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Treinta y Siete


Ivy.

— Ivy cálmate, no tienes que probar nada. — Circe me decía mientras sujetaba mis hombros.

Tan pronto todos habíamos hecho la prueba, la clase acabó. Ya nuestros compañeros habían salido del gimnasio, incluso el profesor. Pero por alguna razón Aiden y sus tres amigos no se dignaban a salir. Yo obviamente lo iba a encarar.

— No puede ser posible que haya hecho trampa y lo dejen salirse con la suya. — Brame exasperada.

— No fue trampa. — Circe decía calmada. — Ahora olvidemos este capítulo y vayamos a ver las hadas.

Mordí la parte interna de mi mejilla enojada. No podía creer que ella también estuviera de su lado cuando era obvio que esa naturalidad con la que había actuado no era normal.

— ¿Por qué estás tan segura? — Arqueé una ceja.

Circe paso una mano por su cabeza, batiendo con los dedos entre sus hebras doradas y la acción delataba el nerviosismo. Como si se debatiera en revelar o no algo.

— Aiden es capaz de más cosas que todos nosotros. — Dijo por fin.

Circe tenía toda una vida viviendo en el palacio junto a la nobleza y por ende junto a la familia real. No tenía razones para mentirme pero aun así lo hacía y yo no entendía porqué me sentía traicionada.

No aguante más la desesperación, así que me libré de su agarre y salí disparada hacia el interior del gimnasio. Pero mis ojos no daban crédito a lo que veía.

Moll, Theo y Esdras lejos de mí estaban mirando a la pared magullada del fondo, los tres despreocupados inmersos en una conversación y no notaron mi presencia. Y frente a ellos, Aiden tomaba más gemas directo de la lata que hace un momento tenía el profesor.

Una, dos y varias veces más hasta que perdí la cuenta Aiden golpeaba directamente a la pared con nieve.

— ¿Sabes a cuántos metros está la pared? — Inquirió Circe a mi lado.

Ella no lucía sorprendida, al igual que los chicos ella estaba acostumbrada a esto. Sentí el peso de mis palabras y me arrepentí de no haberle creído.

Tragué.

— Vamos a las hadas. — Me dirigí hacia la salida antes de que los chicos se enteraran de nuestra presencia.

• ✧ •

Cuando fuimos de camino a ver las hadas en las proximidades del bosque, no me atreví a decir nada. Mi ego había sido lastimado y miles de interrogantes rondaban por mi cabeza, interrogantes que Circe bien no sabría responder o tendría prohibido.

Pero es que algo no me cuadraba en todo el asunto de Aiden. Si bien era más que obvio que las dos bestias musculosas y altas que tenía por amigos, Esdras y Theo, estaban bastante practicados en la magia y eso era algo que se notaba. Y aunque la magia no tenía tanto que ver con músculos sino con técnica y horas de entrenamientos, se me hacía complicado creer que alguien que pasaba todos los días solo leyendo, estudiando y quejándose pudiera hacer cosas tan increíbles con esfuerzo alguno.

— Esas dos de allí son pareja. — Chilló Circe señalando dos hadas que se tomaban de las manos.

Sentarme con Circe a disfrutar del pequeño pueblo era algo que me entretenía la mayor parte del tiempo, pero un día como mi cabeza estaba en otras cosas, cosas que tenían unos lindos ojos azules y cabello negro como la tinta.

— Creo que deberíamos espiar a tus amigos mientras entrenan. — La corté.

La rubia sin lugar a dudas lucía fastidiada por la situación.

— Obvio ahora mismo no porque de seguro ya se habrán ido. — Agregué rápidamente.

— ¿Y yo qué gano con acompañarte?

Entrecorte los ojos y lo analicé por un momento. El solo hecho de que lo considerara significaba que la tenía casi de mi lado, así que trataría de no enredar las cosas con Circe para que funcionaran.

— ¿Te parecen unas perforaciones? — Ofrecí.

Sin lugar a dudas se me hacía todo muy absurdo, sentía que estaba haciendo una negociación con un comerciante de alguna cosa ilegal y que debía ofrecer algo de interés para ganar su confianza de algún modo.

— Bien. — Respondió luego de pensarlo por unos segundos que se me hicieron eternos.

— Fantástico. — Le sonreí satisfecha. — Ahora si me disculpas, es hora de que ayude a entrar al dragón de nuevo al gimnasio.

— ¿Tan pronto? — Circe frunció el ceño. — Pensé que ayudabas a la directora con eso al atardecer luego de las clases.

— Pues ya salimos de clases y ya pronto caerá el atardecer. — Aprecié obvia. — Llevamos horas aquí sentadas.

La bruja pareció percatarse de la realidad en ese momento, estaba tan enfocada en los diminutos seres que nada más le importaba por aquellos breves momentos. Yo no la culpaba, se me hacían seres muy adorables y de una belleza única. Pero lo que más disfrutaba era ver a Circe cambiada, era como si esa firmeza que decoraba su rostro desapareciera y se convirtiera en una persona más desenfadada a la cual estrujar las de telas de su uniforme oscuro era el menor de sus problemas.

— Aunque no creo que Tramy vaya a devorar a nadie solo porque me quedé unos minutos más. — Propuse.

El rostro de Circe Carruzo se iluminó, una tierna sonrisa se rizó por las comisuras de sus labios y me encontré preguntándome, ¿Cuándo fue la última vez que yo había hecho una amiga?

• ✧ •

Con el tiempo que había tenido compartiendo con Aurora, poco más de un mes, había ganado confianza suficiente para que me dejara atender a Tramy cuando ella estuviera ocupada e incluso podía dejarme en sus oficinas para investigar el mal que aguardaba en los bosques. Sin embargo ya mis sospechas tenían respuesta; demonios.

Por más que intenté convencerme a mí misma de que podría ser otra cosa, por más libros sobre bestias salvajes que consulté, no puede desafiar la realidad y ahora tendría que enfrentarla antes de que fuera demasiado tarde.

Algo ocurría en el inframundo y Arlen estaba de acuerdo conmigo. Pero me encontraba confrontada sobre decirle o no a la directora sobre esto. Claro que ella confiaba en mí, pero aun no estaba completamente segura si yo confiaba en ella.

Al atravesar sus puertas el calor de su chimenea como siempre me chocó. Ya me había acostumbrado a esta rutina de entrar, ponerla al tanto de que Tramy y sus bebés estaban seguros y luego sentarme a tomar café con canela en su escritorio mientras ella trabajaba y yo tenía rienda suelta para investigar en sus libros.

Pero ese día fue un poco diferente. Aurora estaba en su escritorio, pero no sola.

A su lado había una señora cubierta de ropajes de piel oscura. Su piel pálida la hacía ver casi enferma y sus arrugas eran tan profundas que parecía como si se estuviese derritiendo y en cualquier momento solo quedaría su esquelético rostro. Pero a pesar de lucir tan excéntrica, nada de lo anterior me sorprendía como la gran gema color vino tinto que estaba enterrada en su frente.

No se me ocurría una forma en la que eso fuera posible, pero de algún modo ella tenía una gema enterrada en la frente y parecía estar viva. Solo de mirarla, las perforaciones en mi oreja empezaron a doler.

—Ivy Bren. — Dijo Aurora llamando mi atención.

Repare en el tono grave de su voz y parpadeé.

De Repente caí en cuenta de que llevaba un buen momento mirando embelesada a la señora sin disimularlo. Estaba segura de nunca haberla visto en mi vida, no era una de las Wiccianas o profesoras que estaba acostumbrada a ver en los pasillos. Estaba más que claro que hubiera notado un ser que lucía así.

— Lo siento — Dije cuando me recompuse.

Bajo la mirada de ambas me dirigí a la puerta de la entrada, por alguna razón la mirada de la directora me indicaba que tenían una conversación de la que yo no podía participar.

— Ella es Ivy Bren. — Le indicó Aurora a la señora, la acción me hizo voltear a verlas. — Seguramente la verás por acá, ella viene regularmente a leer y me ayuda con el dragón.

Al principio se me hizo extraño que me presentara, luego la directora me explicó que ella era la persona enviada desde el palacio.

La que sería responsable de investigar sobre los ataques que provocaron los demonios, los mismos que yo he mantenido en secreto todo este tiempo.

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Extrañaba escribir de Ivy, está loca y la amo. Para el próximo viernes vendré más enfocada en Circe y sus dramas personales. 

 Gracias por todos el apoyo, no las/los merezco. n.n

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