25
• A I D E N •
Honestamente, ¿este grupo no se cansaba de hacer locuras?
Creo que nunca sabría la respuesta porque parecía ser, que todos disfrutaban hacer cosas fuera de lo común, como por ejemplo la expedición de hoy.
Muy adentrados en las profundidades del bosque, Icarus dirigía el camino entre el espeso follaje de hojas moradas en dirección a un punto en el que debían de haber unas plantas con propiedades alucinógenas.
De aquí en adelante solo existían dos posibles resultados de la idea de Icarus, uno en la que yo usaba el máximo potencial mis poderes en un estado más relajado y otra en la que yo terminaba drogado sin más, creo que es obvio que acepté esta idea por la primera.
Cuanto más nos alejamos de la aldea en la cual se encontraban albergados los demonios, más pensaba en que no había tenido antes la oportunidad de investigar los alrededores de este mundo oscuro. No hubiera imaginado que tras las rocas y lo que parecía ser un terreno árido sumido a una eterna noche estrellada, habían bosques y riachuelos que estaban vivos y se veían magníficos en la oscuridad absoluta.
Habían plantas que desprendían colores fosforescentes en tonos de verde y azul, plantas de hojas alargadas y redondeadas en las puntas, flores que tenían formas de estrellas e incluso miles de bichos que brillaban en la oscuridad y aves tanto exóticas como coquetas que se llevaron mi atención con sus grandes y curvados picos y las plumas despeinadas.
El inframundo era hermoso, en una forma cautivadora pero extraña.
—¿Podemos comer frutas? —cuestionó Hécate curiosa.
—Solo si quieres conseguir envenenarte con una baya —respondió Icarus mientras cortaba unas cuantas plantas que estaban frente a él y le bloqueaba el camino.
El pelinegro utilizó sus poderes para hacer los cortes, y yo hice un esfuerzo por ocultar mi asombro a tal acción.
De sus manos salían sombras oscuras, que se arrastraban por el suelo y se llevaban todo lo que tocaban a su paso, convirtiendo al fresco y brillante césped en manojos de paja seca.
Era correcto asumir que, el mestizo hijo del dios ángel y la diosa demonio, tenía la muerte en la punta de sus dedos.
Hice una nota mental para no molestarlo demasiado.
Por otro lado, Izar nos seguía el rastro desde las alturas de los cielos, por encima de las copas de los árboles altos y puntiagudos.
—¿Podríamos detenernos? —habló Hécate.
La pequeña detuvo su caminar, Icarus y yo imitamos la acción.
—Ya nos hemos detenido tres veces para que arregles tu vestido —recriminó Icarus—. Si esta vez vuelves a hacerlo te juro que-
—No se trata de eso —le interrumpió Hécate.
No puedo explicar qué fue lo que vi en ella con exactitud, pero la noté más estresada, como preocupada en cierto sentido.
—Hey —me acerqué arrodillándome a su altura—. Respira hondo, luego deja salir las preocupaciones.
Ella siguió mis instrucciones, inhalando y exhalando unas tres veces. En una ocasión cerró los ojos y se permitió calmarse de nuevo.
Icarus se cruzó de brazos e Izar descendió de su vuelo para posarse junto a la niña.
—¿Que tienes brujita? —cuestionó con cuidado Izar.
—Hypathias —respondió por fin.
Los tres presentes, intercambiamos miradas. Ninguno sabía qué significaba, pero tan solo escuchar ese nombre era suficiente para ponernos en alerta.
Sea lo que sea, no era buena señal.
—¿Qué pasa con él? —volvió a hablar Izar, su voz estaba impregnada de una calculada calma celestial.
—Está cerca, en este mundo, lo siento aquí.
La rubia señaló a su pecho, justo en el espacio donde estaba colocado su corazón.
Su expresión se veía demasiado frágil, como que en cualquier momento se rompería a llorar.
Supongo que, los dioses y los mortales estábamos hechos del mismo material que nos hacía quebradizos y vulnerables, que lloramos y sentimos tan intensamente que duele, y que lamentablemente, en algunas ocasiones queríamos demasiado a quienes no lo merecían.
Al final del día, la única diferencia entre los dioses y los mortales era que algunos estaban más conscientes que otros de la cuota de poder que cargaban en sí mismos.
—Izar, por favor llévala lejos de aquí volando —le pedí al ángel—. Icarus y yo nos haremos cargo de la situación.
El peliblanco no estaba de acuerdo, imaginé que tenía ganas de aprovechar la oportunidad de tener a Hypathias aquí y lo reventaría a golpes, estaba a punto de debatir pero luego se percató de lo mal que se había puesto la dulce Hécate y lo volvió a pensar.
Tras unos segundos de debate interno, asintió.
• ✧ •
Junto con Icarus, decidimos adentrarnos aún más en el bosque en búsqueda de lo que sea que Hécate había sentido.
Tan pronto el ángel y la pequeña bruja partieron a la seguridad que proveía la base de los demonios, el mestizo de alas negras se puso en marcha muy decidido a alcanzar un punto específico. Yo lo seguí ciego, porque ni siquiera me dió tiempo de registrar lo que estaba pasando.
Todos los eventos habían ocurrido muy fugazmente.
—¿Hacia dónde te diriges? —murmuré a su espalda, tratando de hacer el menor ruido posible por si alguien estaba cerca.
—Hacia los brujos.
Su respuesta fue... demasiado seca para mi gusto. La manera en la que se expresaba no me delataba mucho lo que pasaba por su mente, era como si pusiera un velo en todas sus expresiones y era imposible de comprender.
No como su hermana pensé, que era tan sencilla de descifrar y parecía que la mayor parte del tiempo no existía un filtro que la restringiera de decir todo lo que pensaba.
—¿Por qué vas tan decidido? es como si supieras exactamente donde están.
Se detuvo entonces y se volteó para encararme. Las sombras grises de sus ojos parecían saltar cuando se enfocó en mí.
—Digamos que tengo una corazonada —respondió sin muchos ánimos para luego señalar con sus uñas pintadas de negro hacia el frente—. Si seguimos en esta dirección, encontraremos un claro unos pasos más adelante. Se me ocurre que podemos rodearlo así que tu ve por la derecha y yo por la izquierda.
Aunque no estaba muy seguro de si podía confiar completamente en este ser, no tenía otra opción más que asentir.
—¿Qué haremos si vemos algo?
—Trata de permanecer oculto y no interfieras. Saca toda la información que puedas, escucha conversaciones y observa en silencio. Yo haré lo mismo.
—¿Y si nos atacan?
—Pues en ese caso, atacamos de vuelta sin piedad.
Juraría que las sombras de sus ojos se elevaron como llamas plateadas con ese último comentario
—De acuerdo, entendí.
Iba a tomar la derecha en ese momento tal y como lo acordamos, hasta que un pensamiento se introdujo en mi mente.
—Espera —lo llamé—. ¿Por qué eres el que da las órdenes? se supone que soy mayor que tú.
Icarus se cruzó de brazos.
—¿Enserio vas a empezar con eso ahora?
—Quiero dejar claros los rangos de autoridad para poder eficientizar el trabajo en equipo y... ¡ey! no me ignores, no terminé de hablar.
El pelinegro hizo como si yo no existiera y reanudó su caminata por la izquierda.
Idiota malcriado, murmuré para mis adentros mientras reanudaba el paso. Aunque lo negara y ambos tuvieran sus diferencias, él era idéntico a su papá por ser insolente y un rebelde maleducado. Seguro que en esa retorcida familia la única que tenía cierto juicio y encanto era Coryanne, quien luego le heredó todo eso a Ivy.
Me negaba a creer que en ese mejunje genealógico no había nadie más que valiera la pena.
Cuando los arbustos frente a mí se empezaron a hacer menos, y cuando la luz se abrió entre las hojas de enfrente, alcé la vista hasta donde pude y vi del otro lado del claro el tope de las alas de Icarus, que era lo único que se alcanzaba a asomar tras un arbusto frondoso de bayas.
Imité su acción y me acomodé tras unas rocas, pero elevé la cabeza lo suficiente como para poder ver lo que iba a ocurrir.
Luego de unos minutos, apareció un demonio en el claro.
Como cualquier otro demonio, era de baja estatura, cabello azabache que se tragaba cualquier rayo de luz y piel tan pálida que las bolsas alrededor de sus ojos se mostraban ligeramente moradas. Este en particular, era demasiado joven. Como los hermanos de Theo pensé, apenas tocando la pubertad.
En realidad no apareció, más bien entró caminando. Pero como era típico en su especie, sus pasos eran tan calculados y sigilosos cual felino salvaje al acecho, era como si ninguna de las hojas que pisaba y se llevaba consigo produjeran sonido alguno. Como si incluso el aire se calmara para evitar que su aroma se esparciera hasta que el decidiera exponerse.
Como ahora, que por alguna razón, decidió hacerse visible y tan sólo permaneció allí. Indefenso y expuesto para lo que sea que estaba esperando.
Después, se abrió un portal frente a él.
Mi respiración se detuvo, y la sangre que corría por mis venas se convirtió en hielo cuando vi que tres brujos atravesaron el portal. Estos brujos eran Hypathias y dos de sus soldados personales.
¿Qué rayos?
Era la primera vez que veía a Hypathias, pero no había duda en que era él, tenía que serlo.
Era de baja estatura al igual que Hécate, tenían el mismo cabello rubio pálido como la arena y hasta ahí acababan las similitudes. No era su traje blanco con cadenas de oro y aplicaciones de estrellas que lo hicieron diferente, ni mucho menos el parque negro que cargaba en el ojo izquierdo, sino la expresión severa en el ojo morado y esa mirada desquiciadamente calculadora que marcó la diferencia entre lo que era lo racional e irracional.
Esa forma de caminar con los guardias en sus trajes morados delante de él, sus manos con guantes resguardadas en su espalda y hasta la forma en la que disimuladamente miró a sus alrededores, denotaban los miles de años de sabiduría que se congregaban en este solo ser.
—¿Sólo estás tú? —preguntó el dios brujo.
Su voz fría era la de un hombre, no me lo esperaba de alguien de su estatura.
El joven demonio tan solo asintió y se arrodilló frente a él. Su atención estaba puesta en sus pies.
Uno de los soldados se puso a su espalda y lo tomó por la cabeza, con la otra mano libre inmovilizó sus brazos.
El otro soldado, tan solo se paró frente a él y sostuvo una gema que terminaba en punta, de color rojo sangre contra su frente, pero no hizo nada.
—Adelante —ordenó Hypathias.
Sus acompañantes se pusieron en acción, e iniciaron con el repugnante acto. Sin atisbo de delicadeza alguno, el soldado incrustó con varios azotes sordos el trozo de gema en la frente del demonio.
El cristal duro atravesó la piel, carne y huesos de la cara del joven.
La escena me causó náuseas.
Para su crédito, el demonio tan solo se quejó y pataleó un par de veces, pero mantuvo su cara en su lugar y, a pesar de su visible molestia, recibió cada golpe que le fue propinado. Hubo un momento en el que tan solo se escuchaban sus gritos de dolor, en un idioma que yo no comprendía.
La sangre brotó de su frente del mismo color que la gema roja y cubrió toda su cara. Era imposible distinguir dónde empezaba una cosa o la otra.
De pronto el aire sólo olía a sangre, lágrimas y a muchas cosas que simplemente estaban mal.
Cuando por fin estaban de acuerdo en que era suficiente, los golpes se detuvieron y los brujos se posicionaron detrás de su dios. Los tres mirando expectantes a la figura del demonio que ahora estaba frente a ellos tirado en el suelo y sollozando.
Fue deprimente.
—Siguenos, y terminemos con esto —instruyó Hypatias.
Y de manera tan efímera como habían aparecido, se esfumaron utilizando el mismo portal que ahora reapareció tras sus espaldas.
Hypathias puso la frente en alto, miró a los alrededores y podría jurar que por un segundo, miró en mi dirección.
Sí reparó en mi o no, nunca lo sabría, ya que me aferré a cada pizca de magia que corría por mis venas y deseé con todas mis fuerzas volverme invisible, quería más bien desaparecer porque estaba aterrado y no daba mérito a lo que mis ojos habían experimentado.
Había pasado tanto tiempo huyendo a los demonios que no me había dado cuenta de que los verdaderos monstruos eran precisamente aquellos que me contaban las historias de terror en primer lugar.
Que ilógico imaginar que a la figura que le dediqué mis oraciones de rodillas, era precisamente quien estaba detrás de este retorcido plan.
El rubio dió media vuelta, y junto a sus soldados atravesaron el portal.
El demonio los siguió arrastrándose en el suelo, dejó en su camino un rastro de sangre que se hacía negra al oxidarse.
Cuando por fin desaparecieron, cuando el portal se cerró y por fin volvió a reinar el cantar de los grillos y el aullido del viento entre las hojas del bosque, me permití desplomarme en mi lugar sin importarme lo que Icarus o quien sea pensara de mi.
Por primera vez en todo este tiempo que estuve vagando en este mundo sin rumbo ni sentido, me sentí perdido.
¿Ahora es que notaba que los que estaban detrás de las bestias, de los demonios que vagaban en nuestro mundo y todos los males eran producto de los brujos?
Quería gritar, correr y desaparecer de mi piel.
Tenía todas las razones frente a mí y no fuí lo suficientemente listo como para percatarme a tiempo, sino hasta ahora que mi familia, mis amigos, Ivy e incluso todo el Reino de Ylia estaba destinado a la perdición.
Tal vez... perderme en el inframundo no estaba tan mal del todo, con tantas cosas ocurriendo por mi culpa, pasar mis últimos días alejado de todo lo que amaba sonaba como el castigo perfecto.
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Holi, perdonen la desaparición, justo estuve a punto de subir este capítulo 3 veces y siempre pasaba algo en mi vida que me lo impedía. Creo que llamaré a este el capítulo maldito, osea hasta me olvidé de mi usuario y mi contraseña de Wattpad xd
Me lo merezco por hacer sufrir a Aidencito
Gracias por leer ♥
—su amiguita la valky
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