Cuarenta y dos
Ivy
La calma que existía usualmente en la oficina de Aurora, había desaparecido desde que su nueva asistente llegó.
No me gustaba juzgar a las personas y condenaba a todo quien lo hiciera, pero es que la presencia de esa señora era tan inquietante que no podía siquiera ojear un libro o tomar una taza de café sin sentirme analizada. Muy a mi pesar, amenazarla no era una opción, corría el riesgo de que me delatase con Aurora y a esa si que la respetaba.
— Bonito clima el de hoy ¿no? — Pregunté tratando de alivianar el ambiente.
Aun me acostumbraba a sus ostentosos ropajes que cubrían casi la mayor parte de su cuerpo y se enroscaban en su cabeza, las pálidas arrugas que chorreaban por los lados de su rostro o el aroma asfixiante y dulzón que siempre usaba cómo fragancia. Pero si bien todo eso se me hacía horrible, no podía negar que era peor su gema atascada bruscamente en su frente que lucía un color rojo tan oscuro que casi llegaba al negro, como la sangre misma cuando empieza a perder oxígeno.
— He visto mejores. — Contestó con aquella voz oxidada, con un acento que se me hacía extraño.
Por más que pudiera soportar cosas, aquel lugar con los negrisimos ojos de la señora rebuscando en lo más profundo de mi alma no era algo que pudiera tolerar por más tiempo. Tendría que decirle a Aurora que resolviera esto de algún modo, había aguantado un par de semanas pero ya no más. O se iba ella, o lo hacía yo. Pero mientras, tendría que inventar una excusa para salir de allí.
— Tengo clase. — Me paré estrepitosamente de mi usual asiento de la biblioteca. — Creo que volveré cuando Aurora salga de su reunión.
Sin una pizca de emoción en su rostro, asintió.
No lo pensé mucho, y me disparé de aquel lugar. Ya del otro lado de la puerta, se extendía una barandilla de piedras blancas sobre la cual dejé descansar ambos brazos. La vista apuntaba al río en calma, yo tomé una larga bocanada de aire ya que sentía como si de algún modo, sin darme cuenta allá adentro había perdido aire. Me sentía sofocada.
— ¿Todo bien? — Cuestionó Aurora a la distancia.
Con una gracia estudiada se acercaba a mí, o más bien, a la puerta de su oficina que estaba a mis espaldas. Yo me volví dejando recostar la parte baja de mi espalda contra aquella baranda.
— ¿No te da miedo? — Solté bruscamente.
Ella relamió sus labios y un músculo en su quijada se tensó. Estaba más que claro que sabía a lo que me refería y si mis ojos no me engañaban, juraría que se sentía igual que yo al respecto.
Obviamente no diría nada malo de ella, Aurora era así. Lo había notado todas aquellas veces en las que los profesores, las Wiccianas alteradas e incluso estudiantes que lloraban desconsolados, tendían a irrumpir en su oficina sin preaviso esperando que ella resolviera sus problemas; Era una labor sumamente demandante, pero a todos ella los atendía con la misma calma y serenidad. Admiraba la forma en que ella tomaba las riendas de la situación y sin rechistar tomaba las decisiones correctas o simplemente te hacía abrir los ojos. No era una persona de la cual esperarías una sonrisa fingida y las palabras que quisieras oír. Ella era más una mujer de acción, que sabía tomar las decisiones correctas en los momentos correctos y te decía las cosas con tacto, no te mentía pero tenía algo en su tono de voz que te permitía entender las cosas difíciles y lo hacía ver todo más sencillo. Muchas veces, entre mis más profundos pensamientos me preguntaba qué sería de esta Academia sin ella.
— Tengo un mal presentimiento. — Lanzó de la nada, tomándome desprevenida.
— ¿Sobre qué?
Miró brevemente a las puertas detrás nuestro y parecía pensarse sus palabras. No podría estar dudando de una enviada de la corona, ¿o si? Por supuesto que esa señora era de lo más escalofriante pero más allá de eso, se limitaba a realizar sus investigaciones y mostrar sus avances en sus reuniones secretas con Aurora. No había presenciado ninguna expresión de su personalidad para juzgar. Pero si pudo ganarse la mala voluntad de la directora...
— Ven en la noche.
Asentí. Estaba claro que quería evitar ser escuchada.
Esto era algo muy grande de asimilar, el hecho de que la directora de la Academia Ylia desconfiase de una elegida del Rey no era un juego. La sola idea me hacía imaginar dos de las personas más influyentes del continente enfrentados. Pero lo que se me hacía aún mucho más grande, era el pensar que ella confiaba en mí que era prácticamente nadie, para confesar eso.
— Tienes clase ahora mismo, si no me equivoco. — Agregó.
— Qué bueno que soy la alumna favorita y puedo saltarme clases. — Le guiñé el ojo.
Ella me ignoró y me dio la espalda para tomar el pomo de su puerta.
— Si faltas, le ordenare a Saías que te obligue a limpiar todo el gimnasio usando unicamente un trapo. — Entró a su oficina y cerró la puerta antes de que yo pudiera decir algo.
Resoplé pesadamente, no había forma con ella.
• ✧ •
Un profesor de historia dando clases prácticas no era una buena idea.
Llegué al gimnasio un poco tarde. Por lo que Lucas tuvo que explicarme lo que habían hecho. Básicamente Saías abundaba sobre las gemas y sus clases, decía el nombre exacto de cada una de ellas y sus propiedades, a lo cual los presentes se mostraban algo aburridos al respecto.
— Finalmente, el Larimar, es de color azul cian y sus propiedades funcionan para controlar el agua ¿preguntas?
Obviamente nadie habló.
Aiden trataba de concentrarse en el profesor, yo preferí ignorar su presencia ya que no confiaba en mi auto control. Además, tenía una reputación que conservar. Ivy Bren siempre controla, no la controlan. No podía darme el lujo de sonrojarme delante de tantos presentes.
— Muy bien, ahora tendrán su primer ejercicio de alquimia. Cada uno tomará una escoba del armario en el fondo y la hará flotar.
La alquimia era pan comido para alguien como yo que había pasado tanto tiempo dando tutorías. Según las Wiccianas de pineville era una habilidad que se cultivaba con el tiempo, consecuencia de la práctica y muchos errores. Era arte y ciencia. Era el combinar plantas, gemas y energía para convertirlas en un encantamiento funcional.
Debí haberlo intuido cuando llegué. En el gimnasio habían calderos que antes no había notado, también frascos que contenían gemas, raíces o patas de animales pequeños. Lucas y yo compartimos uno de los calderos para perder menos tiempo, estábamos sincronizados y sabíamos lo que teníamos que hacer, no como el apestoso Gavriel, él no sabía ni por dónde empezar.
— Esto me recuerda a Maripili. — Dijo Lucas sosteniendo uno de los frascos que contenía un polvillo fino y brillante.
Yo estaba batiendo el caldero que contenía los ingredientes necesarios para que la escoba pudiera elevarse, la mezcla recién rompía a hervir cuando las palabras de Lucas llegaron a mi entendimiento.
— ¿Quién te contó sobre Maripili? — Pregunté, como si no supiera ya la respuesta.
— Pues Circe me las enseñó. Ustedes son muy creativas la ver... ¡Ivy por favor no puedes solo irte y dejarme solo con este caldero!
Sus reclamos eran distantes cuando me dirigía determinada donde la rubia. Ella como muchos otros tenía un caldero para sí misma y me sorprendió la forma en la que parecía concentrarse en lo que hacía. Parecía como si las burbujas que emergían, producto del hervor, la hubieran metido en un profundo trance.
— Pensé que las hadas eran algo importante para nosotras, pero veo que no te importó nada porque se lo cuentas a cualquiera. — Escupí molesta.
Ella parpadeó y se sorprendió un poco cuando por fin reparó en mi presencia.
— Son pesadas palabras para alguien que me manipuló. — Respondió imperturbada removiendo su vara dentro del caldero.
La miré indignada.
— Claro que estoy consciente de que no fue lo correcto, no fue nada fácil para mi verte a los ojos luego de todo eso y por esa razón te dejé la nota.
— Oh, ¿te refieres a esta nota? — Hizo un ademán como si desdoblara un papel que sacó del bolsillo de su chaqueta. — Pues aquí sólo dice que eres una perra.
Hubiera sido tan fácil arrebatarle esa vara que sostenía entre sus manos y golpear repetidas veces con ella su cabeza hasta que me suplicara por que la perdone. Pero no me atreví a hacerlo, no porque hubieran más personas mirando atentos la escena o porque el profesor me estuviera pidiendo que volviera donde Lucas, no me importaba nada de eso. Lo que me detuvo realmente fue ese sentimiento que me punzaba el corazón. Había arruinado tal vez mi primera amistad sincera, había conocido alguien increíble que me soportaba al ser yo misma y no cuestionaba mis acciones. Había perdido una amiga.
— Bien. — Dije ignorando el nudo que se me había formado en la garganta.
Sin ser capaz de agregar algo, me dí la vuelta y la dejé terminar con su labor.
Para cuando volví con Lucas, ya él estaba empezando a tomar la mezcla con las manos y la esparcía a lo largo de todo el palo de la escoba. La parte aburrida de la alquimia es que regularmente se tiene que manosear por cierto tiempo los objetos que se pretenden encantar.
Yo suspiré rendida y me dispuse a reanudar la labor, habría más tiempo después para pensar en el horrible ser que yo era.
Justo cuando melancólicamente me embarré las manos con la mezcla, una Wicciana alterada irrumpió en el gimnasio.
Tenía tanto tiempo sin ver esa expresión frenética en la mirada de Arlen que por un momento no la reconocí. Su cabello contenido en su recogido de costumbre, empezaba a soltarse del trenzado pero ella parecía no importarle, cómo si llegar corriendo hasta aquí fuese más importante que eso.
— Aurora está muerta. — Anunció a todos, pero mirándome a los ojos.
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No tienen ni idea de lo que va a pasar a partir de esto, estoy tan emocionada por escribirlo!
Gracias por leer, comentar, votar y perder su tiempo conmigo. Especialmente a Ezkelia, Circe_lpz_and, y TaniaVillegas005. (perdón si escribo mal los usernames, ustedes saben quienes son XD)
Feliz fin de semana, cuídense.
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