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• A I D E N •
La diosa Hécate de lo irracional, me estaba volviendo loco.
Perderme con ella en este lugar desconocido, donde las noches no terminaban y el cielo estaba decorado con estrellas, lunas y montañas de rocas negras al horizonte, era una pesadilla. Como un castigo divino al cual estaba castigado por alguna travesura que cometí hace mucho tiempo.
Abandonados a nuestra suerte en medio de la nada, no había otra opción que soportar la compañía el uno del otro e intentar salir vivos de esta.
—Hermano, ya llegamos? —volvió a preguntar por tercera vez consecutiva.
Mis pies estaban lastimados, por la caminata incesante cuesta arriba.
El plan era subir por una de las montañas más altas que encontramos, para ver si desde la cima encontrábamos algún indicio de vida o algo que nos ayude a salir de aquí.
—Ya te he dicho muchas veces que no soy tu hermano —dije con la garganta seca y un ánimo de perros.
La pequeña Hécate, se detuvo a mis espaldas y llevó sus manitas de porcelana a sus ojos morados para romper en llanto. Los rizos rubios de su cabello despeinado empezaron a rebotar.
—lo siento hermano, no estoy siendo útil —sollozó.
Dejé salir una bocanada de aire.
—Ya hemos hecho esto cuatro veces —agarré el tabique de mi nariz con dos dedos—. Te corrijo, llorar desconsolada, se te olvida y volvemos al principio.
Ella apartó las manos de su rostro para poder hacerme cara, algunas lagrimas aun goteaban por su fina barbilla.
—Creo que estás muy estresado —chasqueó los dedos y en mi mano apareció un platillo con helado—. comer golosinas siempre me ayuda a controlar el estrés.
Si, esa era otra de sus características: su magia.
Ella había invocado dulces, agua, comida y hasta unos nuevos zapatos cuando sintió que los suyos le apretaban mucho. El poder de Hécate era algo inigualable, mientras yo invocaba elementos de la naturaleza como el fuego, agua o el aire, ella era capaz de hacer todo cuanto se le ocurriera.
Pero lamentablemente, su magia no se utilizaba nunca a su máximo potencial. Todo debido a que su cabecita de niña pequeña era muy limitada.
—¿Podrías seguir intentando sacarnos de aquí?
Tal y como lo había dicho, ella era sumamente poderosa. Fue capaz de traernos a este lugar, pero aun así ni eso parecía ser suficiente para poder encontrar la salida.
No había conversado con ella sobre lo que pasó el día que la rescaté de su torre y la desperté de su trance. preguntas tenía de sobra en torno a ese tema, pretendía saber el cómo, el porqué y más importante aún, el quíen. Pero ya tendría tiempo para eso después que saliéramos de aquí con vida, e incluso entonces me propondría a cuestionar sobre sus gemas creadas. Aquellas que no tenían nombre y cuyo poder era desconocido.
Sólo teníamos que escapar de aquí, y luego habría tiempo para todo eso.
Hécate cerró sus ojos con todas sus fuerzas, se veía que le costaba poner a funcionar su habilidad. Pero nada pasaba.
Chasquee con la lengua resignado.
—¿Cómo funciona tu magia? —le pregunté a la vez que reanudaba mi caminata por la cima de la montaña de roca negra.
Cuando traía golosinas o cachivaches, no hacía el más mínimo esfuerzo. Así que no tenía nada de sentido que ahora no funcionase su poder para crear una vía de salida.
—Solo pienso las cosas y ellas ocurren.
Me parecía una forma demasiado sencilla de explicar cosas tan increíbles.
Cuando yo utilizaba mi magia, tendía a visualizar la energía contenida en las gemas de Ylia, la energía de Hécate como decían mis tutores, y entonces la materializaba en mis manos para hacerla trabajar por mí. De este modo, todo tenía sentido y nuestro poder trabajaba en consonancia con la naturaleza.
Pero algo me decía, que las leyes de la naturaleza y el balance no aplicaban para la niña que estaba a mi lado.
—¿Puedes crear vida? —quise saber.
Podría haber jurado, que entusiasmo fue lo que saltó en esos ojos morados.
Como respuesta, hizo una floritura para que un racimo de mariposas elevara su vuelo entre nosotros, rodeando nuestros cuerpos y luciendo sus alas de vistosos colores de azul, morado y rosa intenso.
Embobado alcé un dedo, y una de ellas se posó en la punta. Se sentía real, demasiado. Era algo hermoso y carente de coherencia.
La pequeña diosa emitió una risita por mi reacción.
—¿Puedes llevarnos a la cima de la montaña?
No hay forma de explicar lo que pasó, al menos no una que tuviera sentido.
Pero lo que sucedió fue que las mariposas nos tomaron por las mangas de nuestras ropas, y nos elevaron por los aires.
Arriba, arriba y arriba.
Apreté tanto mis puños que mis nudillos se tornaron blancos. Si era cierto que estas mariposas me estaban llevando por los aires, entonces yo no quería bajar la vista al suelo. No lo soportaría.
Así que cerré con fuerza los ojos, y dejé que las mariposas hicieran lo que quisieran conmigo.
—¡Esto es divertido! —gritó ella emocionada—. ¡No sé cómo no se me ocurrió antes!
Estuve a punto de hacer una plegaria silenciosa en mi mente. Para que la diosa me salvara de esta situación complicada, pero luego caí en cuenta de que la diosa estaba a mi lado y que fue ella misma la que me metió en este lío.
Oh vaya, esto sí que pondría en duda mi fe de ahora en adelante.
Hasta que mis pies tocaron una superficie, solté unas palabras inentendibles. No recuerdo qué fue lo que dije con exactitud, pero de seguro debieron haber sido maldiciones y palabras muy obscenas a juzgar por la cara que puso la diosa al aterrizar a mi lado.
—Disculpa, le temo a las alturas.
Ella me miraba como si yo fuera un lunático, pero aun así asintió con lentitud.
—Lo tomaré en cuenta.
Eché un vistazo alrededor, y casi me mareo al fijarme en la altura en que nos encontrábamos. Estaba tan alto en esta montaña, que se alcanzaban a ver las puntas de las otras cimas que nos rodeaban, la explanada que habíamos atravesado y también... unas cuantas luces que parpadeaban en medio de un valle.
Las luces eran amarillentas y anaranjadas, por la forma en que danzaban me pareció que sería fuego. Pero era tan lejos que ni me atreví a intentar adivinar que se trataría.
—¿Estás viendo lo mismo que yo? —preguntó la niña. Yo negué. —Te haré unos lentes, para que puedas ver más de cerca.
Hécate sacó unos lentes mágicos de su mano. Tal y como ella explicó, me permitieron ver muy de cerca al poblado, y al movimiento de seres de piel pálida y cabello oscuro.
No pude responderle porque abrí la boca, y me fue imposible reaccionar de alguna forma.
—Son demonios —dijo Hécate con el ceño fruncido.
Si.
Eran muchos de ellos, y no estaban extintos como nos habían explicado.
Tampoco eran monstruos como explicaban las historias infantiles, estos más bien se parecían a Lauren.
Caminaban de un lado para el otro, de forma libre y sin muchas preocupaciones porque este era su hogar. El sitio al cual fueron desterrados.
Este lugar al que nos trajo Hécate, donde reinaba la oscuridad y las estrellas eran la única compañía de sus habitantes, era el inframundo.
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