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• G I N G E R •
Las arcángeles habían planeado una locura: llevar un demonio a la ciudad para causar un caos.
Y nosotros, como brujos idiotas que somos, las seguimos sin rechistar.
A veces me preguntaba ¿cuándo tendría un descanso de todo esto?
Quien pensaría que irse a la cama con la conciencia tranquila sería todo un lujo.
La noche en las afueras de Caelum estaba helando hasta mis pestañas. El viento frío colándose entre mis huesos me producía escalofríos y hacía que llevara mis manos bajo mis axilas en busca de calor. Al parecer el invierno de este año, prometería mucho.
Con lo que se avecinaba para toda Ylia, creo que sería el invierno más importante de todos.
Por un lado sentía que salvar a mis tierras, era una responsabilidad demasiado grande para unos cuantos brujos jóvenes con pocos recursos. Pero por el otro, se me hacía imposible confiar en nadie más que este grupo de idiotas para tan importante encargo.
—¿Te sientes bien? —me preguntó Theo girando el cuerpo en mi dirección sobre su caballo.
Él montaba un semental de pelaje oscuro que me parecía magnífico. Era el mismo caballo que Aiden le había regalado por la nevada el año pasado durante nuestro intercambio de regalos.
—Estaré mejor cuando esto termine y pueda ir a dormir de una vez por todas.
No muy lejos de nosotros, en puntos estratégicos se encontraban Esdras y Moll. Ambos no se veían con todos los edificios y casuchas de la ciudad ocultándose de nuestra vista, pero si estaban lo suficientemente cerca como para poder escucharlos cuando soplaran sus cornetas.
—Si subes conmigo te sentirás mejor. Precioso está muy calentito, lo prometo.
Alcé una ceja.
—¿Enserio no se te ocurrió mejor nombre?
Él se encogió de hombros.
—¿Acaso no es precioso? —se defendió con una gran sonrisa—. Tú deja de sobrepensar las cosas y sube.
La verdad es que dudé.
Dudé porque de todas las cosas que pasarían esta noche, acercarme demasiado a Theo me parecía la más peligrosa de todas.
Al final, me acerqué al animal con pasos lentos, levanté mi palma y la posé con calma en un lateral de su cabeza. Él no se quejó, tan solo resopló por la nariz y la acción me tomó por sorpresa, provocando así un pequeño sobresalto.
Crucé la mirada con Theo, y ambos reímos al mismo tiempo por mi reacción tan cómica.
—Puede que tengas razón, precioso le queda bien como nombre —dije aun entre risas—. Aunque es un poco trillado y eso no lo puedes negar.
Theo estuvo a punto de decir algo más, pero sus palabras murieron en su boca ya que el sonido de una primera corneta a la lejanía lo detuvo.
Moll.
—Están cerca —dijo finalmente con la mirada a la distancia.
Yo tragué en seco.
No importaba cuantas veces me enfrentara a algo como esto, jamás sería fácil.
Por lo menos en esta ocasión tenía la seguridad de que Rosie estaba a salvo en el barco. Su encargo era cuidar a la inconsciente Arlen, de modo que tanto ella como la criatura en su vientre estaban fuera de peligro alguno.
Después de ese breve pensamiento reconfortante, sonó la corneta de Esdras.
Eso pasó más rápido de lo que lo habíamos pensado, significaba que el demonio estaba acercándose con demasiada velocidad a la ciudad y...
Theo me tomó por el brazo y me hizo subir al caballo sin pensarlo demasiado.
Mi corazón estaba latiendo a mil.
—¿Últimas palabras antes de empezar la fiesta? —murmuró contra mi oído.
Levanté la vista y vi a Poppy acercándose a pie hacia la calle principal, tras ella un demonio voraz siguiéndole el rastro y muy alto entre las nubes tres pares de alas casi imperceptibles.
—Espero salir con vida de esta —murmuré—. Después de todo, tengo una boda que organizar.
• ✧ •
Poppy pasó por nuestro lado, saltando a los aires a toda velocidad mientras una sonora risa se escapaba de su garganta.
Este era nuestro turno para intervenir, por lo que procedimos a atravesar en el camino de la bestia para llamar su atención y conseguir que nos siguiera hasta el fondo de la ciudad, pasando por el centro y acercándonos al muelle donde nos esperaba el barco de Aren.
Theo dirigió su caballo con suma concentración, yo me encargué de hacer hielo y piedras en los bordes de la calle para que los pocos brujos que se habían atrevido a salir de sus casas estuvieran a salvo y no les pasara nada.
Queríamos que vieran, que estuvieran aterrados. Pero no queríamos lastimar a nadie inocente.
—Lo estás haciendo increíble —me felicitó Theo.
Mi respiración estaba empezando a agitarse en demasía, todo por el esfuerzo que estaba haciendo al utilizar mi magia en toda la calle.
El plan iba de maravilla, porque el demonio nos seguía y al chocar con mis paredes de roca y hielo no hacía más que tambalearse sin agredir a nadie. Pero los golpes repetitivos lo hacían enojarse y parecía más decidido que nunca a querer devorarnos de una mordida.
Antes de percatarme de que sucedía, ya estaba en la plaza del puerto. Una explanada de roca de la cual nacían los muelles que dirigían a los barcos anclados cerca de la tierra firme.
Con un gruñido me forcé a invocar una muralla de más hielo y roca que pudiera retener el tiempo suficiente a la bestia sin causar problema alguno contra los puestos y los mercaderes que temblaban de miedo.
Ahora, se suponía que debían salir unas quimeras del barco de Aren que acabarían con la bestia, pero nunca lo hicieron.
Mi sangre se heló.
—¿Qué está pasando? —grité en medio del caos.
—Parece que la compuerta del barco está atascada.
No podía creerlo. Estuvimos tan cerca y a la vez tan lejos, casi teníamos un plan perfecto bajo nuestras manos pero las cosas siempre se complicaban y ahora terminaba sin salvación alguna.
No recé a dioses en busca de ayuda por primera vez, ya que si algo había aprendido en estos últimos meses es que las deidades nunca responden, y que estamos echados a nuestra suerte en este mundo.
De nosotros dependía salir con vida de esta.
—¿Ginger qué haces...? ¡Espera!
Los gritos de Theo no me impidieron saltar del caballo para caer rodando sobre mi cuerpo en el suelo rocoso.
Sentí la caída en cada costilla, el dolor era agudo y punzante.
Traté de recuperarme dandome de tropezones para dirigirme a la compuerta donde se encontraban las quimeras encerradas.
—¡Ginger! —Theo gritó aún más fuerte mi nombre —¡Va hacia tí!
Sin mirar a mis espaldas, me acerqué a la palanca y tiré con todas mis fuerzas hasta que se abrió.
La muerte se desató sobre mí.
No sé qué pasó primero con exactitud, si el monstruo saltó sobre mí o si solo tuve suerte de que las quimeras estaban listas en el momento perfecto.
Con un sonido grotesco que jamás olvidaré en mi vida, las quimeras saltaron sobre el demonio.
Lo despedazaron casi en el aire.
Un segundo más y este hubiera caído sobre mí para clavar sus dientes filosos en mi espalda.
Escuché gritos, pero no sabía si eran míos o si solo se trataba de uno de los observadores en el puerto, quienes estaban lo suficientemente despiertos para poder percatarse de la horrible escena que protagonizaban las quimeras de diversos tamaños que se tragaron a la criatura.
—No vuelvas a hacer eso —Theo me trajo de vuelta a la realidad.
Parpadeé varias veces. Pero el estado de conmoción no se iba de mi cuerpo.
—Mírame —se arrodilló frente a mí y me tomó por el hombro—. No puedes hacer cosas así tú sola.
—Era lo que necesitábamos —dije en un hilo de voz que no sabía de dónde había salido.
—Maldita sea Ginger, pudiste haber muerto.
Su gruñido me hizo estremecer.
¿Estaba enojado por mi culpa?
—¿Y que si hubiera muerto?—respondí en un tono similar—. Todo fue por una causa mejor.
Sus ojos avellana me examinaron.
La parte más realista de mí me decía que me odiaba y que estaba conteniendo mil y un insultos horribles. la otra parte, esa idealista que pocas veces salía a flote, pensaba que se preocupaba por mí y que estaba en búsqueda de heridas visibles en mi piel.
Fue difícil aceptarlo, pero quería creer que por ese momento la parte idealista tenía la razón.
A lo lejos, sobre el techo de un viejo almacén había una joven.
Ivy.
Su vestido claro al igual que su peinado recogido la hacía parecer un sueño precioso que venía después de esta pesadilla.
Incluso la luna parecía inclinarse sobre ella y cada una de las plumas blancas de sus alas, como si el motivo de su existencia siempre hubiera sido ese momento, donde ella parecía brillar tanto o más que cada una de las estrellas del cielo.
Ivy lucía la corona de las brujas en su cabeza, y todos los presentes en el puerto murmuraron cosas al respecto.
—Brujos de Caelum —empezó diciendo—. Los hijos de las cenizas están entre ustedes, merodeando en las calles y preparándose en las sombras para atacar. Los primeros fueron los reyes, los siguientes serán cada uno de ustedes. El demonio de esta noche sólo fue uno de sus planes fallidos de desatar sus bestias sobre ustedes.
Los murmullos se intensificaron.
—¿Quién es usted? —Se atrevió a preguntar un pequeño brujito. Su madre lo reprendió al segundo y le indicó que cerrara la boca.
—Soy Ivy Arcoelli de Ylia —dijo con la frente en alto—. Cónyuge del príncipe Aiden Immanuel, y única heredera del trono en estos momentos de angustia.
Con ayuda de sus alas descendió de forma muy suave desde el techo, y posó con una gracia magnifica sus pies en el lugar donde una vez había estado el ser maligno y ahora solo habían trozos de partes que aún estaban masticando el montón de quimeras.
Sus amigas la acompañaron, saliendo desde las sombras y siguiendo una orden silenciosa que ella les indicó, empezaron a trazar marcas en el suelo con trozos de carbón. Se formó un círculo con muchos sellos y símbolos que escapaban de mi comprensión.
Aun así, hice que los muros de hielo y rocas desaparecieran para que los demás ojos curiosos de la ciudad se acercaran a ver por igual.
—Levantaré mi mandato a partir de hoy, reinando desde el lugar que alguna vez fue la Academia Ylia. Si alguien tiene un problema con eso, ya saben donde encontrarme.
Con sus gemas de fuego, el carbón se encendió en llamas que ardieron en un color azul y prendieron las partes del monstruo que quedaron sueltas.
Las estaba llevando al inframundo, el lugar donde pertenecían.
Una vez que cada una de las piezas desaparecieron, Ivy se dió media vuelta para perderse entre las calles.
Al principio, cuando me explicó este plan hace unos días, no lo entendí.
Pero ahora que estaba allí temblando en medio de la plaza, aun tirada en el suelo con mi ropa estropeada y mirando las caras pálidas de cada uno de los brujos... comprendí todo.
Quien controla el miedo de sus súbditos, se convierte en el dueño de sus almas.
Todos estos brujos, lo pensarían dos veces antes de cuestionar a la reina arcángel Ivy Arcoelli.
_____
N. A.
Feliz año nuevo!
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