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• I V Y •

Cuando nuestra reunión terminó, me encontré exhausta.

Tras excusarme con los presentes, me dirigí junto a Aiden a nuestra habitación con la intención de descansar justo como lo estaba haciendo la sedada Hécate en estos precisos momentos.

Aunque Icarus quería que fuéramos al gimnasio, tuve que encararlo y decirle con la mirada amenazante que me caracteriza, que eso no sucedería hoy.

Como es de esperarse, él aceptó a regañadientes y no estaba muy felíz de que le hablara en ese tono.

—No tengo idea de cuánto tiempo estuvimos conversando, estoy empezando a volverme loca en este mundo de noche eterna—dije tras atravesar las puertas.

El hecho de que el inframundo estaba sumido en una noche eterna, hacía imposible que pudiera detenerme a analizar qué momento del día era con exactitud. A eso sumamos, que la parte angelical que corría por mis venas estaba ansiando desesperadamente por sentir cualquier rayo de sol en mi piel.

—El inframundo es muy frío y tranquilo si lo comparas con Midg —explicó Aiden recostado en una pared, tenía ambas manos metidas entre los bolsillos de sus pantalones—. Pero luego de que te detienes y lo miras con cierta calma, te percatas de que tiene su encanto.

Con una ceja en alto, empecé a retirar mi vestido para cambiarlo por una de las pocas camisas de algodón que Aiden tenía en el perchero.

—Creo que Icarus te ha lavado el cerebro y ni siquiera te has percatado.

Él rió por lo bajo, sin dejar de posar sus ojos ante mi piel desnuda a la vista.

—Creo que he aprendido mucho en estos días de los demonios y su fuerza de voluntad. De un pequeño mundo oscuro y desolado, pudieron construir un hogar.

Empecé a abotonar la camisa con rapidez.

—Eso significa que no tienen ninguna otra opción más que existir.

Él pensó lo que tenía que decir unos segundos, yo aproveché el silencio para sujetar mi cabello en un moño alto y doblar las mangas de la camisa hasta medio brazo.

—A mi me suena más a metáfora, el aprender a amar la oscuridad.

Tras decir esas palabras, Aiden me miró un tanto preocupado.

—¿Qué sucede? —cuestioné sentada desde su cama.

—Siento que estás siendo un tanto severa con tus palabras y la manera en que ves las cosas —dijo con cuidado—. Puede que me equivoque, pero me estoy empezando a preocupar por todo lo que has estado pasando y no me has contado.

Y si, vaya que tenía razón.

De repente, me sentí agradecida por estar sentada porque de otro modo me hubiera derrumbado en mi lugar.

Sentí como todas las emociones que carcomían mi corazón y me sujetaban la garganta sin compasión, se hacían presentes y no había forma en que yo las pudiera ocultar.

Poco a poco, me fuí sintiendo más pequeña, más atrapada en las paredes que nublaban mi cabeza y que desbordaban a mis ojos de lágrimas.

—Respira hondo, puedes con esto mi amor —dijo Aiden.

Posicionándose de rodillas frente a mí y acariciando mi rostro con el pulgar.

No trató de limpiar mis lágrimas, ni me pidió que me detuviera. Tan sólo estuvo ahí, dejándome saber con su toque físico de que estaba a mi lado, sin importar que mis lagrimas se tradujeran ahora a lloriqueos desconsolados.

—No me iré a menos que me lo pidas —me habló con dulzura—. Así que deja salir todo lo que tienes guardado. Hazlo por mí.

Negué con la cabeza.

—No merezco tu perdón, ni que seas tan bueno conmigo... debí haber hecho las cosas mejor.

Tal vez fue el hecho de que mi garganta se apretó más, que mi respiración se imposibilitó o que mi rostro ardía por el llanto, lo que hizo que él se preocupara en sobre manera.

Aiden Arcoelli me tomó con cuidado, me abrazó ocultando mi rostro contra su pecho, y me susurró contra el oído que todo saldría porque no había nada que temer ahora que estábamos juntos.

—No estás entendiendo —espeté contra su pecho—. Son tus padres, ellos-

No podía pronunciar esa palabra, no cuando el cuerpo de Aiden se tensó bajo el mío de esa forma.

Sólo de imaginarlo hacía que mi boca se impregnara de un sabor a cobre.

—Lo siento mucho— musité con un hilo de voz.

Él no emitió sonido alguno, tan sólo se quedó allí conmigo en la misma posición. Sin embargo, las caricias que había estado propiciando a mi espalda, fueron reemplazadas por el temblor de sus manos agitadas.

A decir verdad, la culpa era demasiado. Tanto así que no pude mirarlo a los ojos, fuí incapaz de enfrentarlo porque si veía el dolor en su rostro... creo que eso me hubiese matado.

—No es tú culpa Iv —dijo por fin con voz queda—supongo que esto me lo esperaba, desde el momento en que decidimos pisar el barco de los tritones, era cuestión de tiempo.

Su voz sonaba como que estaba a punto de romperse, pero él se mantuvo hablando.

Yo lo dejé proseguir, sin interrupciones.

—Mi padre conoció a mi madre cuando ella apenas era una estudiante en la academia. En ese entonces, estaba en sus primeros meses de reinado y ambos eran aún demasiado jóvenes e inexpertos en muchas cosas, pero se conocieron en el momento en que ambos se necesitaban el uno al otro. Fue obra de la mismísima voluntad divina, o al menos eso decían ellos.

Me acomodé sobre él, haciéndome un ovillo con las mantas y reposando el lateral de mi cabeza en su pecho, relajandome con su voz y los latidos apresurados de su corazón.

»Mi padre siempre fue alguien de pocas palabras, un rey que todos los días de su vida trabajó desde el amanecer hasta el anochecer, enfocado únicamente en defender los intereses de los brujos en cualquier instancia. Sin embargo, cuando conoció a mi madre quedó cautivado al segundo porque la vió tan llena de vida, paseándose por los pasillos de la Academia siempre con una gran sonrisa prendida en su rostro. Mi madre por su parte, soñó siempre con una vida simple y una familia feliz, pero al ser cortejada por el mismísimo rey se sintió abrumada con todo lo que le ofrecía mi padre.

—Le ofreció todo el peso de una corona —aprecié, sintiéndome particularmente identificada con el relato.

Y mucho más cuando dicha corona, fue precisamente la misma que me había regalado Aiden.

—Si, tienes razón. Pero también la escuchó y le ofreció una familia feliz y una vida llena de baile. —respondió, y me dió la impresión de que estaba sonriendo mientras lo decía.

»Al final de todos los días, justo después del trabajo y antes de dormir, mis padres danzaban en el balcón de su recámara a la luz de la luna. Algunas veces acompañados del tarareo de mi madre y otras en completo silencio, perdidos el uno en la mirada del otro. El baile era lento y demasiado íntimo, de tan sólo verlos me hacía preguntarme si yo tendría la suerte de enamorarme justo como ellos dos lo estaban.

Con eso último, me apretó un poco más contra él y dejó plantado un cálido beso contra mi frente.

El acto se sintió como si me dejará dicho "al final, te encontré a ti", o algo así de cursi.

—Me hubiese gustado conocerlos, ser más cercana a ellos —dije con honestidad.

—Se que ambos se habrían enamorado de tí —cerró los ojos con fuerza—. Si tan sólo las circunstancias hubiesen sido distintas.

Con esas palabras, se desbordaron sus lágrimas en honor a Immanuel y Evangelina, la pareja de brujos que danzaba al compás de una melodía lenta por toda la eternidad.

Así que me uní a él, y juntos lloramos por varias horas seguidas.

Aiden, heredero legítimo de Ylia y portador del poder del tercer dios de los brujos, era idéntico a mí en el sentido de que ambos éramos seres de almas rotas. Ambos perdimos mucho y luchábamos por mantener viva la esperanza de lo poco que nos quedaba, para poder forjar un futuro mejor para todos.

Pero comprendí que, a diferencia suya, él me había rescatado hace ya mucho tiempo.

Era mi turno de rescatarlo a él.

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N.A:

Gracias por leer ♥

—Valky

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