2| Gusté de los gemelos Florencio
La primera vez que los vi, me arrepentía de haberme levantado a las siete de la mañana para entrar en ese deplorable establecimiento escolar semi-religioso, como siempre. Ni siquiera pasar tiempo con la única persona que me caía bien en el salón podía salvarme. Tenía frío, hambre y me moría del sueño.
Me arrepentía de vivir en general, pero algo me decía que debería haber faltado ese día.
Comencé a guardar la carpeta debajo del banco, a las ocho de la mañana todavía no había llegado ningún profesor, íbamos a tener la magnífica hora libre, es decir, la hora de la siesta.
—¿Qué hacés? —preguntó Cielo al verme, en ese instante le advertí con la mirada sobre mi humor, entrecerró los ojos marrones, me retó a hacerlo.
—¿No es obvio? Parece que juntarte tanto con Bruno te derrite las neuronas. —Puso los ojos en blanco.
—Buenos días para vos también.
Ella había empezado a interesarse por el rey de los tarados al comienzo del año, se propuso "atraerlo" una noche en pedo, yo le había sugerido, medio en jodita que, si tanto lo quería que fuera por él, jamás esperé tanta seriedad al respecto. La Cielo del pasado me había prometido que, si su mamá le levantaba la penitencia, la que le pusieron al enterarse de que había tomado alcohol, iba a tirarle los perros. En este punto mi curiosidad siempre había superado el tamaño de mi dignidad, más desde que me empezó a gustar.
Como si hubiera invocado al diablo con mis palabras, sentí una mano posarse sobre mi hombro y apretarlo con fuerza. Bruno se manifestó a mi lado, tenía la típica campera deportiva abierta sobre una camiseta sin mangas, el grueso collar dorado alrededor de su garganta firmaba el pacto. Al pendejo le hacían creer que era el más fachero de la clase.
Apoyó el culo justo en el lugar en el que antes estaban mis cosas. Disimulé una mueca de asco en lo que tiraba la silla hacia atrás, su olor a desodorante de hombre era demasiado fuerte para mi atípico sentido del olfato.
—La profesora no va a venir —suspiró Milagros, un banco más allá. Miranda, su designado clon maligno, le arrebató el celular, llevaba los rulos rubios encrespados por la humedad.
—¿Qué hacemos, chicos? Tiren propuestas —preguntó Bruno a los demás, era el más alto de la clase, pero el más corto de neuronas. El central del equipo de vóley, solía presumir que sus remates le habían hecho sangrar la nariz a varias personas.
A mi entre ellas.
—Traigan el ajedrez —dijo Alanis, no era una pregunta.
—Eso es aburridísimo, Mari. —Bruno, su estúpida tendencia de ponerle apodos a todos basándose en su físico, y ella se llevaban del asco, siempre se contradecían como excusa para empezar a insultarse.
—No esperaba que supieras cómo jugar.
—¿Cómo que hay olor marimacho, no?
Julián se cagó de risa con su amigo y el resto de la clase. Miranda apuró su desayuno, una tira de azúcar de colores, y los chistó a los dos como un animal.
—Quién.
—¿Quién qué? —Bruno la miró.
—Quién carajo te preguntó, pajero. —Salió en defensa de su amiga, enseñándole el dedo medio, tenía la mano repleta de anillos y pulseras con púas de metal.
Alanis también destacaba por ser buena en las matemáticas y los deportes, había quienes pensaban que hacían linda pareja con Bruno, pero sus intereses la colocaban en una posición muy opuesta. Le gustaban las mujeres rubias, mala influencia, violentas e imposibles de controlar, cómo Miranda, quién se había puesto a revolverle el pelo castaño para rogarle que le hiciera la tarea.
—Juguemos al truco —siguió él, le hizo una seña a Julián en el fondo—. ¿Cómo que no sabés qué es? Me estás jodiendo, si te la comés decime ahora.
—Cerrá el orto, cargoso.
El susodicho le arrojó con bronca un estuche metálico directo a la cabeza, y él se estiró para agarrarlo en el aire. Al ver a Cielo, tiró su espalda hacia atrás, mientras apoyaba los brazos en la mesa y se dejaba caer de manera dramática, observé su abdomen bajo su fina camiseta. La saludó con una sonrisa que acentuaba el color miel de sus ojos, parecía un perro en celo.
—¿Si soñaste conmigo al final? —preguntó, de forma descarada. Ella estaba muy ocupada arrugando la nariz, al notar que le hablaba su rostro se puso colorado.
Estiré el cuello y me volví a colocar los auriculares, necesitaba aislar toda esa miseria de mis retinas. Conté hasta diez.
El grupo de subnormales se había reunido en torno al escritorio que debería ocupar algún profesor, Bruno, Miranda, Milagros y Julián se sentaban alrededor, mientras el primero le explicaba el juego a su amigo, y repartía las cartas, Alanis se unió al final, el aburrimiento podía lograr cualquier cosa.
Esperé que Cielo se fuera con él para poder empezar con mi siestita, sin embargo, todavía ponía cara de que estaba oliendo mierda, fruncí el ceño y me enderecé.
—¿Por qué seguís acá con esa cara de chihuahua constipado? Andá con ellos.
Ella se me acercó demasiado sin previo aviso, primero para pegarme con el dedo en la frente, después para taparme los ojos con una mano, me tensé.
—Olfateá —ordenó, y yo lo intenté, juro que lo hice, pero su perfume dulce me distrajo. Cielo era preciosa, y cuando invadía mi espacio personal de la nada, a mi cerebro se le ocurría que era buena idea notarlo.
—Mhmmm.
—¿Sentís lo mismo que yo? —preguntó con seriedad.
Asentí y se me escapó un bostezo.
—¿Qué es?
—Tengo sueño, no dormí una mierda, boluda.
Chasqueó la lengua con impaciencia. Quitó la mano de mi rostro solo para hacerme ver que estaba más cerca.
—¿Y ahora?
—Tenés el flequillo mal cortado —señalé.
—Es olor a marihuana, pajero —murmuró bajo—. Alguien está fumando porro ¡Dejá de verme la jeta y dame bola!
—¡Pero si no te estoy viendo nada!
«Mentiroso».
La sangre se me subió al rostro, y también me di cuenta de que era cierto. Alguien se estaba drogando en el colegio, pero no podía estar en la misma aula. Le señalé a ella los ductos de ventilación sobre el pizarrón, el baño se conectaba con nuestro salón en ese entonces, me sentía como en una película de Sherlock Holmes sin presupuesto.
—Cielo ¿jugás? —preguntó Bruno, ignoró mi presencia, como siempre.
—Uuuuy, Cieeeeloo —comenzó a burlarse Miranda.
—A ver el clima. —Julián siguió.
—A ver al cine —terminó la rubia.
Desvié la mirada, hastiado con la intervención del caniche rabioso y el hippie del grupo. A través de la ventana que daba al pasillo del colegio, la preceptora se acercaba a nuestro salón, no iba sola, dos figuras cerraban el paso a sus espaldas. Los ruidos de murmullos me alertaron de que no era una pesadilla mía y un par de clones pelirrojos invadían el establecimiento con el uniforme de la escuela, todos se acomodaron en sus lugares con rapidez, sin embargo, la sorpresa no los detuvo.
—¿Quiénes son? —cuestionó Cielo.
—Linda dupla de pelirrojos —susurró Miranda, con una sonrisa extraña en los labios.
—Uh, carne fresca. —Bruno se sentó en la mesa, puso un pie en la silla de Julián y le susurró algo en el oído. El otro hizo un comentario que le arrancó una carcajada.
—Chicos, los colorados son re mufa, tóquense un huevo por las dudas.
—¡Shh! Son los hijos del director Florencio. —Milagros hizo el comentario que me sacó del magnetismo imposible que me causaban, no quería concentrarme en el nuevo motivo de mi malestar.
—No jodas ¿volvieron?
Después de que la preceptora me lo confirmó, poco hice por esconder mi cara de que había visto un fantasma.
—Ellos son Enzo y Ezequiel, ambos se van a volver a incorporar a la clase a partir de ahora. Chicos, me los tratan como se debe ¿sí?
Ese debería haber sido el momento perfecto para despertarme de la pesadilla.
Aunque obviamente no sucedió. Ambos se pararon a los lados de la pequeña mujer, y el mundo se convirtió en un murmullo ahogado, de repente me encontré a oscuras en un túnel infinito, solo con los ojos verdes del par de criaturas observándome desde la lejanía, sentí el roce de sus respiraciones en la piel, mientras consumían mi existencia con cada suspiro de sus labios enrojecidos. Por más que estiraba la mano, jamás lograba perturbar la inexpresividad de sus rostros duplicados. Durante un instante le creí a mi imaginación efusiva, y visualicé sus pupilas oscurecidas, tensas como las de dos reptiles.
Sus caras brillantes era lo único que ambos tenían parecido, incluso el uniforme de la escuela gritaba su conflicto de intereses, como si su actitud no fuera ya demasiado evidente.
Ezequiel iba de punta en blanco, con los pantalones grises y el suéter rojo oscuro que tenía el escudo de la institución bordado, su cabello cobrizo pulcramente peinado. La posición arrogante que adquirió al pararse junto a la preceptora hizo notar el tamaño de su espalda, y los músculos tensos bajo la ropa. Su hermano Enzo era todo lo contrario, se encorvaba sobre un cuerpo flacucho que parecía no pertenecerle, y tenía el uniforme arrugado. Su pelo estaba largo hasta la barbilla, las ojeras hacían ver que lo acababan de sacar de la cama a las patadas.
Uno era un desastre autodestructivo hecho persona, y el otro una peligrosa encarnación de la perfección, aunque las apariencias engañaban y los papeles solían invertirse con facilidad.
La preceptora Liliana seguía hablando de algo incomprensible, mientras yo me ocupaba de recordar la última vez que había visto a Ezequiel. El día que me había dejado solo en ese infierno todavía me quemaba, el poder del trauma psicológico era increíble.
«Si tan pegados van a andar, dense un beso, maricones».
Bruno, el dueño de esa voz en mis recuerdos se paró y caminó hacia el banco del frente, los demás lo siguieron, estaban igual de sorprendidos con la nueva apariencia de Ezequiel. Lo rodearon como hienas hambrientas apenas la preceptora abandonó el aula, no le hicieron notar que ese no era día de usar uniforme.
—Mirá quien volvió ¿todo bien? —canturreó el muchacho de cresta despeinada, intentó apoyarse en la mesa del pelirrojo, pero algo en su mirada le hizo cambiar de idea, y se sentó en el escritorio vacío—. Estás re cambiado, eras así la última vez que te vi. —Colocó la mano a menos de un metro del suelo, y después infló los cachetes para señalar el ancho de su cuerpo.
Los demás estallaron en carcajadas, pero la sonrisa muda en el perfil de Ezequiel los calló, su voz sonó neutra a pesar de eso.
—Me alegra saber que al menos uno de los dos logró algún progreso.
El grupo salió de su sorpresa solo para vitorear en su nombre, mientras el pelirrojo se levantaba frente a la sonrisa tensa de Bruno, sus movimientos me parecieron tan automatizados que me dio un escalofrío, como si estuviera luchando por controlarse.
—¿Necesitás que te explique quién fue?
Ezequiel le sacaba casi una cabeza.
—Uh, tranquilo, era un chiste. —Bruno se disculpó, pero no logró que le quitara la vista de encima.
—No me pareció gracioso.
Él tampoco parecía del todo cuerdo.
Me alegraba de mi capacidad para desconectarme de la realidad en esos instantes, porque el ambiente se había puesto muy pesado de repente, y cuando Ezequiel volteó hacia mí por una fracción de segundo casi pude palpar la tensión en mi propio cuello, volví la vista al frente con rapidez dispuesto a escuchar música hasta olvidar su existencia, pero el movimiento a mi lado me hizo notar que Cielo ya no estaba.
Se había mudado al banco del pelotudo de Bruno, y tenía al clon de Ezequiel sentado en su lugar. En el pasado siempre se habían hablado pestes de él porque se juntaba con gente mayor y mala influencia. Intenté ponerme un auricular para ignorar su extraña presencia, pero me saludó con la mano medio oculta en su suéter enorme, había una sonrisa genuina en sus labios perforados, y restos de esmalte negro en sus uñas.
—Siento que te conozco —afirmó, sin un gramo de duda en su voz—. ¿Te vi en algún lado?
—No creo —mentí, no lo conocía como tal, y prefería no hacerlo.
Un moretón del tamaño de una moneda adornaba su mejilla y un derrame enorme teñía su globo ocular de rojo. Se estiró en su silla cual víbora y por poco ocupó la mitad de mi lugar. Lo miré desperezarse como un espiral, hasta un bostezo se le había escapado.
—Ah perdón —se disculpó—. ¿Estás seguro?
—Te dije que no ¿estás sordo?
Contuvo una risa en lo que se encorvaba otra vez, y apoyaba la barbilla sobre sus brazos. Me había visto la cara de payaso, porque su voz somnolienta se coló en mis oídos, cargada de burla.
—Qué lástima, me hubiera gustado hacerlo.
Fue todo lo que dijo antes de echarse a dormir, robándome la idea, y el lugar.
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"Te la comés" o "Se la come": se suele usar de mala manera para decir que una persona es homosexual. Para decir que se come el órgano reproductor masculino en este caso.
"Cerrá el orto": forma ordinaria de ordenarle a otra persona que cierre la boca.
"Dame bola": préstame atención.
Mufa: que atrae la mala suerte.
Y creo que hasta ahí, recuerden que siempre pueden decirme si encuentran alguna otra.
HEEY ¿Cómo van? Por mi parte recién empecé las clases y ya estoy hasta el cuello de cosas para leer. Con respecto al capítulo, era hora de colocar un poco de contexto, esta es la primera parte y todavía no me acostumbro a narrar en primera persona. ¿Les aburrió o les pareció denso el capítulo?
Momento para decirle a la bella persona a la que le dediqué el capítulo, que muchas gracias por todos sus comentarios ❤
Ahora sí.
PREGUNTAS
¿La mala onda de Danilo es algo crónico?
¿Qué opinan de Dani?
¿Opiniones sobre Bruno molestando a Kiki?
¿Alguna vez durmieron en la escuela?
¿Tienen alguna preferencia entre los "amigos" de Dani?
¿Qué le hubieran contestado a Enzo si les hubiera dicho el ultimo diálogo?
Ahora la más importante, la que va a definir su paso por la historia(mentira, o no). ¿Team Ezequiel, simio pelirrojo o Team Enzo espiral al infierno?
Quiero mostrarles esta ilustración de los gemelos en su maxima expresión hecha por @dandelion.es_ (en instagram) YO LA AMÉ AAAH
PD: dejo un moodboard que hice de la historia uwu
¿Dudas? ¿Amenazas? Respondo todo.
Ahora sí, se me cuidan, nos leemos ¿Más tarde? ¿Les gustaría una doble actualización? ❤
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