¡El ataque de los bikinis vivientes!
Diego y Carla decidieron pasar un día tranquilo en la playa, después de todos los incidentes con ropa encantada. Diego, convencido de que los bikinis y trajes de baño no tendrían el mismo efecto que la ropa de la tienda, se relajó mientras Carla preparaba su toalla.
Diego: "¿Ves? Esta vez nada raro va a pasar. Es solo arena y mar."
Carla: "Espero que tengas razón. Relájate y disfruta, Diego. La playa es para descansar."
Sin embargo, mientras Diego se tumbaba en la arena, algo extraño comenzó a ocurrir. Un bikini de lunares rojos, tendido sobre la toalla de otra persona, se alzó con un ligero temblor. Lentamente, los dos triangulitos superiores flotaron hacia él.
Diego (medio dormido): "Ah... esta brisa es genial..."
De repente, los dos triángulos del bikini se posaron en su pecho y se ajustaron como si fueran el top de un bikini. Diego abrió los ojos, sintiendo algo extraño.
Diego: "¿Qué...? ¡Ay, no, no otra vez!"
Intentó quitárselo, pero el bikini se aferraba como si tuviera vida propia.
Bikini Superior: "Shh... cariño, el sol es para broncearse. Relájate."
Diego: "¡No quiero broncearme con un bikini de lunares rojos!"
Justo en ese momento, la parte inferior del bikini se alzó de la arena y se deslizó alrededor de sus piernas, ajustándose a su cintura antes de que pudiera reaccionar.
Diego: "¡Ahh! ¡Esto es demasiado pequeño!"
Bikini Inferior: "¡Qué cintura tan esbelta! Te queda de maravilla."
Diego miraba a su alrededor, desesperado, intentando esconderse en la arena mientras las personas a su alrededor lo observaban, algunas intentando no reírse.
Carla (riendo a carcajadas): "¡Diego! ¡Eres el centro de atención de la playa!"
Diego: "¡Carla, ayúdame! ¡Este bikini tiene vida propia!"
Justo cuando Diego creía que no podía empeorar, una falda pareo, azul y translúcida, se alzó de la arena y se colocó sobre sus caderas, rodeándolo como si fuera un cinturón de sirena.
Falda Pareo: "¿Quién dijo que los hombres no pueden usar un pareo? Es perfecto para ti."
Diego intentó quitarse el pareo, pero la falda se aferró a él, incluso haciéndolo girar como si fuera parte de un desfile de moda.
Diego: "¡Auxilio, no soy una modelo!"
Carla: "¡Diego, definitivamente la ropa te adora! Tal vez deberías dedicarte al modelaje de trajes de baño."
Diego: "¡No es gracioso, Carla! ¿Qué hago ahora?"
De repente, un grupo de mujeres en la playa empezó a aplaudir y a gritar animando a Diego.
Mujer 1: "¡Vamos, guapo! ¡Tienes actitud!"
Mujer 2: "¡Ese bikini rojo te queda perfecto!"
Diego, abochornado, intentó caminar hacia las duchas para quitárselo, pero el pareo y el bikini le impedían avanzar rápido. Cada paso que daba, las prendas parecían ajustarse aún más, haciendo que posara con estilo sin querer.
Finalmente, llegó a las duchas y, tras varios intentos desesperados, logró soltarse de la ropa viva, que volvió a posarse en la arena como si nada hubiera pasado.
Diego salió de la ducha y miró hacia el lugar donde había dejado su toalla, solo para ver otro bikini –esta vez, un conjunto amarillo fosforescente– moviéndose en dirección hacia él.
Diego: "¡Ya basta! ¡Carla, vámonos de esta playa ahora!"
Carla, todavía riendo, recogió sus cosas mientras Diego, con el rostro rojo de vergüenza, salía corriendo. Atrás quedaban los bikinis vivientes, que parecían bailar con la brisa del mar, esperando a su próxima "víctima."
La historia termina con Diego prometiéndose nunca volver a una playa... al menos hasta que alguien le garantizara que los bikinis se quedarían en sus lugares.
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