26
• A I D E N •
Llegamos al pueblo élfico y el cantar de los pájaros que allí revoloteaban nos dio la bienvenida.
Frente a nosotros se extendía el milenario palacio tallado en el interior de un árbol, tan alto que su copa se perdía entre nubes en el cielo. El tronco ancho y de color oscuro, era liso y lucía algunas perforaciones que dejaban entrar la luz y la ventilación. Sus ramas eran amplias, lo suficiente como para servir de ruta para sus habitantes, algunos de los cuales podíamos ver caminando entre los alrededores y por último, un gran portón frente a nosotros. Sus hojas nos mantenían bajo la sombra, era una sensación agradable después de varios días de aguantar el calor intenso, y el olor que allí reinaba era el de la madera mezclado con algo dulce.
—Llevamos cinco minutos aquí y ya he visto tres elfos desnudos —observó Esdras. —¿Por qué nunca vinimos antes? parece un lugar de gente agradable.
Tal como mi amigo castaño señaló, algunos elfos estaban merodeando los alrededores del palacio. Algunos en las ramas y otros pasaban a nuestro lado pero no nos prestaban demasiada atención. Todos ellos de rasgos altos, finos y musculosos con la piel de un profundo marrón que brillaba con la humedad del ambiente, utilizando pocas ropas que hacían alusión a pétalos de flores, plumas superpuestas en las faldas o hasta vuelos que asemejan la cola de cierta clase de peces decorativos. Todos ellos usaban colores brillantes, dejando a la vista una que otra parte del cuerpo o de plano: no usaban nada.
—Carruzo, ¿podrías pedirle que se calle? —le rogué.
La pobre bruja me dedicó una mirada perezosa.
—Si estuviera en mi poder, ya hace rato que lo hubiera hecho —. Me indicó resignada.
—Una de las cosas que más amo de ustedes, es que ambos actúan como si les molestara mi personalidad cuando es obvio que les encanta —artículo Esdras demasiado seguro de sí mismo.
Con esa misma confianza excesiva dio unos pasos hacia la puerta gigante que nos separaba de la entrada al palacio y tocó un par de veces hasta que uno de los Elfos salió.
La primera impresión que me dió el elfo fue que era muy fuerte. Gracias a los dioses tenía algo de ropa que llegaba a cubrir mayor parte de su cuerpo, solo dejando a la vista un pectoral que tenía grabados símbolos en una especie de tinta dorada que decía cosas como fuerza, trabajo y familia. Su cabello largo estaba recogido en cuatro gruesas trenzas pegadas en su cabeza y estaban decoradas por cuentas y piedras de colores vivos. Luego estaban sus orejas, delicadas y puntiagudas, se movían con cierta animosidad para captar todo lo que ocurría en las cercanías.
—Tú dejarnos pasar —le dijo mi amigo en un élfico chamuscado. —Por favor.
El elfo examinó a Esdras de pies a cabeza, tomándose su tiempo y repetidas veces. Luego pasó a nosotros, y cuando se detuvo en Lauren e Ivy, se tomó un momento considerable a la vez que dilató sus anchas fosas nasales.
Esta inspección era un poco intimidante, y estaba consciente de que no tenía nada por lo cual perder el control. Pero los dioses saben que hacía un esfuerzo inimaginable por mantener la compostura, ya que estar en este palacio era uno de mis sueños más grandes y lo estaba cumpliendo. No podía esperar a entrar y ver sus cámaras en el interior del palacio, a ver más elfos, a sumergirme en sus libros y probar sus frutas exóticas.
Me sentía como un niño en plena nevada emocionado por abrir regalos.
—Requiero saber el motivo de su visita —expresó el elfo con una voz gruesa y de algún modo antigua. Habló en nuestro idioma con una fluidez que me sorprendió bastante.
—Solicitamos una audiencia con sus sabios —me apresure a decir antes de que alguien más metiera la pata. — Ylia está en peligro y no entendemos el porqué estamos siendo atacados.
El elfo consideró mis palabras por unos segundos sin revelar emoción alguna en su rostro. De sus bolsillos sacó una pequeña fruta que identifiqué al momento: guavaberry, una especie de mora que al masticarla te impedía mentir.
—Brujo, acepta esta pequeña fruta y júrame que las intenciones que proclama tu corazón son buenas.
—Que cursi —masculló Ivy entre dientes.
Las orejas del elfo de movieron indicándome que había escuchado, pero decidió ignorarla.
Sin pensarlo demasiado tomé la guavaberry y la mastiqué con entusiasmo. El sabor era agrio, pero tolerable. Mientras lo hacía, recordé las tantas historias épicas que había leído de niño y que se ambientaron en este lugar, en todas ellas involucrando esta misma fruta de algún modo u otro, ya que la verdad siempre juega un papel importante en todas las grandes hazañas.
—Yo, Aiden Immanuel Arcoelli de Ylia, primero en mi nombre y heredero legítimo al trono, juro que me he embarcado en este arriesgado viaje con la esperanza de que tus sabios arrojen claridad sobre la situación de mi tierra, para así poder salvar a mi gente de la ira de bestias que se ocultan entre los nuestros.
El elfo era tan alto que no había forma alguna de que yo pudiese hablar con él sin levantar la cabeza. Se me ocurrió que Ivy tendría que subirse a una silla para poder mantener una conversación con cualquiera de ellos.
—Hace mucho que no nos visitaba un príncipe, los sabios estarán deleitados con tu presencia.
—¿Enserio hiciste que dijera todo eso para nada? —arrebató Ivy frustrada. — ¿De qué sirven sus intenciones si lo que te importa es el peso de su corona?
El elfo la estudió con una calma imposible.
—Dígame su alteza, ¿dónde consiguió este par de sirvientas media-sangre?
La pregunta del elfo hizo que Ivy se pusiera roja de la ira a la vez que apretaba sus labios.
—Sirvienta tu hermana que me la-
Me apresure con un salto a llegar a su lado y le tapé la boca con mis manos para evitar que dijera algo que nos condenase a todos.
Moll, Theo y Esdras, como maduros que son, apartaron la vista con disimulo para reírse del obsceno insulto sin finalizar.
—No es mi sirvienta, más bien ellas dos tienen las mismas intenciones que nosotros y quieren saber quien está enviando bestias y demonios hasta Ylia a pesar de que es sabido que Coryanne murió durante la gran guerra —expliqué tratando de sonar natural mientras que Ivy luchaba por soltar mis manos de su boca.
El elfo asintió convencido y se echó a un lado de la puerta para dejarnos pasar.
—Bienvenido sea su alteza, espero que su visita en nuestro pueblo sea grata.
• ✧ •
Dentro del palacio las cosas eran muy distintas a todo lo que había conocido. Nos topamos con un amplio salón de baile tallado en la madera. Arriba en las paredes de los alrededores habían varios balcones donde se podían ver a elfos y otros seres menores bailando, tomando vino o dándose muestras de amor públicas demasiado incómodas de ver.
Era una fiesta de lo más divertida. Nada formal como las que oficiaba mi madre, esta se sentía más espontánea y la ausencia de pudor era palpable en cada uno de los invitados.
Al principio pensé que fue maleducado de nuestra parte presentarnos sin invitación, pero a ninguno de ellos parecía importarle nuestra presencia. Por el contrario, fueron serviciales y nos otorgaron a todos una habitación rústica pero acogedora cerca del salón de baile, donde podíamos descansar para luego unirnos a la fiesta.
Lo primero que hice fue deshacerme del equipaje y luego dejarme caer en la mullida cama de cuatro postes. Dejé escapar un gemido por la sensación de mi espalda contra las sábanas limpias y la suavidad del colchón luego de varios días de dormir dentro de cuevas.
—Si crees que eso es agradable, espera a que veas la piscina de vapor que hay bajo el salón de baile.
Me volví hacia la voz de Esdras, quien me miraba desde el marco de la puerta con una sonrisa de lado.
—¿no tienes nada mejor que hacer? —le dije con el rostro aun pegado a la cama.
—Pues la verdad es que no —dijo cruzando hacia mi para después sentarse a mi lado. Su característico aroma a mar y cítricos se hacía más presente conforme se acercaba. —Estoy tratando de evitar estar a solas con Circe.
Rodé los ojos.
—¿Es por lo de los quintillizos?
—Si. No confío mucho en mi autocontrol cuando estoy a su lado.
—Estoy tan harto de decirte que eso no tiene sentido que ya ni me molestaré en mencionarlo.
El rió por lo bajo. Se recostó del respaldo de la cama y cruzó los brazos tras su cabeza.
—O en realidad, estoy tratando de ser responsable y respetar la decisión de cierta brujita que me importa mucho y no está interesada en ser madre.
Si no fuera porque estaba acostado, mi boca hubiese caído al suelo.
—Ni en mis más locos pensamientos imaginé que llegara este día en que sentarías cabeza. Estoy muy asombrado amigo, ¿debería preocuparme?
Él pasó una mano por su melena, las hebras doradas entre el castaño saltando a la vista.
—Luego de ver la muerte tan de cerca y varias veces en estos últimos meses, descubrí que debo apreciar más las cosas buenas que tengo. Ella es lo mejor que le pudo haber pasado a un idiota como yo en toda su vida por lo que la trataré como una diosa hasta el final de mis días. Y si debo abstenerme durante nuestra estadía acá para no correr un riesgo solo porque ella me lo pidió, lo haré con mucho gusto una y mil veces porque ella lo vale.
Me dejó sin palabras.
De pronto me embargó un sentimiento agridulce. Por un lado, mi mejor amigo estaba madurando y convirtiéndose en una mejor versión de sí mismo para bien. Por otro lado, estaba esta idea de que habían pasado demasiadas cosas en estos últimos días por venir a acompañarme en esta aventura peligrosa.
Mis amigos sacrificaron mucho con tal de estar a mi lado, pero hasta ahora fue que me percate de la marca que estaba dejando en todos nosotros de alguna forma.
—Volveremos a casa y todo saldrá bien —le dije. —Es lo que hacemos siempre, sobrevivimos.
Sus ojos oscuros no dejaron de brillar en ningún momento.
—¿Enserio lo crees?
—Pues claro que sí —respondí con entusiasmo— cuando menos lo esperes estaremos de vuelta en nuestro hogar. Tú y Circe seguirán siendo felices como si nada de esto hubiese pasado.
La idea lo hizo apartar la mirada para que no lo viera sonrojarse.
Creo que estaba pasando demasiado tiempo con Ivy porque ver el rubor en la cara de mi mejor amigo me dió ganas de burlarme.
—Estás pensando en la enana, se te nota —dijo divertido. — Sabes, puede que ella sea un tanto peligrosa, impulsiva y muy mayor para ti, pero por alguna razón ustedes hacen una linda pareja.
Fruncí el ceño.
—¿A qué te refieres con "muy mayor"?
—ya sabes, cuando nos dijo su verdadera edad el día del cumpleaños de... espera un momento, tú te perdiste la fiesta —abrió los ojos como platos. —¡No sabes su edad!
Alcé una ceja, no muy seguro de lo que estaba pasando.
—Me imagino que este es el momento en que me lo dices.
—Pu-pues digamos que tiene veinte... —. Se rascó la cabeza incómodo.
—Eres un exagerado, yo también tengo veinte —. Supuse que ella debía ser unos meses mayor que yo, considerando que mi cumpleaños fue el año pasado.
—Si, pues ahora multiplica eso por cien.
¿ah?
Tenía que ser una broma. No podía ser cierto.
Pero como si pudiera leerme el pensamiento, mi amigo quien ahora se mordía las uñas, asintió para indicar que iba en serio.
En definitiva no, no estaba preparado para saber eso.
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N. A. Gracias por el apoyo la semana pasada a Lucas y Aren, fue pura casualidad que el primer capítulo en el mes del orgullo fuera ese pero shh hagamos como que lo planeé ;)
Nos leemos la próxima semana, valkyria.
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