Capítulo 1
Escucho el despertador. El sonido es estridente y molesto, perfecto para despertar a cualquiera por muy cansado que uno pueda estar. No hay nadie a quien despertar y, aun así, no me muevo para apagarlo.
Estuve toda la noche en vela, sin poder dormir ni descansar. Sin poder cerrar los ojos por más de unos segundos sin tener pesadillas. No era la primera vez y temía que tampoco sería la última. Estaba sola, tendida en la gran cama, con las sábanas blancas cubriendo mi cuerpo, ocultando mis heridas, aunque nadie estuviera aquí para verlas.
Él me había golpeado, de nuevo.
¿Por qué seguía con él? Me preguntaba lo mismo una y otra vez, sin obtener una respuesta válida. Sí, estaba en deuda con él, toda mi vida estaría en deuda con su familia, pero no era justo que tuviera que aguantar cuanto maltrato se le pasara por la mente. No tenía por qué aguantar sus insultos, sus golpes, sus fríos ojos que me miraban con el más profundo odio cuando las cosas no salían como él deseaba.
Me había casado con Rupert Smith tres años atrás. Tres malditos años en el infierno. Fue una boda hermosa, pero en ese momento no tenía idea de que estaba condenándome. Por supuesto que los primeros meses fueron un sueño hecho realidad. Una luna de miel encantadora, un par de meses viviendo juntos como el paraíso. Risas, juegos, cariños. Sin embargo, conforme los días fueron pasando, las risas, los juegos y los cariños comenzaron a escasear. Poco a poco, se convirtieron en maltratos, insultos y odio.
¿Por qué, entonces, seguía aquí?
Era una historia larga y complicada.
Mi madre, Martha González, fue una pobre emigrante que llegó a un país desconocido, sin siquiera manejar bien el idioma. Un alma soñadora que sólo deseaba un mejor futuro. Llegó aquí perdida, sin conocer a nadie, hasta que conoció a los señores Smith.
Su familia fueron los únicos capaces de apoyar a mi madre en su sueño, los únicos que le brindaron la oportunidad de salir adelante en este país.
Le dieron la oportunidad de trabajar para ellos, así fuera como su mucama. Mi madre trabajó duro durante muchos años, hasta ganarse el cariño de aquella amable pareja. Cuando descubrieron su sueño, su pasión, le dieron un préstamo generoso, suficiente como para establecer la mejor cafetería de toda la ciudad.
Cumplió su sueño, vivió cada día con esperanza y alegría, hasta que el maldito cáncer apareció en nuestras vidas. No pudimos hacer nada por salvarla, ella había callado su enfermedad por demasiado tiempo como para hacer algo, por lo que dos años atrás falleció.
Aún lloraba por su pérdida, porque pase el tiempo que pase, mi madre siempre fue y será la mejor persona que he conocido.
Los Smith tuvieron un hijo, Rupert, quien siempre estuvo enamorado de mí. No me molestaba su atención, incluso a veces podía llegar a gustarme, pero el corazón es caprichoso y yo sólo tenía ojos para Ethan Hart.
Ethan, el hermano mayor de mi mejor amiga. Crecí a su lado, siempre encandilada ante su belleza y seriedad. Ante lo magnifico de su presencia. Unos ojos tan verdes como el bosque, una mirada seria y penetrante. Labios seductores, cejas pobladas y una nariz ligeramente torcida. La única manera de notarlo, era mirándolo por largas horas, memorizando cada aspecto de su rostro.
Sin embargo, tras un super vergonzoso rechazo de su parte, acepté salir con Rupert. Fue una primera cita desastrosa, sin embargo, luego de ella vino una segunda y luego una tercera, hasta llegar a donde me encontraba.
Él me hacía sentir como en un cuento de hadas. Siempre me trató como a una princesa, siempre fue tan atento y amable conmigo. Me llevaba a citas de ensueño, se preocupaba por los demás, ayudaba a cualquiera que pudiera. Se portaba como el perfecto Príncipe azul.
El problema fue que no supe distinguir al dragón del cuento, al villano, al hechicero malvado. No supe vislumbrar que todo era sólo una pantalla, no hasta que fue demasiado tarde. Besé al príncipe sólo para toparme con la sorpresa de que era un sapo.
Problemas con la bebida.
Cada vez que bebía se volvía agresivo. comenzó con empujones leves, ligeros, algunos alzamientos de voz, celos enfermizos, gritos, peleas. Hasta que llegó a golpearme. La primera vez me lastimó tanto que casi acaba conmigo, sin embargo, no lo dejé porque su madre me lo rogó, dijo que no podía juzgarlo por sólo un error, aseguró que jamás pasaría de nuevo.
Y hoy apenas puedo moverme.
¿La razón?
Se acabaron las cervezas a mitad de la noche.
¿Y quién se las tomó?
Él.
Me levanto con dificultad de la cama. Todo mi cuerpo grita del dolor, pero me contengo mordiendo mis labios, causando una pequeña herida en ellos que luego tendría que disimular con maquillaje. Me dirijo hasta el lujoso baño, arrastrando los pies.
Limpio y oculto cada una de mis heridas. Arde, pero es necesario cubrirlas. Nadie puede enterarse. La primera vez que me golpeó no fue culpa mía, todas las veces que le siguieron a esa sí fueron mi responsabilidad. No debí quedarme con él. Lo correcto sería que huyera, que le pidiera el divorcio y no volviera a verlo nunca más, pero no quería hacerle pasar por eso a la señora Smith. Sentía que se los debía.
No podía echar a perder los sueños de mi madre solo por un mal matrimonio.
No podía.
La cafetería estaba abierta cuando llegué, todo gracias a Hannah, la hermana menor de Ethan. Ella solía venir temprano, hornear todo lo que tuviera para el día, y luego hacer lo que se le antojara. Era la mejor cocinera de toda la ciudad.
Incluso estaba empezando su propia empresa, así de talentosa era. Se convertiría en una distribuidora de los mejores pasteles del país. De hecho, seguía ayudándome con la cafetería solo por hacerme un favor.
Organicé todo el lugar, verificando que todo estuviera en orden. Poco a poco fueron llegando los clientes. La rutina de cada día era sencilla, llegaba a la cafetería, organizaba las mesas, limpiaba todo el lugar, los clientes comenzaban a llegar y lo demás era atender a todos hasta que estuvieran satisfechos. Debía moverme de aquí para allá, cubrir cualquier necesidad que surgiera.
Era mi manera de tener a mi mamá conmigo, con la cafetería a tope y los clientes felices. Aunque mi cuerpo estuviera al punto del colapso. Moverme era doloroso, pero jamás me detuve ni me quejé.
Estaba demasiado acostumbrada como para hacer eso.
Las horas pasaban, demasiado lento para mi gusto. Estaba tan agotada. El día se me había hecho eterno, como si no tuviera fin. Escuché el leve tintineo de la puerta, pero el cartel de cerrado ya había sido colocado en la puerta.
—Disculpe señor, pero ya cerramos por hoy —expliqué amablemente, sin voltear.
—Está bien, estoy seguro de que puedes venderme algún muffin rápido, no tomaré mucho de tu tiempo.
Ese tono ronco, esa voz aterciopelada, el cosquilleo en mi estómago, todo me dejó bien en claro quién era la persona que me había interrumpido.
—Ethan —pronuncié, más para mí que para él.
Volteé hacia él, encontrándomelo detrás del mostrador. Llevaba un traje hecho a medida gris, que se le ajustaba al cuerpo a la perfección. La chaqueta del traje la llevaba sobre el hombro, luciendo elegantemente casual.
—Ese es mi nombre —No sonreía, pero no le hacía falta. Sabía que estaba divirtiéndose a mi costa.
Sus ojos estaban ligeramente achicados, tan verdes como un hermoso prado en un día soleado. Sus labios aún eran mi perdición, su cabello caía, rubio, hasta su frente. Su expresión era serena, suave. Tan hermoso, tan enigmático. Su nariz era un poco afilada, mientras que su mandíbula cuadrada tenía el rastro de la barba.
No había estado preparada para encontrármelo de esta manera, frente a frente y sin escapatoria.
—¿Cómo estas, Melissa? —preguntó luego de unos incomodos segundos, mientras yo me lo comía con la mirada.
Casada, estaba casada, me repetí mentalmente.
—De maravillas —respondí sarcásticamente, aunque intenté que no se notara—. ¿Qué haces aquí?
—Ya te lo dije, vine por un muffin.
—¿Realmente piensas que me voy a creer que viniste a una cafetería, fuera del horario, para venir a comer un muffin que tu hermana hornea?
—Es exactamente lo que ha sucedido —sus ojos recorrieron mi cuerpo, negando sus palabras.
Serví dos muffins en un pequeño plato, se los dejé encima del mostrador, sin atreverme a verlo a los ojos. Vi que intentaba sacar su billetera, por lo que negué con la cabeza.
—Es cortesía de la casa. No voy a cobrarte por algo que tu hermana hornea.
—No es necesario, Mel.
—Insisto —Lo miré con vergüenza, él era tan atractivo que sería la perdición de cualquiera.
Se sentó en uno de los taburetes, sin responderme. Mi corazón latía desbocado, mis manos sudaban como siempre que lo tenía cerca. Cualquiera creería que ya había superado mi enamoramiento por Ethan, pero la verdad es que cada vez que lo veía pasaba lo mismo, todo volvía a mí una y otra vez.
—Ven, come conmigo —me invitó con una pequeña sonrisa.
Ethan nunca sonreía, pero cuando lo hacía, era como si los ángeles cantaran. Él siempre era tan serio, que verlo sonreír se podía considerar un regalo.
—No puedo —titubeé—. Tengo que cerrar todo para poder ir a casa.
—Come conmigo y luego te ayudaré a cerrar. Incluso puedo llevarte hasta tu casa, si gustas.
Era una oferta tentadora. Rupert no me permitía tener un auto, era una forma de mantenerme dependiendo de él. Solía llevarme y traerme a todas partes.
—Mi esposo...
Percibí el cambio en su rostro, su sonrisa se borró y su semblante se convirtió en una máscara de frialdad.
Iba a decirle que mi esposo no vendría por mí, puesto que siempre desaparecía una semana después de golpearme. No era capaz de hacerse responsable por las heridas que él mismo provocaba.
Me senté, justo frente a él, sin decirle nada. Estaba agotada y no tenía muchas ganas de caminar a casa. El golpe en mi muslo derecho casi me hace gemir del dolor, pero me aguanté a duras penas.
Me tendió uno de los muffins, empezando a comer en silencio. No era incómodo, no como esperaba. Ethan era así, callado y taciturno.
—¿Cómo va todo por aquí? Siempre que vengo está repleto de personas.
—Nos está yendo bastante, de hecho, creo que pronto tendré que contratar a alguien más. Hannah me ayuda horneando y con las finanzas, yo trato de cubrir cualquier necesidad por aquí, pero hay días que... —me detuve, no podía decirle lo que sucedía conmigo.
—Entiendo, hay días que sólo quieres algo de tiempo para ti —él pareció entenderme—. Desde que mi padre me cedió el bufete de abogados, no he tenido tiempo ni de respirar. No veo a Alissa desde hace meses y aunque vivo en la misma ciudad que Hannah, la verdad es que apenas y me cruzo con ella.
—Pero trabajas en lo que te gusta, eso es algo importante —él negó con la cabeza, su mirada era nostálgica.
—Me criaron para esto. Desde que era un niño me dijeron que era lo que esperaban de mí y todo el tiempo intenté cumplir con sus expectativas.
—¿Por qué no lo dejas? —pregunté con timidez.
—Lo he considerado —confesó—. Pero si dejo el bufete ¿qué me queda? ¿Qué tendré?
A mí. Quise decirle.
Casada, tenía que recordarme que estaba casada.
Ahora que me fijaba mejor en él, podía notar lo cansado que se encontraba. Ethan adoraba a sus hermanas y me había confesado que apenas las veía. Se estaba consumiendo, noté alarmada.
—¿Desde cuándo no te tomas unas vacaciones?
—¿Vacaciones? —preguntó, desconcertado, como si no entendiera la palabra—. Creo que, desde hace unos dos años, quizás más.
—¿No tienes ni un solo día libre? —estaba sorprendida, demasiado. Incluso yo, que estaba obsesionada con la cafetería, me tomaba un par de días para mí.
—No, vivo y respiro por el bufete —No se veía muy feliz al respecto.
Así no era como todo debía ser. Era para mí tan importante trabajar en lo que amaba. Podía pasar horas y horas en la cafetería, porque así sentía a mi madre conmigo. Amaba estar aquí, pero él no parecía ni un poco feliz con su trabajo.
—Deberías dejarlo —aconsejé, intentando no entrometerme.
—Sí, quizás debería —murmuró pensativamente.
Comimos lo que quedaba de nuestros muffins, disfrutando de la compañía. Pude olvidarme de todo por un momento y sólo relajarme con quien siempre sería el amor de mi vida.
Era una niña cuando me enamoré de Ethan. Era la mejor amiga de Alissa desde los ocho años. Siempre jugábamos en su casa, bajo los cuidados de su hermano mayor. Ethan siempre consintió a Alissa, por lo tanto, siempre me consintió a mí. Nos traía helados cada vez que podía, nos llevaba al cine, a la playa, a la montaña. Era sólo cuatro años mayor que nosotras, pero tenía la libertad que a nosotras nos faltaba.
Cuando cumplí 12 años, dejé de verlo con ojos inocentes. Me sonrojaba cada vez que me veía, hacía de todo por hacerlo reír, por lograr dejar atrás aquella seriedad que lo caracterizaba.
Viví toda mi adolescencia suspirando por él. Soñando con obtener más que un cariño fraternal.
A los 17 me confesé.
Nada fue más vergonzoso en mi vida que eso. Me rechazó, intentando no romperme el corazón. Dijo que siempre supo que estaba enamorada de él, pero que no podía dejar de verme como a una niña.
Sentí tanta vergüenza, que lo evité durante años. No podía verlo a la cara y siempre tuve el miedo de encontrármelo con una mujer bajo su brazo. Fue hasta que Alissa nos obligó a convivir que pude superarlo.
Hablábamos algunas veces, medio coqueteábamos en otras. Así, hasta que me cansé de juegos.
Cuando me casé con Rupert, había tenido la absurda esperanza de que él me dijera que no me casara. Que me amaba y que quería recuperar el tiempo perdido.
Por supuesto, eso no sucedió.
—Tierra llamando a Mel —escuché a lo lejos. Tuve que sacudir la cabeza para alejar esos pensamientos.
—Perdona —me disculpe, sintiendo mis mejillas calentarse.
—Está bien. Se está haciendo un poco tarde. ¿Te ayudo a cerrar? —ofreció, sonriendo un poco.
—No, no. No hace falta. Estaré lista en unos minutos —avisé, recordando que había dicho que me llevaría a casa.
Limpié el plato que ambos utilizamos, poniendo todo en su lugar. Mi cuerpo gritó con cada uno de mis movimientos, pero ya podría ir a casa, descansar. Me movía con lentitud, organizando las cosas en la cafetería para poder retirarme.
Estaba a punto de cerrar la puerta, cuando tropecé. Ethan actuó rápido, atrapándome en el aire y haciéndome gritar del dolor.
—¿Mel? ¿Estás bien? ¿Te hiciste daño? —preguntó con preocupación, ayudándome a sentarme en el suelo.
Las lágrimas habían escapado de mis ojos, el dolor punzante en mi costilla apenas me permitía respirar.
—¿Melissa? ¿Qué ocurre?
Me cubrí con las manos justo donde me dolía, atrayendo su atención hacia esa zona. Vi su mirada oscurecerse, incluso sabía cuáles eran sus intenciones, pero no pude hacer nada.
En un movimiento rápido, levantó mi camisa, dejando ver todos y cada uno de mis golpes.
—¿Qué mierda significa esto?
Oh, oh.
¡Hola! ¿Cómo les va? ¿Andan llenos de pánico como yo con el corona virus? ¿No?
Bueno, aquí está el primer capítulo de esta hermosa historia, espero que les guste.
¡Y Alissa Hart tiene instagram! Pueden buscarla y seguirla, una hermosa fan decidió crearlo y es la única cuenta autorizada hasta el momento. Su usuario es @Alissa._.Hart
¡Los amo!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro