
10
Ginger
Lanzarme al agua fue una de las cosas más entretenidas que había hecho en mucho tiempo. Al principio, las olas de la mañana iban y venían, tan sutiles y suaves como un beso, tocaban mi cuerpo y me arrullaban en una canción relajante.
Luego, los tritones se unieron a la diversión, y me invitaron para que bajara a las profundidades con ellos, donde me enseñaron bellos corales de distintos colores brillantes y pequeñas cuevas repletas de peces inofensivos.
Era un mundo nuevo.
— Parece que te estás divirtiendo. — Se burló Theo nadando a mi lado.
Luego de que Ivy y Aiden terminaran su pelea en el agua, la mestiza enojada volvió a subir a la nave mientras decía todo tipo de insultos ingeniosos tanto en nuestro idioma como en otro que nunca había escuchado. Aiden, también empapado, la siguió entre risas.
Pero Theo se quedó conmigo, en el agua y con su torso exhibido.
— Tal vez decida que quiero quedarme acá por siempre. — Dije echando mi cabeza hacia atrás con los ojos cerrados y los brazos extendidos, entregando mi cuerpo a merced de la corriente. — En Ylia pasan demasiadas cosas, todos los días. A veces es agotador tratar de seguir el paso.
— ¿Te quedarás con los piratas?
— Podría ser. — Dije tomando un largo suspiro. — O podría elegir ser una sirena.
Aunque no lo estaba viendo, supuse que él estaba bastante cerca ya que escuché con claridad cuando ahogó una risa.
— Jamás había escuchado de una sirena pelirroja. Se supone que tienen el cabello azul o verde. Eso sin mencionar la piel grisácea.
Arrugué la nariz.
— Aren dice que eso ocurre porque pasan mucho tiempo bajo las profundidades. Si decidieran subir a la superficie más a menudo y dormir fuera del agua, con el tiempo sus cabellos se tornarían amarillentos, luego marrones y al final negros.
— Vaya. — Esbozó. — Si que te aprendiste mucho con Aren y sus amigos.
Curve mi boca en una sonrisa.
— Por eso planeo pasar todo el día aquí hasta que por lo menos una hebra de mi cabello cambie de color.
Theo rió por lo alto, el sonido fue muy grave.
— Creo que lo único que lograrás será agotar tu gema de aire.
Fruncí el ceño.
Era más que obvio que aún tenía puesto mi anillo de gemas, sin eso no hubiera podido soportar tanto tiempo bajo las profundidades.
— Si bajaste hasta acá para arruinarme la diversión, considerate formalmente despachado.
Aún flotando con los ojos cerrados, sintiendo el agua colarse por mis orejas, sentí el toque de la punta de un dedo en mi estomago.
Mi cuerpo se tensó por la sorpresa. Abrí los ojos en sobresalto y encontré a Theo a mi lado mirándome divertido con su mano sobre mi abdomen.
— ¿Podrías cerrar los ojos? intento disculparme por arruinar tu diversión.
Tal vez fue el hecho de que ese día había decidido no pensar demasiado las cosas, podría ser que aun estaba un tanto cansada por los entrenamientos o solo fue el efecto de su voz gruesa que me forzó a ceder sin pensarlo demasiado.
Cerré los ojos otra vez, él empezó a tocar mi vientre.
Sus dedos se habían arrugado por el agua, pero aun así se sentían cálidos, supuse que invocó la magia del fuego, porque no era un calor natural. Esa sensación de sutil calidad en mi cuerpo flotante fue demasiado placentera, tanto así que no me importaba que alguien pasara y pensara lo peor de nosotros. No me importaba nada.
Las puntas de sus dedos eran hábiles, perversas y malvadas. Todo en ese mismo orden. Se dirigían con lentitud hacia arriba, donde estaba mi pecho aun cubierto por la tela fina de mi ropa interior.
Mi piel se erizaba, los dedos de mis pies se retorcían y mis pechos se hacían duros, formando picos que él notó y tocó con esos dedos cálidos.
Luego, en cuestión de un segundo, su toque contra mis senos se convirtió en frío, consiguiendo así sacarme un jadeo.
— Tranquila. — Él susurró.
Mi cuerpo empezó a temblar, y su mano libre la colocó tras mi espalda, como si quisiera evitar que yo me hundiera mientras él seguía dibujando formas circulares en el punto más alto de mis pechos, alternando entre uno y otro, tomándose su tiempo con cada uno, y ese toque congelado haciéndose presente.
Mis jadeos se tornaron a gemidos y mi respiración se hizo irregular, fue cuestión de un par de varias pasadas más y ya mi entrepierna se sentía cálida.
Para cuando me decidí por abrir los ojos, su mirada se encontró con la mía.
Su mano detuvo su movimiento.
— Sigue. — Le pedí.
— Estamos en mar abierto. — Me recordó.
Pensé en responderle que no me importaba, pero algo en el fondo me decía que tenía razón. Así que tuve que tomar una larga respiración para recuperar mi control.
— ¿Supongo que estoy perdonado? — Cuestionó con una sonrisa.
Examiné los músculos de sus brazos, el comienzo del tatuaje que se asomaba por los hombros y el rastro de una barba que decoraba su barbilla marcada.
Chasqueé con la lengua.
— Creo que deberías visitarme y tal vez considere perdonarte.
• ✧ •
Sola en mi camarote, me decidí por usar un ajustado corsé con el fin de que me cortara la respiración y así tal vez podría olvidar el vergonzoso escenario que acababa de protagonizar. Pero las gotas de agua que aún se resbalaban de mi cabello recién lavado eran un constante recordatorio de lo que pasó.
Creo que deberías visitarme. Le dije luego de que él con sus dedos me hiciera tantas cosas tomándome por sorpresa. El maldito solo sonrió y se fue. dejándome ahí sola y con ganas en medio del agua.
En mis cortos y bien vividos veintiún años de vida no recordaba ni una sola vez en la que tuviera que lidiar con el rechazo. Tampoco había estado bajo el control de nadie desde que aprendí a dominar sobre los demás para manipularlos a mi antojo. Pero Theo era... un dolor de cabeza.
Aún no me creía que él me tuviera así, mirando a la nada y tratando de alejar con torpeza cualquier pensamiento relacionado con él. Esta no era yo.
— Nos vemos luego, Rosita. — La voz distante de alguien en el pasillo captó mi atención.
Entrecierre los ojos y dirigí la vista a la puerta tratando de adivinar que pasaba afuera. Risas y un sonoro beso que me hizo arrugar la cara, fue todo lo que pude escuchar desde mi posición hasta que mi hermana gemela hizo acto de presencia atravesando la puerta del camarote.
Lo que significaba que el otro que estaba con ella era Moll, su novio.
— Oh, estás ahí. — Dijo con su voz aguda a modo de saludo.
— Rosita. — Fue mi respuesta con una ceja alzada. — ¿Es enserio?
Ella rodó los ojos.
Algunas veces, las personas tendían a confundirnos cuando nos conocían. Pero luego de un tiempo empezaban a notar las diferencias muy marcadas entre nosotras dos. Y es que más allá de tener los mismos ojos grises y la misma nariz diminuta cuya punta aparentemente siempre estaba un poco rosa, había un gran mundo de diferencias que me hacían distinta a Rosie Richet. La principal de ellas, la forma en la que expresaba su amor irracional.
Y no es que la odiara, ella sin lugar a dudas era la persona que más amaba en el mundo. Pero tendía a ser demasiado expresiva para mi gusto la mayoría del tiempo.
— Es solo un nombre gracioso. Ya sabes, como cuando yo te digo Gigi. — Respondió restándole importancia al asunto.
— Me pregunto si tu querido novio seguirá llamándote así luego de que se entere de lo que has ocultado todo este tiempo.
Rosie dirigió su atención a los pliegues arrugados de su vestido de terciopelo morado como si de repente fuera la cosa más interesante del mundo.
— No sé ni para que me esfuerzo contigo, si omitir tus responsabilidades es tu mayor talento. — Resoplé cansada de este tema que yo cada día le recordaba.
Ella levantó la vista, sus ojos grises parecían cristalizarse más a cada segundo.
— Tengo miedo. — Dijo con voz quebrada mientras tomaba asiento en su camilla enfrente de mí.
Puse atención a cada una de sus palabras, consciente de lo difícil que era para ella toda esta situación y no pude evitar sentirme culpable porque en parte había contribuido con ello, convenciendola de huir de Ylia sin que nadie de nuestra familia lo supiera en la primera oportunidad que tuve.
— Creo que sabes muy bien lo mal que está ocultarle todo a Moll. — Dije con cuidado.
Ella inhaló varias veces, en un intento de contener sus lágrimas de esparcirse por todo su rostro.
— Sé que está mal, y se lo diré más adelante pero... solo quiero esperar el momento perfecto. — Dijo con dificultad.
Le ofrecí un abrazo por pena, y ella lo aceptó dejándome acariciar su espalda.
— Gracias por todo Gigi, siento haberte causado estos problemas. — Dijo con su cabeza oculta en mi hombro.
— No deberías disculparte por eso. — le dije con pesar. — Todos tomamos decisiones cuestionables de vez en cuando, la mía fue aceptar venir a este barco sin pensarlo demasiado y así ganar tiempo para ambas.
Rosie asintió sin dejar de sacar su cabeza de mi hombro.
— ¿Qué estabas haciendo esta mañana? — Ella preguntó de la nada.
Yo abrí mucho los ojos de asombro, y los recuerdos de las manos sucias de Theo sobre mis senos y luego el rechazo volvieron a mí como un balde de agua fría. Agradecí a los dioses porque ella no me estaba viendo la cara ya que era probable que mi estuviera muy ruborizada como para mentirle.
— ¿Por qué preguntas?
— Estoy viendo tu ropa mojada arrumbada en una esquina y apesta a pescado. — Respondió. — Deberías quemarla
Cualquier rastro de dolor que había externado hace unos segundos, parecía haber desaparecido y ahora fue reemplazado por asco. Me pareció gracioso lo rápido que podían cambiar sus emociones.
— Está bien. — Le dije entre risas.
Me volví hacía la ropa mojada y con tan solo señalarla con mis dedos hice que se quemara, y controlé las llamas para que no incendiara el suelo de madera.
Estaba más que claro entre nosotras que tal vez nuestra realidad estaba muy retorcida, y ya nada era seguro. Un día estábamos en la Academia, al otro día en un castillo y ahora huimos de nuestros problemas en un barco.
En este punto, lo que pasara mañana no me importaba demasiado, siempre que Rosie estuviera conmigo, nada merecía mi atención.
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