Cuarenta y nueve
Aiden.
Podría decirse que la mitad de mi vida he visto a mi padre tras su escritorio. Era de esperarse que como cualquier rey, tendría muchas responsabilidades diarias y un gran peso tras sus hombros. Muchas veces llegué a verlo tras su escritorio mientras todos dormían, él me diría como siempre que su trabajo requería esa clase de sacrificios para que todos pudieran despertar cada mañana sin preocupaciones graves. Era una persona sumamente agradable, respetada y querida por todo aquel que lo conocía. Estaba convencido de que además de heredar su cabello onix, también poseía ese amor por su gente y el sentido de responsabilidad hacia todo nuestro continente. En otras palabras, él era mi modelo a seguir.
— Tú madre organizó una cena para conocer a tus amigos. — Informó sin despegar la vista de sus papeles que tenía en frente. — Aún no estoy de acuerdo con que vayas de aquí para allá haciendo amistades.
Yo rodé los ojos. Era de esperar que no estuvieran de acuerdo con que revelara mi existencia a desconocidos pero al final del día, es imposible negar lo evidente; soy joven, estaba lejos de casa y esas cosas simplemente pasan.
— ¿No se supone que mamá debe estar descansando? — Cuestioné desde mi lugar frente a su escritorio, en un intento de desviar la conversación.
Mi madre se había encerrado todo el día luego de la ceremonia en su alcoba, yo mismo tuve que acompañarla cuando todo acabó. No era un extraño a la historia de mi madre y la directora, incluso había escuchado murmurar en los pasillos que fue mi madre quien postuló a Aurora como candidata para el puesto de Directora de la Academia Ylia. Sin embargo, eso era algo que mi madre jamás admitiría, al igual que jamás admitiría que las responsabilidades de ambas y los caminos que cada una eligió, las habían separado y poco a poco habían perdido el contacto. Eso era algo que mi madre jamás se perdonaría.
— Ya sabes como es Angélica. — Suspiró rendido.
Si bien el día tenía ese gusto amargo, no tenía duda en que tan pronto llegara la noche mi madre mostraría una gran sonrisa en su rostro y se convertiría en la anfitriona perfecta, con tal de que los invitados tuvieran una buena impresión del palacio y nuestra familia.
— Le mandé hacer una nueva corona. — Mi padre enunció sacándome de mis pensamientos. — Ha sido una temporada muy difícil para ella desde que te fuiste, no tienes ni idea de lo que le dolió no estar en tu cumpleaños.
Yo asentí. Me lo estaba imaginando ya que ella siempre ha sido muy protectora conmigo. Era la primera vez en toda mi vida que nos separamos por tanto tiempo.
— ¿Le pasaba algo a su corona anterior?
— Para nada. — Recostó sus brazos detrás de su cabeza y sonrió, como si acabara de recordar algo gracioso. — Tu madre siempre ha tenido la creencia de que las sirenas tienen mejores coronas de las que podríamos siquiera imaginar las criaturas de la tierra como nosotros. Yo siempre le he llevado la contraria en ese aspecto. Pero, el otro día escuché que unos tritones habían llegado a la ciudad así que les encargué una.
Eso me hizo sonreír y negar con la cabeza. Era típico de él sacrificar su orgullo sólo por hacer sonreír a su amada esposa.
— Me sorprende que hayas aceptado la superioridad de otra raza. — Me pareció divertido.
— Aún no he terminado. — Dijo emocionado y cambió de postura para reclinarse y verme detenidamente al hablar. — Las gemas y corales que utilizarán serán marinas, sin embargo ordené que en el centro coloquen la piedra de Hécate.
Por un momento fruncí el ceño confundido. Luego caí en cuenta que hablaba de la dichosa piedra milenaria que Saías tanto mencionaba en sus clases de historia, había pasado de generación en generación dentro de la familia Arcoelli, pero la verdad es que no tenía mayor valor que un pisapapeles. La verdad es que esa era su única función, servir de pisapapeles. En ese momento fue que repare en el espacio en blanco en el escritorio, el espacio que anteriormente era ocupado por la piedra.
— Creo que sería un regalo excelente la verdad. — Dije con cautela bajo la intensa mirada de mi padre. — ¿Se lo darás en la fiesta de la nevada?
El asintió.
La primera nevada era un motivo de celebración antiquísimo donde se celebraba el fin del año, se oraba por cosechas prósperas al terminar el invierno y se oficiaba un gran banquete en todos los hogares. Era el final de una etapa para dar comienzo a otra. Yo obviamente me interesaba solo por la parte de los regalos que se intercambiaban en altas horas de la noche.
Imaginé que sería una linda celebración este año, incluso imaginé el rostro de mi madre iluminandose cuando viera la dichosa corona decorada con la gran piedra que alguna vez había sido propiedad de la mismísima Hécate... esperen un momento.
— Creo que tengo que irme. — Dije tan pronto una idea cruzó por mi mente.
Mi padre se extrañó, pero no le di tiempo a replicar cuando salí corriendo directamente donde Circe.
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— Espero que tengas una buena razón para irrumpir de ese modo, estaba cuidando a Ivy y se siente muy-
— Creo que ya sé lo que buscan los demonios. — Interrumpí
Ella aún tenía la boca abierta y me miró perpleja por un momento. Estábamos en el pasillo frente a la puerta de Ivy, me hizo un ademán con la mano para que continuase explicando.
— Tengo la idea de que podrían estar tras la piedra de Hécate.
— Pero esa cosa no funciona para nada hasta donde yo sé. — Circe arrugó la nariz en confusión.
— Si, pero ellos no saben eso. — Repliqué. — Piénsalo, Hecate tenía el poder de hacer lo que quería con la mente, magia infinita. Tal vez pensarían que podrían obtener lo mismo con la piedra o yo qué sé.
Circe trató de procesar mis palabras, miró a los lados asegurándose de que no hubiese nadie en los pasillos escuchando. Si hubiese sido uno de los brutos que tenía por amigos, me imaginé que no hubieran tenido la misma delicadeza.
— ¿Pero qué los une a ustedes en todo esto entonces? — Cuestionó.
— Es un poco confuso pero considerando que los demonios pueden controlar nuestras mentes, tal vez fuimos un intento para usarnos como títeres. Luego las cosas no resultaron como lo tenían planeado y supongo que vinieron en venganza.
Ella lo consideró todo por un momento.
— Sabes, todo esto te hace sonar como un desquiciado, sin ofender.
— Si lo sé.
Mis ojos me traicionaron ya que sin pensarlo mucho, mi vista apuntó directamente a la puerta tras sus espaldas. Donde Ivy estaba descansando.
— Puedes pasar si quieres. — Invitó Circe. — Ya está más estable.
Yo mordí mis labios debatiendo. Si bien es cierto que quería seguir investigando y descubriendo cosas, no podía sacar a Ivy de mi mente. Incluso cuando tuve que acompañar a mi madre hasta su cama, la brujita de cabello blanco estuvo en mi mente todo el tiempo.
— Quería ir contigo a la cueva donde fuimos atacados, pensaba que podríamos encontrar algo nuevo.
— Puedo ir con alguien más. — Me dijo Circe sincera. — Ve con ella, lo necesita.
Enserio pensaba que la rubia era mi salvación. Me había ayudado bastante en toda la investigación e incluso voluntariamente acompañó a Ivy todo el tiempo que ella estuvo en la costa.
— Te debo una grande.
Lo último que vi fueron sus pulgares alzados en aprobación, antes de abrir la puerta y entrar a la alcoba donde estaba mi... lo que sea que fuéramos Ivy y yo.
Encontré a la brujita acostada en su cama y cubierta por gruesas sábanas, su cabello blanco y largo se esparcía por los lados haciendo de la escena un tanto deprimente en conjunto con la torrencial lluvia que no había parado de caer. Ella estaba despierta y sus grandes ojos turquesa no se apartaron de mí en ningún momento desde que atravesé la puerta. Sobre su regazo descansaba un animalito peludo y dorado.
— Hoy fue un día triste. — Dijo en un hilo de voz
— Lo sé.
Fui acercándome con cuidado, retiré mis zapatos y sin pedir permiso me recosté a su lado y la acerqué a mí pasando un brazo sobre sus hombros. Se sentía cálida en comparación con el clima gélido.
— Mi madre quiere hacer una cena hoy para conocerte a ti y a las demás. Pero puedes faltar si lo quieres.
Volvió la mirada vacía hacia mí, no había rastro de lágrimas esta vez pero aun así lucía vacía.
— Lo intentaré.
Ante eso yo sonreí. Ella estaba haciendo un gran esfuerzo en superar todo esto y yo no podía sentirme más orgulloso, así que planté un sonoro beso en su frente.
— Lo sé.
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La imagen de arriba no es mía, desconozco quienes son los personajes (creo que es de un libro de Leigh Bardugo). Pero siendo sincera, creo que es un resumen perfecto de la relación de Aiden e Ivy.
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