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Veintiuno


• C I R C E •

Fue muy difícil ver los padres de Eliah Lewis llorar desconsolados por la muerte de su hijo. No conocía a sus padres y mucho menos noté nunca la presencia del joven brujo, pero eso no detuvo a mi corazón de estrujarse por la penosa escena frente a mi.

Habían pasado nueve días desde la noticia. Nueve días desde que aquel atardecer en que el sol descendía y bañó el cielo de sangre como si el mismo Izar, Dios de los cielos, estuviera anunciando con el atardecer el horrible acontecimiento, advirtiendo que en un claro del bosque reposaba el cuerpo inerte de uno de los nuestros con su ahuecada espalada exhibiendo sus órganos.

El cadáver estaba tan despedazado que se hacía irreconocible, fue identificado tan solo por una bolsa de lana que tenía su nombre bordado, la misma fue encontrada en las aproximaciones. Según se decía en los pasillos de la academia, después de comprobar su identidad lo habían llevado a su hogar en la región de Viridis.

Hoy día, después de la adoración matutina, tuvo lugar un homenaje y los padres de Eliah fueron invitados para decir algunas palabras. En el escenario, la señora Lewis se veía muy frágil y delicada, totalmente diferente al conjunto de músculos y barbas que era su esposo. Pese a sus notables diferencias, ambos se notaban igual de destrozados.

Los señores Lewis hacían un esfuerzo sobrenatural tratando de contar quien era él, un triste intento de que su vida fuera recordada por las cosas buenas y que su memoria no se limitara a un amargo recuerdo. Decían que era un fanático de las gemas y tenía una gran colección de ellas, tanto las mágicas como las más simples cuya utilidad no iba más allá de lo decorativo. Su madre entre sollozos había contado que la bolsa que fue hallada la bordó ella misma en su taller y que él con orgullo siempre la había utilizado en sus búsquedas de gemas. Por su parte, el señor Lewis que no se atrevía a hablar, se limitó a acariciar el hombro de su esposa, apoyándola para que prosiguiera.

Todo lo ocurrido se antojaba tan confuso y aterrador que durante esos nueve días fueron suspendidas las clases, y con razón. En ese momento no se sintió que sería lo correcto desde un acontecimiento tal. Muchos de los brujos estaban aterrados, algunos de ellos ni se atrevían a salir, siendo Ivy una de esas. La bruja de blanquecino cabello se había negado a dejar su cama.

El día que encontraron los trozos del brujo, nos habían obligado a asistir a este mismo templo. Todos los alumnos sentados o parados se dispersaban en los alrededores, obligados a mirar los restos de Eliah con el fin de que alguien que lo reconociera dijera su nombre.

Solo recordar la escena de la sangre seca y los miembros sin vida me revolvía el estomago. Por fortuna, el bordado fue encontrado horas más tarde y se pudo determinar quien era, pero el trauma que dejó en Ivy y muchos más, era latente.

No tuve las agallas para pedirle a la bruja que se levantara de su cama, necesitaba su espacio supuse, Lucas me dió la razón en cuanto a eso e hizo lo mismo, ciñéndose tan sólo a hablarle cuando ella así lo quería. Supongo que todos tratan la muerte de maneras distintas.

El brujo se sentó a mi lado en el templo y juntos observamos todo lo transcurrido en el homenaje de Eliah, desde que llegó la directora Aurora y dio las primeras palabras de bienvenida, hasta la parte final en que los señores Lewis concluyeron y fuimos libres de disponer del resto del día.

— Siento que todo es tan injusto —. Lucas habló por primera vez desde que quedamos para vernos en el templo.

Atravesamos juntos las puertas de la salida, y caminamos lado a lado sin destino alguno. Agradecí a los Dioses por su presencia, sentía que desde que Ivy había entrado en ese estado, Lucas era la única compañía que me quedaba.

— Sin importar quien hubiese sido, nadie merecía morir así —. Me sinceré. La imagen del cuerpo no saldría de mi mente en mucho tiempo.

— ¿Irás con Ivy?

— No lo sé. — Dejé escapar un suspiro. — Últimamente no sé si puedo ser de ayuda.

Con el incidente no solo se había perdido una vida, era como si toda La Academia se hubiese vuelto gris. 

La Academia, uno de los lugares más seguros e impenetrables del Reino estaba de luto, un brujo había muerto pero nadie tenía explicaciones. La forma en que los trozos de Eliah habían sido dejados indicaban que fue atacado, y la idea de que ni una bolsa llena de gemas en su poder pudo haberlo salvado, despertaba escalofríos hasta en los más valientes.

Aunque nadie se atrevía a decirlo en voz alta, desde ese día todos estuvieron de acuerdo en que el bosque no era seguro.

— Creo que te debo una visita al invernadero del tejado, ¿te gustaría? — Inquirió Lucas.

No se que fue lo que me sorprendió más, si su espontanea invitación que me tomó desprevenida o la dulzura que descubrí en su mirada cuando me habló.

Y por primera vez en nueve días, el brillo de una sonrisa iluminó mi rostro en respuesta.

• ✧ •

El invernadero se me hacía hermoso, los rayos del sol matutino que se inmiscuían por los paneles acristalados dejaban a la vista la preciosa variedad de colores que poseían las plantas. Era agradable escuchar a un Lucas emocionado, describiendo las propiedades de las plantas que conocía, y de vez en cuando chillando emocionado por algunas especies que solo había visto en las imágenes de los libros de botánica.

— Esa amarilla de por aquí es una caléndula, es muy efectiva para curar heridas —. Frunció el ceño. — Aunque parece que un imbécil ya cortó algunos retoños sin cuidado alguno.

Me reí un poco ante su reacción mientras me acercaba a su lado. Echando un rápido vistazo comprobé que en efecto, dos brotes estaban visiblemente mal cortados.

— Y parece que también han estado tomando cerveza por aquí. — Dije señalando una botella vacía en el suelo.

Lucas se le acercó y con las manos dentro de los bolsillos de su chaqueta observó con detalle las botellas.

— Envasado en Caelum. — Leyó el grabado en voz alta. — ¿Cómo habrá llegado esto aquí desde la ciudad?

— Bueno... — Alargué la palabra no muy segura si debería contar la historia o no del contrabando de mis amigos, lo cual a juzgar por la botella de Caelum, no dude en que nadie además de ellos fueran los responsables. — ¿Seguro que quieres saber?

Lucas extrañado levantó una ceja.

— ¿Tan mala es la respuesta?

— Bueno... digamos que tengo un primo. — Dije no muy segura. — Su nombre es Ezekiel Molligan, pero el odia ese nombre porque así se llama su padre y ellos no están en muy buenos términos que digamos. Así que prefiere que le digan Moll.

Lucas ponía atención a cada palabra que decía.

— Moll desde hace muchos años es amigo de Theo Faller, propietario de una de las tabernas más recurridas en Caelum. Para resumir la historia, una cosa llevó a la otra, y digamos que ahora ellos decidieron montar una especie de venta bebidas dentro de La Academia. — Lógicamente, omití la parte de las drogas, no quería espantarlo.

— Entonces tienes un primo... Ezekiel, y está aquí en la Academia. — Dijo inclinando la cabeza a un lado.

— Moll. — Lo corregí. — Y si.

— ¿Por qué nunca lo mencionaste? hasta quisiera conocerlo.

Me puse seria. 

Lucas no sabía lo que estaba diciendo.

 — Trataré de hacer que pase, pero antes creo que deberías escuchar la charla de advertencia antes de eso.

El rio nervioso.

— ¿Debería preocuparme?

Pensé en lo que pasó con Ivy el otro día. Conocer a mis amigos resultó en un encuentro no planeado con un dragón y una reprimenda por parte de la directora.

— Sí, deberías de preocuparte.

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