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• I V Y •
Prepararme para la reunión con los elfos sabios, me tomó tres días.
Fueron tres días sin comer o dormir, tres días de llanto crudo hasta que mi garganta escocía y entonces mis hermanas debían intervenir para calmarme.
Y no era para menos, ya que había perdido al amor de mi vida, al brujo de los ojos más azules y el corazón más noble que había conocido nunca.
La vida se sentía tan injusta, porque nunca me permitía ser feliz ni mucho menos intentar formalizar algo. Porque cualquier cosa que he amado me ha sido arrebatada de las manos y entregado a la muerte, porque todo lo que se acerca a mí de algún modo se auto condena a un destino horrible.
Pero hoy, al tercer día de mi sufrimiento decidí que no más.
Esta historia repetitiva donde yo sufría a costa de la voluntad de otros, estaba por llegar a su fin. Ya tuve suficiente sufrimiento, y era mi turno de hacer a los otros padecer.
Por mis padres, por mis hermanas, por mis amigos, por Aiden y por mí.
Todo aquel que estuviera detrás de este desquiciado juego, conocería que hay finales peores que la muerte. Yo misma se lo demostraría.
—Los sabios dicen que aún no están listos para escucharte —informó Kara con media cabeza asomada en mi habitación.
Detrás de mí, arreglando mi cabello estaba Vela, y afuera haciendo guardia en la entrada se encontraba Poppy. Las tres hicieron un trabajo espectacular al tratar de recomponer los pedacitos rotos de mi corazón. Tratando de sostenerme cuando me caía, y abriéndome los brazos para recibirme en un abrazo cuando más lo necesitaba.
El problema era que esa misma habitación la había compartido con él. Y en cada rincón había un recuerdo suyo. Ya sea algunos apuntes, un montoncito de ropa que aún tenía su aroma o la corona de su madre.
De todas las cosas, la corona era la peor.
Esa corona hecha de piedras de brujas y que contenía la antigua piedra de Hécate en su centro, no solo era una reliquia, sino la última declaración de amor que él me dio y todo un símbolo de cuánto estaba dispuesto a arriesgar por mí.
Yo no pertenecía del todo junto a los ángeles, mucho menos con los demonios. Pero aún así él me ofreció uno de los tesoros más valiosos de los brujos, porque no le importaba nada de mi pasado. Él quería que yo formara parte de su futuro.
Aparté la mirada de la corona, porque era más de lo que podía soportar.
—Si no están listos para mí, es su problema. Que lidien ellos con las consecuencias. —escupí, mirándola por el reflejo de mi espejo.
Vela me ayudó a entrar en un vestido color rojo intenso, era de un diseño simple que no tenía nada en especial más que unas mangas largas, una falda que se arrastraba por el suelo y un cuello que apenas dejaba asomar mi escote.
Lo elegí porque me recordaba a una rosa abriéndose por la mañana, y también a la escena victoriosa de un campo de batalla manchado de sangre enemiga.
Era hermoso y letal, tal y como yo.
Mi cabello estaba recogido por la mitad con dos trenzas, cayendo en ondas blancas y sutiles por mi espalda, y delimitando los planos de mi rostro decorado con cosméticos brillantes.
—Eso fue lo que les dije.
Creo que Kara hubiera proseguido diciendo algo, pero se detuvo a sí misma con un gemido cortado cuando vio que Vela había posado la corona en mi cabeza.
—No quiero que me hagan perder el tiempo —dije sin mirar a nadie en particular.
Cerré los ojos y me di la vuelta. Porque estaba segura de que si me veía en el espejo, me desplomaría una nueva vez y entonces esta farsa no tendría sentido.
• ✧ •
Mantuve la frente en alto en todo el camino hasta el salón, a pesar de que el peso de la corona sobre mi cabeza fuera demasiado y me dieran ganas de arrojarla lejos hasta que se rompiese en miles de diminutos y afilados pedacitos de gemas.
Doblegarme no era una opción, no cuando los brujos que tenía por amigos me esperaban en el salón. Ansiosos por saber de mi luego de estos tres días sin siquiera dirigirles una palabra.
Todos ellos estaban tristes, esa fue mi primera impresión. Desde las gemelas Richet, que hacía poco habían conocido a Aiden, hasta sus amigos de toda la vida. Incluso, Milo que hasta ahora había pasado estos días bajo el cuidado de Theo, se mostraba más decaído, ni siquiera mi presencia parecía reconfortarlo.
Una voz en mi cabeza me decía que esto era mi culpa.
—Hija de Izar y Coryanne, ¿Qué motivo tiene esta convocatoria apresurada que ha solicitado? —cuestionó uno de los sabios elfos, alto en su antiguo trono.
Ordené a mis hermanas dispersarse, pero sin perder de vista mi espalda.
No pase por alto las miradas que me perforaron, desde mis amigos hasta los elfos aquí presentes, todos mirando a la pieza sobre mi cabeza y el inmaculado vestido rojo que se amoldaba a mi cuerpo.
De algún modo, podían hacerse una idea de lo que me proponía.
—Su diosa Demetria, acordó servirnos de ayuda este verano a cambio de unirnos a su causa en contra de los dioses brujos —empecé diciendo con una voz firme—. Nuestra parte está completada, ahora queremos cobrar lo que nos corresponde.
Demi fue muy específica: encuentra una prueba que incrimine a los brujos en todo este desastre y así mi teoría será demostrada.
Si los demonios al servicio de los brujos como guardias no eran pruebas suficientes, no se que más necesitaba.
—Niña ingenua —negó una de las elfas—. Tienes la ayuda de Demi, pero no la nuestra. Debiste haber prestado más atención cuando ella hizo el acuerdo contigo.
No flaquee. No deje que ninguna de mis emociones me dominaran ni que me afectaran sus palabras.
—Seré clara —dije en dirección de todos—. Planeo volver al cielo para rescatar al príncipe Aiden de las manos de Hécate, y al mismo tiempo deshacerme de los dioses brujos. Quiero hacerlos pagar por sus crímenes y para eso necesitaré la ayuda de todos ustedes.
Ellos se miraron entre sí. Más de uno se frunció el ceño.
—¿Qué te hace creer que el príncipe sigue con vida? —preguntó otra sabia.
No tenía ninguna justificación para creer que Aiden seguía con vida.
Tan solo sabía lo que me contó Ginger, que él estaba a solas con Hécate y debía llegar al portal por su cuenta, pero nunca lo hizo. Así que yo saque mis propias conclusiones.
Lo único que me hacía creer que aún estaba vivo, era la fe y eso era lo más inquietante de todo.
—Confío en las habilidades de mi amado —fue todo lo que se me ocurrió decir.
La elfa levantó una ceja.
—Ciertamente, este consejo encuentra motivos suficientes para aceptar como válida la teoría de nuestra diosa Demetria —interrumpió otro elfo—. Creo que hablo por todos cuando digo que este problema con las bestias nos ha costado nuestra seguridad y debemos hacer algo. Entonces hija de Coryanne, ¿tienes alguna propuesta? O esto solo es un arrebato inmaduro de rabia que nos costará la vida de nuestros ciudadanos.
Tome una larga respiración y dejé que mi seguridad tome el control. Esto era por lo que me prepare, esto costó la vida de muchos seres y ahora no había vuelta atrás.
—Reclamaré mi puesto como única heredera de Izar. Dirigiré a los arcángeles que sobrevivieron a la guerra, y juntos pelearemos de la mano —para proseguir, me asegure de mirar a mis amigos a los ojos—. También, considerando el estado de los reyes de Ilya que están bajo el control mental de demonios, acepto por igual mi puesto como heredera a la Corona de la familia Arcoelli.
Todos estaban sorprendidos. Sus bocas abiertas y los gemidos a media voz fueron todo lo que se escuchó en ese salón por un momento.
—¿Cómo es eso posible? —hablo ahora Circe.
—Aiden y yo estuvimos juntos durante una temporada. Nos juramos amor eterno el uno al otro y él mismo me entregó esta corona que ahora porto en mi cabeza.
—Se casaron en secreto—. murmuró Vela.
Ante eso, Esdras casi pierde la cabeza. Circe tuvo que tranquilizarlo tomándolo por el brazo para que se calmara. Yo por mi parte, decidí no negar nada de eso.
—Por favor, repite lo que acabas de decir pero con una guavaberry, la fruta de la verdad —ordenó uno de los sabios.
Desde su trono elevado me lanzó una de las pequeñas frutillas, la atrape y al masticarla el sabor agrio se hizo presente en mi lengua.
—Admito que no utilice mis poderes sobre Aiden Arcoelli, que el príncipe me entregó la corona de su madre en buena fe y que planeo dirigir su reino con las mejores intenciones.
A los demás elfos no les quedó de otra que llevar sus manos a sus bocas para ocultar cualquier atisbo de asombro.
Porque cada palabra que salía por mi boca era cierta y no había más dudas.
Yo era heredera de los demonios, de los ángeles y ahora también soberana de las brujas.
Mi reinado estaba a punto de comenzar.
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