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• I V Y •
Algunas veces, tendía a dormir por muchas horas aunque no sintiera síntoma alguno de cansancio.
Porque de ese modo, la vida se pasaba más fácil. En mi mundo de los sueños podía ser feliz, olvidar la realidad y sentirme en paz aunque solo fuera una mentira inocente.
Pero vivir en el mundo de los sueños, era un lujo al cual no tenía el derecho. Había mucho por hacer aquí en la realidad y aunque doliera, tenía que levantarme cada día y preocuparme por este reino de brujas tal y como Aiden lo hubiera hecho.
Cuando el barco Leviathan tocó tierra en Ylia, acababa de caer la fresca noche y la tripulación había salido a hacer los registros pertinentes.
Ya mis amigas estaban listas, con sus trajes de batalla puestos y en posiciones. Esperaban mis órdenes con sus alas a la vista y la promesa de que mi voluntad sería lo que las guiaría esta noche.
Esta noche podía prometer dos cosas: la gloría, el sol, la luna y todo lo bueno que hay en esta vida, o el inicio de un capítulo muy triste en la historia de Ylia. Estábamos a punto de averiguarlo.
Si las cosas fueran como antes, hace pocos días hubiera iniciado un nuevo ciclo en la Academia Ylia. Donde los brujos más jóvenes se alistaban para forjar sus destinos y empezaban a tocar su vida adulta.
Nada de eso volvería a ocurrir, no mientras el peligro aceche en nuestras tierras.
—El objetivo de hoy es sencillo —empezó diciendo Vela—. Vamos al centro de la ciudad, intentamos que nadie muera y lucimos muy bien mientras lo hacemos.
Puse una ceja en alto.
Vela fue la que interrumpió mi sueño eterno con el propósito de que me pusiera un vestido blanco con muchos vuelos en la falda, unas mangas que reposaban en la curva de mis hombros y que dejaba a la vista mi espalda. Mi cabello estaba recogido en lo más alto de mi cabeza, rebosado de perlas que se confundían entre las hebras blancas.
—Pareces un pastel —señaló Kara al atraparme viendo mi reflejo en el espejo del camarote.
Dejé salir un suspiro.
Esta vida de vestidos pomposos que cosían las elfas a mi medida, no era algo en lo cual sentía que encajaba.
Mucho menos me asemejaba a Coryanne, cuyo sello personal siempre fue usar vestidos extravagantes y de una belleza imposible. Eran piezas de arte forjadas para una señora que detenía el tiempo con cada paso, que robaba el aliento con una mirada.
Yo por mi parte, me sentía más bien como una arcángel en el campamento que jugaba a los disfraces, inexperta y pretendiendo algo que no era.
Aparté la mirada del espejo.
—Si una cosa pudiera rogarles esta noche, es que Arlen no se entere de lo que haremos —dije un tanto preocupada—. De lo contrario, se pondrá de mal humor y me castigará.
Puede ser que ante los ojos de los demás fuera una especie de ser poderoso, pero lo cierto era que detrás de toda esa pantalla solo era una pequeña mocosa que aún le guardaba respeto a tía Arlen.
—Tranquila —este fue el turno de Poppy—. Está sedada desde hace dos horas.
Por si se lo preguntan, si. La respuesta es sí. Dejé que drogaran a mi tía.
Pero juro que no todo estaba controlado, ya que al parecer si juntas a Circe, Lucas y Moll en una misma habitación y les das plantas alucinógenas élficas para hagan un brebaje que pusiera a mi tía a dormir, las cosas salen sorprendentemente bien.
Lo único malo es que cuando terminaron, Moll no contuvo las ganas de probar el brebaje puro y ahora no tenemos idea de cómo terminó durmiendo desnudo en la proa y con su ropa interior colgada en el mástil donde antes estaba la bandera de la nave.
Aren no estaba feliz.
—Creo que ya es hora —dije en dirección a mis amigas—. La corona, por favor.
Empecé a temblar cuando percibí los escalofríos de nuevo. Había algo en usar esa estúpida corona que me hacía estremecer. Sentía el aire más helado y me costaba concentrarme.
Cada vez que la usaba, era peor.
Mis amigas y yo llegamos a la conclusión de que debía ser un hechizo que protegía a la corona de ser usada por alguien que no perteneciera a la familia Arcoelli. No era una teoría muy buena, pero tenía cierto sentido. Hicimos la promesa de que al estar en el continente, podríamos buscar la forma de conseguir un brujo mayor que pudiera quitar el hechizo.
Pero para eso tenía que conseguir la lealtad de miles de brujos.
—A trabajar.
Fue mi orden. Para mis hermanas, y para mí.
Descendimos del barco juntas, dividiéndonos en pares para no levantar sospechas entre los brujos que merodeaban por el puerto de Ylia. Las cuatro íbamos encapuchadas, sin perdernos las unas a las otras de vista, cabizbajas y tratando de no hacer ruido.
Era la primera vez que salíamos del barco desde que atracamos en el puerto. Pero Esdras, Moll, Circe y las gemelas ya hacía rato que pusieron pies sobre la tierra y nos dieron la señal de que todo estaba bien y que podíamos avanzar a la casa de Theo.
La que nos recibió en las afueras de la noche, rodeada del murmullo de los grillos y ulular del viento otoñal, era una bruja mayor de brazos cruzados. La señora Faller, la madre de Theo.
Según nos contó Moll, cuando ellos se presentaron más temprano, la señora abrazó tanto a su hijo que le sacó el aire. Luego le dio una sonora cachetada por escaparse varios meses en altamar sin previo aviso.
De manera consecutiva, esa misma rutina de abrazos asfixiantes y reprimendas acompañadas de cachetadas la repitió por igual con Moll y Esdras.
Qué puedo decir, amor de madre supongo.
—Señora Faller —hice una pequeña reverencia cuando llegué con ella—. Estamos muy agradecidos con su ayuda. La corona nunca olvidará este gesto que ha hecho con nosotros.
Ella torció la boca.
—No necesito ayuda de la corona ni dioses. Nunca me han ayudado ni lo harán ahora —escupió—. Sólo lo hago por Aiden, era como un hijo para mí.
Cuando conocí a esta señora, era lo más cercano que había estado en toda mi vida de una señora que tenía tanto amor por sus hijos, que rebosaba y llegó a aceptar a los mejores amigos de su Theo como miembros de la familia.
Cuando la ví ahora con el semblante oscurecido, casi me iba a disculpar con ella por lo que estaba pasando. Pero luego recordé lo que me habían repetido mis hermanas en estos últimos días: no es tu culpa, no tienes porqué pedir perdón.
—¿Dónde está lo que nos prometió? —se asomó Kara.
La señora apuntó los ojos avellana hacia un granero de madera, detrás de su casa.
Alcé una ceja recordando que una vez estuve allí.
—¿No es ese el lugar donde guardan los conejos, patos y demás animales?
Ella asintió.
—Ellos están a salvo en nuestra casa. No confiaba en que estuvieran demasiado cerca del amiguito que ustedes trajeron —explicó brevemente—. Se ve demasiado... hambriento.
La madre de Theo tuvo un breve escalofrío cuando dijo la última palabra. Fue demasiado rápido, tanto que alguien con menos experiencia no hubiese notado la pizca de temor que titiló en su mirada.
Poppy al captar esto, dibujó una sonrisa siniestra en su rostro. Porque su plan estaba saliendo bien.
Su objetivo era uno muy simple: hacer temblar a los brujos.
Despedí a la señora Faller con mis mejores deseos y un fuerte abrazo, prometiendo un pronto reencuentro. No fue hasta que comprobé que ella se había ido a su hogar y que estaba segura con las puertas cerradas, que me acerqué al granero.
—Vela, puedes hacer los honores —dije con una calculada tranquilidad.
Mi hermana se acercó a la puerta y retiró el grueso tablón de madera que mantenía la entrada protegida.
La criatura que capturaron los hombres de Aren en Quisqueya, que luego transportaron en el almacén del barco, contenida bajo el peso de gruesas cadenas de hierro y que ahora estaba aquí en este granero.
Era una de las bestias de Hécate. Una pesadilla que debió quedarse en la cabeza de la pequeña diosa, pero que por algún motivo fueron liberadas y arrojadas a este mundo.
Dar con ella no fue muy difícil, Poppy tan solo merodeó por los alrededores de Quisqueya hasta que se encontró con un rastro de carroña y pisadas que la guió a la ubicación del monstruo gigante con patas de araña y cabeza alargada.
Su pelaje era negro y se veía aceitoso, hacía que el aire en ese reducido espacio oliera a podredumbre y muerte.
—Es más asqueroso que la última vez que lo vi —aprecié con la nariz arrugada.
Como si me hubiese entendido, la abominación siseó en mi dirección.
—¿Puedo proceder? —preguntó Poppy con cierto entusiasmo.
Sin más remedio que echarme a un lado, dejé que ella pasara.
Este era el momento que había estado esperando y ahora no había vuelta atrás. Desde este punto los libros de historia de Ylia contarían un nuevo curso para el continente.
No podía hacer otra cosa que esperar en lo más profundo de mi corazon que las cosas salieran bien.
Apenas alcancé a lanzarme al vuelo cuando Poppy tomó un hacha que estaba junto al monstruo, y con un golpe sordo lo liberó.
Una tormenta de colmillos y gruñidos furiosos se desencadenó.
Poppy salió corriendo, usando sus alas para alcanzar mayor velocidad y con sus pies apenas rozando el suelo y ese ser despiadado tras sus talones.
Ella pudo haber volado, desde una altura donde estuviera segura y el resultado sería parecido. Pero conociéndola como la palma de mi mano, ella prefería ir a pie porque le gustaba saborear la adrenalina.
Poppy levantó la vista hacia nosotras que revoloteabamos sobre ella.
Con una sonrisa en el rostro y las estrellas iluminandose en sus ojos lilas emitió un grito de júbilo.
Mi hermana corrió y corrió. Cruzando la noche, y llevando la muerte a sus espaldas.
Dirigiendo a la bestia directo al centro de Caelum.
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Holi, ¿Cómo están?
Les cuento que he decidido leer por primera vez Antes de diciembre, y planeo subir mis reacciones de lectura a mis historias de Instagram. así que si quieren fangirlear pueden pasar por allá y las iré subiendo a historias destacadas.
Gracias por leerme!
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