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10| Lamenté su muerte


Pegué la palma a mi sien, mi cabeza se sentía como una tele vieja y el reflejo desvanecido de Ezequiel parecía producto de la interferencia que tenía el mal funcionamiento de mis neuronas. Recordé que no había consumido nada demasiado fuerte que me hiciera malviajar tanto e intercambiar saliva con Enzo no tenía lo suficiente como para hacerme imaginar a su hermano muerto con cara de orto, todavía reclamándome porque casi me había pisado un auto.

—¡¿Qué mierda, Danilo, te querés morir?! ¡Prestá atención, dios santo!

Algo más andaba mal.

—Levantate, ahora. —Todavía estiraba la mano pálida, su cuerpo había vuelto a tomar forma más... ¿consistente?

Mi Enzo interior pensó en un irritante chiste sexual, no iba a hacerlo en un momento como ese, sentía náuseas.

—No puedo respirar —comencé, traté de hacerle caso al fantasma de Ezequiel para evitar ser atropellado por un auto, pero me distrajo el ademán fastidiado que hizo.

—Ajá, yo tampoco, salgamos de acá.

Tocarlo fue como atravesar una cascada de agua ondulante en la superficie.

Su piel estaba fría y húmeda, olía como...observé el sumidero de agua mohosa lleno de criaturas acuáticas que se extendía a mis espaldas, y él me soltó rápidamente, escondiéndola detrás de sí. Me recorrió un escalofrío al mismo tiempo que escuché la sirena lacerar mis tímpanos, y un segundo después una patrulla de la policía de Lihuén se detuvo delante de mí.

—¿Danilo? —El oficial Naín, me apuntó con una linterna que me quemó las pupilas, traté de cubrirme la cara solo para descubrir que me había raspado las palmas de las manos por la caída y ambas sangraban un poco—. ¿Danilo Rodríguez?

No supe en qué momento accedí a subir para que me llevara a mi casa, pero si consideraba la manera en que mis manos comenzaron a temblar apenas apoyé el culo en el asiento. Pasear en la parte de atrás de un coche de policía no estaba ni de cerca entre mis actividades recreativas preferidas, en especial después de que descubrí que el idiota de Enzo me había metido un cigarrillo de marihuana en el bolsillo de mis pantalones a modo de regalo, como solía hacer antes cuando apenas empezamos a salir. Además, los recuerdos punzaban mis sienes con fuerza, gruesas gotas de frías me recorrían la espalda y el oficial Miranda me hacía preguntas que con el culo mío iba a responder, si no me salían las palabras.

—¿Ey, qué te pasa? ¿Estás bien? —Ezequiel, que me había seguido como el reflejo de todas las cosas que estaban mal en mi vida, se sentaba al lado mío y era el único que lo notaba, porque la radio estaba demasiado alta, y el policía miraba hacia el frente, de vez en cuando al retrovisor, donde las sombras ocupaban la mitad de su rostro.

—No. —Logré articular lo más bajo que pude, Naín me escuchó.

—¿Cómo qué no? Te vi en el hospital. Cielo y Bruno son tus compañeros de escuela ¿no?

De los nervios enterré la cabeza entre mis rodillas, no podía respirar, mis pulmones parecían estar hechos de papel de lija y el sonido de la estática me taladraba la existencia. Ezequiel se restregó la cara con frustración y apoyó la mano en mi hombro como si tuviera miedo de que su propio cuerpo pasara de mí, apenas pude sentirlo, cuando me apretó con fuerza me quejé.

—Mirame —gruñó, rompiendo por completo su falsa diplomacia—. Mirame, la recontra putísima madre.

—Qué maleducado —jadee, en un intento de burla. Él siguió.

—Respirá, no te podés desmayar por una boludez como esta. ¿Me oíste?

—Lo está diciendo el fanta...

Ezequiel pegó la palma a mi boca tan fuerte que me sorprendió que no se haya escuchado sobre la voz estridente del locutor del partido de fútbol que salía de esa radio de mierda.

—Yo sé que pasaste por cosas peores —susurró sin dejar de mirarme, y una trompada dolía menos que ese recuerdo, me apretó la cara—. ¿De qué color son mis ojos? ¿Cuántas pecas tengo? Concéntrate, porque te juro que si me respondes mal y te desmayás ahora mismo te voy a traer de vuelta a las trompadas.

No se necesitaba demasiado para convencerme.

Dudaba de que el oficial fuera consciente de lo que sucedía en la parte de atrás de su auto, estaba a oscuras y había empezado a hacer preguntas que se respondía a sí mismo sobre el partido que pasaban en la radio. El hermano de Miranda era un tipo de juventud interesante, pero estaba tapado de responsabilidades que descomponían su individualidad, volviéndolo un esclavo más del mundo en el que algunos tratábamos de encajar a la fuerza. Se centraba en las cosas terrenales como para notar que un fantasma enojado estaba a punto de darme un cabezazo en la nariz.

Traté de respirar cuando Ezequiel quitó la mano, su aliento estaba helado.

—¿Verdes? —pregunté, los recordaba de un tono efervescente como las hojas de los árboles en otoño a punto de ponerse amarillentas.

Arrugó la nariz, solían fluctuar con facilidad, el color que veía era oscuro como el musgo que se aferraba a las piedras de un pantano.

—¿Esa es una pregunta?

—Son verdes —afirmé—. Pero antes eran...

—¿Qué más? —ladró, me obligué a concentrarme en sus pecas.

—Quince tenés. —Se esparcían sobre su nariz y seguían un camino difuso a través de su mandíbula, hasta su garganta bajo el cuello del suéter—. Y algunas más...

Ni siquiera me di cuenta que seguía hablando hasta que su voz me interrumpió.

—Así que sabías contar.

Sabía que las tenía por todo el cuerpo. Chasquee la lengua y le saqué el dedo medio, noté que respiraba con más normalidad mientras Naín estacionaba el coche frente a mi casa y me miraba a través del espejo retrovisor como si estuviera mal de la cabeza.

No tenía el poder para negarlo.

Ezequiel me siguió cuando me bajé, con una mueca desagradable grabada a fuego en su nariz respingona. En otro momento podría haberme hecho sentir como un inutil, pero en ese instante solo sonaba nostálgico. Confundido.

—De nada.

—¿Seguro que estás bien, pibe? —Me di cuenta de que Naín seguía estacionado con el motor gruñendo en la calle.

Se escuchaban algunos pájaros y el cielo comenzaba a despejarse de a poco mientras amanecía, pero yo solamente me había puesto a pensar en la última vez que había escuchado esas palabras salir de la boca de Ezequiel.

Recién era noviembre y el verano invadía la ciudad que no parecía tener término medio cuando de estaciones se trataba, lo detestaba por obligarme a ponerme la cantidad justa de ropa y aún así sudar. Esa mañana había decidido fingir ser una persona decente para ir a devolver un libro a la biblioteca de la ciudad, lo había pedido prestado, y como el pelotudo de Enzo me había estado ignorando porque según él "tenía unas visitas inesperadas en su casa" estuve leyéndolo durante dos días de pura fijación obsesiva, pero como todo lo que me interesa demasiado lo dejé cuando faltaban alrededor de veinte páginas para el final. Me olvidé de su existencia hasta una semana después cuando venció el plazo que tenía para devolverlo.

Y todavía no tenía señales de Enzo.

Al entrar al desvencijado edificio de techo bajo, el olor a libro viejo y humedad me invadió, al igual que el sonido del teclado mecánico de la bibliotecaria en el mostrador cercano. El cartel pegado bajo la enorme estatua de la virgen mal equilibrada sobre una mesita exigía silencio, la misma te juzgaba apenas pasabas por la puerta con las lágrimas brillantes y el rosario entre las manos.

—¿De Estados Unidos? Ay qué lindos, que inteligentes, y mirá que buen mozo que estás, Kiki, que están los dos, queridos. Los felicito. —La señora se deshacía en elogios mientras hablaba con Ezequiel y otro muchacho de contextura robusta como él que yo nunca había visto antes.

A leguas se notaba que no pertenecía a la ciudad.

Por la cercanía podía escuchar todo lo que decían, me quedé parado junto a la puerta como la réplica de la virgen que juzga. El pelirrojo se sacó la gorra que lo protegía de que el sol no lo convirtiera en un tomate gigante, mientras asentía vestido con ropa de deporte, y pantalones cortos, la apretaba en una mano como un niño que no está acostumbrado a los halagos. El otro chico de coleta con mechones de pelo desarreglados a los costados de la cara le codeaba las costillas con una sonrisa, consiguiendo que su amigo se sonrojara aún más.

Verlos convivir por primera vez me hizo sentir intimidado por la pareja perfecta que hacían, ambos con porte recto, y vestidos como si hubieran ido a entrenar juntos.

La puta madre. En esa ciudad de mierda no se podía dar ni dos pasos sin encontrarse con alguien conocido, y lo peor era que esas confabulaciones del universo solían ponerse intensas cuando más asqueroso me sentía.

Bueno, siempre me sentía así, pero eso no era lo importante.

—Estamos buscando un libro de Murakami —habló en español con un marcado acento. Tenía hasta los pelos de las pestañas dorados, me perturbó su presencia tanto como sus palabras.

El sol que entraba por la ventana le daba en la mitad de la cara. Era tan rubio que me dolían los ojos al verlo. No era tan alto como Ezequiel, pero tenía la misma contextura, una estúpidamente fuerte para la clase de adolescente normal que aparentaba ser, se habían excedido con las vitaminas. Además, estaba demasiado cerca de él, terminó rodeando sus hombros en un abrazo amistoso mientras hablaba con la bibliotecaria embelesada en su presencia.

«Pero, ¿por qué Ezequiel no lo alejaba? Peor, ¿por qué parecía cómodo con eso? ¿Y por qué mierda me importaba en lo más mínimo?»

No tardé en sacar conclusiones, asociando lo que me había dicho Enzo sobre las "visitas inesperadas" en su casa. No sabía quién carajo era ese rubio importado directamente desde gringolandia, pero no me iba a quedar a averiguarlo.

—Tokio Blues está en falta, pero tenemos otros títulos de él... —Tropecé con la frágil mesita de la espantosa estatua apenas reconocí el título del libro que tenía en la otra mano, pero ya era demasiado tarde porque la misma estaba a punto de partirme la cabeza—. ¡Cuidado!

Por supuesto que sí, Ezequiel la agarró antes, salvando el día como el muchachito perfecto que era, y evitando que la punta de la túnica de la virgen me hiciera un agujero en el cráneo. Hubiera preferido lo contrario si eso aseguraba que no me notaran desangrado en el suelo, pero por desgracia las cosas nunca salían como yo quería.

Menos cuando quedar en ridículo era parte de la ecuación.

El pelirrojo me miró como si no hubiera querido notar mí presencia hasta el momento en que el tamaño minúsculo de la biblioteca lo obligó a hacerlo.

—¿Dani? —Era un pedido de misericordia frente a la incomodidad que generó mi intromisión, yo no iba a escuchar.

Ni que fuera Jesucristo.

—¿Dani? —repitió el otro, rápido como un rayo se paró a su lado. Miró a Ezequiel tenso de pies a cabeza y después a mi. Su voz no era tan bajita como hubiera deseado, pareció saborear el apodo con especial resentimiento—. Is he that Dani?

No sabía que le había contado sobre mi, pero a juzgar por su lenguaje corporal, explícito y controlado en todo momento, no era nada bueno. Su mirada de fuego dorado se afiló para detallarme como si me hubiera convertido en una simple presa.

Me ericé.

Levantándome con la cara caliente y toda la dignidad que fui capaz de reunir me acerqué al mostrador a firmar, era demasiado incómodo, necesitaba salir.

—Vengo a devolverlo. Gracias.

Dejé el libro sobre la mesa, y al volver a buscar mis cosas con desesperación noté la mirada contrariada de Ezequiel encima, estaba pisando la tira de mi mochila sin darse cuenta. El rubio se había puesto a hablar con él otra vez. Apoyaba el pecho en su espalda y la cabeza en su hombro, invadiendo su espacio personal, como si yo no existiera, mejor dicho, como si quisiera negar mi existencia.

—De nada —bufó Ezequiel, interrumpió lo que sea que le estuviera murmurando él en el oído.

Y volví a sentir los ojos felinos de ese rubio quemarme la nuca.

|✝|✝|✝|

—Entonces era posta —murmuré sobreestimulado con el ritmo de mis pasos apurados, estiraba mi pelo y clavaba la vista en el suelo que de vez en cuando se desdibujaba como si estuviera en un extraño sueño—. Yo te vi, vi tu cadáver. ¡Te cortaron la garganta de aquí a acá!

—Dejá de repetirlo, pareces tarado, de verdad te digo.

Ezequiel frunció el ceño con fastidio y se apretó el puente de la nariz mirando al techo lleno de humedad como si pudiera encontrar ahí todas las respuestas del mundo.

—¿Pero vos me estás escuchando? ¿Ves la gravedad de la situación? —grazné, necesitaba su confirmación, lo que era una total estupidez porque él era un fantasma. ¡Y se suponía que no existían!

—Es difícil no hacerlo la verdad. —La cara de desagrado que trató de ocultar al ver el estado desastroso de mi habitación y mi casa en general cumplió el objetivo.

Estaba sentado a horcajadas sobre la silla de mi escritorio y todavía así su aura de pulcro niño perfecto contrastaba con mi caos personal lleno de papeles, carpetas, mangas a medio leer, lápices, ropa acumulada en una esquina y latas de energizante que siempre me olvidaba de tirar. Chasqueó la lengua a modo de disculpas, y cruzó ambos brazos sobre el respaldo. Su vista perdida en la ventana, en la única zona a la que no llegaba el desorden, por la simple razón de que me sentaba ahí a fumar para calmar mí estúpida ansiedad.

Con las luces amarillentas de la calle entrando a través de las cortinas naranjas y su forma tan anticuada de vestir parecía un personaje inmortalizado en una postal vieja, con los ojos fijos en alguna imagen del pasado que no conseguía descifrar.

—¿Cómo fue que...?

—No sé. —Me cortó, se acarició el cuello de forma inconsciente y las venas violáceas fueron visibles a través de su piel casi traslúcida—. No me acuerdo de nada de lo de esa noche, solamente que me desperté en el baño cuando vos me viste y yo ya estaba...muerto.

—¿Nada de nada? —Se me salió la pregunta, el recuerdo de la violencia de nuestra pelea en el baño de Miranda, de sus brazos rodeándome, y de sus dedos apretando mis caderas mientras sus labios arrogantes se volvían rojos de tanto besarme con desesperación se colaron en mi subconsciente. Tenía suerte de que estuviera la luz apagada.

—Nada relevante. —Volvió a mirarme como quien mira un bicho pegado en la pared.

Eso me dolió, pero mi dignidad se caía a pedazos como para que pudiera importarme lo suficiente.

Me dejé caer en la cama con un bufido que pesó en el silencio incómodo, y el comentario de mierda picó en mi lengua, como una interesante manera de romper la tensión.

—Wa, así que el mejor alumno de la clase se emborrachó taaanto que no se acuerda de nada, quién lo diría.

«No sé acuerda de nada porque está muerto, insensible de mierda».

Ezequiel entrecerró los ojos y frunció los labios como si estuviera dispuesto a entrar en modo pelea, pero abandonó la idea en cuanto me levanté inquieto a buscar el encendedor en mi caja de emergencia. Iba a hacer que el regalo de Enzo sirviera para algo.

—¿Sabías que consumir marihuana antes de los veintiuno degenera el cerebro? A vos ya te debe quedar poco.

Necesitaba que me diera la paciencia necesaria para convivir con ese simio de la re mierda.

Escuché su voz demasiado cerca, me di la vuelta lentamente con el armado entre los labios y estuve a punto de chocar con su pecho. Había hablado demasiado pronto, se inclinó tanto que pensé que iba a tratar de intimidarme, pero solo amagó a poner un mechón de pelo detrás de mi oreja, como si quisiera probar su punto al verme encender el fuego con torpeza. No fue por la razón que él pensaba, pero igual me soltó una sonrisa venenosa y yo le escupí el humo en la cara.

El aire se había llenado de estática de repente, olía a la humedad que traían los pantanos que rodeaban la ciudad, con un deje metálico de sangre.

Iba a vomitar.

—Alguien me mató esa noche, pero por alguna razón solamente vos podés verme.

Volví a inhalar el humo con rapidez para ignorar eso y terminé tosiendo.

—Descubriste América, Casper.

En la oscuridad de mi habitación su expresión joven pausada por la muerte temprana lo hacía parecer una estatua, tenía los ojos enfocados en un objetivo que iba más allá de mi. El brillo en ellos me dijo que yo iba a verme involucrado, y no tenía el poder para negarme. No importaba el tiempo, ni el momento, o que no tuviera un cuerpo completo, me seguía sintiendo una especie de insecto deforme junto a la potencia de su determinación.

—Tenemos que encontrar a la persona que lo hizo. —Ezequiel nunca admitía otras opiniones y para mi era adictivamente fácil ceder el control.

También negar el peligro inminente cuando lo tenía enfrente.

—¿Tenemos? —Me enfurecí, por alguna razón, relajarme hacía que me volviera más conflictivo de lo usual—. ¿No era yo un drogadicto sin cerebro?

—Hago lo que puedo con lo que tengo —afirmó en tono jocoso, no se había movido por lo que yo tuve que alejarme a duras penas de su extraña aura paranormal, me atraía robándome el aire, eso no era normal.

«Tampoco lo es querer que te asfixie un fantasma».

—Andate a la mierda mejor. —Solté el humo por la nariz, apagué el resto del cigarro en el alféizar de la ventana—. ¿Por qué pensás que te voy a ayudar si siempre me insultás, pedazo de animal?

Pestañeó con incredulidad, como si fuera muy obvio.

—Porque te conozco, y tu atrofiado sentido de la responsabilidad se va a sentir muy culpable si no lo hacés.

—No me conocés —escupí asqueado por lo rápido que cambiaba su tono a uno de elocuente nene bueno—. En realidad me importa una mierda, y es más. —Me interrumpí para tomar aire—. Sos tan insoportable que te habría matado yo mismo si no se me hubieran adelantado.

Fue como si le hubiera pegado una patada en la cara.

Otra vez, mis palabras salieron como vómito verbal, el odio no me dejó pensar. Traté de consolarme creyendo que Ezequiel iba a soportarlas, pero al final el ácido derritió su expresión arrogante, me encontré con ese gesto contrariado como plástico quemado. Desvió la mirada acariciándose la nuca con incomodidad.

—No sabés lo que estás diciendo.

Por desgracia comprobé que él no había cambiado tanto como parecía, y todavía lo conocía lo suficiente como para deducir, por la tensión en su mandíbula, que le dolía.

No dijo más nada, se quedó mirando el cielo a través de la ventana, como si no estuviera realmente ahí. Incluso con él muerto siempre era lo mismo, se las arreglaba para que me sintiera una mierda de ser humano. Dios. Necesitaba pensar con claridad, fui al baño a lavarme la cara solo para darme cuenta de que su silueta empezaba a desdibujarse a medida que los primeros rayos del sol entraban por la ventana.

—Al menos tenemos un punto de partida —murmuré arrepentido mientras me secaba, pero al escanear la habitación medio a oscuras Ezequiel ya no estaba.

|✝|✝|✝|

¡Estoy de vuelta! Con nuevos titulos de capítulos más acordes a la historia, y nuevos dialogos en los capítulos anteriores que les recomiendo releer con reggaeton viejo de fondo para más placer.

También vuelvo con las actualizaciones de esta novela todos los miercoles ♡

|✝|PREGUNTAS|✝|

¿Qué opinan de los nuevos títulos?

¿Qué les pareció el capítulo?

¿Qué hubieran hecho en la situación de Dani?

¿Esperaban la actitud que tuvo Ezequiel?

¿Identificaron el flashback con el nuevo personaje del pasado de Dani y Ezequiel? Quiero agradecer a mi beta preciosa sadclown_ por prestarme a su bebé violento para que forme parte de YN.

¿Creen que ese rubio tenga que ver con la muerte de Ezequiel? 

¿Ustedes ayudarían a Ezequiel aunque sea peligroso?

¿Es momento de empezar a formular teorías sobre quién lo mató? Las pistas existen desde el principio.

¿Dudas? ¿Amenazas? Saben que respondo todo. 

PD: Dejo la playlist de la historia, disponible tanto en Spotify como en YouTube (en este comentatrio) 

¡Muchas gracias por leer y seguir acá! 

Nos leemos el miercoles que viene, recuerden tomar agua

—Caz♡

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