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Ivy.

Para cuando llegué a la cima del mástil, la fresca brisa salada golpeaba mi rostro. Todos los tritones de la tripulación ocupaban sus puestos e iban armados con espadas delgadas mientras guardaban silencio, esperando por una señal para atacar.

Yo permanecí en la cofa, la parte más alta del barco, que en principio estaba diseñada para vigilar a la distancia. Allí podía vislumbrar la silueta de aquella nave enemiga que peligrosamente se acercaba al Leviathan.

Estos segundos de espera hacían que mi corazón se agitara, la excitación corría por mis venas y yo estaba lista para la lucha.

Yo nací para esto.

El chasquido del metal cortó el silencio en nuestra embarcación. Yo volví la vista buscando el origen del sonido y me encontré con un señor mayor de frondosa barba oscura, piel bronce, y ojos de un color tan pálido que parecía ser transparente. Él era el capitán, la persona que me permitió embarcar con él.

El capitán Bjorn tenía su espada desenvainada aun lado, la hoja metálica era brillante y la empuñadura tenía diseños que asemejan a olas plateadas que se enroscaban en la mano del portador. Era una espada indiscutiblemente hermosa y digna para alguien de su altura.

Para cuando el pirata alzó la espada por encima de su cabeza, las campanas volvieron a sonar y a estremecer la estructura de la embarcación.

Esa era la señal, la acción empezó.

Los cañones fueron disparados entre estruendos y partículas de fuego, las municiones y la pólvora no paraban de ser suministradas. Desde los bordes del Leviathan, los tritones se lanzaban en graciosos clavados hacia las aguas, para atacar de manera directa a todo aquel que cayera en el mar.

Era una belleza.

Me sujeté del palo del mástil y con cuidado me bajé por este. Una vez que toqué suelo firme noté que dos brujos estaban ubicados junto con los cañones. Theo y Esdras, que con sus llamas prendían la pólvora y ayudaban a los tritones a disparar de una manera más ágil. Bien por ellos, pensé.

Me disponía para acercarme más al borde de la nave, justo donde habían estado parte de los tritones que se lanzaron a las aguas hace unos instantes. Pero Aiden se interpuso en mi camino.

— ¿Qué haces aquí? — Le susurré en la mente, no tenía otra opción ya que ni con gritos me hubiera escuchado con los cañones tan cerca de nosotros. — Debes estar en tu camarote como los demás.

El príncipe se estremeció al escuchar mi voz dentro de su cabeza, lucía un tanto inquieto e incluso podría jurar que temblaba.

— Estabas a punto de lanzarte al agua. — Me respondió en sus pensamientos de vuelta.

— Pues sí.

— Ivy no lo intentes, ellos son hijos del mar. Es su territorio y te harían pedazos en un segundo.

Si, era consciente de todo eso. Pero a decir verdad ¿Qué sería lo peor que pudiera pasar? ¿Morir? Pensé que no tenía sentido alguno para preocuparse, ya que si me hacían trizas él por fin se desharía de mí. Él por fin sería libre.

Discutir con él príncipe no tenía sentido, no cuando una guerra se desataba a nuestras espaldas. Así que decidí no saltar, sólo por evitar que Aiden hiciera algo estúpido.

La nave enemiga seguía en pie, pero ya los cañones empezaban a llegar hasta ella. Producto de eso, la tripulación enemiga empezaba a caer a las aguas, donde eran encontrados con los tritones y entonces se enfrentaban cuerpo a cuerpo.

Pero había un problema que nadie previó.

Los enemigos no eran tritones, eran otra especie de piel grisácea y escamosa, que tenían crestas en lugar de cabello y sus cabezas eran demasiado grandes y redondeadas.

— Selkies. — Volvió a murmurar Aiden en sus pensamientos.

Uno de los tritones salió de entre las aguas con un salto y formó un arco en el horizonte. Un selkie que lo perseguía también saltó, pero este segundo abrió tanto la boca que pude ver esas infinitas hileras de dientes transparentes y puntiagudos, dientes que fueron lo suficiente afiladas para engullir de una sola mordida al tritón cuando se volvieron a cerrar.

Cuando las extremidades inertes del tritón salieron flotando entre las olas, cerré los ojos con fuerza.

Esto estaba mal. Eran demasiado fuertes.

— ¡Ivy alto ahí! ¿A dónde vas? — Aiden trató de detenerme cuando me acerqué por segunda vez al borde.

Las olas que se mecían bajo nosotros estaban tan agitadas que solo de verlas me mareaba, sangre teñía algunas partes y se extendía como tinta.

— Por favor, confía en mí. Sólo una última vez, prometo volver con vida. — Le dije.

Volteé para ver al príncipe, al brujo de los ojos más bellos que había visto en mi vida y él dejando salir una bocanada de aire asintió con dificultad.

Noté que él seguía aterrado. Aiden no debía ver estas cosas, la brutalidad cruda no era algo para todo el mundo.

— Necesito aceite. Todo lo que puedas conseguir. — Le ordené y él obedeció.

Luego me fui corriendo hacia los cañones, donde encontré a Aren ayudando a cargar la pólvora. Lo tomé por el brazo para llamar su atención, y con señas en su lenguaje le indiqué lo que tenía que hacer.

Retirada, le dije.

Él se extrañó. Aren no entendía bien lo que estaba a punto de hacer, no sabía cuales eran mis planes y no había tiempo de explicar.

Antes de que pudiera negarse, me acerqué a él y lo mordí, justo en la parte que dividía a su hombro de su cuello, mis colmillos atravesaron su carne y la sangre empezó a correr mientras él se estremecía bajo mi agarre.

Lo solté con fuerza y me limpie los labios con el antebrazo, saboreando el sabor oxidado mientras me reía en su rostro.

— Ya estamos a mano, hijo de perra. — Logré articular.

Después de eso, y con la sangre haciendo efecto en mi interior, despertando a la parte demoníaca que vivía en mí, haciendo que los colores se vieran más vivos y los objetivos más nítidos. Miré hacia los selkies y entré en sus mentes, en cada uno de ellos y les ordené que se alejaran de los tritones.

Fue muy difícil, en especial con tantas mentes por atravesar pero pienso que lo logré. Y cuando la masa de cuerpos grises bajo mi control empezó a juntarse, escuché de nuevo las campanadas de nuestro barco dando órdenes y los tritones empezaron a retirarse.

— Aiden, lleva el aceite hacia ellos. — Le pedí sin saber dónde estaba.

De inmediato, grandes burbujas de agua cargadas con aceite brillante en su interior, se dirigieron hacia la bola de selkies que se apretujaban en medio del mar, justo en el espacio que separaba ambas embarcaciones.

Las burbujas se reventaban contra ellos y los bañaban de la sustancia grasosa una y otra vez, eran tantas las burbujas que supuse que tanto Theo como Esdras se unieron para ayudar. Incluso el reventar de los cañones se detuvo.

En mi cabeza reinaba un dolor agudo por el esfuerzo que estuve haciendo, así que decidí que era tiempo de seguir con la segunda fase de mi plan.

Llamé a mis alas y ellas aparecieron. Eran fuertes, peligrosas y rápidas. Con un solo aleteo ya estaba en el aire, volando hacia los selkies y alejándome del Leviathan.

Las criaturas grisáceas me miraban con repugnancia, pero aun así no podían moverse, estaban aún amontonados bajo mi control.

En ese momento, revoloteando sobre ellos, decidí usar uno de los regalos que aún poseía de las brujas, una gema de fuego que exhibía en una de las perforaciones de mi oreja. Era lo único que necesitaba para hacer al mundo arder.

No tuve piedad cuando los prendí en fuego, ni cuando los escuché gritar mientras se calcinaban con el aceite que los cubría y se incendiaba sobre las aguas. Me quedé ahí hasta que se volvieron cenizas negras, hasta que no sentí ni una mente bajo mi control en mi cabeza y hasta que se convirtieron en algo irreconocibles a lo que eran antes.

Esto era la guerra. La promesa misma de la muerte, la victoria de los más fuertes y mi único propósito de vida.

• ✧ •

Ese mismo día al caer la noche, el barco enemigo fue saqueado y se tomaron las mercancías y suministros que nos fueran de utilidad. El capitán Bjorn ordenó una fiesta en celebración de la victoria y los tritones sobrevivientes felices empezaron a tomar mucho alcohol y algunos se me acercaron para darme las gracias.

Yo me senté en una silla en el centro, los brujos y tritones me rodeaban. Y escuchaban atentos cada palabra que decía, incluso Aren. Este último estaba un poco enojado conmigo, pero dejó su ira de lado con tal de unirse a la celebración.

También se unieron a la algarabía las gemelas, Theo, Esdras y Moll. Mi tía en una esquina bailaba con Milo y todo por un instante tan breve como el latido de un corazón se sentía bien, con estas personas adorándome y diciéndome lo bien que había hecho las cosas.

— Y dime Ivy querida, ¿Tienes alguna historia que contar sobre los ángeles? — Cuestionó Aren, jugueteando con uno de sus rizos dorados. — He escuchado que mientras más blancas son sus alas son más poderosas, pero las tuyas son negras así que me imagino que eres un mierda.

¿Algún día lo mataría? Si, eso era muy probable.

— Es solo un mito estúpido. Y no, mis alas no son negras, en realidad todas las alas son bastante claras salvo alguna que otra pluma amarillenta o rojiza que siempre se cuela.

— Pero todos las vimos negras. — Agregó Theo.

— Eso me pasa cuando tomo sangre, una vez salga de mi organismo volverán a su color natural.

Al mencionar la sangre el joven pirata de cabello dorado mordió su labio inferior, a juzgar por su mirada me imaginé que contenía una retahíla de insultos, pero para mi sorpresa se contuvo y en lugar de eso dió un trago a su jarra de cerveza.

— Pues ya que le debo una al idiota de Aren, les contaré una historia sobre los ángeles. — La ronda de presentes se acercó más a mí, la música se detuvo. Yo disfruté de la atención. — Cuando un ángel nace, le colocan un halo sobre su cabeza. Si el halo brilla significa que es un serafín, un ángel cuyos poderes le permiten crear estrellas, lunas y cualquier cuerpo celeste que se imaginen. Pero si el halo no brilla, significa que es un arcángel, esto es menos común y cuando pasa, son entrenados desde ese punto para convertirlos en armas letales. Los arcángeles tienen la labor difícil de mantener el control allá en los cielos, de matar si es necesario y de intervenir en asuntos interraciales. Estos arcángeles se daban su vida con tal de resguardar la paz, pero cuando los demonios atacaron y la gran guerra se desató dieron su vida en la batalla.

Hice una pausa para tomar aire, era la primera vez que hablaba de esto es años y era muy fuerte. Entre la multitud encontré a tía Arlen, que con sus tiernos ojos negros me alentó para que continuase.

— Personalmente conocí a varios de ellos, se dividían en en cuartetos. Grupos de cuatro arcángeles que pasaban toda su vida juntos para pelear uno al lado del otro. Eran tan unidos que pensé que... esa fue la razón de que murieran todos. Ya que si uno del cuarteto moría, los otros tres estaban dispuestos a sacrificarse. Entre los arcángeles había muchos buenos, e incluso es normal que se hicieran conocidos allá en los cielos, pero mis favoritas siempre fueron Poppy, Vela y Kara. Ellas eran todo lo que debía ser un arcángel: peligrosas, serviciales y fuertes. Por eso eran parte de la guardia personal del dios Izar de todos los ángeles y les ordenaban las misiones más difíciles. Pero igual a todos los demás arcángeles, me temo que dieron su vida en la gran guerra. Por esta razón, hace muchísimo tiempo, los serafines inundaron los cielos de estrellas, una por cada arcángel caído. Para que cada una de sus historias fuera recordada siempre. Es por eso que cada una de las estrellas que flota allá arriba en los cielos tiene un nombre, cada una de ellas es una historia que no merece ser olvidada.

Para cuando terminé, tanto brujos como tritones lucían maravillados.

— ¿Pertenecías a los serafines o los arcángeles? — Cuestionó Ginger sentada en el suelo de madera de piernas cruzadas.

Yo le dediqué una sonrisa al cielo, descansando mi atención en todas esas estrellas brillantes.

— ¿Qué creen ustedes?

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