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IVY

El batir de las alas de mis hermanas era hermoso. 

Sus plumas producían un crujido que me estremecía, era como una canción que me transportaba a tiempos de batallas, de desconcierto y de finales que fueron producto de mucha suerte y bendiciones.

Era tan trágico, como hermoso.

Hermoso porque me recordaba que estaban vivas y que volvíamos a estar unidas, que lo nuestro era tan eterno como las estrellas en cielo y que aún no existía algún mal que pudiese separarnos.

Pero era trágico también, porque cada vez que volábamos juntas por tantas horas, suponía que una calamidad nos estaría esperando a nuestra llegada.

En este caso, la calamidad la traíamos nosotras.

—No has dicho nada desde que tocamos tierra —señaló Vela.

Su cabello amarillo pálido, lucía rapado de los lados. Tan solo un poco largo de la parte más alta de su cabeza. Por atuendo cargaba una camisa ligera de un tono oscuro, que iba a juego con sus pantalones y botas de cuero.

Todas optamos por vestir igual, como sombras que pasaban inadvertidas en la noche. Para poder pasar inadvertidas durante el vuelo.

—Hace mucho que no pintaba mis alas —dije con un amago de sonrisa—. Olvidaba lo desagradable que se siente.

Para que nuestras alas no llamasen la atención, las recubrimos con una mezcla de aceites y tintes oscuros. Haciendo una pasta grasosa que se tragaba el color claro de las plumas, y me provocaba unas ganas inconmensurables de tomar un largo baño lleno de burbujas.

—Recuerdo cuando nuestro instructor te quiso forzar a tintar tu cabello también, porque decía que al ser tan blanco te convertía en un objetivo demasiado fácil para los enemigos —habló Kara.

—Si, y después Ivy lo amenazó con quebrar sus dedos con una cuchara de madera si tan solo se atrevía a acercarse a su cabello —completó Poppy.

Desde afuera de nuestro grupo, la historia parecería una anécdota de alguien problemático y sumamente fuera de control.

Pero la realidad era que las cuatro compartimos la misma personalidad abrasadora, por eso es que recordamos la anécdota compartiendo una sonrisa cómplice.

—Él se lo buscaba —me defendí—. Tan solo tengo que envolver mi cabello con una bufanda negra y listo. Soy igual de sigilosa que las sombras en plena noche.

Conforme descendíamos y tocamos tierra con gran habilidad, ellas asintieron dándome la absoluta razón.

Mis hermanas se sacudieron las plumas y optaron por utilizar sus capas, yo hice lo mismo. La siguiente parte del trayecto consistía en continuar con una caminata a través de lo que parecía ser una colina cuesta arriba, rebosada de árboles.

Salir de la rutina del palacio me resultaba refrescante hasta ahora. Aunque eso implicase volar por el continente toda la noche con mis alas recubiertas en hollín, hasta eso era mejor que pasar gran parte del día escuchando ruegos de ciudadanos sin sentido, fingir simpatía con nobles de cuestionable reputación o hasta tener que mediar en asuntos administrativos demasiado confusos. Todo era agotador, complicado y tedioso. Sentía que cada uno de esos brujos, tanto los súbditos como los nobles, todos querían una retribución por aliarse a mi causa.

¡Como si salvar unas tierras a las cuales ni siquiera pertenecía no era más que suficiente!

Era por eso que confiar el trono por tan solo un día era un respiro. Un pequeño escape para ocuparme de otras cosas en las que si era buena y podía ser de utilidad: adentrarme en una búsqueda peligrosa.

—Tengo que admitirlo, Iv, para ser alguien que acaba de dejar todo un reino bajo el cuidado de Esdras, Theo y Moll, estás muy relajada —apreció Vela—. ¿Tan rápido le perdiste la fe?

Reí por lo bajo, siguiendo los pasos de Kara que nos guiaba en el recorrido.

—No tengo que preocuparme porque ellos son buenos en lo que hacen. Me han asesorado bastante en los últimos días y no tengo dudas en que sabrán qué hacer. —Me encogí de hombros—. Además, Circe y Arlen están con ellos. No es como que tengan total libertad de andar por los pasillos de nuestro palacio en calzoncillos o haciendo lo que sea que se les ocurra.

—En verdad, la idea de Moll de decretar todo un día para andar en calzoncillos era tentadora —musitó Poppy.

Yo rodé los ojos.

—Sigue siendo un rotundo no —respondí al segundo.

Kara hizo caso omiso a nuestra conversación, se detuvo un momento y yo estuve apunto de preguntarle si ocurría algo. Pero un latido después, ella apartó una rama que le impedía seguir y se echó a un lado para dejarme ver que seguía adelante.

El sol iba saliendo detrás de una alta montaña. Sus rayos dorados iluminando el pico de la montaña que se erguía ante nuestra vista, tan alta que acariciaba las nubes salpicadas con oro, y encima de todo, coronándose en la punta, una gran roca que levitaba por sí misma, desafiando las leyes de la gravedad.

—Es-es-

Las palabras murieron en mi lengua. Fui incapaz de proseguir, no me sentí digna.

—El campamento —completó Kara por mí.

Mi garganta se apretó y yo olvidé todo lo que venía a hacer, olvidé los brujos y el palacio, olvidé mis responsabilidades y hasta olvidé el camino de regreso a palacio.

Aunque una lágrima amenazaba con correr por mi mejilla, sólo una cosa me mantuvo de pie y me recordó mi propósito. La misma razón por la que decidía despertar cada día: salvar a Aiden.

Era la única razón que necesitaba de todas formas.

• ✧ •

Si pudiera describir con una palabra lo que sentí al volver al campamento podría ser... mágico.

Habían muchos ángeles jóvenes por todo el lugar, mostrando sus bellas alas sin remordimiento alguno.

Las crías de ángeles blandían sus espadas en entrenamientos, otros murmurando sus oraciones a Izar en dirección del sol y uno que otro estudiando las últimas estrellas con sus apuntes y libros.

Esto me trajo muchísimos recuerdos.

Como era tan temprano en la mañana, los entrenamientos formales aún no habían iniciado. Pero el sonido de los martillos contra las hojas de metal en la forja, el aroma a pan recién horneado, la sensación del apuro por estar preparados justo a tiempo para la lección del día... eso indicaba que estábamos a punto de toparnos con la primera clase.

Entonces, se me ocurrió que hasta este punto no había preguntado quién estaba a cargo de este lugar.

Me volteé a mis hermanas con la intención de preguntar, pero un grupo de pequeños angelitos, con sus alitas aún en desarrollo, abordaron a las tres de ellas y se lanzaron a sus brazos.

Fue lo más tierno que había visto en mucho tiempo.

A juzgar por la reacción de las crías, las cuales eran poco más de 8, les extrañaban bastante a las tres, como si se conocieran desde hace mucho tiempo.

—Muy bien pequeñines ¿cómo van con sus clases? —preguntó Vela con un tono entusiasta. Una de las crías se había colado sobre sus hombros, y ahora jugueteaba con su cabello corto. Otros dos más, estaban siendo cargados por ella en cada brazo.

Vela se veía demasiado graciosa.

—Preparamos venenos ayer por la tarde —dijo uno de ellos. Un macho regordete de alas castañas—. Pero Sirrah por accidente dejó derramar un poco en su cantimplora y se puso muy mal.

La cara de mi amiga palideció.

—¿Alguien la ayudó? ¿Rigel no estaba cerca? —cuestionó ahora Poppy, visiblemente preocupada.

Rigel... el que me gustaba en aquel entonces, y que al final resultó ser pareja de Kara, estaba por acá cerca.

Al parecer, pensé para mis adentros, no fuimos las únicas que sobrevivimos a toda la mierda.

—Rigel estaba lejos, así que Stella se hizo cargo de Sirrah —explicó otra—. Le dió el antídoto y le indicó que se recostara de lado mientras llegaba la ayuda.

—Acrux, silencio —le regañó la que estaba en los hombros de Vela—. Sabes que Stella no quiere que hablemos de estas cosas frente a las chicas.

Nunca había escuchado a nadie hablar de la tal Stella ni ninguna de estas crías, no tenía idea de quién era pero a juzgar por la expresión derrotada de Kara, era demasiado importante.

—Sé que Stella lo dijo por mí, lo sé —habló Kara—. No tienen que involucrar a las otras en esto.

Por un momento el silencio fue incómodo. Tanto los pequeños como mis hermanas estaban en silencio y tratando de desviar la atención a otra cosa.

Pero ninguno de ellos negando lo que había dicho Kara.

Luego, como intentando cambiar el tema, uno de ellos reparó en mi presencia. Frunció el ceño.

—¿Acaso ella es... quien creo que es?

Ante esa pregunta, miré a Vela esperando una explicación. Le rogué en silencio que respondiera algo, cualquier cosa, porque estaba claro que la pérdida aquí era yo.

Vela con una sonrisa en los labios, dejó los angelitos en el suelo y después se acercó a mi lado. Empujándome con su brazo y trayéndome al frente, forzándome al ser centro de atención de este particular grupo.

No es que no me gustara la atención, al fin y al cabo soy un estúpido intento de reina, era obvio que estaba acostumbrada a eso. Pero hay una gran diferencia entre recibir ovaciones y atención de un grupo de seres maduros a ser el entretenimiento de unos pequeñines.

Por el rabillo del ojo, capté como los pocos ángeles más grandes que estaban como instructores volteaban a ver curiosos, otros trataban de hacer como que seguían en sus cosas pero igual prestaban atención.

—Jóvenes, esta es la famosa Ivy —habló orgullosa Vela.

—¡No puede ser! —chillaron al unísono.

—Es la misma que las lideró en sus expediciones y guerras hace muchísimo tiempo atrás —dijo una de ellos, con ojos brillantes y muy abiertos.

—La misma que desafió a Izar públicamente porque no le dió el rango que le correspondía en su escuadra.

—Querrás decir, que hizo una gran rabieta pública porque no obtuvo lo que quiso —corrigió otra.

Fruncí las cejas.

—Eso no fue lo que-

—Yo escuché que en realidad lideró a un grupo de mestizos que planeaban una rebelión en la Patria Celestial —volvió a añadir otro.

—¡YA BASTA! —solté exasperada. —Sé que mi reputación no es la mejor desde aquel entonces, pero tampoco es como para que la pisoteen así como si nada.

Vela y Poppy dejaron escapar pequeñas risitas a mis espaldas, divertidas con la situación.

—Suficiente por hoy niños —habló Kara— Ivy está agotada por el viaje, luego tendrán tiempo de seguir cuestionando sus malas decisiones.

La fulminé con la mirada.

—¿Acaso nadie aquí recuerda que soy una reina? —me crucé de brazos. —Esto es una completa falta de respeto.

—Reina de las brujas, hasta donde tengo entendido —señaló una voz masculina a mis espaldas.

Volteé en su dirección y me topé con el mismísimo Rigel. Con las mismas alas grisáceas de siempre, su porte autoritario y esos músculos trabajados que en sus brazos cargaba a una pequeña cría de algunos seis años.

La pequeña tenía el cabello cobre claro y los ojos verde pálido con un aro dorado en el centro, como el sol atravesando el follaje en las mañanas.

Por alguna razón, no parecía entusiasmada de estar aquí, sino que se veía un poco forzada.

—Iv, te presento a Stella —habló Kara a mi lado—. Mi hija.

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