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19| Disfruté el carnaval

El equinoccio de otoño se celebraba de una forma particular en Lihuén, este año se había atrasado y el gobernador había tenido que apurar los preparativos debido al descontento general. Durante el fin de semana todos parecían ponerse de acuerdo para tomarse muy en serio el motivo de la festividad: purificar sus cuerpos para ofrecerlos a la Madre Tierra, y recrear de forma metafórica el momento en el que la fundadora había dado a luz a sus tres hijas, bañando con su sangre las mismas tierras que les heredó luego de morir.

O al menos ese era el relato oficial que hicieron circular en esta ciudad. La leyenda que contábamos los pibes era un poco más cruel, decía que el fantasma de esa mujer permanecía anclado a Lihuén por el odio y el resentimiento que le dejó el sabor de la injusticia. Len-Mué era el karma, y la amenaza de que si te ibas a dormir muy tarde o salías a la noche cuando había toque de queda te iba a encontrar para arroparte bajo las lenguas de fuego tal y como lo hizo la iglesia con ella.

Los adultos por lo general consideraban que este era el día perfecto para demostrar que eran buenas personas y realizaban una limpieza en sus cuerpos, bailando, tomando y comiendo todo lo que podían hasta saciar por completo esa tendencia autodestructiva que los incitaba a pecar.

Hasta la policía cerraba los ojos y hacía oídos sordos a lo que sucedía. No convenía andar solo o acercarse a alguna patrulla en medio de la noche ya que nadie podía asegurar lo que te fuera a pasar.

Ignoré una vez más las amenazas de números desconocidos junto a los extraños pasajes de la Biblia y observé la hora a la que Cielo pedía que nos encontremos para ir con los demás. Le respondí con un emoji de payaso y quedamos en encontrarnos en el viejo campanario de la iglesia.

Me bañé con mucha paciencia, refregándome de forma obsesiva los moretones que Bruno me había dejado, con tanta fuerza que seguro los agrandé más. No pude evitarlo, me sentía como un muñeco de trapo.

En cuanto salí con la toalla alrededor de la cintura me picaban los ojos, y me dolía la mandíbula de mantenerla presionada por contener las lágrimas del asco que me daba el simple hecho de existir.

Lorena se había ido a cubrir a una compañera en el trabajo, pero me dejó una nota sobre la mesada de la cocina, al lado de unas empanadas frías que había pedido al delivery el día anterior.

"Si vas a salir con tus amigos COMÉ, y más te vale no caer en el hospital con un coma etílico porque yo estoy en la guardia y lo primero que voy a hacer cuando te vea abrir los ojos es romperte el culo a patadas.

Te ama, tu hermana."

Ezequiel leyó la nota sobre mi hombro y reprimió una mueca de nostalgia.

—Se nota que se llevan bien ustedes.

Fue como si hubiera abierto una ventana, se me puso la piel de gallina, se sumó a la estática que ya me atrofiaba el cerebro. Me llevé una empanada a la boca con culpa, consciente de que los huesos se me marcaban cada vez más y la mordí, dejándola al instante en que me atacaron las náuseas.

—Dios mío, ya no aguanto más. —Suspiré, sacándome los rizos de la cara—. Necesito un porro.

—Danilo no, las drogas no van a solucionar nada que no puedas hablar libremente —comenzó el pelirrojo, se apoyaba en la encimera con los brazos cruzados, y por alguna extraña obra del universo creyó tener alguna clase de superioridad moral sobre mí—. Si es sobre Bruno...

Me acerqué aguantando el dolor, sentí como la conexión entre nosotros se tensaba y me orillaba a la violencia.

—No estoy de humor te dije, no me rompas más las pelotas con tu discurso hipócrita. —Señalé su pecho y noté la rigidez en su cuerpo—. ¿Por qué no le dijiste lo mismo a Enzo antes de dejarlo drogarse hasta por las orejas? —Conseguí que el rostro del fantasma se deformara—. ¿Te pensás que sos perfecto, que vos vas a cambiar algo, que sos mi psicólogo o qué carajo? Dios, sos un fantasma, hacete un favor y antes de hablarme como si yo te importara en lo más mínimo para intentar controlarme, mejor andate bien a la mierda, Ezequi...

Antes de poder continuar insultándolo me tomó por la garganta.

—¿Y por qué no me acompañas vos también? —Me empujó violentamente hasta que mi cabeza golpeó la pared—. ¿Por qué tampoco me dejás hablar? ¡Dejame terminar de hablar!

Vi la culpa que le provocó el miedo en mis ojos, y relajó su mano lo suficiente como para que pudiera inhalar una bocanada de aire. Desvió la mirada, enterrando la barbilla entre sus hombros.

—No tenés por qué estar tan a la defensiva conmigo, solamente quería ayudar, pelotudo.

—No seas idiota, yo no necesito tu ayuda, vos sí —siseé estrangulado—. No podés ayudarme, nadie puede y vos no... —Empezaba a hiperventilar.

Ezequiel era una pared de concreto y lo único que evitaba que yo cayera en pedazos al suelo. De repente se acercó tanto que el frío de su aliento me produjo piel de gallina.

—¿Y por qué parece que me estás rogando ahora mismo? —La ironía en sus labios crispados hizo que mi corazón trastabillara, y me dejó sin palabras, las lágrimas de la bronca se cristalizaron en mi garganta.

Quería sacarle esa mierda cruel a golpes, o que en su defecto, él lo hiciera conmigo, por los viejos tiempos.

—Calmate —soltó en su lugar, sus iris se alargaron tanto que creí que iban a tragarme vivo—. Hicimos una tregua.

Solo se limitó a apoyar su frente en la mía.

Escuché un gruñido sordo en su garganta, un punto de calor surgió en donde su mano hacía contacto con mi piel, y expandió la explosión detrás de mis párpados que creció como una pequeña estrella hasta atravesarme la columna cual rayo. Mis ojos se voltearon hacia atrás cuando las terminaciones de mi cuerpo estallaron, desde los pies hasta la punta de los dedos de mis manos.

Fue tan abrumador que antes de darme cuenta estaba jadeando, mientras arañaba sus nudillos para tratar de mantenerme parado.

— Jesucristo. —Me aferré a la manga de su suéter—. Eso fue...

El dolor se había ido, pero mis neuronas estaban bailando chamamé en el infierno, las luces me parecieron demasiado brillantes.

—Sí, te dije —soltó Ezequiel con voz ronca. Alzó el rostro, sus párpados temblaban, y sus ojos, Dios, sus ojos se veían tan cálidos como las hojas en otoño.

Se pasó la lengua por los labios, mi cerebro me jugó una mala pasada y creí ver el brillo perlado de unos dientes demasiado afilados, pero cerró la boca antes de que pudiera comprobarlo.

—Hubieras empezado por ahí, Kiki —susurré inmóvil, no me había soltado, no quería hacerlo, lo sabía, lo sentía.

Enrosqué las manos bajo el suéter, y vi las venas violetas marcarse en su brazo. Su deseo luchaba por abrirse paso.

Lo vi dudar con intensidad antes de que, sin previo aviso, diera un paso atrás. Me dejó deslizarme al suelo en lo que un nudo se liberaba en mi garganta, sin embargo, la distancia volvió más intensa aquella atracción, era ridícula, me aplastaba, como si se tratara de una especie de imán que me carcomía la conciencia.

—¿Estás bien? —preguntó, pero la mirada en sus ojos me dijo que estaba tratando mantener el control.

«Yo no».

Necesitaba más.

—Que linda vista —respondí, alzando la cabeza, expuse mi cuello sin pensar.

—Idiota. —Sacudió la cabeza.

—¿Ya no querés que hablemos? —probé, levantándome, el dolor ardió tras mis ojos, me arañó los huesos como una bestia que fue silenciada a la fuerza. Mi visión periférica parecía una tele vieja que solo quería llevarme hacia él.

Ezequiel notó que estaba desnudo sin que eso me importara, y sus pecas se hicieron más visibles cuando el sonrojo amenazó con unirse al nacimiento de su pelo.

—¿Estás en pedo? —Trastabilló hacia atrás, de alguna forma su piel se veía menos traslúcida, más sana y brillante, quería tocarla—. Quedate quieto.

—Puedo hablar. —Me acerqué más—. Puedo hacerlo ahora, podemos hacer lo que vos quieras.

Huyó de mí, chocó contra la mesa de la cocina, y vi las venas marcarse en su mano cuando alcanzó la toalla que antes traía puesta.

—Cuando te vistas, pajero. —Me la lanzó en la cara antes de desaparecer por el pasillo que daba a mi cuarto. Un instante después fui a buscarlo, pero ya no estaba.

—Cobarde —chasqueé en la oscuridad.

|✝|✝|✝|

Evité atarme el cabello para cubrir las marcas rojizas que ahora tenía de los dedos de Ezequiel en la garganta, y antes de salir me puse sobre el buzo la vieja chaqueta de jean que solía usar.

Estaba todo limpio esta vez.

La noche era fría y las nubes se arrastraban con fuerza en el cielo, no parecía que fuera a llover.

Encontré a Cielo acompañada, su hermano descansaba la cadera contra el auto con los brazos cruzados y un cigarrillo entre los labios, se ofreció a llevarnos porque era temprano y todavía no entraba a su turno en el trabajo, pero su cara de recién levantado nos dijo que prefería agarrarse el dedo chiquito con la puerta antes de dejarnos subir a su coche.

—Gracias por la amable oferta, pero vamos caminando. —Mi amiga se dio la vuelta, poniendo los ojos en blanco.

Antes de irme noté que Fernando se fijaba en mí con los ojos entrecerrados.

—Si le pasa algo malo a mi hermana mientras yo no estoy. —Dejó escapar el humo por su nariz, acercándose a mí—. Voy a asumir que vos estabas con ella y no hiciste nada para evitarlo. —Pisó la colilla del cigarrillo con su bota y bajo la luz de la luna uno de sus ojos con heterocromía centelleó casi blanco.

Me estremecí, Cielo se dio la vuelta a pesar de la distancia que había adelantado.

—¿No tenés trabajo con tu novio en el antro? —Le gritó desde el medio de la calle, hizo que Fernando le chasqueara la lengua, enseñando los dientes que casi parecían afilados.

«¿Qué?»

—No le prestes atención. —Me dijo ella una vez que se fue—. Está re paranoico desde que empezó a ir a ahí.

—Andá a saber qué habrá visto —comenté, pero en realidad quería decirle que tenía toda la razón.

Evitamos la calle cortada por el evento y pronto las luces de la feria alumbraron nuestro camino, nos internamos entre la gente donde los coloridos puestos de comida, artesanías, y curiosidades tenían lugar. Incluso cercaron una parte del descampado alrededor de la ciénaga al instalar una zona de juegos para los más "adultos". Nosotros estábamos por entrar a la casa de los espejos cuando escuché el celular de Cielo sonar por tercera vez.

Frunció el ceño.

—¿No vas a contestar? —pregunté.

—Ya me tiene cansada —negó.

Traté de actuar normal, sin embargo, no tenía contexto porque ella no había querido hablar de eso, y yo no gozaba de la fuerza mental necesaria para iniciar tal conversación.

Sentí esa conocida vibración en el ambiente y miré sobre mi hombro esperando ver a Ezequiel, pero solo había personas que deambulaban entre las carpas de colores, la feria se había llenado bastante rápido. Al final, Cielo me guio de la mano.

Los pasillos del laberinto eran angostos y las personas estaban impacientes por entrar. Los reflejos iban y venían sin rostros fijos, también había carteles de neón señalando el camino correcto, pero empezaron a deformarse cada vez más a medida que avanzaba. Alguien me empujó al pasar, casi me hizo tropezar, me di la vuelta para putearlo, pero lo perdí, al igual que el rastro de mi amiga.

Recibí otro empujón y me vi obligado a avanzar sin ella, la luz parpadeaba en diferentes colores a cada paso que daba y me causaba dolor de cabeza.

Rojo, verde, azul, rosa, violeta. Risas extrañas resonaban en los altavoces, y comenzaba otra vez: rojo, verde, azul, rosa, violeta. Gritos, más risas, se fundían entre todos.

Seguía con esa sensación molestándome en la sien, pero no veía a Ezequiel. Me vibraba la piel y las marcas en mi cuello latían junto al rojoverdeazulrosavioleta que iba más rápido, comenzaba otra vez y otra vez.

Sentía que estaba caminando en círculos.

Me detuve en un punto muerto al sentir los pasos ajenos y el asfixiante aroma a flores silvestres.

Estaba siendo observado.

—¿Dónde estás? —pregunté en voz alta, con la esperanza de que pudiera escucharme, volví la cabeza y reflejado en los espejos que formaban un semicírculo lo vi a él. Varios.

—Acá, mi amor. —Enzo lucía emocionado, rozando lo salvaje y la situación no mejoró cuando creí ver retorcerse las víboras tatuadas en sus brazos.

Su pecho subía y bajaba agitado, en sus ojos verdes, las pupilas alargadas, la ropa húmeda estaba rasgada, chorreando agua, y desde su boca hacia su mejilla se esparcía una mancha que podía oler a pesar de la distancia.

Era sangre.

Traté de alejarme, pero choqué de frente con el cristal y escuché una risa fantasmal retumbar en mi oreja. Seguía parado ahí, mirándome con esos ojos animales, depredadores, como si se estuviera preparando para cazarme.

Una sombra cruzó sobre la figura de Enzo tan rápido que solo vi un borrón de cabello negro, pero yo lo aproveché y corrí. Jesucristo, corrí lo más lejos que pude hasta que la vibración en mis oídos se hizo insoportable y choqué con alguien otra vez. Esta vez supe quién era, reconocí su aroma y me aferré a su suéter con fuerza tratando de regularizar mi respiración.

Ezequiel olía a menta mezclada con la humedad de la lluvia.

—Vos, idiota, ¿por qué mierda no apareciste antes? —jadee.

—¿Para qué? —Levantó una mano como si quisiera tocarme, pero vio las marcas en mi cuello y dio un paso atrás con culpa—. La estabas pasando bien con tu amiga y no quería interrumpir. ¿Por qué? ¿Pasó algo?

Apenas vi su gesto de preocupación me di cuenta de que ni siquiera sabía cómo empezar a explicarle al fantasma lo que acababa de suceder, porque no era real, no podía ser posible algo más.

|✝|✝|✝|

—Dios santo, boludo, ¿dónde estabas? Estaba a punto de entrar a buscarte —murmuró Cielo, me estaba esperando afuera, y de alguna manera, se las había arreglado para encontrarse con las demás chicas.

—Me perdí. —Me encogí de hombros y oculté el temblor de mis manos en mis bolsillos—. ¿Vos estás bien?

Ella asintió, pero bajó la vista al celular en sus manos.

—Pero ese chabón la estaba molestando. —Iba diciendo Alanis, Milagros la codeó con fuerza, llevaba un vestido color pastel, y le quitó el celular a Cielo para envolverla con un brazo en actitud protectora.

Miranda le dio una gran mordida al pancho entre sus manos.

—La verdad, se merece una puñalada —siseó con la boca llena.

A lo lejos escuché a Julián chiflar en nuestra dirección, en lo que se acercaba.

—Mierda —interrumpió Milagros—. Pero qué linda está la noche ¿no? —Casi gritó antes de jalar mi brazo—. ¿Por qué no suben a la rueda de la fortuna un rato? —agregó en tono amenazante, ignoró por completo la mirada fulminante de la morena y le guiñó un ojo—. ¡Después nos encontramos junto a la ciénaga!

—¿Me vas a decir que mierda es lo que está pasando? —pregunté una vez en la fila que se había formado para subir, y quizás sí, había sonado más agresivo de lo que planeaba, pero en mi defensa tenía los nervios bastante crispados.

Cielo retorció sus manos.

—Le corté a Bruno, porque es un violento de mierda —dijo y noté que tenía los ojos llorosos mientras hablaba—, pero siguió jodiendo y Milagros está al pendiente de que no le responda una boludez.

—Ese pelotudo, no me digas que te hizo algo más —farfullé bruscamente, y tuve que callarme de repente para que ambos podamos escuchar la explicación del encargado del juego antes de subir.

—No me hizo nada —aclaró Cielo una vez que nos sentamos—. Pero ayer fue a mi casa a molestar, Fernando se levantó re del orto y lo echó, no sabés el quilombo que armó.

—¿Y por qué no me lo dijiste antes? —No pude evitar preguntar, me sentía traicionado de una manera inexplicable—. Ese chabón es peligroso, no entiendo cómo es que no se dan cuenta. —Me llevé una mano al rostro en señal de frustración y tuve que reprimir un quejido de dolor.

—Bueno, es difícil si apenas me contestas los mensajes —reclamó ella—. Especialmente difícil si encima vos actuás tan raro.

—Bue, ¿qué tengo que ver yo? —Fue un mal momento para recordar que le tenía miedo a las alturas, me aferré a las barras de metal a mis costados—. No soy raro —gruñí, Cielo lo tomó como una invitación para acercarse más a mi lado y señaló el dibujo en el buzo bajo mi chaqueta—. Ver anime no me hace raro.

—Comes fideos con palitos, Danilo.

—Disfruto de la cultura japonesa. —Me excusé—. Además, rara serás vos que te la pasás bailando las coreos de esos coreanos, ¿te pensás que no sé que te encerras en tu cuarto a grabar tik toks? Andá a cagar.

La hice reír con mi molestia y no fue intencional, pero logró que un peso se aliviara en mi pecho. La extrañaba, y lo que pasar el tiempo con ella significaba para mí.

—No me refería a eso igual —aclaró con duda en los ojos—. Me refiero a nosotros, lo que dijiste en la pelea con Bruno, no puedo dejar de pensar en eso.

—Disculpame, en el momento vi como te trataba y me hizo enojar. —Suspiré, me sentí miserable—. Sí, sé que eso no es excusa y está mal, pero nadie merece que le hablen así, y él se tiene que dar cuenta de que vos sos... —Me interrumpí consciente de lo que estaba a punto de decir.

—Ves, ahí está. —Cielo no parecía de humor para dejarlo pasar esta vez, fijó los ojos marrones en mi rostro, y me puso nervioso.

—¿Qué?, ¿el qué?

—Eso que hacés vos a cada rato. —Frunció el ceño y negó—. Esa actitud rara que tenés cuando estás conmigo, cuidándome como si yo te importara demasiado y trataras de no demostrarlo.

—Pero obviamente me importas mucho si somos amigos. —Aunque era verdad, algo se sintió raro al decirlo—. Sos la única que me aguanta. —Me apresuré a aclarar, y remojé el corte en mi labio.

—¿Somos amigos? —preguntó, sentí el aroma de su cabello y me di cuenta de que estaba demasiado cerca—. ¿De verdad?

—Obvio que sí, y no quiero arruinarlo. —Traté de sonreír, pero tenía la ligera sensación de que Cielo había adquirido la mística capacidad de ver a través de mí.

—Arruinarlo. —Empezó a murmurar, apoyaba un codo sobre la barra de metal—. No vas a arruinar nada si me decís la verdad, si me hubieras dicho la verdad antes de...

La máquina sobre la que estábamos sentados se detuvo de repente, y me sobresalté.

—Bueno, reina, a ver si dejás de hablar en código porque no te entiendo nada.

Esperaba que se alejara y me mandara a cagar como normalmente hacía, pero en su lugar tomó mi cara entre sus manos y tuve que reprimir un gemido de dolor cuando su palma fría tocó mi pómulo hinchado.

—¿Yo te gusto? —La intensidad de su pregunta me obligó a mirarla—. Decí la verdad.

—Bu-bueno, lo que es gustar gustar...

—No des vueltas ahora, pedazo de zorra cobarde —chistó sin paciencia.

Eso me hizo enojar.

—Pero la puta madre, Cielo, dejate de joder, me encantás, sos preciosa, pero andabas con el otro imbécil y yo me resigné a qué nunca vaya a pasar nada ¿va? —Me refregué la cara—. Cortala ya, me está dando miedo este juego de mierda, y encima vos... —Intenté alejarme, pero ella se inclinó hacia adelante.

Y me besó.

Y sentí dolor.

No era lo que estaba esperando. No fue paciente, sabía al chicle de multifruta que se había sacado antes de subir, al olor de su perfume de cítricos y al vértigo que sentía en la base del estómago por estar sentado tan alto.

Sin embargo, había imaginado este momento durante los últimos dos años, y recordarlo me hizo convencerme de que ella podría llegar a darme la paz suficiente como para que pudiera sentirme más normal. Por eso acuné su rostro y se lo devolví con más lentitud.

Algo se quemó en mi interior, como si esa chica nerviosa se hubiera transformado en el sol y de alguna manera esa sensación me resultó más satisfactoria que el poder de mi imaginación. Saboreé sus labios, y pronto sus ademanes dejaron de ser apresurados, bajó las manos hasta envolver mi cuello. Su lengua también estaba demasiado caliente, me hizo pensar que tenía fiebre, o quizás era yo.

Me dejé llevar hasta que el dolor se desvaneció por completo y sin darme cuenta la acerqué por la cintura para eliminar la distancia.

Abrí los ojos cuando se separó un segundo, y ella suspiró contra mis labios.

—¿Por qué no me di cuenta antes? —Fue lo primero que dijo, vi sus pupilas brillantes, y los pequeños cabellos negros fuera de su moño alborotado.

Me arrancó una sonrisa tonta.

—Sos bastante lenta en general. —Detuve su mano justo antes de que me diera una piña.

—Y vos sos un...

Me acerqué.

—¿Un qué?

—No quiero estar en pareja otra vez —declaró con nervios, me tomó por sorpresa, pero seguía mirándome los labios.

—Bueno —dije.

—Perdón, ya sé que soy una mierda, ya sé. —Un suspiro dramático se le quedó atascado cuando me miró—. Esperá, ¿qué?

—Puedo imaginarlo —argumenté—. Después de andar con ese tremendo pelotudo, hasta yo lo pensaría dos veces antes de acercarme a otro hombre.

—Pero nosotros... —dudó.

—Somos amigos —afirmé—. Y para mí está bien.

«Mentiroso».

Su mirada se perdió otra vez cuando me pasé la lengua por el labio en busca del corte que no encontré. Raro.

—Pero no le digas a tu hermano —recordé, ella chasqueó la lengua, pero me atrajo del cuello de la chaqueta para besarme sin preámbulos, más lento y profundo. Me provocó demasiado, incliné mi cabeza hacia atrás para darle más acceso a mi boca. Trataba de parecer relajado, acariciaba su cintura despacio cuando en realidad quería apretar sus caderas y dejar que se subiera encima de mí.

«Esto es más difícil de lo que pensaba».

—Dejá de hacer eso —dijo con voz amenazante una vez se separó—. Es adictivo.

—¿Qué cosa? ¿esto? —Moví el piercing de la forma más inocente que pude y ella atrapó mi cara. Esta vez me incliné yo, pero puso una mano para evitar el contacto.

—Pará, boludo —murmuró, su rostro estaba sonrojado, y observó por encima de su hombro al encargado del juego que nos miraba casi con asco—. Tenemos que bajar.

Cielo me agarró la mano como siempre y por primera vez en esa fatídica noche no me sentí tan mal, no me dolieron los moretones en el rostro y mis huesos dejaron de quejarse.

Una vez que empezó el gran desfile del carnaval, la música explotó en los altavoces, las calles se llenaron de personas vestidas con trajes brillantes llenos de lentejuelas y plumas, carrozas que simulaban muñecos gigantes y niños corriendo por todos lados con latas de espuma en las manos. Estaba repleto de gente hasta reventar, por lo que nos alejamos bastante del centro de atención para encontrarnos con los demás, reunidos entre un grupo de árboles torcidos, limitando con la enorme ciénaga que atravesaba Lihuén.

Todo aquel que piense que la vida es desigual, tiene que saber que no es así, que la vida es una hermosura, hay que vivirla, todo aquel que piense que está solo y que está mal, tiene que saber que no es así, que en la vida no hay nadie solo, siempre hay alguien máaaas. —Julián usaba como micrófono una botella de cerveza y bailaba parado arriba de un tronco cortado por la mitad mientras agitaba una rama llena de frutas silvestres como si fuera una maraca—. Aaaaay, no hay que llorar, no hay que llorar que la vida es un carnaval y es más bello vivir cantando.

—¡Por fin! Milagros alzó la voz al vernos llegar, y le cayeron varias porquerías en los rizos rubios. Se volteó hacia Julián—. ¡Dios mío, ya no te aguanto más, cargoso!

—Ue, que aburrida que sos, Mliagritooos —canturreó el muchacho.

Miranda se le acercó por detrás y lo empujó a la tierra, pero el pibe reaccionó a tiempo para caer de pie, parecía que ser ágil como un mono era un efecto secundario de estar tan en pedo.

Suavementeeee besame —empezó—. Que quiero sentir tus labios besándome otra vez.

—¿No tiene un botón de apagado este aparato? —Alanis preguntó, pero se empezó a reír en cuanto la rubia endemoniada le llenó la cara de espuma a Julián hasta que se ahogó.

—De nada. —Sonrió ella. Su cabello enrulado formaba un halo alrededor de su cabeza, y tenía un collar grueso de cuero con púas plateadas, parecido a una correa de perro.

—Estaba a punto de escribirle una carta a Papá Noel para ver si te devolvía para Navidad, mínimo. —Le dijo Milagros a Cielo tenía contra la espalda una mochila de oso azul.

—Ue, re forra. —Se quejó Julián, se acercó a la ronda que habían formado con los demás. Jugaba con un encendedor—. Dale Mili, sacá las cosas, no seas ortiva.

—Estábamos esperando a que llegaran —dijo Alanis, Miranda peleó con el muchacho y le arrebató el encendedor de un salto.

—Pero falta Bru... —Alanis hizo que Julián se callara poniendo una mano contra su nuca. La rubia de ojos delineados fue un poco más directa.

—Te voy a quemar la cara si no te dejás de joder.

Milagros nos mostró una enorme sonrisa y abrió su mochila de oso azul con los ojos brillantes como si fuera una pirata y la cantidad absurda de alcohol en sus manos el gran tesoro. Observé un poco en trance como empezó a sacar varias botellas de bebida blanca que seguro le había robado a sus padres. Miranda se metió un puñado de gomitas de colores a la boca y le pasó un cigarro enorme al muchacho. Él se puso nervioso cuando se dio cuenta de que tenía dejar que se lo encendiera.

—Che, ¿tenés fuego? —Me preguntó.

Asentí por pura costumbre. El humo me dio en el rostro y me hizo arrugar la nariz.

—¿Querés?

De forma instantánea alcé la cabeza y vi la silueta de Ezequiel, estaba parado de espaldas a mi, junto a la ciénaga.

—No gracias —negué con dificultad.

Una horrible sensación de déjà vu comenzó a nacer en mi pecho, a medida que mis compañeros compartían todo como ya estaban acostumbrados. Cielo se quedó a mi lado durante un rato, pero después se fue con Milagros y Alanis le compartió una calada de su cigarro. Me sentí un poco traicionado.

Por inercia me acerqué a Florencio. Me picaban las manos y sentía el sudor frío bajarme por la nuca a medida que pequeñas gotas empezaban a caer sobre el agua estancada.

Estaba lloviendo.

Él me echó una mirada de reojo y alzó el labio con molestia.

—Que onda, Dani, ¿estás nervioso? —Miranda interrumpió antes de que dijera algo, equilibró la jarra contra un árbol y me rodeó—. No me digas que ahora te dan miedo las consecuencias. —Bajó la voz y las uñas se hundieron en mi brazo—. No te olvides de tu deuda.

—Chicos —murmuró Julian, señaló un punto a lo lejos—. ¿Qué es eso?

—¡Chicas! —Cielo se levantó de repente.

—¿Eh? —Alanis dejó de tontear con Milagros—. ¿Qué cosa?

—No veo nada —dijo la rubia, bastante ida—. Debe ser un animal muerto, acá hay bastantes.

—Es una persona. —Julián habló.

Yo quería vomitar.

Miranda chasqueó la lengua impaciente en lo que el muchacho agarraba un palo y estiraba el brazo sobre el agua.

—¡A ver, manga de maricones! —Lo empujó cuando aquella cosa ya estaba lo suficientemente cerca, pero fue demasiado tarde, el chico ya había soltado el palo, se precipitaba al barro de rodillas, y susurraba estrangulado.

—No, no, no.

Milagros fue a su lado y retrocedió con una mano contra su boca.

—¡Dios mío, virgen santísima! —Se persignó—. ¡No lo toques!

Alanis gritó, y todos la imitaron. Me acerqué a ver al mismo tiempo que un rayo fragmentaba las nubes e iluminaba el cuerpo pálido, la piel hinchada y acuosa, repleta de plantas y basura. Traté de evitarlo, pero mi amiga también lo vio, y se desmayó en mis brazos.

Bruno tenía los ojos vacíos puestos en el cielo y el cuello completamente desgarrado.

|✝|✝|✝|

BueNAS NOCHES, o malas, porque bueno, Bruno no la contó. 

Es hora de las:

|✝|PREGUNTAS|✝|

¿En su ciudad hay festividades particulares? ¿Cuáles?

¿Alguna vez fueron a un carnaval?

¿Cuál es la leyenda urbana que les daba miedo de chiquitos? A mi la llorona, y el hombre de la bolsa, no importaba la situación, cuando me los nombraban me ponía a llorar del miedo (Sí, soy muy miedosa)

¿De qué forma hubieran frenado la discusión entre Dani y Kiki? (Solo respuestas equivocadas)

¿Por qué creen que Dani vio a Kiki en HD después de que lo tocó?

¿Por qué creen que Kiki huyó de la situación después de tocar a Dani?

¿Qué piensan de Fernando?

¿Enzo está un poco obsesionado?

¿Shippean a Ciani (CieloxDani)? 

¿Cielo es tan normal como Dani cree?

¿Les gustaría más cameos de Julián cantando? Voto sí.

¿Esperaban la muerte de Bruni?

Espacio para dejes tu teoría sobre quién lo mató y porqué, yo les voy a estar observando, y respondiendo, por supuesto. 

¿Quién creen que será el siguiente?

Ya dejo de cargosear con las preguntas, QUERÍA AGRADECERLES, PORQUE LLEGAMOS A LOS 7K, ay muchas gracias por leer, votar y comentar las peleas entre el fantasma pelirrojo y el desastre con patas, de verdad. 

Nos leemos el miercoles que viene, recuerden tomar awa y no acercarse a la laguna de noche

—Caz♡

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