25
• L U C A S •
Las cosas se ponían tensas justo cuando el destino parecía correr a mi favor.
Tres encapuchadas misteriosas estaban en la ciudad buscando a Ivy. Lo más perturbador de todo era que Ivy estaba escapando de la ira de los Dioses, lo que significaba que estas hembras buscándola era señal de que quien sea que tuviera una deuda pendiente con ella, estaba tratando de dar con su paradero.
—Este plan está empezando a desesperarme —se quejó Aren desde su posición.
Los dos, tan pronto salimos de la oficina de registros, llegamos a la conclusión de que no debíamos perder de vista a las tres figuras misteriosas. Por lo que no se nos ocurrió ocultarnos dentro de unos barriles agujereados que encontramos por el mercado y así mantener un ojo sobre ellas sin ser descubiertos.
—Ya vienen, prepárate.
Las tres hembras encapuchadas salieron de la oficina, y sin mediar palabra alguna caminaron en dirección a los puertos. Era como si las tres supieran lo que iban hacer y no hacía falta ponerse de acuerdo.
—Vamos —indicó Aren.
El tritón levantó su barril sujetando la parte inferior. Con pisadas calculadas y sin llamar mucho la atención, siguió a las sospechosas.
Parecía un barril con patas.
Si no fuera por la seriedad de la situación, me hubiera reído bastante. Pero no había tiempo para eso, así que no tenía otra opción que cargar mi barril tambíen y seguirle el paso.
Tal vez fue una mala idea seguirlas estando nosotros dos solos, considerando que era muy tarde en la noche y ellas se acercaban cada vez más a una zona abandonada de los puertos, pero la adrenalina del momento no nos dejó otra alternativa que actuar sin pensar.
Bordeando la costa y con la brisa marina como único testigo, las hembras entraron en un barco viejo y oxidado. A juzgar por el estado de la nave, parecía no haberse movido en muchísimo tiempo. Se me ocurrió que ellas no podían ser las propietarias de la embarcación.
—Debemos entrar —susurró mi compañero—. Sea lo que sea que tramen, deben estarlo discutiendo allí dentro.
—No creo que sea buena idea —repuse.
Pero las palabras fueron en vano, ya que el rubio sin prestarme atención se deshizo de su barril y se acercó de puntillas a la entrada del barco oxidado.
—¡Aren no!
Mi corazón empezaba a acelerarse. Esto era una mala idea, un mal presentimiento me embargó.
—¿Estás perdido, brujito?
Sintiendo el corazón en la boca, me voltee con lentitud.
A mi espalda estaba una de ellas.
¿Cómo llego a mi lado tan rápido si acababa de perderse en el barco frente a mis ojos?
Ella había retirado su capucha y mostraba un cabello del mismo color amarillento y pálido que poseía la arena, cortado a los lados y un poco largo de la parte superior, lo suficiente para caer de un lado de su cara. Sus ojos eran como la miel, decorados con cosméticos brillantes en los pómulos y párpados. Su piel era de un tono muy claro de marrón y sus labios carnosos, estaban arqueados en una sonrisa peligrosa que me hizo tragar en seco.
En una mano sostenía un garrote de hierro.
—Yo-yo
—Seré rápida, no te preocupes—. Me guiñó el ojo antes de darme un golpe en la parte trasera del cráneo que hizo que el mundo se apagara.
• ✧ •
Abrí los ojos percibiendo la boca seca y el dolor agudo perforando mi cabeza. No sabía cuánto tiempo había pasado, nada era claro.
Aun estaba de noche pero el mar... no estaba para nada cerca. El olor a salitre fue reemplazado por el pino, el sonido de las olas chocando contra la costa y el murmullo de la ciudad se esfumó dejando en su lugar el crujir de las hojas y la sinfonía de los grillos.
De algún modo todo se sentía familiar, como si esto ya lo hubiera vivido antes.
—Lucas —llamó Aren a mi espalda— ¿Despertaste?
Intenté voltearme hacia su voz, pero me di cuenta que todo mi cuerpo estaba atado en un ovillo de cuerdas, y lo que era peor aún, estaba colgando de la rama de un árbol.
—Necesito que me ayudes a escapar de aquí —supliqué.
—Yo también estoy atado, no puedo hacer nada.
Miré por encima de mi hombro, y comprobé que el tritón estaba amarrado y colgado de otro árbol al igual que yo. Lucía un poco preocupado y tenía un golpe a un lado de la cara que empezaba a inflamarse. Me pregunté qué clase de moretones cargaría yo también.
— Mierda. —Fue lo único que se me ocurrió decir.
Aren dejó escapar una risa inquietante.
—Es gracioso que menciones eso, considerando lo que hay debajo de nosotros.
Curioso, miré hacia abajo y como si fuera una broma de mal gusto, había una carreta llena de mierda de caballo. Demasiada mierda.
¿En que me había metido?
—Bienvenidos a Pineville — dijo la voz femenina que había escuchado antes de perder el conocimiento.
Era imposible.
Se sentía como Pineville, pero no podía ser este lugar. Hace un momento estábamos en los puertos de Caelum, los cuales estaban a varias horas de viaje de mi vieja comunidad. No tenía sentido haber viajado tan rápido.
Mire a mi alrededor buscando las causantes de esta situación, y emergiendo de mi derecha de entre los árboles estaban las tres figuras. Esta vez sin capuchas y exhibiendo tres pares de alas en colores plateado, cobrizo y arena pálida.
Eran ángeles.
Aunque el sol estaba oculto, había algo que las hacía brillar, tal vez sería el traje corto y dorado que usaban las tres, pensé. Como una luz propia que no me dejaba apartar la mirada de esos tres seres tan bellas y sublimes a la vez. No tenía claro si debía suplicar perdón o llorar una plegaria.
Una de ellas, la de piel más clara, parecía una muñeca de porcelana; con sus ojos grandes de color lila y sus cabello voluminoso en ondas plateadas a la altura de su frente.
La que me golpeó tenía alas arenosas, era la de contextura más fuerte y ahora sin su capa a la vista mostraba unas piernas poderosas. Destilaba confianza en sí misma por todas partes.
Y la última era la de cabello cobrizo que contenía su melena en un moño alto, luciendo un rapado en la parte trasera, su mirada verdosa salpicada de naranja era la más filosa de las tres.
Ángeles. Ángeles. Ángeles.
—Es momento de que hablen —ordenó la de cabello cobrizo.
Ninguno de los dos se atrevió a abrir la boca. Hecho que no le hizo gracia a ninguna de ellas.
—Supongo que este es el momento en que digo mis últimas palabras —dijo Aren desganado.
—¿Últimas palabras? —repuso la de mirada lila, arqueando una ceja— No planeamos matarlos, solo los torturaremos hasta que abran la boca.
— Cuando te uniste a la nave sabes que fue un momento muy difícil para mí —empezó diciendo el tritón, ignorando lo que dijo el ángel—. Estoy tan agradecido por lo que hiciste por mi que no se me había ocurrido otra forma de agradecerte más que nombrarte como mi matelot, había organizado una fiesta y todo.
No podía creerlo.
— ¿yo?— cuestioné estupefacto.
— Iré por el ácido y las cuchillas. Esto se pondrá difícil —indicó la de piernas fuertes.
— Si, tú —me respondió el tritón relamiendo sus labios —. Si tuviera la oportunidad de volver a tomar las decisiones que me guiaron hasta este momento, creeme que las tomaría todas y cada una de ellas con tal de volver a conocerte. Aunque eso signifique terminar colgado de un árbol por ángeles locas que quieren cobrar algún tipo de venganza sobre Ivy.
No supe qué decirle porque mi labio inferior comenzó a temblar y la única forma en la que pude detenerlo fue mordiendolo.
—Siento interrumpir el momento empalagoso, pero creo que aquí hay un malentendido —volvió hablar la de cobrizo— No queremos hacerle daño a Ivy, vinimos a ayudarla.
— ¿Ah no? —pregunté sorprendido.
Esto si que daba un giro a todo.
—No les creo, pruebenlo —escupió Aren.
Las tres gruñeron en dirección al tritón. Le susurré al rubio una advertencia de que guardara sus modales. No sabía mucho sobre estas cosas, pero cualquiera con sentido común sabría que no era bueno provocar a ángeles asesinas.
Ahora que lo pensaba bien, el hecho de que eran ángeles sedientas de sangre y peligrosas significaba que eran arcángeles.
—Ivy desapareció hace mucho tiempo —dijo la de ojos lila—. No sabíamos qué fue de ella hasta que una cuarta estrella apareció en nuestra constelación hace unos días. La luz de la estrella apuntaba a la Academia Ylia, tomamos eso como una señal así que volamos hasta allí y conocimos a un dragón con tres crías que nos guió hasta Pineville. Una vez, acá lo único que pudimos averiguar fue que asistió a la Academia pero luego nada, es como si de algún modo hubiera desaparecido... otra vez.
La estrella creó Ivy para Aurora, no sabía que era posible pero al parecer ella encontró una forma de que la estrella apuntara a la Academia. Y si mis cálculos eran correctos, el dragón que las guió hasta acá podía ser Tramy tal vez.
—Pues debieron haber dicho eso desde un principio —soltó Aren enojado—. Digo, se hubieran ahorrado el golpearnos y luego llevarnos hasta Pineville para atarnos sobre una pila de mierda. Ahora que lo pienso ¿por qué nos colgaron aquí?
—Ustedes se ocultaron en unos barriles para seguirnos y actuaron de forma muy extraña cuando mencionamos a nuestra hermana —se defendió piernas fuertes—. creo que nosotras también merecemos una explicación.
Dejé salir aire rendido.
— Ivy era mi...mejor amiga aquí en Pineville —expliqué—. Fuimos juntos a la Academia hasta que la directora falleció y entonces tuvimos que partir al palacio ya que su novio o lo que sea, la invitó al funeral.
Las tres intercambiaron miradas sorprendidas.
Sus ojos brillaban y se veían orgullosas por cada cosa que decía. Tal vez era lo primero que sabían de ella en mucho tiempo, yo mismo me sentiría igual en su posición.
—Después yo la conocí en la ciudad antes de la nevada —continuó el tritón— Contrató un viaje en el barco para alejarse de este continente, hubo un ligero cambio de planes y terminamos llevándola a Quisqueya junto a todo un aquelarre de brujos.
Parecieron pensarse las cosas por un momento. De nuevo, con esas conversaciones silenciosas que sólo ellas podían entender y a mi estaban empezando a inquietarme.
—Este es el plan: los liberaremos y devolveremos a Caelum —empezó diciendo la de cabello cobrizo, se me ocurrió que era la cabeza de su grupo—. A cambio, ustedes nos llevaran en su barco hasta la ubicación de Ivy.
—¿Y si no qué? —cuestionó Aren con insolencia.
—¿Acaso no me escuchaste hace un momento cuando mencioné lo de torturarte hasta que hables? —arrebató la de ojos lilas.
— ¡Ya paren! —hablé por encima de ellos— Aceptamos ya que no tenemos otra opción. Pero por favor liberennos, estoy cansado y no siento mis piernas.
Ellas asintieron y la de piernas fuertes sacó una daga que estaba sujetada a su muslo, fue acercándose a los amarres que nos sostenían de la rama del árbol.
—Alto ahí loca —habló Aren de nuevo— si la cortas desde ahí nos harás caer directo en la mierda.
La arcángel le dedicó una amplia sonrisa al tritón, llena de toda las malas intenciones del mundo.
—Esto es para que aprendas a controlar tu lengua.
• ✧ •
Desde que las arcángeles nos tomaron en brazos y nos llevaron volando hasta el barco, todo apestaba. No importaba cuantas veces me había bañado o que tan fuerte tallara.
Ya había gastado tres barras de jabón, dos frascos de aceites esenciales y hasta había preparado una infusión con flores para refrescar mi camarote, aun así el insoportable olor luchaba por permanecer en la punta de mi nariz y no desaparecer nunca.
Después de esta horrible noche, no quería nada que ver con caballos nunca más en mi vida.
Me di por rendido con mi décimo baño, ya aceptando que no podía hacer otra cosa para eliminar la suciedad así que me puse una camisa delgada y unos pantalones. Aún nos quedaban algunos días en la ciudad y cosas que resolver que tenía que discutir con el capitán.
Toqué a su puerta, y no entré hasta que él me indicó que pasara del otro lado. Por dentro era un tanto parecido al mío, tan solo un poco más amplio. A diferencia mía, en lugar de plantas tenía libros, artilugios extraños y diversos modelos de nuestro mundo en miniatura esparcidos tanto en un escritorio como en el gran estante que ocupaba mayor lugar en la habitación.
—Estoy en el baño.
Su voz provenía de una puerta entreabierta a mi derecha. Me tomó unos diez segundos reunir el valor suficiente para entrar en el baño. Cuando lo hice, mi boca cayó al suelo.
El lugar era mucho más grande que la habitación, estaba a oscuras y la única fuente de luz eran caracoles que brillaban en colores morados y rosas prendidos desde el techo. En medio de todo, había una tina blanca e inmensa, lo suficiente para que su cola cupiera sin problemas.
Luego estaba él, con los brazos descansando del borde de la tina y la cabeza apuntando al techo con los ojos cerrados. Aunque la tina no era profunda, apenas el agua llegaba a su pecho expuesto, podía apreciar como gotas de agua se escurrían de su cabello y rostro. Me pregunté cuánto tiempo había estado sumergido hasta que llegué.
De las muchas facetas de Aren esta podría ser mi preferida, cuando decidía dejarse llevar por el agua y lucía tan despreocupado que nada en el mundo existía. Tan despreocupado que apenas se percató cuando me entré a su lado en la tina.
Mantuvo la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados.
—¿puedo ayudarte? —su voz era grave.
El agua se sentía tibia y agradable al tacto. Me senté frente a él en la posición opuesta, justo al lado de su cola que rozaba mis pantalones bajo el agua. Estaba tentado a tocarla, a percibir el tacto de esas escamas como el oro bajo mis dedos, pero no me atreví.
—Las arcángeles están en habitaciones separadas, los miembros de la tripulación fueron advertidos para que no les hablen a menos de que sea estrictamente necesario y las ventas del día fueron contadas.
Él abrió los ojos y apuntó su atención sobre mi camisa ahora mojada, mis pantalones y luego mi rostro. Podría jurar que su mirada se había oscurecido.
—Ahora dime el porqué fue que viniste.
Tragué en seco.
—Sobre lo de ser tu matelot... no puedo aceptarlo.
Inclinó la cabeza a un lado.
—¿Hice algo mal? —cuestionó decepcionado.
—No, no, no —repuse con rapidez—. Es solo que... siento que no merezco nada de este mundo hermoso que quieres ofrecerme. No, te merezco Aren.
Se removió en su lugar y no fui capaz de darle la cara al sentirme tan vulnerable frente a la primera persona que me trató bien en tanto tiempo. Me sentía tan miserable.
Su respuesta fue acercarse a mí, tomándome por la barbilla me hizo levantar el rostro y sostuvo mi mirada con la suya.
Entonces me besó, y yo olvidé hasta mi nombre.
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