchado decir nada desde que la vi en la iglesia, pero se acomodó a mi lado como si quisiera que la abrazara.
A diferencia de mí ella estaba caliente, pero apenas me tocó sus dientes empezaron a castañear y su espalda a moverse entre pausas, delatando que lloraba.
—¿Es mi culpa? —Se aferraba a mí camiseta—. ¿Todo esto es mi culpa?
—No lo es. De nadie —saboreé la mentira en mi lengua y le acaricié el pelo con suavidad. Sentía el olor del arrepentimiento en su cuerpo, y debajo de él, un rumor de culpa que supe comprender bien.
Continuó llorando hasta quedarse dormida. Yo no pude, me quedé despierto persiguiendo a las figuras que la ventana proyectaba sobre la pared, se deslizaban por el viento. No me dejaba olvidar que el asesino seguía suelto, se había salido con la suya otra vez, y yo era el único que podía hacer algo para detenerlo.
Mientras tanto las sombras se descomponían en una masa amorfa, mutaban hasta tomar la forma de un cuervo.
|✝|✝|✝|
El año pasado, luego de que Enzo se declarara un miembro activo del clan de los Cuervos. Los tatuajes no fueron lo único que perturbó su presencia. Empezó a faltar al colegio para cumplir con unos "encargos" de los que nunca quería contarme, y lo veía en situaciones cada vez más alejadas de nuestros puntos comunes. Hasta los profesores lo trataban con visible precaución, sin reclamarle jamás por sus ausencias, como si no fuera obvio que les pasaba drogas en los paseos que daba por la sala de maestros.
Esa noche de primavera, algunas semanas después de la fiesta de Halloween, como cosa rara él me había pasado a buscar a mi casa para encontrarnos con los demás en lo de Alanis, y tuve la suerte de que mi hermana estuviera en el trabajo para no pasar por el suplicio de tener que presentárselo.
«Hola, Lorena, sí, el pibe que tiene la jeta tatuada a los dieciséis, no, no es ningún cantante de trap, solo es mi novio, sí».
Él y yo no éramos amigos, pero no podía empezar a definirnos sin exponerme, así que era más fácil fingir que no éramos nada. En teoría.
En la práctica era un poco más difícil porque Enzo aprendía más rápido sobre el comportamiento de los demás que una ecuación en clase de matemática, y le gustaba jugar a tratar de romper mi resistencia.
Al principio se suponía que él solo era el medio para llegar a un fin: arruinar a su hermano gemelo en su propio tablero, pero sus brazos me rodeaban, susurraba en mi oreja, poniéndose la máscara indiferente con la que aparentaba que yo no le importaba lo suficiente, y la sangre me hervía en las venas de las ganas que tenía de comerle la boca.
El aroma de su perfume a flores me colmaba la nariz, luego él sonreía y yo automáticamente perdía sin darme cuenta. Después de eso, la situación escalaba bastante rápido sin importar que estuviéramos en mi habitación, el sofá de su departamento, el armario de la limpieza, los vestuarios del colegio, tras el almacén veinticuatro horas o a la intemperie.
En esa oportunidad mi espalda chocó contra la pared de la vieja iglesia cuando Florencio me empujó sin mucha fuerza, y aferré su chaqueta de forma brusca para traerlo conmigo sin despegar mis labios de la suavidad de los suyos. Yo había decidido comenzar ese día después de que él me retó a besarlo por no despedirme apropiadamente la última vez, y luego de que sus manos fueron a parar a mi cintura no se me ocurría cómo parar.
Su cabello blanco me hizo cosquillas en la nariz, noté el brillo codicioso en sus iris verde claro y la risa que vibró en su garganta hinchó mi pecho de una sensación de satisfacción extraña, demasiado placentera como para estar parado entre la maleza, mientras la caída del sol teñía el cielo de violeta a nuestro alrededor.
Él reaccionó a tiempo para evitar que me golpeara la cabeza, y su mano se envolvió alrededor de mi garganta sin presionarla. Llevé las manos a su cabello y elevé la barbilla, con la humedad de su lengua calentando cada parte de mi cuerpo, permitiéndole acceder por completo a mi boca. Lo mordí para dejarle claro que no iba a actuar con docilidad, y ahogó un suspiro contra mis labios.
Sentí la frialdad de sus piercings, y al separarnos un poco me atravesó con sus ojos enrojecidos en un pedido silencioso, me resultó casi hipnótico. No importaba cuantas veces lo hiciéramos, él me reclamaba con ferocidad, como si fuera la primera vez y tuviera miedo de que me escapara, cuando en realidad siempre me había tenido deseando que me asfixiara.
Lo sentí murmurar algo antes de inclinarse a lamer mi oreja, y sentí su sonrisa mientras el agarre de sus dedos se apretaba alrededor de mi garganta. Enlacé los brazos atrás de su nuca y él se burló de mi jadeo antes de colocar su rodilla entre las mías, controlando la fricción entre nosotros.
Estuve un buen rato tratando de silenciarme, abandonó mis labios, encorvándose apoyó la otra mano en la pared y comenzó a besar el costado de mi cuello. Su respiración junto al aire frío que soplaba se combinó con la humedad sobre mi piel sensible, la acompañó con el suave roce de sus afilados dientes, provocando que un ruidoso gemido se escapara desde el fondo de mi garganta.
Hambriento, mi cuerpo exigía el suyo en cada punto en donde ambos se rozaban. Lo quería todo para mí de una forma que me enloquecía pensar.
Su pierna presionó otra vez donde mi ropa se abultaba, y deseé que me envolviera hasta que no pudiera discernirnos como dos personas separadas, me resultó hasta doloroso no obtener más. Supe que lo hacía a propósito al sentirlo de nuevo y tuve que morderme el labio para evitar desarmarme entre sus brazos.
Le clavé las uñas con fuerza en la nuca.
—No seas hijo de puta —suspiré, un deplorable intento de fingir discreción cuando quería que me tomara ahí mismo.
—Haces mucho ruido, mi amor —murmuró él con una sonrisa de oreja a oreja, quitándose los anillos de una mano—. Me encanta.
Me acorraló contra la pared y no pude evitar seguir el movimiento de su muñeca alzada, de sus dedos largos de uñas pintadas, con delicadas venas violetas que se transparentaban entre la tinta de los tatuajes impresos en su piel pálida. Su mirada se desvió a mis labios mientras los acariciaba con el pulgar.
Mi corazón se saltó un latido.
—¿Puedo...? —Sus ojos volvieron a los míos y antes de que pudiera pensarlo más le agarré la muñeca y los metí en mi boca.
Estaba demasiado caliente. No necesitaba respirar para vivir, quería ahogarme.
Le permití que explorara mi interior, envolviéndolos con mis labios, y los suyos se separaron por reflejo apenas los recorrí con la lengua. Noté la punta de sus colmillos asomarse hasta que un profundo jadeo se le escapó cuando los nudillos chocaron contra mis dientes.
—Basta —gruñó, arrastrando los dedos fuera de mi boca, y volvió a besarme de forma hambrienta—. Quiero escucharte. —Su mano se internó en mis pantalones.
Por fin.
—Por favor, Enzo —pedí, y mi cerebro no era el que hablaba, me encontraba sensible y más necesitado de lo que iba a aceptar, me arrancó un gemido imposible de silenciar.
Buscó mi mirada, pero escondí la cara entre mi propio pelo demasiado avergonzado, y sin darse cuenta aferró el brazo que me había rasguñado el pendejo de Kevin, me quejé.
—¿Qué pasa? ¿Te duele? —Cuando Enzo fruncía el ceño de esa manera me perturbaba el parecido que tenía con Ezequiel, tuve la desgracia de recordarlo en un momento como ese.
—No, no. Es que la herida sigue medio abierta —susurré tratando de ignorar la punzada de dolor—, mi cicatrización es un asco.
—Es una herida bastante grande —dijo de forma pausada, la luz nocturna iluminó el gran moretón violeta que tenía en el pómulo izquierdo—. No es tu culpa lo que te hizo ese animal.
—Tampoco la tuya, idiota —suspiré acunando su mejilla, Enzo se apoyó en mi mano y la besó con ternura sin dejar de tocarme—. ¿Cómo hacés...? —Terminé aferrado a su chaqueta sin poder concentrarme más que en el tatuaje de la serpiente que se asomaba por el cuello de su camiseta, demasiado ocupado en el temblor de mis rodillas y la sensación extasiada de su mano manejando mi cuerpo a su antojo.
—¿Confías en mí? —Su pregunta interrumpió la bruma de placer, disminuyó el ritmo y me desesperó—. Sabés que yo haría cualquier cosa por vos ¿no?
—Dios, sí, sí. —Jadeé, tirando de él—. No pares.
—Cerrá los ojos —ordenó antes de comenzar a besar mi cuello otra vez. Y ese fue el comienzo de mi fin.
Lo hizo como sabía que me gustaba y ascendió para morderme otra vez, haciendo que el cosquilleo en la parte baja de mi estómago se extendiera hacia la punta de mis pies.
Era consciente de que no iba a durar mucho, él sabía lo que hacía y su mano cálida causó que mis rodillas comenzaran a temblar de nuevo. No pasó mucho tiempo hasta que cada músculo de mi cuerpo se tensó del doloroso placer, y perdí la noción de la realidad.
Apenas abrí los ojos lo capté lamiendo el espacio entre sus dedos y un efecto de la luz hizo parecer que sus pupilas estaban en vertical, pero me besó demasiado pronto, aferrando mis caderas con posesividad antes de que pudiera decir algo.
Sabía a sal, algo dulce, y metal.
La herida en mi brazo también había dejado de doler, pero se sentía húmeda.
—¿Estamos bien? —preguntó luego de limpiarse, alzó una ceja con burla al notar que me había sonrojado hasta las orejas.
—Le doy un dos de diez —murmuré comprobando que no me había manchado el buzo y ningún bicho se me había subido encima.
—¡Pedazo de otaku mentiroso de mierda! ¡Eso fue más que un dos de diez! —Tiró de mi mano haciéndome chocar contra él.
—Cerrá el orto —gruñí, pero me hizo sentir más tranquilo ver que dejaba de hacer la expresión de su hermano y volvía a ser él.
Me gustaba su forma de ser, más de lo que podía aceptar en voz alta.
—Cerrámelo —soltó cerca de mi rostro, me incliné, pero apenas nos rozamos puso una mano entre nosotros, alejándome—. Jodete, rata mugrienta, ya me ofendiste, ¿pensás que soy tan fácil? —Su mirada se desvió a mi sonrisa tonta y se mordió el labio—. Bueno, capaz sí. —Terminó besándome él.
Su indignación tampoco evitó que enlazáramos nuestras manos durante todo el camino hasta la casa de Alanis. Apenas vislumbré la vivienda de dos pisos y escuché las voces de Julián y Bruno en el patio comencé a sudar y lo solté, tratando de ignorar por completo la mirada herida que me dedicó por una fracción de segundo antes de sonreír hacia los demás.
—¡Ea, pasen! —Julián señaló con la barbilla la reja entre nosotros, rematada con gruesos alambres de púas—. Está abierto.
La gente de ese barrio tenía algo con dejar la puerta abierta.
—¿Desde cuándo nos dedicamos a invadir propiedad privada? —El teñido los saludó con un movimiento de su muñeca y encendió el porro que mágicamente había aparecido entre sus labios.
Soltó humo por la nariz y sus ojos delineados se estrecharon como sucedía cuando estaba a punto de hacer una pelotudez. Pasó a mi lado, empujando mi hombro ligeramente hacia adelante. Por instinto dirigí la mano hacia la herida y noté que ya no dolía, apenas la sentía.
—Las pibas están teniendo una pijamada sin nosotros, y eso es inaceptable. —Julián explicó la situación, y me dedicó una mirada extrañada, señalando su cuello—. Dani, ¿qué tenés ahí en...?
—Inaceptable es no tener una pijamada entre nosotros. —El peliblanco se inclinó hacia él y le revolvió el cabello de aspecto suave con una sonrisa juguetona.
Sus mejillas se tiñeron de rosa y los celos quemaron en mi garganta, chasqueé la lengua.
—Ojo con lo que hacés, Florencio. —Bruno envolvió los hombros de su amigo con el ceño fruncido, tenía un ligero aroma a alcohol.
—Nada que él no quiera. —Le guiñó un ojo, metiendo la mano en el bolsillo de su chaqueta, y le lanzó al alto una pequeña bolsa plástica—. ¿Cuál es tu plan, mi rey?
Bruno la atrapó en el aire y tras examinar lo que seguro eran drogas, sonrió más dispuesto a convivir con su cercanía.
—Vamos a entrar por la ventana, ¿no Juli? —El pibe de camiseta de fútbol tomó el mentón de su amigo a la espera de su aprobación, pero la cara se le puso más roja todavía.
—¿No es más fácil tocar la puerta y ya? —pregunté irritado, con la vista clavada en las enredaderas bajo el pequeño balcón que seguro daba hacia la pieza de Alanis.
Enzo se había puesto a jugar con los collares del otro tarado.
—No, boludo, así es mejor. —Julián fingió sacudir su pantalón a rayas y se desembarazó de los otros dos gigantes con un empujón—. Es más dramático —explicó, llevándose una mano al pecho de forma sobreactuada.
—Che, Romeo —llamó Bruno, hizo un movimiento con la cabeza—. Dame una mano que voy a trepar.
No necesitó más para hacer que se le acercara.
—Las que quieras, rey.
Observé al adolescente que había descubierto el vegetarianismo hace poco y no hacía tanto deporte, tratando de alzar al mastodonte de su amigo deportista de casi dos metros con esos delgados brazos y retrocedí por instinto hacia la puerta de la reja. Si la policía llegaba a ver qué pasaba, o alguien se rompía el cuello, yo iba a decir que no los conocía de nada. No quería verme involucrado en sus asuntos.
—¿Que no sabés trepar? —Florencio clavó los dedos en mi nuca antes de que me diera cuenta y me atrajo hacia él, me vio con actitud retadora mientras jugaba con el piercing de su lengua. Tentándome frente a los demás, un punto en mi garganta comenzó a palpitar bajo su toque—. ¿O querés que yo te ayude, princesa?
|✝|✝|✝|
Después de que Bruno casi se partiera la cabeza por tercera vez tratando de subir efectivamente confirmé que estaba bastante en pedo. Enzo los tuvo que ayudar y cambiaron de táctica, subiendo primero a Julián, en algún punto se le levantó la remera y vi en primer plano como sus manos lo tomaron por las caderas desde atrás para evitar que se cayera. Por suerte Alanis notó nuestra presencia apenas el pibe aterrizó de cara en su balcón, y el plan de entrar por ahí quedó a la mitad.
Igual, no me habría importado que se cayera a la mierda en primer lugar.
—¡Ea, Julietas, ya llegaron sus Romeos!
—¡Shh, Julián! —bramó la muchacha de pelo corto, abriendo la puerta a medio vestir. Se terminó de poner una remera corta que dejaba a la vista su sostén deportivo—. No grités que tengo vecinos, pelotudo.
Por desgracia, también escuché la voz de Miranda.
—¿El golpe te afectó la única neurona funcional o qué mierda, Julián?
—¡Milagros! —llamó Alanis, aún en la entrada— ¿Vos le dijiste a este boludito que nos íbamos a juntar?
La rubia que completaba el combo de las chicas supe poderosas se asomó, fingiendo demencia.
—Ay Ali, no te estreses que te vas a arrugar. —Tamborileó las uñas acrílicas en la pared—. Mi mamá no me iba a dejar venir si sabía que iba a haber chicos. —Hizo estallar un globo de chicle con una sonrisa de oreja a oreja—. Además, todos los actos necesitan su séquito de payasos.
—Más les vale que hayan traído golosinas decentes o la patada en el orto que les voy a pegar a ustedes cuatro los va a dejar caer en Tucumán —comenzó a protestar la otra rubia, manifestándose en la sala, llevaba el cabello con rulos atado en una media coleta, su típico delineado hasta la sien y una remera enorme de Radiohead en la que se perdía el resto de su cuerpo.
Bruno soltó una carcajada desde la cocina.
—¿Qué te hacés, Miri? Si te ofrezco la pantorrilla y te asustas.
La rubia de metro cincuenta lo señaló, sentada en el sofá.
—Volvés a abrir la boca y te reviento la cabeza.
Rápidamente, Enzo se apoyó en el brazo del sillón y se interpuso en su camino antes de que Miranda tuviera la oportunidad de probar que sí podía hacerlo.
—¿Estos caramelos te van, reina? —Soltó el humo cerca de su rostro y sacó la lengua, enseñándole el patrón colorido del cuadro de ácido en ella.
Ella alzó una ceja, bastante más interesada en el contenido, que en el hecho de que invadiera su espacio personal. La dueña de la casa, gimió al ver la transacción, y se acercó.
—¿Al menos podrías fumar en la ventana, por favor?
Sin embargo, después de tratar con él algunos minutos más, cedió a sus chistes y aceptó con un suspiro fumar del porro que le ofreció.
Enzo se relacionaba tan fácil con los demás que resultaba absurdo pensar que él pudiera recibir un "no" por respuesta. No me di cuenta de que había estado presionando la mandíbula hasta que señaló mi incomodidad y mi cuello latió en donde me había besado.
—Tranquilo que para vos también hay, mi amor. —El susurro que salió de sus labios apenas pasó por mi lado no sonó dulce como antes, fue como una promesa, más bien amenaza, igual a la marca que me había dejado sin que me diera cuenta.
Hasta Julián se comportó como en su casa, se adueñó de los parlantes de la más alta y "Perros Salvajes" de Daddy Yankee comenzó a sonar en los altavoces. Nadie protestó, todos comenzaban a ponerse a tono de una u otra forma bajo la influencia de Enzo, y eso fue lo que terminó de amargarme de más.
Después de un rato soportando las estúpidas miraditas retadoras del tarado espiral del infierno cada vez que se le acercaba a alguien que no fuera yo, decidí derivarme a la pieza de Alanis para jugar con el celular.
Me quedé parado en la puerta como un imbécil apenas lo vi a él.
El amigo de Ezequiel se sentaba en el suelo con las piernas cruzadas mientras Cielo le terminaba de hacer unas trenzas pegadas a la cabeza, y trataba de tomarse una foto con ellas.
En cuanto me detuve alzó la nariz como si pudiera olerme y sus ojos se afilaron como los de un animal.
«Me cago en la puta».
La pijamada resultó ser una pijamada de chicas, y Kevin.
—¡Dani! —Cielo se acercó a saludarme con un beso en mi mejilla—. No sabía que ibas a venir.
—No iba a venir... —empecé, pero me dejó con la palabra en la boca tan pronto como escuchó que Bruno la llamaba desde la cocina.
El rubio apareció delante de mí antes de que tuviera tiempo de respirar. El cabello trenzado resaltó el tamaño de sus pupilas y el brillo de los dientes de su enorme sonrisa. A juzgar por el amplio corte en su mejilla, junto la forma en la que arrugaba la nariz supe que no era alegría lo que sentía al verme.
|✝|✝|✝|
¡Hola hola! ¿Cómo están hoy? Me reporto tarde, pero seguro, como Enzo y Dani, que se desviaron un poco del camino original.
Hora de las:
|✝|PREGUNTAS|✝|
¿Les gustan los flashbacks? Este capitulo estuvo lleno (de pistas también)
Con los gemelos chiquitos ¿Son team Enzo o team Ezequiel?
¿Les gustaría saber más sobre la amistad de la infancia de Dani y Kiki?
¿Ustedes de chiquitos solían celebrar sus cumpleaños?
¿Qué piensan de Enzo manualidades?
¿Cómo creen que se curó la herida de Dani?
¿Confían en Enzo?
¿Qué hará Kevin con Dani en la pijamada?
Bueno, hasta acá con las preguntas. Muchísimas gracias por leer. y recuerden que si ustedes tienen alguna pueden hacerla también, amo responder. Se me cuidan, y no sean como Dani, no nieguen sus sentimientos.
Nos leemos la próxima ❤
—Caz.
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