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• A I D E N •

Al terminar la reunión ya el plan estaba trazado. Llegar al cielo, entrar al pabellón de los ángeles y salir con vida. Sonaba muy simple, pero no tenía dudas de lo complicado que sería.

Demi nos informó que para abrir portales entre mundos era necesario que el sol estuviera saliendo o cayendo, en esos momentos del día en que el cielo se muestra pintado de oro y las nubes empiezan a disiparse.

Nosotros elegimos actuar el día de mañana, con el amanecer y así volver a nuestro mundo cuando el sol empezara a caer. En circunstancias normales sería un rango de doce horas, pero según la diosa tendríamos poco más de seis para poder actuar por motivos del tiempo y espacio que yo no entendí muy bien cuando explicó.

Pero lo que sí pude entender, es que esta noche aquí en medio de la pradera, en el mismo lugar en el cual le había pedido a Ivy que fuera mi novia, sería la última noche que ella y yo pasaremos juntos sin muchos problemas inundando nuestros pensamientos.

—¿Te sientes mejor? —le pregunté preocupado.

Ivy estaba envuelta en una manta gruesa, abrazándose a sus rodillas y sumida en un inquietante silencio desde el momento en que salimos de la reunión. Estaba tan ida que lo mejor que se me ocurrió fue seguirla en silencio a nuestra habitación donde se cambió a una bata de dormir y luego caminó hasta acá con una calma fuera de este mundo. Como no se veía en ánimos de hacer mucho, decidí enviar a Milo con Theo por el resto de la noche.

—Mañana podría perderte —soltó en un murmullo.

El cantar de los grillos y las ranas que merodeaban por la pradera pasó a segundo plano.

Los riesgos del mañana eran bastantes. Podría perder a uno de mis amigos si nuestro plan fallaba: podrían capturar a alguien o podrían torturar a Ivy para cobrar la venganza de lo que hizo su madre. Eran tantas posibilidades que no me bastaba la cabeza para preocuparme como era debido.

—Iv —la llamé con delicadeza—. Te prometo que todo saldrá bien. Mañana a esta hora estaremos jugando con Milo, horneando más de tus deliciosas galletas y celebrando la victoria.

Me era imposible determinar el resultado de mañana, pero si mentir significaba hacerla sentir mejor aunque sea por unos minutos, merecía un intento.

—No sé si... —cerró los ojos con fuerza y negó, como apartando un pensamiento negativo—. No se si sobreviviremos despues de esta Aiden. Así que, aunque esta primera vez sea nuestra última. Quiero hacerlo.

Parpadee varias veces en su dirección. Ella me miró muy seria, sus labios una línea inflexible y la determinación escapando por cada poro de su lujurioso cuerpo.

Creo que intenté decir algo varias veces, pero la sorpresa me lo impidió y en su lugar conseguí tan solo abrir y cerrar la boca, una y otra vez.

Así era mi pequeña y linda Ivy, siempre dejándome sin palabras, aun no me acostumbraba a esto.

— ¿Estás segura?

Ella asintió con un simple movimiento. Yo tomé eso como señal suficiente para acercarme a su lado un poco más y acunar su mejilla en la palma de mi mano, acto seguido ella cerró los ojos ante el tacto.

—Podría hacerlo aquí mismo si me lo permites —murmuré contra sus labios.

Ella abrió los ojos un tanto contrariada.

—Pero podría venir alguien del palacio y-

Con un chasquido de mis dedos hice que emergieran paredes rocosas a nuestro alrededor, lo suficientemente lejos como para que todo un aquelarre montase un campamento.

Quedamos contenidos en el medio, entre el pasto y la roca, con los el sonido de los grillos, el aullar del viento entre los árboles y las estrellas en el cielo como únicos testigos de lo que estaba a punto de pasar.

—Me vas a disculpar, pero no confío en la privacidad de ese palacio —señalé antes de posar mis labios contra la piel de su clavicula—. Además, si alguien llegara a ver lo que tengo planeado hacer, me temo que no podrán apartar la vista.

Mi idea inicial era escuchar su opinión, tampoco quería hacer nada en medio de la naturaleza sin su consentimiento. Pero en el momento en que mi boca entró en contacto con su piel cálida, perdí el sentido de la cordura. La besé en el cuello, detrás de la oreja, debajo de la barbilla y en toda la línea de su quijada. Hice que soltara la manta al suelo y deslice mi mano hacia su cadera.

Ivy respiraba con dificultad, algunos suspiros la traicionaron al delatar aquello que sus palabras no podían expresar.

He de admitir que yo no perdía la cordura con ta facilidad, pero esto era algo con lo cual fantaseaba de vez en cuando; el tenerla entre mis brazos y poder trazar su silueta con mi boca, recorrer cada centímetro de su espalda con mis manos y hacerle saber cuanto la quería atravez de mi cuerpo.

Pero ahora que se estaba haciendo real sentí demasiado. Los vellos de mis brazos se erizaron, mi corazón ardía en fuego y los deseos más carnales que en mi habitaban se hicieron presentes.

Tener el permiso de ser el primero que estaría con Ivy significaba muchas cosas. Una de ellas, es que ella confiaba en mí lo suficiente como para compartir esta parte tan intima de ella. La otra, era una declaración. Una diosa mestiza que se entregaba a los brazos de un simple brujo con nada más que una corona por ofrecerle. En otras circunstancias, pensaría que esto era un error ya que supondría más problemas de los cuales ya nos habíamos metido. Porque estaba mal que las mestizas existieran y estaba mal que yo me involucre con un ser de otra raza.

Que los dioses me perdonaran todo lo que estaba apunto de hacer, porque arrepentirme no era una opción.

Al agacharme deslicé una mano debajo de la falda de su bata, tocando la piel detrás de sus muslos. La atraje hacia mí para que su entrepierna hiciera contacto conmigo.

Como respuesta, emitió un quejido que me hizo sonreír.

—Una vez hiciste un sonido similar en la academia —dije contra su oído.

—¿R-recuerdas eso?

Emití una risa socarrona.

En ese entonces, ella tenía una perforación en la oreja que debió quitarse para la clase. Cuando Circe la retiró, a ella se le salió un gemido que hizo a más de uno voltear. Recordaba la escena, el sonido y su cara de una forma vivida. La repetía en mi mente cuando tenía la oportunidad, y en una que otra ocasión imaginaba que yo fuí quien provocó el sonido.

—Pienso en ello muy a menudo —señalé al subir mi mano por su estómago—. Me temo que has corrompido mis pensamientos, mi diosa de luz y cenizas.

Sus mejillas se pintaron de rojo. Con cierta timidez, se atrevió a enredar sus dedos entre mi cabello.

—¿Qué motivos tiene para acusarme de tal delito, su alteza? —sonrió sin mostrar los dientes.

A este punto yo parecía un idiota enamorado y muy feliz. Creo que en pocas ocasiones ella había usado algún título conmigo, y el hecho de que lo hiciera ahora me pareció gracioso.

Bajé mis labios hacia un seno, donde planté un camino de besos por encima de su ropa, sintiendo los picos endureciendose debajo de la tela. Con la mano libre, toqué el otro. Un suspiro suyo me indicó que lo estaba disfrutando.

—Sucede que siempre he querido hacer esto —dije pellizcándole—. Así que eso te hace culpable por ser tan linda.

Me sorprendí al encontrarla mordiendo sus labios con fuerza.

—No pares —suplicó.

La tomé por las piernas para dejarla recostada sobre la manta. Ella cruzó sus manos detrás de mi cabeza y parecía que no tenía interés alguno en dejarme escapar.

—Ay mi amor, este es solo el comienzo —susurré antes de unir nuestros labios.

Besarla era como ver un sin fin de dragones partiendo a los cielos al mismo tiempo, como lanzarse de un risco en picada hacia el mar, como si cada beso acabara conmigo y el roce de su lengua me devolviera a la vida.

Mi sangre hervía, la magia que corría por mis venas estaba cosquilleando mis brazos y provocando que chispas de fuego, hielo y agua salpicasen a nuestros alrededores. Arrojé mi pulsera de gemas lejos para evitar algún accidente.

No detuve en ningún momento la danza de nuestros labios, ni cuando tomé el borde de su bata y la pasé por encima de su cabeza. Haciendo así que su cuerpo quedase a la vista.

En ese segundo, mis pulmones se olvidaron de hacer su único trabajo.

Cada centímetro de ella se veía suave, trabajado y hermoso. Me tomé mi dulce tiempo memorizando desde el modo en que su cabello caía sobre sus senos, las curvas que se formaban en su cadera, su vientre plano y hasta la forma en que sus piernas temblorosas se cruzaban.

—Eres... perfecta.

—Lo sé —musitó con una media sonrisa.

Puse una ceja en alto.

Aunque era más que obvio que ella hacía un esfuerzo para no temblar, su usual confianza en sí misma no flaqueaba.

Proseguí deshaciéndome de mi camisa. Consciente de que ni de chiste mi cuerpo era tan espectacular como el de ella pero manteniendo una sonrisa en mi cara.

Baje la cabeza a su pierna. Piel tersa se encontró con mis labios, lo cual le provocó un respingo al principio pero después de unos cuantos toques más empezó a relajarse.

Continué dejando un camino de besos debajo de sus muslos y en el centro. Traté de ser cuidadoso y calmé mis ansias para no asustarla. Quería que esto fuese un bello recuerdo de los dos y por esa razón me preocupé de que mis movimientos fueran delicados.

A juzgar por su respiración pesada y los bramidos que producía, lo estaba disfrutando. Así que aproveché la situación y me aventuré a agregar mis dedos en el asunto. Ella emitió un grito agudo.

—Tranquila, pasa rápido.

Volví a acercar mi boca a su entrepierna, esta vez regalandole lamidas en su parte interna. He de decir, que disfruté su sabor. Continué con la acción por unos instantes más, sumándole las caricias de mi mano libre sobre su vientre.

Cuando Ivy aulló mi nombre y aflojó los músculos, supe que había hecho un buen trabajo y que había acabado. Así que saqué con cuidado mis dedos, y me alejé para apreciarla.

La luz de la luna iluminaba su desnudez, sus mejillas estaban rosadas y sus ojos estaban idos. Allí acostada y sin nada de ropa se veía relajada, me pregunté qué estaría pasando por su cabeza.

—En mi mente era... mucho más —dijo por fin—. No es que estuviera mal, pero creo que me hice demasiadas expectativas.

Hice un esfuerzo por no reír. Mientras desabrochaba mis pantalones.

—Es porque solo fue el preámbulo.

Ella se giró hacia mí. Abrió la boca cuando vio lo firme que estaba.

—¿Hay más?

—Claro que sí —me recosté a su lado—. Ahora debes ponerte sobre mi y terminar lo que empezamos.

Sus ojos iban de mi entrepierna a mi cara. Su expresión fue demasiado chistosa.

—¿Pero por qué debo estar arriba?

—Iv, aunque esta sea tu primera vez los dos sabemos que tu personalidad no es precisamente la de alguien que está abajo.

Ella frunció el ceño.

—¿Qué significa eso?

Para evitar una discusión eterna decidí tomarla por la cintura y la dejé sentada sobre mi vientre. Ella posicionó sus manos sobre mi pecho para mantener el control y no caer.

—Estoy disfrutando la vista desde aquí —enuncié para molestarla.

—No tengo idea de lo que estoy haciendo.

—Sólo déjate llevar. Escucha a tu cuerpo y él te indicará lo que debes hacer.

La guié para que se sentara sobre mi miembro. La sentí ajustada y húmeda, lo cual nos hizo gemir a ambos al mismo tiempo.

Nos miramos a los ojos por unos segundos, fue una conversación que duró todo y nada a la vez. Tan sólo terminó cuando yo asentí y ella empezó a moverse.

Ivy inició meciéndose hacia delante, por sus expresiones faciales y el ritmo desuniforme de sus caderas, intuía que le estaba costando un poco a pesar de que la había dilatado.

—Espera —la detuve—. Quiero ver tus alas mientras lo haces.

Inclinó la cabeza a un lado algo confundida, pero gracias a los dioses me hizo caso y unas bellas alas blancas aparecieron en su espalda.

—¿Los que están debajo tienen permitido ser tan exigentes? —cuestionó con un tono autoritario.

—¡Muy bien! te estás comportando como alguien que va arriba.

Ella negó divertida.

—Eres insufrible.

Continuó con su vaivén, sus alas se unieron y se pusieron rígidas. La verdad es que las palabras quedan cortas para describir lo bien que se veía. Con el pecho subiendo y bajando, las alas en lo alto y sus pezones apuntando al cielo.

Acerqué mi pulgar hacía el nudo entre su parte intima y la estimulé. Ella lanzó un gemido al aire como respuestas y aceleró los movimientos.

Maldije por el placer.

Sus movimientos se aceleraron tanto como nuestras respiraciones. El sudor abrió un camino en el espacio que dividía a sus senos, bajando hasta su ombligo.

Se me ocurrió en ese momento, al compartir la sensación de piel contra piel, escuchar el sonido de mi nombre en sus gemidos y el desesperado tamborileo de su corazón, que todos esos eran motivos suficientes por los cuales debía salir con vida mañana. Porque tendríamos más de esto y merecía la pena.

Vamos, Ivy lo merecía todo.

Ella lanzó un gruñido y tiró la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados. Sus muslos se pusieron tensos por lo que entendí que estaba a punto. Las alas se desplegaron, su espalda estaba arqueada y yo jamás había visto algo tan majestuoso en mi vida.

Era como si todo el mundo se apagase, cualquier sonido de la naturaleza se ponía en pausa con el único propósito de que ella y yo llegáramos a la vez. Miles de mariposas se despertaron en mi estómago, el mar se vino abajo transformándose en el sudor de mi frente y todo un bosque se incendió en mi corazón.

Después vinieron las estrellas.

No enserio, el cielo se llenó de estrellas fugaces.

—Ivy. —La llamé con la respiración cortada.

Como si estuviera despertando de un trance ella abrió los ojos, posándose en mi y con su labio inferior atrapado entre sus dientes.

—¿Mmh?

—Mira detrás de ti. —Le indiqué el cielo con mi barbilla.

Las estrellas seguían reluciendo, cayendo en una torrente brillante e imponente. Eran miles de ellas e iban en todas las direcciones y en distintas velocidades.

—¿Acaso hiciste eso? —cuestioné maravillado.

Ella, por otro lado, estaba un tanto anonadada.

Estiró una mano al cielo con los ojos cerrados, se concentró tanto que una vena en su frente palpitó. Después, formó un puño con la mano estirada y las estrellas empezaron a disminuir con lentitud, hasta que no quedó ni una salvo las estáticas de siempre.

—Te juro por Milo que no tenía idea que podía hacer eso —dijo aun sorprendida.

Yo reí mientras la ayudaba a bajar de encima de mi regazo para dejarla tendida a mi lado, con su cabeza sobre mi pecho y ambos mirando al cielo despejado.

—Aunque creo que fue el espectáculo más bello que haya visto en mi vida, no se lo contemos a nadie. No sé que Esdras podría hacer con esta información.

Si, porque el hecho de que mi mejor amigo supiera que el indicador de que mi novia llegó a un orgasmo era la presencia de estrellas revoloteando en el cielo, era una situación que quería evitar a toda costa.

Incluso ahora, estaba planteandome como pedirle a Circe su poción anticonceptiva sin que él se enterase.

—Trato hecho —sentenció acariciándome los pectorales—. Aunque sería buena idea aprender a controlarlo.

—Si te hace sentir cómoda está bien, pero podríamos dejarlo para momentos especiales. Me gustó mucho.

Este fue su turno de romper en una risa a la cual también me uní.

—¿Ahora si cumplí tus expectativas?

—Mmh —me miró con picardía—. No lo sé, creo que deberíamos hacerlo todos los días para decidir si lo disfruté o no.

Tal vez no sería igual de bello que miles de estrellas en el cielo, pero con un chasquido de mis dedos hice que aparecieran puntos de fuego frente a nosotros que formaron un "FELIZ CUMPLEAÑOS".

Ella se puso rígida contra mi agarre.

—¿Cómo sabes que-

—Lauren me lo dijo —la corté—. Antes de que te niegues ya decidí que la corona de mi madre es toda tuya como regalo de cumpleaños. No te pido que seas mi reina, ni una diosa. Tan sólo quiero que la aceptes como mi novia, sin ataduras ni complicaciones.

Ivy se giró para enfrentarme. Cómo era de esperar, estaba lista para negarse y discutir pero algo la detuvo.

Con los ojos muy abiertos buscó mis muñecas y podría jurar que palideció.

—Den —dijo con el tono de alguien que acaba de descubrir algo inquietante—. Encendiste esas llamas en el cielo, sin tus gemas.

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N.A. 

El año pasado, mi cumpleaños lo celebré haciendo que Ivy y Aiden se conocieran por primera vez en el capitulo 11 de Academia de Brujas. Este año lo hago con este y la verdad... gracias por sus lindos comentarios y apoyo constante. Sin ustedes esto nunca habría pasado.

Aun sigo acomodándome a mi nuevo trabajo, hogar y horario. Así que gracias por la paciencia. Nos leemos, 

—kari.

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