7
• A I D E N •
No había forma de explicarlo.
No entendía el porqué de todos los destinos, tenía que ser este el que me había tocado.
Una sola cosa era segura: estaba atrapado en el inframundo con la diosa Hecate, y nuestra única compañía aparente eran un manojo de demonios que apenas se percibían desde la lejanía en una colina.
Los seres de piel pálida y escasa estatura que según las historias de mis antepasados eran una amenaza, pero que en las historias de Ivy y su tía Lauren no eran más que un montón de mentiras que fueron diseñadas para tenerles odio a su gente.
Sin embargo, decidí dejar todos esos prejuicios de lado y en lugar de juzgarlos desde un punto de vista positivo o negativo, me mantuve neutral y tras reunir una gran bocanada de aire y ajusté mis pantalones para hacer lo inminente.
Acercarme para pedir ayuda.
—Hécate, llévanos al pueblo —le pedí a la pequeña diosa.
Mi voz sonó firme, como una orden. Me sentí un poco mal por mi falta de modales, así que sentí el impulso de agregar alguna otra cosa:
—Digo, si se le hace posible mi diosa.
Considerando el corto tamaño de la dulce Hécate, y su actitud tan infantil como sus creaciones, era fácil olvidar que era una diosa y en lugar de eso asumir que era más bien una prima a la cual tenía mucho tiempo sin ver.
Sin llegar a quererlo, y por todas esas razones, creo que le falté al respeto un montón de veces. Pero gracias a los dioses, ella no parecía darle mucha importancia a mi decadencia de cortesía momentánea.
—¿Estás seguro de que quieres ir allí, hermano? —Su voz se agudizó por la preocupación—. Las Wiccianas que me cuidaban, decían cosas sobre estos monstruos. Sus historias hacían que mi corazón se agitara y las pesadillas se volvieran más gruesas.
Esa era otra característica de mi amiguita de rizos rubios: cada dos por tres tendía a contarme con voz temblorosa sobre sus pesadillas.
Ella palidecía un poco y yo no podía aguantarlo, así que tomaba pizcas de esa información, hacía una nota mental y luego cambiaba con gran habilidad de tema para que ella se sintiese más tranquila.
Aunque tuve mis teorías, evité dejar que el tema me importase demasiado así que dejarlo pasar era la opción más cuerda.
Pero si alguien llegara a preguntarme, sin lugar a dudas diría que esas pesadillas a las que se refería no eran una casualidad, y que fueron provocadas por quien sea que la tenía atada en la torre de la cual la rescaté.
¿Qué rayos podría hacer alguien con una diosa dormida contra su voluntad?
La pregunta era un enigma que mantendría despierto a más de uno toda la noche.
—Haremos lo siguiente. —Me arrodillé hasta quedar a su altura—. Iremos a pedir ayuda y algo de refugio. Pero si las cosas salen mal, si tan solo uno de ellos te mira feo, nos largamos sin pensarlo demasiado.
Los grandes ojos morados de la deidad se tornaron, muestra de que no se sentía muy cómoda con la decisión, yo mismo me sentí culpable por sugerir el tema y pensé decirle que mejor lo descartarse, pero aun así ella fue lo suficientemente valiente como para tomar mi mano por sorpresa y con tan solo un parpadeo llevarnos a ambos teletransportados hasta el medio del poblado que vimos a lo lejos.
• ✧ •
Por los cielos, no esperaba que fuera tan rápido.
Aún estaba arrodillado en el suelo, y Hécate seguía con su labio ligeramente hacia fuera en señal de su puchero de niña pequeña. Misma situación de hace un segundo, pero diferente escenario.
Y con espectadores demasiado sorprendidos para mi gusto a nuestro alrededor.
—San shalá! —dijo un señor demonio a mi derecha.
No tenía idea de qué significaba eso, pero a juzgar por la forma en que sus ojos nos veían como si fuésemos un par de bestias, se me ocurrió que tenía una connotación negativa.
Como que les caímos mal, pero era solo una corazonada.
Vaya, al parecer mi plan no era tan perfecto después de todo, hasta ese momento caí en cuenta de que yo no dominaba la lengua demoníaca en absoluto.
—Hécate, no sé si estás notando lo mismo que yo, pero me parece que debemos decir algo antes de que vengan por nosotros. Así que me parece que este es el momento donde me dices que convenientemente eres muy fluída en la lengua de los demonios y nos sacas de este aprieto de una vez por todas.
La niña dobló la cabeza a un lado, como si no comprendiera lo que trataba de explicarle.
Me dieron ganas de llorar.
Luego su rostro se iluminó con una idea.
Ella llevaba dos pasadores prendidos de su cabello, uno a cada lado de su cabeza y ambos conteniendo los rizos dorados de caer sobre su rostro.
De esos dos pasadores, retiró uno y sin preguntarme mucho, lo colocó en mi cabello, justo en la coronilla.
—Te prometí que no volvería a hablarte mal, pero ponerte a jugar con mi cabello en este momento me parece una autentica-
—¡Ahora puedes entenderlos y ser entendido por ellos, hermano!
Ella me dió una sonrisa que dejó a la vista todos sus dientecillos.
Yo me quedé viéndole un momento.
—¿Qué? —le dije consternado.
—Creo que el de ojeroso de ojos azules acaba de decir "qué"—murmuró una de las demonios por lo bajo.
—¡Oye, escuché eso! —me giré de forma abrupta hacia ella— Esperen un momento... escuché eso.
Eso significaba que... ¡los pasadores mágicos de Hécate habían funcionado! Podía entender a los demonios a la perfección, y a juzgar por sus caras cuando me exalté de la emoción, ellos también podían entenderme a mí.
Eso era un gran avance, lo siguiente sería convencerlos de que no éramos una amenaza.
—Ejem, esté... necesitamos ayuda —fui directo al grano. —La diosa Hécate y yo nos perdimos en el camino hacia Midg y me temo que ahora estamos estancados en este inframundo al igual que ustedes. Se que suena irreal, pero por favor imploramos que nos crean.
Yo estaba de rodillas contra el suelo, un príncipe rogando ser creído. Y la pequeña Hécate a mi lado tan solo sonría a todos los que empezaban a rodearnos, como tratando de lucir amable.
Hubiera esperado cualquier cosa en ese momento: tal vez ser encerrado, atacado o ignorado eran posibilidades muy fuertes. Pero en lugar de ello me encontré con miles de miradas confundidas pero para nada asustadas o incrédulas.
—Creo que deberíamos llevarlo con el otro —habló por fin uno de los demonios más ancianos.
¿Acaso escuché bien?
—¿El otro? —cuestionó Hécate.
—Preferimos llamarlo forastero —dijo el demonio anciano—. Al igual que ustedes, es un Dios que ha perdido su camino a casa.
Mire a mi pequeña compañera en busca de alguna opinión al respecto.
Estaba demasiado confundido como para corregirles que la única diosa aquí era Hécate, y yo no tenía nada de especial además de un apellido bonito y un título real que en estas circunstancias no valía ni un saco de piedras.
Por fortuna, ella no estaba asustada ni mucho menos confundida. Más bien se encogió de hombros y les pidió proseguir con lo que sea que estaban tratando de decir.
—Me temo que no entendemos bien a que se refieren. —Fue mi turno de intervenir.
—Última choza a la derecha forasteros, el otro de sus hermanos les responderá sus dudas. Digo, siempre está de humor para hablar de sí mismo.
¿Podría ser posible que otro brujo estuviera por error en este lugar?
Apenas la idea tocó mis pensamientos cuando Hecate me tomó por la mano y nos volvió a teletransportar.
No me pregunten porqué, pero esta vez casi me orino en mis pantalones cuando aparecimos.
—¡Hécate! —La regañé—. Si harás eso por lo menos debes avisar.
Estaba demasiado enojado para reparar en la humilde choza de roca en la cual nos encontrábamos. Con asientos de paja y unos cuantos jarrones rusticos con agua contenida en estos.
—No puede ser —Hécate abrió muy en grande sus ojos morados.
Ella veía por encima de mi hombro, demasiado absorta en sus pensamientos como para reparar en mis regaños, así que me di media vuelta para ver de qué se trataba su ensimismamiento.
A mis espaldas, estaba el macho más bello que había visto en mi vida.
Un cuerpo grande y de piel tostada, con alas tan blancas y grandes que se antojaban pesadas, unos ojos entre el azul y el verde que me traían demasiados recuerdos y sus cabellos cortos pero blancos.
Era su padre.
El padre de Ivy.
El dios de los ángeles.
Preso en el inframundo al igual que nosotros.
Mi sueg-
—¡Izar! —chilló Hécate antes de correr hacia sus brazos y fundirse en un abrazo.
Parecía ser, que las cosas estaban empezando a ponerse interesantes por acá en el inframundo.
Tal vez estar aquí abajo no era un error después de todo.
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