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Yo asesiné a mi maestra

En la televisión ya estaban pasando la noticia de que se encontró a una maestra de secundaria colgada por el cuello en la escalera; lo habían determinado suicidio y claro que el diagnóstico se quedaría así por lo obvio de la escena, pero yo sabía que mi conciencia no podía estar limpia después de lo que hice. Estoy completamente seguro de que si mis amigos y yo hubiésemos parado cuando teníamos la oportunidad, esto no habría pasado. Tal vez pareciera suicidio, pero era algo más profundo que eso.

Esto era un asesinato indirecto.

Amanda era tan joven y tan buena con nosotros que sólo pudimos aprovecharnos de eso. Nunca nos regañó en serio, jamás nos mandó un reporte y siempre nos enseñaba a todos con una excelente actitud, se notaba que verdaderamente amaba su trabajo. Ella tenía un esposo, una hija, una casa y mucha vida por delante... qué lástima que yo acabé con todo eso.

—¿Estás bien, Leroy? —me pregunta mi madre desde el umbral de la puerta. Ella no sabe de esta situación, pero sí me ha visto bastante deprimido estos días. Asiento con la cabeza y toco mis mejillas, están mojadas, estuve llorando sin saberlo, ahora entiendo la razón de la pregunta—. ¿Qué es lo que te pasa? Desde hace días estás así, pero parece que hoy empeoró.

—No pasa nada, Julia —Empecé a llamar a mi mamá por su nombre desde que mi padre se fue de casa, sé que ella fue la causante de todo, así que estoy enojado y no se merece que la llame madre—. Ahora, si me disculpas, quiero estar solo.

Ella niega con la cabeza y la mirada baja, se nota que le duele, pero mi corazón no será doblegado tan fácilmente. Sale de la habitación dejándome solo con mis tormentosos pensamientos otra vez.

Dirijo mi mirada a la mesita de noche que está a mi lado, hay una foto de papá y mía, una copia de las llaves de mi casa, dinero, la carta de suicidio de la maestra Amanda y una navaja. Esa navaja estaba ahí para poder abrir cartas, botellas de cerveza o simplemente está de adorno, jamás la usé para herir a alguien o herirme a mí mismo, pero eso está a punto de cambiar. La agarro del mango con mucho cuidado y la miro, es tan reluciente que puedo verme en ella, mi rostro refleja dolor y pesar, pero tengo una sonrisa de maníaco, ¿por qué? Maldita sea mi vida. Levanto la manga de mi suéter y veo mi piel, suave y blanca como siempre la he tenido, sin ningún tipo de marca grotesca ni algún tipo de laceración reciente... tal vez después me arrepienta de esto.

Bajo con lenta agonía la navaja a mi brazo, no quiero mirar porque si lo hago seguramente me arrepienta y quede como un puto cobarde. Siento la cuchilla cortar mi carne, me duele y ya puedo sentir algo mojándome el brazo y los pantalones, miro mi brazo y todo al rededor ya está tintado de rojo, incluso la hoja de la navaja ahora se ve roja carmesí, dándome cuenta de lo profundo que hice el corte. Comienzo a llorar con más intensidad todavía, mis lagrimas mojan mi profunda herida y me arde, me arde demasiado, pero ese dolor es tolerable a comparación del que siento en el alma.

Vuelvo a posicionar mi navaja, ahora en diagonal a la cortada que me acabo de hacer, la vuelvo a clavar, pero ahora sí que miro lo que estoy haciendo, me duele más ahora que estoy consciente de la navaja sobre mí, brota aún más sangre y podría jurar que estoy a punto de desmayarme, pero no me importa, solo quiero que salga este dolor de mi pecho.

Me levanto de mi cama y camino hasta mi baño tambaleándome un poco, lavo mi herida y la vendo con un pañuelo que está en mi botiquín, porque claro, las vendas me las acabé la semana pasada porque creí que era buena idea dárselas al gato, que no las necesitaría... Ahora veo bien lo estúpido que soy.

El pañuelo se empieza a teñir al instante de color rojo, se pierde un poco con el color morado que posee, así que tal vez no llame tanto la atención. Me vuelvo a sentar en mi cama y sigo mirando la tele como un idiota, están pasando imágenes e historias sobre la vida de la maestra, y vi una foto que, en lo particular, me hizo casi llorar.

Estábamos ella, Max, Joel, Michael y yo... esa foto nos la sacaron justo un día en que estábamos intentando empujar a la maestra a la fuente el día del convivio del día del estudiante; el fotógrafo pensó que estábamos jugando felices y nos dijo que posáramos, todos estábamos sonriendo, incluso la maestra estaba haciéndolo y de cierto modo nos veíamos felices. Pasaron una imagen de la maestra con su hija y después una toma de la niña, llorando y preguntando por qué su madre había tomado tan dura decisión...

Amanda había hecho tres cartas de suicidio: Una a su familia, una a la escuela y una para mí, ¿por qué? Yo había sido muchas cosas con ella, pero jamás bueno, yo no me merecía tal muestra de cariño y preocupación, así la carta pudiese contener la más obscena de las maldiciones, se había preocupado por escribirme algo... y no lo merecía.

Abro el sobre y lo primero que veo es un collar, la profesora siempre lo llevaba a las clases; era un corazón con un lado plateado y uno dorado, lo atravesaba una flecha dorada y nunca supe lo que había en su interior, aunque siempre tuve esa curiosidad.

Leo la carta con mucho cuidado, no tengo expresión alguna en mi rostro, es como si esa carta no me hiciera nada. La acabo de leer y comienzo a llorar como un loco, me tiro del cabello y me golpeo la herida, me duele y eso me hace llorar más; del llanto tormentoso paso a la risa desquiciada, me río como si algo hubiese estado realmente gracioso, estoy en el suelo ahogándome de risa, no puedo controlarme y me está empezando a doler el estómago.

Después de un rato logro calmarme, abrazo mis piernas y me repito a mí mismo la palabra "tranquilo", ahora logro entender por qué la maestra hacía lo que hacía con nuestras bromas, el porqué era tan amable conmigo y por qué me había dado su collar, me doy cuenta de lo idiota que soy, de lo mala persona que soy, Amanda había hecho todo para que me enamorara de ella y yo lo que hice fue hacer que se suicidara...

Estúpido, estúpido, estúpido...

Me muevo a un rincón de la habitación para estar a oscuras y poder seguir lamentándome en silencio, vuelvo a abrazarme a mis piernas y lloro, lloro tanto que estoy seguro de que, si sigo así, terminaré llorando sangre. Me recuesto en el suelo e intento calmarme, mi respiración ya se regula, estoy relajado y, sin notarlo, me quedo dormido.

*******

Despierto algo mareado por el sonido de mi celular. Me duele la espalda y el cuello, y aunque me lo merezca, se siente horrible. La hora dice 10:45 am, me está llamando Joel, ¿qué es lo que quiere? Me sorprende que esté tan tranquilo después de lo que pasó.

Respondo el teléfono sin ganas, y hago un sonido parecido a un «hmgh» a modo de respuesta, como dando a entender que respondo más a fuerzas que de ganas.

—Bro, sí vendrás a la fiesta, ¿verdad? —«Hijo de puta», pienso después de su comentario. No puedo creer que no haya cancelado su estúpida fiesta ni siquiera por el suicidio de Amanda.

—¿Hablas en serio, cabrón? La profesora se acaba de suicidar ¿y aún harás tú pinche fiesta? —Lo escucho reír a fuertes carcajadas, como si algo que yo hubiese dicho lo divirtiera de verdad.

—Pero por supuesto que sí, wey. No tengo la culpa de que la maestra haya tomado tal decisión, si no aguantó nuestras inofensivas bromas, no es mi problema —quiero verle la cara de felicidad que tiene ahora y borrársela de un golpe, ¡claro que él tiene culpa de que la maestra se haya suicidado! Todos nosotros tuvimos la culpa y todos tenemos que pagar por ello...

Una idea se me viene a la mente y estoy seguro de que, por primera vez, Joel tiene razón en no cancelar una fiesta.

—De acuerdo, iré —Escucho que se ríe y comienza a aplaudir, tal vez no le de tanta felicidad cuando se entere de lo que haré en su fiesta.

—Dale, nos vemos más al rato. Adiós, marica —Cuelga sin darme la oportunidad de despedirme, aunque tampoco es como que quisiera hacerlo.

Me levanto del suelo aún con dolor, tengo que ducharme y ponerme guapo, porque si me voy a ir, quiero irme bien. El agua caliente me ayuda a relajar los músculos y ya no me duelen después de pasar el jabón; mi herida me arde mucho, las costras, que son grandes y gruesas, forman una "X" perfecta en el brazo, el jabón las irrita y me lastima esa sensación.

Salgo de la ducha y un viento frío me hace estremecer, seguro voy a enfermarme, pero no me importa. Me acerco a la ventana con solo una toalla rodeando mi cintura y el aire me pega aún más fuerte; inhalo, dejo que el aire puro llene mis pulmones por última vez, veo a una niña pequeña jugar con una pelota rosa, ella me mira de vuelta y me saluda con la mano, le devuelvo el saludo y me vuelvo a meter en mi habitación.

Me pongo mi ropa favorita: unos pantalones de mezclilla negros entubados, una playera negra con un triángulo blanco en el centro, unos tenis blancos con unas líneas negras con diamantina y mi chaqueta de cuero negra. Me hecho de la colonia que me regaló mi padre antes de irse de casa, me recuerda a él, me hace sentir que está conmigo. Me amarro en el cinturón una cuerda gruesa, Julia la usa para amarrar a Nick, nuestro perro, pero hoy le daré un uso diferente. El reloj marca las 12:30 pm, quiero desayunar algo antes de irme a la fiesta de Joel. Bajo a la cocina y veo a mi madre cocinar mi comida favorita: pizza de peperoni.

Ella me sonríe al verme entrar en la cocina, ¿qué mosca le habrá picado? Justamente hoy el mundo se está enfocando en hacerme feliz los últimos momentos de mi vida... y lo agradezco. Le dedico media sonrisa de lado sin mostrar dientes, aún estoy enojado con ella, pero no puedo irme así; me acerco a ella y le doy un abrazo, lloro un poco porque hacía mucho que no tenía un abrazo así, ella también llora y me abraza con más fuerza, me susurra que me ama y me acaricia el cabello.

—No importa lo que pase, mamá, te quiero —Le digo a modo de despedida, sé que le va a doler verme en el balcón de la casa de Joel... Pero no tengo otra alternativa.

—Yo también te quiero, Leroy —rompe el abrazo y me extiende la pizza, la tomo y esta vez sí le sonrío, por lo menos no sufriré tanto al partir.

Me termino la pizza justo a tiempo, es hora de irme a la casa pactada para la fiesta, le doy un último beso y abrazo a mi madre antes de salir y la noto nerviosa, creo que su instinto de madre le avisa que algo va a ocurrir. Camino despacio con las manos en mis bolsillos del pantalón, comienzo a pensar en qué pasará cuando me vean colgado desde el balcón del piso número quince, ¿alguien llorara por mí a parte de mi madre? Si no lo hicieran no los culparía, ni si quiera yo mismo me lloraría por mi muerte.

Nadie debe llorar por los idiotas.

Frente al edificio comienzo a dudar un poco, no quiero que Joel, Max y Michael la pasen mal por mí... no se lo merecen...

Aunque pensándolo bien, en realidad lo merecen tanto como yo.

Toco el timbre y automáticamente se abre la pesada puerta de metal del edificio, llamo al elevador y aprieto el número quince; hay alguien más en el elevador, es Mariela, una chica de mi curso que me gustaba mucho, ella me decía que yo no era su tipo, pero siempre intenté conquistarla hasta que un día me regaló un beso. La miro y ella me sonríe, le devuelvo la sonrisa y quiero que mi último recuerdo de ella sea con una hermosa platica y un beso dulce.

—Mari, qué milagro verte por acá —Comienzo de forma "alegre". Ella se encoge de hombros aun sonriendo.

—Pues ya ves, Leroy. Joel me invitó y siempre le digo que no, pero hoy quise venir, así que... aquí me tienes —reímos un poco y yo detengo el elevador entre el piso 8 y el piso 9, ella me mira algo extrañada y yo le dedico una mirada tranquilizadora.

—Mariela, tú sabes que estoy enamorado de ti desde que te conozco —se sonroja y asiente con la cabeza aun sonriendo—. Nunca dejé de amarte y... sólo quiero que sepas que sea como sea o pase lo que pase hoy, siempre serás mi chica de ojos bonitos —Sus ojos se cristalizan de una bellísima forma, me abraza y pega su cabeza a mi pecho, le devuelvo el abrazo y me mira.

—Tú siempre serás mi "osito Leroy" —Una lagrima resbala por su mejilla, pero no entiendo por qué—. Yo también te amo —me dice de pronto y el corazón me va al mil por hora, me besa con delicadeza y ya puedo sentir el sabor salado de sus lágrimas.

Se separa de mí y me mira muy triste, llora con un poco más de intensidad y la miro raro, ¿por qué llora? Ella señala la cuerda que traigo en el pantalón, le sonrío con pena y vuelve a hundir su cabeza en mi pecho, ella entendió lo que estaba pasando y ahora estaba triste... gracias, Mariela.

El elevador vuelve a avanzar despacio, no decimos ni una palabra hasta llegar al piso quince, salimos del elevador sin prisa y su cara cambia a una de felicidad, falsa por supuesto, pero en realidad parece feliz. Entramos a la casa y yo me voy con mis amigos, bebemos, hablamos, reímos y contamos cosas interesantes, estoy feliz, me iré feliz.

Saco un sobre del bolsillo de mi chaqueta una vez que creo que he tenido suficiente, lo coloco sobre la cama de mi amigo y lo miro durante un par de segundos, suspiro a la vez que doy una sonrisa mientras pienso que por fin voy a pagar mi condena, arderé en el infierno junto con Amanda, y aunque me asusta, por lo menos estaré con ella.

Desato la cuerda de mi pantalón para comenzar de una vez, le hago un nudo hasta arriba para que entre mi cabeza por el espacio, amarro la otra punta al balcón de la habitación y me salto la baranda algo tembloroso, pero convencido de lo que estoy haciendo.

Mis pies van a dar a la sala donde todos bailan muy felices, pero espero que no se preocupen por mí. Meto mi cabeza en el círculo y lo aprieto un poco más, siento un pequeño cosquilleo, los pelos de la cuerda me lo dan, mis lagrimas comienzan a salir lentamente pero no estoy triste, sonrío y miro al cielo.

«Gracias por este día. Gracias, Dios... perdóname Amanda, voy por ti» —Susurro para mí mismo aun sonriendo. Salto de la baranda y siento cómo empiezo a asfixiarme, todo se ve borroso ahora, es el fin para mí y mi legado de tristeza.

Antes de dar mi último aliento escucho gritos de mis amigos en la sala, gritan mi nombre y gritan de miedo, escucho a Mariela llorar y yo cierro mis ojos, me siento bien, me siento pleno, me siento en paz. Escucho como entran a la habitación y hablan cosas ya incomprensibles para mis oídos... espero que todo quede pagado con esto.

•-•-•

Una luz me ciega, abro los ojos y solo veo luz blanca. Mierda, ¿habré sobrevivido y ahora estaré en el hospital? Achino mis ojos para poder ver mejor y observo una silueta acercarse, la silueta ahora se vuelve visible, ante mí tengo a la profesora Amanda, con un vestido blanco y una especie de corona de flores en su cabeza, me sonríe y yo a ella. Entiendo que sí, efectivamente estoy muerto.

—Hola, Leroy, estaba esperándote... aunque esperaba que llegaras mucho después —vuelvo a bajar la cabeza y sonrío con pena.

—No podía seguir viviendo con la culpa, Amanda... el saber que te suicidaste por nosotros... no lo soportaba —ríe sonoramente y mi ahora muerto corazón comienza a latir de prisa.

—Leroy... —soltó un suspiro largo, como si pensara en las palabras que me iba a decir—. En parte tal vez haya sido responsabilidad de ustedes, pero yo tomé la decisión de acabar con mi vida —niego con la cabeza

—No, no, Amanda, nosotros te orillamos a tomar tal decisión... más yo, que tú estabas enamorada de mí y sólo te seguía molestando —Su cálida mano cae sobre mi hombro y me mira a los ojos.

—Hey, amor mío, también fue culpa de mi marido... él se enteró de mi amor hacia ti... me estuvo reclamando por días y sumándole a sus bromas... supongo que se me hizo más fácil acabar con mi vida —observé sus claros ojos azules en busca de un atisbo de mentira. Veo ese par de zafiros relucientes que, ahora que les pongo atención, me reflejan, y no veo ningún signo de mentira en ellos.

—Te creo Amanda. En verdad lamento mucho toda la mierda que viviste, debí haberme detenido antes —Amanda me besó con ternura, como si de mi primer beso se tratara. Era suave, mágico, mejor de los que había recibido en años. Se separó de mí y con una sonrisa comenzó a desvanecerse—. ¿Amanda?, ¡Amanda!

—Nos vemos Leroy —Y desapareció en una espesa niebla.

Comencé a gritar, Amanda se había ido otra vez. Gritaba con desesperación, no podía creer que la perdía de nuevo, ¡Amanda! ¡Mi preciosa y dulce Amanda! La profesora a la que mi estupidez, rebeldía y mala actitud asesinaron. Lo siento mucho, desdichado sea yo y que Dios te deje estar en su gloria.

Me tiro al suelo y cierro los ojos, estoy llorando a más no poder hasta que me doy cuenta de que un brillo comienza a salir de mi herida, me quito rápido la chaqueta y puedo ver que mi herida ha desaparecido por completo, mi cara ahora mismo es de confusión, ¿qué demonios acaba de pasar? Mi cabello castaño ahora se ha teñido de negro brillante, mis ojos antes dorados cambian a verdes y yo me empiezo a asustar, me caigo al suelo porque respiro con dificultad, estoy a punto de desmayarme, pero en eso, escucho una tierna voz antes de cerrar los ojos definitivamente:

«Tu nueva vida está por empezar».

Y cierro los ojos de forma inevitablemente rápida.

******

—Creo que está despertando —escucho una voz que jamás en la vida había escuchado, pero extrañamente me suena familiar.

—¿James está bien, Roy? —Ahora escucho esa voz que es como dulce miel para mis oídos.

—Sí, está perfecto, al parecer sólo fue el impacto lo que lo conmocionó. Menos mal que actuamos rápido, pudo haber muerto —¿impacto? ¿Conmoción? —. Es probable que no recuerde nada cuando te vea, la caída fue de demasiada altura y el golpe muy fuerte —Abro los ojos y veo claramente a un doctor con una bata blanca al lado de una muchacha que reconozco perfectamente.

—¿Amanda? —Ella me mira con sus grandes ojos azules y sonríe.

—Oh James, sí me recuerdas —dice con emoción, ¿quién demonios es James?

—¿James? Yo soy Leroy —Amanda ríe y el doctor me mira raro, sacudo la cabeza y me relajo, dejo que hablen entre sí.

La charla termina con Amanda saliendo de la habitación de hospital y una carta bajando hasta mis manos... Abro la carta con cuidado y dice lo siguiente:

"Mi querido Leroy:

Sé que estás bastante confundido ahora, pero para eso estoy ahora aquí, para explicarte tu situación. Has renacido. Tal vez cometiste el pecado del suicidio, pero te arrepentiste de todas tus malas acciones antes de morir, así que te hemos dado la oportunidad de cambiar tu historia, ahora eres James Fletcher y tu Novia es Amanda Fray, no desaproveches esta oportunidad.

Firma: tu ángel"

Sonrío para mí mismo, ahora entiendo todo, tengo una nueva oportunidad de cambiar las cosas con Amanda a mi lado, y todo gracias a "mi ángel". Doblo la carta en cuatro partes y la meto en el bolsillo de mi pantalón, me recuesto cómodo en mi cama de hospital y cierro los ojos. Ahora no seré un idiota, ahora puedo ser mejor... Ahora ya no asesinare a mi maestra.

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