20
• I V Y •
La Guerra
Jamás pensé que admitiría esto, pero mi pena de muerte se había retrasado y yo estaba comenzando a desesperarme. Se suponía que los dioses estaban decidiendo un castigo, pero no me esperaba que se tomaran tanto para ponerse de acuerdo en eso.
Habían pasado dos semanas y aún seguía encerrada en la celda. Dos semanas en las cuales no había hecho más que sollozar por ratos, extrañar a mis amigas y orar porque los mestizos pudieran lograrlo.
Me había hecho un ovillo con una capa para evitar que los arcángeles me vieran el rostro cada vez que entraban a dejarme comida y limpiaban mis necesidades.
Estaba segura de que iba a morir. No había perdón para todas las leyes que los mestizos habían roto y los dioses pensarían que yo era la culpable.
Esas dos semanas en las que permanecí confinada, me sirvieron para recapacitar en que había actuado sin pensar, dirigida por el ego. Había estado cegada en pretender ser un arcángel cuando la realidad era que no estaba muy segura a qué raza pertenecía y mucho menos pensaba encajar en algún lugar nunca.
Pero tal vez, si las cosas salían bien... tal vez los mestizos sobrevivientes lo lograrían y puede que en un futuro los seres como yo encuentren un lugar donde podrían encajar sin la necesidad de pretender ser nadie.
Si, sacrificarme por ellos valía totalmente la pena.
Escuché la entrada de la celda abrir, no me molesté en voltearme ya que era algo usual. Los arcángeles con cierta frecuencia hacían cambios de turno para custodiarme y verificar que seguía viva.
Pero si mis cálculos eran correctos, aun no era momento de cambio de turno.
— Mi-mi señora que hace aquí — tartamudeó el arcángel a cargo.
Patético, pensé.
— Hay un ataque en las afueras — respondió una voz femenina que me sonó muy conocida — los tuyos han sido requeridos para detenerlos.
Ella...era Coryanne. Esa voz aterciopelada e imponente que escuché en mi cabeza aquel día en la ceremonia de los nombramientos.
Tragué fuerte ante la idea de un ataque fuera del Concilio, podría ser que los mestizos lo habían logrado y seguían mis órdenes.
— Pero no puedo dejar a la rehén sola — repuso el arcángel — tengo órdenes de cuidarla.
— Puedo encargarme de ella, de todos modos fue a mi a quien traicionó. Tú vete y haz lo que tengas que hacer.
No, no, no.
Si Coryanne se acercaba, ella sabría que se trataba de mí y todo se echaría a perder.
La puerta se cerró luego de que el arcángel se despidiera. El repiqueteo de los tacones de la dama de la noche se hicieron presentes en el lugar y supe que mi hora había llegado. No tenía más remedio que levantar el cuello y mirarla por debajo de mi capucha negra.
Ella usaba un vestido negro aterciopelado que dejaba sus hombros a la vista y era seguido por una larga capa que danzaba con un viento fantasmal. Su cabello estaba recogido en una trenza que rodeaba su cabeza y decorado con una corona blanca de puntas tan largas que albergaba tres grandes joyas negras.
Durante mi estadía en el campamento de los arcángeles, alguien me había comentado que cada atuendo que utilizaba la diosa de los demonios era planeado con meses de anticipación y que cada día uno era más rebuscado que el otro. Estaba empezando a pensar que el rumor era cierto.
— Ponte de pie, debemos salir de aquí antes de que alguien baje.
¿Acaso escuche bien?
— No merezco su misericordia mi señora — dije con un intento penoso de imitar la voz de Lauren.
La diosa inclinó la cabeza a un lado.
— Ivy sé que eres tú — dijo seria — sal de ahí antes de que alguien venga. Lo del ataque va en serio, no tenemos tiempo.
No había forma de que ella estuviera ayudándome. Mi reacción fue quedarme helada en mi lugar boquiabierta porque no podía creer que ella me estaba brindando su mano para... lo que sea que planeara hacer conmigo.
— No tengo nada con que abrir la puerta, la otra vez utilicé mis dagas pero se lo dí a Lauren cuando intercambiamos nuestras ropas y-
— Échate a un lado.
Apenas alcancé a arrastrarme sobre mi trasero a una esquina cuando vi una bola de oscuridad acumularse en la mano de la diosa. Ella la arrojó contra el cerrojo y como si fuera un trueno esta se estrelló derritiendo el metal y abriendo un gran hueco entre los barrotes.
Llevé mis manos a mi corazón por la sorpresa. Ella tan solo apartó un mechón de cabello que se escapó de su trenza, como si no hubiera hecho la gran cosa.
— ¿Qué fue eso? — me encontré preguntando — quiero intentarlo.
Sus labios estaban en una línea fina en señal de su impaciencia.
— Si salimos vivas de esta tendrás tiempo de hacer lo que quieras después, pero ahora sígueme.
— Está bien, aceptaré — relamí mis labios— pero antes quiero saber quienes están atacando el concilio.
Podría haber jurado que las sombras grises que danzaban en sus ojos me sonrieron antes de responder:
— Pues yo misma.
• ✧ •
Me parecía irracional que ella involucrara a los suyos en algo así, los demonios no eran guerreros. Pero ella se defendió explicando que ellos aceptaron a formar parte del ataque de forma voluntaria.
La diosa me condujo a través de los pasillos del edificio del concilio, subiendo escaleras y atravesando puertas con premura.
No perdí tiempo en guardar cada detalle de este momento, en lo delicado que se veían sus finas articulaciones, su cuello inmaculado forrado de una piel blanca brillosa, su rostro en forma de corazón que estaba adornado con cejas pobladas, labios rojizos y carnosos. Incluso me percaté en la forma elegante en que pisaba el suelo con esos altos tacones.
Ella era hermosa, era un hecho indiscutible.
Me sentí un poco apenada cuando repare en mi apariencia. Tan sólo cargaba con una capa que me quedaba demasiado grande que apestaba a mis desechos y la suciedad de varios días sin tomar un baño.
— Cuando lleguemos a mi recámara puedes asearte. Tengo ropas extras, puedes tomar lo que desees.
Uní las cejas confundida.
Entonces recordé que ella era una diosa de todos los demonios y que sin lugar a dudas era capaz de leer todos y cada uno de mis pensamientos.
— ¿Planeas decirme por qué estás ayudándome?
Ella suspiró.
— Lauren me contó todo, he de admitir que fue muy valiente de tu parte sacrificarte por la causa.
Me detuve a mitad de camino. Si Lauren, su mano derecha que la había traicionado le contó todo eso, puede ser que en realidad no la hubiera traicionado como todos los arcángeles pensaban.
— Tú... eres la que está detrás de la rebelión de los mestizos — dije más para mi misma.
Claro. Tenía más sentido que los mestizos se hubieran congregado en el corazón de un bar de demonios, que no habían sido descubiertos más que por un error y que cuando todos pensamos que habíamos dado con la responsable de todo, ella estuvo callada en su trono onix bajo todas nuestras narices planeando una rebelión.
Mi boca se secó. Ella tan solo asintió.
Me tomó por el brazo cuando notó que me era imposible dar un paso más por el asombro y me arrastró hasta su recamara. Una vez dentro, Lauren la esperaba con las manos temblorosas, sus ojos se llenaron de luz cuando vió a su diosa tomándome por el brazo.
— ¿Por qué traíste a Lauren hasta aquí? alguien podría verla — le dije.
Ellas intercambiaron miradas silenciosas, me sentí de pronto como una niña pequeña rodeada de preguntas y mareada por todo.
— Nuestros planes fallaron — empezó diciendo Coryanne — teníamos el factor sorpresa de nuestro lado, pero ahora que todos saben de que hay mestizos viviendo entre ellos, serán muy difíciles las cosas de aquí en adelante.
No pude evitar sentirme culpable ante eso. Coryanne continuó:
» Pero nuestra última esperanza está en Midg, oculta entre la nobleza de los brujos. Es por ello que planeo abrir un portal hasta ese mundo y tú la traerás acá para poder arreglar todo y salvar los mestizos sobrevivientes.
No estaba entendiendo muy bien lo que decía.
— ¿Qué hay del ataque que mencionaste?
Ella me señaló a que mirara por una ventana. Y creo que ese fue el mayor error de mi vida.
Desde esta alta recamara podía ver la ciudad abajo, sus calles eran un desastre gracias a los arcángeles que luchaban y volaban con espadas en mano, en un intento inútil de que la gran masa de seres demoníacos que amenazaban con destruir todo a su paso se detuvieran.
Había sangre roja y blanca derramada, no sabia como reaccionar ante eso.
Se suponía que me habían criado para ver la guerra, para afrontar la pérdida de amigos y enfrentarme a la siguiente misión. Pero la idea de que Poppy, Vela y Kara estuvieran allá abajo me hacía sentir enferma.
Los demonios los superaban en número, los arcángeles fueron tomados por sorpresa, no había forma de que sobrevivieran.
— Siento que las cosas hayan sido así, pero es que atacarlos fue la única distracción que se me ocurrió para sacarte de la celda — me dijo Coryanne.
— ¡Pues no debiste salvarme! — respondí con un grito de impotencia.
Ella entrecerró los ojos, las sombras se tornaron frías.
— Si te quisiera muerta no me hubiera molestado en armar todo este rescate de todos modos — devolvió exasperada — vales muchísimo más de lo que crees Ivy, y sin tu ayuda no sé me ocurre a nadie más capacitado para ayudarme a salvar este desastre de mundo en el que vivimos.
Lauren se acercó a mi lado con expresión preocupada y me tomó por el hombro.
— Yo accedí a acompañarte en el viaje.
Jamás se me había ocurrido que las cosas tomarían este camino. Que hace unas semanas estaba contando las días porque llegara la ceremonia de mi nombramiento como líder de mi cuadrilla de arcángeles, y hoy estaba a punto de dejar todo lo que amaba atrás para cambiar el mundo.
Alterne mi mirada entre ellas dos, ambas esperando mi respuesta con identificas expresiones de preocupación. No pude hacer otra cosa que asentir.
Con rapidez, me guiaron a un vestidor incorporado a la habitación. Me quité la capa sucia, lavé mi rostro y me puse el vestido más simple que encontré en el armario de Coryanne. La tela rojo vino era plisada, las mangas cubrían mis brazos y la falda caía en forma de campana hasta mis rodillas. La prenda era la más exquisita y hermosa que he usado en toda mi vida.
— Ya estoy lista — anuncié.
Al salir del vestidor, noté que en la habitación habían hecho un círculo con cenizas, dentro de este habían palabras y símbolos trazados en la lengua demoníaca. La mitad lo comprendía, pero la otra... no estaba muy segura.
— Entra al círculo — ordenó Coryanne.
Obedecí plantandome en el centro, Lauren me acompañó y cargando una bolsa que supuse sería el equipaje, me tomó de la mano. El tacto era suave y reconfortante.
— Cuando encienda las cenizas, tú y Lauren serán transportadas a Ylia.
Uní las cejas. Aún no sabía que tenía que ver el continente de los brujos en todo esto, ni mucho menos entendía por qué Coryanne no podía acompañarnos.
Tan sólo llegué a abrir la boca para cuestionar cuando la puerta de la habitación se abrió con un estruendo.
Hypatias, el varón de los gemelos brujos, miraba a Coryanne enojado desde el umbral.
— ¿Quieres explicar porqué la rehén está contigo y tus súbditos nos atacan?
Empecé a temblar, no podía ser posible que nos atraparan cuando justo estábamos a punto de escapar.
Coryanne a diferencia mía no tembló. Sin titubear y con la mirada apuntando a Hypatias, encendió ambas manos con un fuego oscuro, el mismo que utilizó en la jaula para liberarme. Una mano apuntó a nuestro circulo, encendiendo los símbolos y poniendo el portal a trabajar.
El fuego se extendía por mis pies, las brazas me acariciaban.
La otra mano que quedó encendida, fue dirigida al rostro del pequeño brujo.
Este no tuvo tiempo de pestañear ni mucho menos huir. Coryanne estaba desatando su ira de flamas oscuras sobre Hypatias. Esto significaba una declaración de rebeldía, una blasfemia. Dioses contra dioses, una cosa nunca antes vista estaba ocurriendo.
Tan sólo cuando dejé de escuchar los gritos del brujo, supe que el portal funcionó y que habíamos dejado la Patria Celestial.
• ✧ •
Desperté con la respiración pesada, el olor a pino en mis fosas nasales. Los pliegues de la tela que me cubrían eran húmedos y frías lágrimas se esparcían por mi rostro.
El cielo era... distinto. Estaba pintado de azul, las nubes se movían y el sol distante estaba en su punto máximo. No como en la patria celestial, donde el sol estaba en un atardecer perpetuo y los cielos eran siempre rosas.
Apoyé mis manos contra la hierba gruesa para poderme sentar. Mi vestido rojo, o mejor dicho el vestido que Coryanne me prestó, estaba empapado. En ese momento me percaté de que había estado recostada en una pradera. Mi cabeza daba miles de vueltas, apenas pudiendo digerir lo que había pasado hace horas, días, no tenía idea.
— Acabas de despertar — señaló una voz apacible.
Miré sobre mi hombro, mi cabello corto meciéndose con el movimiento. Encontré a Lauren de brazos cruzados a unos pasos de mi con la bolsa de nuestras provisiones en su hombro.
Ahí fue cuando recordé mi propósito; debía hacer algo por Coryanne, algo que tenía que ver con los brujos y su continente, pero ella no llegó a completar el qué debía hacer con exactitud.
La diosa dio su vida por mi... y por todos los demás mestizos por igual. Me preguntaba qué habría sido de ella y de su enfrentamiento contra Hypatias. Aunque ella hubiera salido vencedora, no había forma de que pudiera salirse con la suya. Los demás dioses sabrían y la iban a castigar por sus acciones.
Un nudo abrazó mi garganta.
— ¿Qué tienen que ver las brujas en todo esto? — le pregunté desde mi posición.
Mi voz era ronca, mi garganta me picaba demasiado por el desuso. Lauren se acercó y me extendió un envase con agua que sacó de la bolsa.
—Al parecer, Hécate bendijo a sus brujos con una herramienta para que pudieran protegerse de los demás dioses. La pequeña diosa se lo reveló por error a Coryanne y ella consideró que sería una herramienta determinante para nuestra causa. Discutimos al respecto, y llegamos a la conclusión de que no valía la pena arriesgarnos a buscarlo, así que optamos por confiar tan sólo en las habilidades de los mestizos para crear un ejército que junto con los demonios fuera suficientemente poderoso y que nos ayudaría a alzar nuestra voz.
Ella esquivó mi mirada antes de agregar:
»Pero, con el giro que han dado las cosas, Coryanne decidió usar la herramienta de las brujas como el plan de repuesto.
Aunque fue muy sorprendente la revelación, no pasó desapercibido la forma en la que se refería a la herramienta.
— Déjame adivinar: Hécate no reveló qué exactamente fue lo que creó y ahora estamos aquí perdidas en un mundo desconocido buscando algo que ni sabemos qué forma tiene.
Lauren parpadeó, yo tomé eso como un sí y maldije por lo bajo.
En la distancia, más allá de los pinos a nuestro alrededor se veían unos techos puntiagudos de unas cuantas casuchas. Una pequeña comunidad, pensé.
— A partir de ahora comenzamos una nueva vida, así que sentaré las reglas —empecé diciendo, ella escuchó atenta. — Primero: debemos inventar una historia. Dijiste que eras cercana a... mi madre, así que supongo que eso te hace mi tía, podemos usar eso. Segundo: eras demasiado conocida entre los demonios así que por nuestro bien deberías dejar de usar tu nombre.
Ella asintió.
— Puedo usar el nombre de Arlen, así se llamaba mi madre.
Aprecié los pinos a la distancia, la fresca brisa que se colaba contra ellos provocando el crujir de las ramas.
Muchos acontecimientos habían ocurrido, muchos más iban a tomar lugar en el futuro.
Se desencadenó una batalla entre demonios y ángeles, los mestizos se habían cansado de esconderse y una diosa demonio se lanzó contra uno de los brujos; de alguna forma, casi sin quererlo... yo me había involucrado en todo eso.
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En multimedia, imagen de Coryanne.
Quedé como una clown diciendo que actualizaría mañana XD. Mi familia organizó un viaje, así que no tendré compu y por eso decidí subir hoy, de nada.
Gracias por acompañarme hasta aquí en el relato del pasado de Ivy. Reanudamos la próxima semana con el curso normal de la historia.
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