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• A I D E N •
Cualquiera supondría, que estar en compañía de dos deidades sería una experiencia extraordinaria, una experiencia en la cual yo podría ser nutrido con sus conocimientos divinos y sacar de aquí grandes sermones que podría predicar por el resto de mis días con mi descendencia.
La verdad es que no.
Ambos eran un dolor en mi trasero.
Desde que nos topamos con Izar, la pequeña Hécate no paraba de hablar y hacer cosas que carecían de sentido y me parecían demasiado innecesarias para nuestro caso.
Por ejemplo, no era medio día y ya ella había invocado un caldero lleno de cincuenta bolas de helado, cada una de un sabor distinto. También una bolsa de chocolates con demasiada azúcar y tres ponis, uno para cada uno de nosotros.
—Creo que mi poni se llamará Pistachio —anunció la diosa bruja con los labios rebosados de chocolate.
—El mío se llamará: estoy harto de ustedes y ya quiero ir a casa —dije de mala gana.
Me gané una mirada por parte del estúpidamente perfecto rostro de Izar.
Una cosa era segura: desde que llegamos a las profundidades de la villa de los demonios y nos llevaron hasta su cabaña, él no dejó de ser servicial con nosotros. En parte, quería creer que se debía al lazo tan estrecho que tenía con Hécate, pero por otro lado sentía que era algo que habría hecho con cualquier ser que estuviera en nuestra posición porque a fin y al cabo, ayudar a alguien necesitado es algo que habría hecho Ivy definitivamente.
Ivy, su hija.
El parecido físicamente con la mestiza, se notaba en las tonalidades de los ojos, el cabello y la piel que asemejaba al mismo color del café con leche. La forma en la que sonreían y esa seguridad en el porte que envidié, también eran elementos característicos que identifiqué en ambos.
Pero hasta ahí llegaban los parecidos entre ellos, ya que mientras Ivy era corta de estatura, su padre me sacaba una cabeza. Ivy tenía facciones delicadas y regordetas que provocaban ternura, pero él las tenía marcadas y evaporaba excesiva sensualidad por cada pómulo de su cuerpo.
Pero lo que hacía al ángel sumamente diferente a ella, es que el maldito era tan egocéntrico que daba asco. Estaba empezando a pensar que tenía un problema serio, ya que lo capté viéndose el rostro en casi cualquier cosa que fuera reflectiva y tuviera cerca.
—Parece que nuestro amiguito Adrian está algo estresado —dijo.
—Por enésima vez, mi nombre es Aiden! —exploté, los ponis dieron un brinco en su lugar asustados—. Ya me has llamado Audi, Adam y hasta Aida en lo que llevamos aquí.
El rodó los ojos.
—Tonterías banales —hizo un ademán—. Cuando yo vivía en la patria celestial, jamás me aprendí el nombre de nadie. Y nunca nadie se inmutó o pareció molestarle que lo llamase de otra forma.
Claro, porque eres un maldito Dios todopoderoso que podría derribar una montaña con tan solo un suspiro y nadie se atrevería a ofenderte.
Obviamente, omití decir eso.
Porque no quería que me pasara precisamente lo que él podía hacerle a esa montaña.
Pero creo que no fuí muy sutíl con mis pensamientos, porque me atrapó mirándolo de mala cara y sonrió en mi dirección.
—¿Sabes algo Arturo? me caes bien, así que te daré un consejo.
Sonrió de lado.
Yo alcé una ceja.
—Deberías relajarte más. Cada día trae sus sonrisas y sus problemas, si piensas tanto las cosas a futuro y te lo tomas todo a personal, no hay forma de que aprecies el momento.
Yo fruncí el ceño.
—Estamos atrapados en el inframundo. ¿Qué rayos hay positivo en eso?
Mi comentario hizo que se le ensanchara una gran sonrisa.
Dirigiendo su Poni fuera de su lugar, se puso de pie y con una floritura, me indicó que lo siguiera afuera de su cabaña de roca.
Le hice caso, no porque me fiara de él, más bien es que no tenía más nada que hacer.
Estaba empezando a aburrirme de esta situación.
—¿Qué ves en el cielo?—me preguntó una vez estuvimos fuera. Hecate decidió quedarse dentro con todo su helado.
Miré hacia arriba.
—Veo la noche, muchas estrellas brillantes y una gran cantidad de planetas y lunas que están absurdamente cerca.
El apreció la vista de los cuerpos celestes maravillado. Como si fuera la primera vez que veía algo así con sus ojos.
Cuando caí en el inframundo con Hécate, recuerdo haber mirado al cielo y darme cuenta de que era la noche más preciosa que había visto nunca.
Inmediatamente me percaté de que estaba perdido ya que con una vista así, jamás olvidaría el nombre de ese lugar. Así que mi única opción fue suponer que estaba en tierras que nunca había pisado.
Estaba en lo correcto.
—Cuando vine aquí no había nada en el cielo —dijo Izar—. Tan solo oscuridad infinita y asfixiante. Algo muy al estilo de los demonios, pero no iba acorde conmigo. Así que cada estrella, luna y satélite que ves allá arriba, fue producto de mis preciosas manos.
Ivy había creado una estrella una vez, le puso el nombre de Aurora, pero su creación casi la mata.
Recuerdo que el esfuerzo la había drenado por completo al punto de que estaba indefensa cuando el leviathan la atacó.
Pero si eso fue una sola estrella... crear constelaciones completas debió haber sido insoportable.
—¿No es difícil crear estas cosas? —cuestioné intrigado.
Él asintió una vez.
—Es un tanto doloroso, pero con tanto tiempo libre me pareció buena idea hacerlo.
Fue una idea un tanto masoquista, me dió escalofríos solo pensarlo.
—Creaste algo precioso donde solo había oscuridad, suena hasta poético —aprecié de forma sincera.
Él asintió.
—Lo más gracioso de todo esto es, que antes de caer en esta situación, tenía décadas sin crear nada. Todo lo hacían mis querubines y yo por poco olvidaba lo fascinante que era diseñar estas cosas. Comandar a los arcángeles y atender los asuntos burocráticos estaba ocupando demasiado tiempo.
Me crucé de brazos.
—Tu sermón me acaba de dejar sin palabras. Hasta me siento mal por haber pensado que eras un ególatra.
La cara con la que me miró tras esa declaración, parecía todo un poema.
—No es mi culpa que tenga que cargar con el peso de ser jodidamente perfecto —dijo ofendido—. Te pareces a mi ex con esa clase de comentarios.
Alcé una ceja.
—¿ex—novia? —me hice el sorprendido.
Obviamente ya sabía toda la historia, pero según Ivy, era un dato que aún no se había difundido en el cielo.
Un chisme muy jugoso e ilegal.
—¿Yo? je je je, No.
Izar se sonrojo.
La reacción se me hizo muy inocente, algo que me recordó a Esdras cuando me confesó que le gustaba Circe.
Entonces, para evitar que se sintiera extraño y como me sentía en deuda luego de esas bellas palabras, dije lo siguiente:
—Sé lo que se siente. Yo también estuve con alguien a quien extraño mucho. Prácticamente estaríamos juntos en este momento, pero ya sabes —señalé nuestro alrededor—. El inframundo me atrapó, y ahora estoy lejos de ella.
Las alas impolutas de Izar descendieron.
No quise dar lástima, solo desahogarme por un momento.
—Yo también la extraño —dijo mirando a sus pies en una posición de derrota—. Bueno, también tuvimos una niña y a ella también la extraño. ¿Tú tuviste hijos con tu pareja Aaron?
Pensé en la pequeña quimera que se robaba mis noches de sueño y tenía un humor horrible por las mañanas. Eso sin mencionar el paladar sumamente delicado que en más de una ocasión me volvió loco.
—Si, algo así —aprecié—. Se llama Milo.
Él miró a una de sus lunas, una en particular que apreciandola con mucho detenimiento se veía un poco azulada, y que hasta ahora no había notado.
—La mía se llama Ivory, y era idéntica a su madre.
Acaso se refería a...
O por los dioses.
El nombre de nacimiento de Ivy en realidad es Ivory.
Eso suena hasta sexy.
—Si, Milo también es idéntico a su madre —le seguí la corriente, tratando de ignorar los pensamientos cochinos que la mención de mi novia trajo a mi mente.
—Luego tuve otro hijo, pero no supe de su existencia hasta el día que pisé este lugar —reveló muy casual.
¿Acababa de decir lo que acababa de decir?
—¿Tuviste dos hijos? —cuestioné atónito.
El asintió.
—Si. Tienen la misma madre, pero la muy listilla lo ocultó y me enteré después de su existencia cuando ella se fue y entonces él asumió su rol como dios de los demonios.
Mi boca caía al piso.
Ivy tenía un hermano.
Un hermano.
—¿Como? —fue todo lo que alcancé a pronunciar.
El se dió media vuelta, para dirigirse a su cabaña de vuelta con Hécate, los ponis y los dulces.
—Se llama Icarus, vivé en esta misma aldea y es un ser completamente aburrido y deprimente —sonrió de lado—. Creo que se llevarán bien, tienen mucho en común.
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N.A.
¿A que no se esperaban esta tremenda confesión un lunes por la noche?
Gracias por leer, por querer a mis personajes tanto como yo y por ser lo mejor de lo mejor.
Se merecen todas mis historias y mis horas invertidas en esto :)
-Valky
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