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Capítulo 2


La veo.

Ella intenta cubrirse, sin embargo, es demasiado tarde, ya la he visto. Su abdomen está cubierto de heridas, graves y severas heridas. Podía ver la clara marca de unos golpes por todo su vientre, abdomen e incluso más allá. Sus tonos son morados, dispersos. Está lastimada y el responsable pagaría por esto.

Yo me encargaría personalmente de eso.

—¿Qué se supone que es todo esto, Mel? —pregunto, intentando acallar mis instintos asesinos.

Mi primera reacción fue echarme hacia atrás, sorprendido. No esperaba verla así, no esperaba, bajo ninguna circunstancia, que Melissa luciera tan lastimada.

Ella me observa, temerosa. Sabe que ya lo he visto todo y que no hay manera de negarlo. Parece pensar qué responderme, lo que hace que me enoje a mayor velocidad.

—¿Quién te hizo esto? —insistí, presa de la rabia.

¿Quién se había atrevido a ponerle las manos encima a semejante belleza? ¿Quién se atrevió a apagar su chispeante personalidad? Melissa siempre fue una señorita alegre y juguetona, mientras que la mujer que tenía al frente se veía temerosa y emocionalmente dañada.

Iba a matarlo.

Un instinto asesino que hacía años no tenía afloró en mí. ¿Quién más que su maldito esposo para hacerle tal daño? No necesitaba que ella me lo dijera, era más que obvio.

Él era la única persona con la disposición para hacerlo. Si hubiera sido un ataque, ya lo sabría. No, esto no se trataba de un asalto en la calle. Esto era definitivamente violencia doméstica.

—No, no fue nadie —tartamudeó nerviosamente, intentando negarlo, en vano.

—¿Entonces mágicamente te dieron una golpiza, Mel? —pregunté con suavidad, pero dejando entrever lo molesto que me encontraba—. Fue tu esposo.

No era una pregunta.

Dios, jamás lo perdonaría por esto.

Charlotte no era mi madre biológica, tampoco fue una buena madrastra. Y, sin embargo, me había enseñado lo más básico del respeto. No solo hacia una mujer, jamás se debía golpear a nadie, fuese quién fuese. Si alguien venía con intenciones de darme un puñetazo, entonces era obvio que yo me defendería, pero no era de empezar las peleas.

La violencia no era la solución a nada, pero eso se me olvidó por completo al verla tan lastimada.

En este momento sólo pensaba en lo mucho que deseaba tenerlo al frente para molerlo a golpes. Quería matarlo, hacerlo sentir lo que aquellas heridas provocaban en su pequeño cuerpo. Quería hacerlo pagar cada lágrima que de seguro había derramado.

Debía dolerle muchísimo.

Uno de los golpes estaba justo sobre su costilla, de un enfermizo color morado. Era el que parecía más grave, pero no les restaba importancia a los otros. Había contado al menos ocho marcas en todo su abdomen. Ocho golpes que me encargaría con todo el gusto del mundo de cobrar.

—No le digas a nadie —susurró con dolor.

—¿En serio vas a cubrirlo? —ella negó con la cabeza, pero no agregó nada más—. Mel, tienes que separarte de ese animal.

—No puedo —confesó en voz baja.

—¿Cómo que no puedes? —me alteré, pero no contra ella.

La situación me molestaba más de lo que jamás sería capaz de admitir. No sólo se trataba de la mejor amiga de mi hermana, no. Ella era la mujer que volvió mi mundo de cabeza siendo sólo una adolescente.

Era tan hermosa, con su piel canela y su cabello ondulado. Sus ojos eran del color de la miel, tan deliciosos y provocativos, que en este momento se encontraban inundados por las lágrimas contenidas.

No lo pensé dos veces y la envolví entre mis brazos. Al principio se tensó, quizás creyendo que le haría daño, quizás sorprendida ante mi arrebato. Sin embargo, luego de unos segundos todo el llanto reprimido llegó. Sentí mi camisa mojarse con sus lágrimas, mi corazón rompiéndose ante su dolor.

Ella tenía que ser feliz, se supone que sería la mujer más feliz del mundo. ¿Entonces, por qué lloraba con tanto sufrimiento entre mis brazos? ¿Cómo es que permití que alguien le hiciera tanto daño?

Y todo por mi cobardía, por creer que no era capaz de hacerla feliz. Todo por intentar quitarle una carga que jamás debió tener encima.

Cuando ella se enamoró de mí, era sólo una niña. Era un poco gracioso ver a la mejor amiga de mi hermana haciéndome ojitos por doquier. Intenté fingir que no lo notaba, por respeto hacia a ella y porque Alissa era capaz de darme un puñetazo a la primera que me viera burlarme de su mejor amiga. Con el paso del tiempo, dejé de verla como la niña que siempre pululaba a mi alrededor, comencé a verla por quien era. Una hermosa adolescente hecha curvas que me traía el mundo de cabeza. Era capaz de todo por hacerla sonreír, aunque fuera un poco.

Yo estaba en la universidad y eran pocas las veces que lograba verla, pero ansiaba con locura tenerla entre mis brazos. Hacia todo lo posible por ocultar aquellos sentimientos, pero no podía negar que me sentía atraído como una pequeña polilla ante tal fuego.

Hasta que Charlotte y su maldición llegó. Quería que me casara con una hija de sus amigos, para así "perpetuar" el legado Hart. Por supuesto que me opuse, durante años. Por más que insistió y presionó, jamás cedí. Pero ella tampoco renunció ante su idea.

No podía involucrar a una adolescente de 17 años en tal escándalo, no era justo para ella. Tan joven y tan alegre. La rechacé con todo el dolor de mi corazón, mientras que por dentro me rompía un poco más.

Cuando todo el escándalo del matrimonio acabó, ella me huía. No deseaba verme y a mi pesar, yo lo acepté. Podía entender que estaba avergonzada, después de mi rechazo. Claro que yo no había sido cruel con ella, pero un rechazo, por más amable que se intente ser, siempre es doloroso.

Así que lo entendí y acepté. Dejé que por años me huyera, que saliera con otros chicos, que siguiera adelante. La amaba, pero sabía que Charlotte nunca estaría de acuerdo con nuestra relación. Aun cuando en ese entonces no tenía la menor idea de hasta dónde su maldad era capaz de llegar. Sabía que daría peros. Por esa razón nunca intenté acercarme de nuevo.

Pude impedir su boda. Estuve allí, colado entre los invitados. Creí estar haciendo lo correcto al dejarla ser feliz. Mi corazón se rompió al verla casarse con otro hombre, pero creí que estaría bien. Que estaba dejándola ser feliz.

Y jamás estuve tan equivocado.

Ahora que la tenía entre mis brazos, nada ni nadie podría jamás separarme de ella.

Yo mismo me aseguraría de su felicidad.

Costara lo que costara.

—Calma, Mel —supliqué, sintiendo mis propios ojos quemar ante su dolor—. Por favor, deja de llorar. Me estás matando.

Ella sólo pudo sollozar en respuesta. ¿Qué clase de infierno había vivido esta chica?

—¿Mel? ¿Necesitas ir a un médico? ¿Te duele mucho? —pregunté, demasiado alarmado para intentar disimularlo.

—Estoy bien, Ethan —susurró luego de unos segundos, sorbiéndose la nariz, pero sin levantar la mirada de mi pecho —. No le digas a nadie.

—¿Eso es todo lo que te preocupa? —No respondió—. Mel, estás herida. No sigas cubriendo a ese bastardo.

—No tengo la fuerza —murmuró.

—¿La fuerza? —Repetí confundido.

—Para separarme de él —explicó—. Su familia fue la responsable de todo esto. Si le pido el divorcio, entonces estaré defraudando a mi madre.

—¡Tu madre jamás permitiría que esto pasara! Tu madre siempre te protegió y cuidó. De hecho, ella misma se encargaría de molerlo a golpes apenas supiera.

Ella se quedó callada, mientras algunas lágrimas bajaban por sus mejillas. No quería mostrarme enfadado con ella, lo que deseaba era tomarla y esconderla en algún lugar donde nadie jamás pudiera lastimarla de nuevo.

Y lo haría.

La tomé de sorpresa, moviendo una mano hacia la parte posterior de sus piernas y con la otra envolví sus hombros, elevándola. Sentir su cuerpo junto al mío se sentía bien, mejor de lo que debería.

—¡Ethan! ¿Qué rayos haces? —exclamó con sorpresa—. ¡Bájame!

—Quédate quieta —ordené con seriedad—. Dame la llave, cerraré la cafetería.

Las tomé después de dejarla en el auto, cuando me aseguré de ponerle el cinturón de seguridad y cerrar la puerta con seguro. Podía irse si lo deseaba, pero por el momento se quedó quieta. Tras cerrar rápidamente la cafetería, tomé asiento en el auto.

Olía a ella, a canela y café, una mezcla de lo más interesante. Era tan hermosa y delicada, no podía creer que alguien se atreviera a hacerle tal daño. Lo mataría, estaba seguro de que lo mataría.

—¿A dónde vamos? —preguntó con timidez luego de unos minutos.

Las luces de la ciudad pasaban como un borrón ante mis ojos. Estaba concentrado manejando, pero inevitablemente mis ojos se movían hacia donde ella estaba, apretujándose las manos con fuerza, nerviosa.

—Sabes que jamás te haría daño, ¿verdad?

—Lo sé —me gustó que ni siquiera titubeara.

La conocía de casi toda su vida, la confianza no era algo que faltara entre nosotros. Después de tantos años siendo cómplice de ella y mis hermanas, podría decir que podíamos confiar ciegamente en nosotros.

—Entonces quédate tranquila, no haré nada que pueda perjudicarte.

Puse la radio a volumen bajo, para intentar distraerla. The Red Stone comenzó a llenar el auto, su música envolvente, la voz de mi cuñado cantando. Eran muy buenos en lo suyo. No siempre estaba al corriente de mi hermana, pero siempre escuchaba la música de su esposo.

Y al parecer Melissa también. Tarareaba la canción distraída, a pesar de que la habían estrenado recientemente. Veía hacia la ventanilla del auto, moviendo los dedos al ritmo de la música.

Claro, Max también había sido un gran amigo para ella. Era un buen tipo, siempre nos llevamos bien a pesar de la diferencia de edad. Le tenía tanto aprecio como si fuera mi hermanito menor, aunque jamás lo admitiría en voz alta.

Sólo esperaba contar con un poco de su suerte para lo que tenía planeado.

A los pocos minutos conduciendo, Melissa comenzó a cabecear, luchando contra el sueño. Se veía agotada. Me reclamé mentalmente por no haberlo notado antes. Su suave respiración me notificó que se había quedado dormida, pero no me quejaba. Era mejor que descansara, por al menos un rato.

—Ethan... ¿dónde estamos?

—Es la cabaña Hart —respondí, a pesar de que sabía que esa no era la respuesta que esperaba.

Se despertó apenas estacioné el auto. Miró todo a su alrededor, reconociendo el lugar dónde nos encontrábamos y confirmando mis palabras.

Habíamos pasado muchas vacaciones en este lugar, Melissa lo conocía perfectamente. Incluso podía jurar que todo seguía igual a la última vez que la había traído a este lugar.

—Sí, eso veo. ¿Qué estamos haciendo aquí, exactamente?

—Voy a conquistarte, Mel. Voy a recuperar tu amor y esta vez no lo dejaré ir. Te traje aquí para cuidar de ti, pero voy a admitir que mis intenciones no son tan puras. Planeo conquistar ese hermoso corazón tuyo y no dejarlo ir nunca más.

Ella se sonrojó, aunque apenas y se notaba por la oscuridad de la noche. Bajó la mirada por unos segundos, como si necesitara procesarlo.

—Estoy casada —murmuró.

—Lo sé, pero si me lo permites, voy a encargarme de que te alejes de ese malnacido.

—¿Por qué ahora? ¿Por qué no antes? —preguntó llorosa.

—Creí que estaba haciendo lo correcto, pero me di cuenta de que estaba muy equivocado. Creí que serías feliz con alguien más. Creí muchas cosas, pero nunca creí que me mataría tanto tenerte lejos. Dame una oportunidad, Mel. Déjame intentar conquistar tu corazón.

—De acuerdo. De acuerdo, Ethan —repitió, tomando un respiro hondo—, pero quiero que tengamos ciertas reglas.

—Te escucho.

—No contacto físico —la miré, alzando una ceja—. No me veas así, estoy casada, Ethan. No puedo simplemente ignorar algo como eso.

—No prometo nada —sonreí levemente.

Ella río, demasiado nerviosa como para ocultarlo.

—¿Eso es todo?

—No puedo pensar con claridad, pero sí.

—Entonces, prepárate para ser conquistada, Melissa González. 


¡Hola! ¿Qué tal? ¿Les gustó el capítulo? Prepárense ustedes también, pues todas caeremos rendidas ante los pies de Ethan. 

¡Los amo! 


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