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3


Aiden.

Mis pensamientos últimamente se veían ocupados planes, encantamientos y alas, alas de plumaje negro que se batían a duelo contra la gravedad y se extendían con el viento, elevándose hasta que se perdían en lo infinito del cielo.

No me encontraba bien. Arlen también se dio cuenta.

Bajo el abierto cielo azul, la brisa tocaba delicadamente las velas blancas del barco. La madera cálida de por los rayos del sol, se sentía agradable contra mis pies descalzos.

El Leviathan se movía, Arlen disfrutaba la vista del océano y yo estaba sentado en una silla frente a la mestiza. Cómo había acordado con su sobrina la noche anterior, tenía ciertas preguntas que hacerle.

— Pues lo primero que quiero analizar es cómo se ven. — Empecé diciéndole serio.

— Cabello largo y oscuro, piel pálida. — Respondió ella automáticamente. — También son muy pequeños, aunque eso fue algo que gracias a la Diosa yo no heredé, pero me temo que Ivy no tuvo la misma suerte.

Lo último lo dijo entre risas, yo no estaba seguro si se debía al hecho de tener a Milo lamiendo entre sus dedos o a la corta estatura de la susodicha.

— ¿Tiene alguna importancia el cabello?

Ella se tardó unos segundos en responder, su sonrisa se tornó de pronto más perversa.

— Como te dije son pálidos, la sangre es tan clara y brillante que incluso puede verse en la más profunda oscuridad. Así que necesitamos ocultarnos tras largas cortinas de cabello oscuro para no ser vistas en la noche. — Abrió tanto la boca para sonreír que noté unos colmillos sutiles pero puntiagudos que no había visto antes. — Así es como casamos y luego succionamos la sangre de nuestras presas.

Podría jurar que cada fibra de mi ser se puso alerta ante tales palabras. Los demonios eran fieras cuya existencia aparente no tenía motivo alguno más que asesinar, casar y ser temidas.

Eran mis pesadillas y ahora estaba enfrentándome a ellas.

— Creo que tuve suficiente por hoy. — Dije por mi propio bien.

Algo peludo toqueteo mis pies y bajé la vista, me percaté de que Milo se había ocultado tras mis tobillos, bajo mi silla. Si, definitivamente la quimera tenía miedo.

Yo también.

Lo tomé entre brazos intentando calmarlo y Arlen se rió de ambos por eso.

— Yo no voy a ingerir tu sangre, si es lo que estás pensando. Solo consumo de animales pequeños. — Se encogió de hombros.

No le respondí, solo la miré receloso.

Ella dejó salir un largo suspiro.

— Ivy detesta la sangre. — Añadió. Yo intenté ignorarla. — Dice que el sabor le es muy amargo, como el vino.

Yo reí un poquito. Efectivamente, Ivy prefería un trago a ron barato y de mal gusto a una botella del mejor de los vinos si se le fuera ofrecido. Yo mismo había comprobado eso durante su estadía en el palacio, cuando las cosas eran más fáciles, o por lo menos eso creía yo.

— Ya es tarde, debería revisar si Ivy no se ha ahogado. — Dijo Arlen mientras estiraba sus largos brazos blancos y disponía a marcharse. — O mejor dicho, debo verificar que aún no ha matado a Aren.

Yo me quedé ahí, sentado en mi silla con una quimera en una mano y mis apuntes en otra. Revisé lo que había escrito: Pequeños, letales y depredadores en la oscuridad.

Los pelos de mi nuca se volvieron a crispar.

• ✧ •

Llevé a Milo a mi camarote, bajando la pequeña escalera y atravesando un largo pasillo para finalmente permanecer contra una puerta que conducía a la pequeña habitación que compartía con Esdras Grieff.

— ¿Tienen su ropa puesta? — Grité del otro lado de la puerta.

Escuché risas dentro.

— Puedes entrar. — Una voz femenina me respondió.

Cuando crucé la puerta, vi a Circe Carruzo sentada en la cama de Esdras. Ella sonreía, y afortunadamente llevaba una camisa puesta. Todo estaba aún oscuro por lo que con un chasquido de los dedos encendí las velas que reposaban en una esquina sobre un plato metálico.

La luz amarillenta se filtró, y delineó las hebras de la melena rubia y despeinada de Circe.

— Por favor dime que usan protección, lo último que necesitaría sería a un mini Esdras correteando por aquí.

— Las brujas malas no tenemos crías. — Me dijo casual. — Esdras fue a buscarme un brebaje.

Solté a la quimera en el suelo, y este con sus patitas peludas dio saltos en la cama hasta que consiguió aterrizar en mi cama.

Carruzo siempre había sido así conmigo. No tenía vergüenza alguna en admitir lo que ella y Esdras hacían cada mañana en nuestro camarote mientras yo salía a caminar por las mañanas. Lo cual estaba bien ya que era algo sumamente natural de lo cual no tenían por qué ocultar.

Aun así, ni en mis peores pesadillas planeaba ver a Esdras desnudo.

— ¿Si saben que podrían buscar un camarote para ustedes solos? Así se ahorrarían que los encuentre un día de estos. — Suspiré dejándome caer en mi cama.

Milo se acercó a mí y aprovechó para acostarse en mi pecho mientras me daba largas lamidas en mi mejilla.

— Si me voy con Esdras, Lucas se quedaría sólo. Creo que es lo menos que se merece justo ahora.

Había escuchado lo que pasó con el desafortunado Lucas. Tenía todo el derecho del mundo para enojarse con todo y todos, nadie merecía vivir una mentira.

— ¿Cómo está Lucas? — Le pregunté.

— Él está superando las cosas a su modo, encantando cosas y jugando con la magia.

Levanté la vista hacia ella y me encontré con sus ojos verdes entrecortados, me miraba con frustración y odio.

— ¿Qué? ¿Hice algo?

Ella negó con la cabeza.

— Escuché que estabas con Arlen. No sé cómo es que logras juntarte con ellas luego de todo lo que nos hicieron. No merecen nuestra confianza.

Yo suspiré.

— ¿Crees que no lo sé? Los dioses saben que no estoy cómodo con nada de esto pero dime Circe, ¿Qué otra maldita opción tengo? — Cerré los ojos con fuerza, lo último que quería era explotar sin razón frente a ella. — No tienes idea de lo que se siente, que la persona que quieres te haya mentido y que juegue con tu cabeza de este modo. Casi muero por su culpa y luego me salvó.

Circe no dijo nada.

— A veces, me encuentro pensando y la verdad es que no sé si... si lo que siento es verdad. Puede que ella me haya hecho esto, que me hizo ver las cosas de este modo y ahora estoy condenado a esto. A pensar en ella cada día, a preocuparme por su bienestar y agradecer a los dioses por permitirme estar a su lado en esta travesía. Sólo considerar algo así es sumamente egoísta e incorrecto, pero no sé si soy yo quien piensa así o estoy aun bajo su control.

La bruja parecía estar a punto de responder, lo supe porque sus labios se separaron pero antes de que pudiera decir algo, la nota grave de una campana se escuchó en nuestros oídos.

Circe frunció el ceño confundida, yo me puse en alerta. Sea lo que sea que estaba pasando, ahora era la prioridad. Mis sentimientos y confesiones podrían esperar para después.

— Creo que pasa algo, será mejor que salgamos a averiguar. — Ella propuso.

Le dí la razón asintiendo y me tomó sólo un segundo para salir del camarote y dirigirme a paso rápido hacia las escaleras que dirigían a la cubierta.

Había muchos tritones haciendo lo mismo, pero todos ellos iban más rápido que yo. Lo que sea que significa esa señal de la campana era algo que parecía muy importante.

Entonces, entre tanto movimiento Ivy hizo acto de presencia, pasó deprisa a mi lado subiendo las escaleras y no reparó en mí. Llevaba el cabello trenzado, y lucía centrada entre tanta confusión. Una figura delicada entre las filas de tritones bruscos.

Yo la tomé del brazo, por puro instinto. Logré apartarla de los machos marinos y la alejé a un lado de las escaleras.

Ella sorprendida descansó toda su atención en mí. Al principio opuso resistencia pero cuando se percató de que era yo cooperó y me dejó guiarla. Creo que sentí algo en mi pecho que dio un salto cuando mis dedos tocaron su piel expuesta, pero no me detuve mucho a pensar en eso.

— ¿Qué está pasando? — Le cuestioné alzando mi voz entre tanto movimiento.

Ivy miraba tras de mí. Perdida y un tanto dolida miraba a Circe. Pero yo decidí que no era momento para encuentros o discusiones incómodas. Por lo que volví a presionarla para que me mirara solo a mí.

— Atacan a la nave. — La mestiza respondió por fin. — Hay otro barco pirata a estribor. Las campanadas son las órdenes de los oficiales, indican donde posicionarse y como atacar.

No podía ser verdad pensé, pero la seriedad con que ella me decía las cosas fue suficiente para convencerme de que no era un juego.

— No entiendo ¿Son enemigos? — Cuestionó Circe.

Ivy negó.

— Bienvenidos a altamar, brujos. Estas cosas son gajes del oficio.

Circe contuvo el aliento.

— ¿Y por qué vas a ir a pelear con ellos? no tienes porqué hacerlo, no perteneces a este barco como ellos. — Repuse tratando de hacerla entrar en razón. — Sólo somos pasajeros.

Entonces, los labios se Ivy se curvaron, mostrando sus largos dientes blancos y el simple gesto se me antojó maquiavélico, muy similar a la sonrisa de Arlen de hace un momento.

— Porque disfruto estar en lugares donde haya violencia que impartir y sangre por derramar.

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