Cincuenta
Circe.
Cuando le propuse a Aiden dejarme la investigación de campo a mi, ni en un millón de años me iba a imaginar que Theo estaría haciendo compras de alimentos y recibiendo encargos para la taberna y Moll como siempre, estaba revolcándose con su novia. A este punto era una broma de mal gusto que de entre todas las personas, tuve que requerir de la ayuda de Esdras.
Sentí como mi orgullo y dignidad se iba a la basura cuando toqué a su puerta para pedirle ayuda y luego aceptó. ¡Todo era una pesadilla!, desde la lluvia incesante hasta la presencia de mi estúpido ex novio. Para llegar a la cueva debía caminar cerca del mar, por lo que tuve que cambiar mi vestido por pantalones y mis preciosas zapatillas por otras que no me importara estropear en la arena húmeda.
— La cueva es por acá. — Señaló el idiota, su voz atravesando la lluvia.
Me fijé entre la montaña de rocas, y efectivamente había un boquete de gran tamaño por el que cabría cualquier ser sin problema alguno. Esdras fue el primero en entrar al lugar y yo lo seguí. No estaba tan lejos del castillo, sin embargo conllevaba una caminata a orillas del mar, la cual estaba obstaculizada por rocas, algas y caracoles puntiagudos que hacían imposible el acceso. Supuse que por eso, la cueva no era tan conocida. Además, estaba lejos de la ciudad y los muelles.
Al entrar, no me esperaba para nada encontrar asientos, una mesa y garabatos en las paredes. Incluso había iluminación, velas flotantes en esferas se visualizaban en la parte superior. Eran encantadas, y muy caras. Entonces entendí lo que esto significaba, era la imagen de cuatro chicos que habían vivido, no temido. Que habían traído una gran mesa y asientos, habían rayado las paredes y tal vez hasta habían compartido horas de charlas íntimas.
— ¿Cómo es que se atrevieron a volver aquí? — Me encontré diciendo.
Él relamió sus labios antes de responder.
— Fue difícil, pero cuando ser valiente y enfrentarte a tus miedos es la única opción que tienes, no tienes más remedio que dejar las cosas fluir. — Apreció las paredes con los brazos cruzados. — Supongo que con el paso del tiempo y un toque de buen gusto, puedes construir una guarida secreta a raíz de lo que una vez temiste.
Era la primera vez en mucho tiempo que tenía una conversación medianamente decente con él. Donde no había insultos de por medio y por alguna razón mis deseos de arrancarle cada maldita hebra de su perfecto cabello, habían disminuido. Ganas tenía hacerlo, pero estaban controladas.
— Solo un grupo de idiotas elegiría hacer una guarida en el mismo lugar en que estuvieron a punto de morir.
— Pensé que estaba más que claro que somos imbéciles todos. — Dijo entre risas.
Cuando escuché su risa, sentí tanta rabia que tuve que darle la espalda. Miré hacia las luces que pendían de la nada.
— ¿Desde hace cuanto tiempo tienen eso encendido?
Escuché sus pasos acercarse, no se detuvo a mi lado pero imaginé que estaría cerca, en algún punto detrás de mí.
— Desde esta mañana.
En su tono, cada pizca de humor de hace unos segundos había desaparecido. Dándole un toque más plano a sus palabras.
Era más que obvio que la entrada era lo suficientemente grande para mantener todo iluminado en un día soleado. En un día normal no harían falta. Aun así pregunté:
— ¿Por qué?
Él suspiró, y yo me di cuenta de eso porque sentí su aliento cálido chocar con la parte trasera de mi cuello.
— Porque hoy ha sido un día muy lluvioso, y me imaginé que no habría mucha luz aquí dentro.
— ¿Y qué más?
Le tomó más tiempo responder en esta ocasión.
— Porque Aiden me dijo que te traería... y yo sé que le temes a la oscuridad.
Mi labio inferior empezó a temblar por alguna razón, y yo lo mordí para detenerlo. Con un chasquido de mis dedos apague las velas, esas esferas empezaron a descender por la falta de llamas, hasta una por una tocar el suelo con gracia suficiente para no romperse. Calculé serían unas cinco, y debieron de haber costado una cantidad absurda de oro.
— Ya no le temo a la oscuridad.
A pesar de que había menos luz, aun se podían ver en las paredes los garabatos de caballos, el paisaje y guerreros peleando. Dibujos que parecían haber sido trazados por niños pequeños.
— De eso se trata madurar, de superar las cosas. — Dije mirando a la nada.
Cuando me respondió, su cercanía me tomó por sorpresa. Sus labios estaban justo al lado de mi oído.
— A mi me gustaría superar ciertas cosas con la misma facilidad.
Ese comentario me descolocó de mis casillas, así que me volví hacia él enojada para enfrentarlo. Lo encontré tan cerca de mí que podía sentir su calor corporal, tan cerca que podía contar las hebras doradas que destacaban en su cabello castaño.
— ¿Cuál es tu maldito problema? — Explote.
— Tú. — Él gruñó, casi igual de exasperado que yo. — Tampoco me gusta tenerte en la mente cada jodido día de mi vida, pero dime. ¿Qué haces cuando sabes que esa persona era la indicada y se va?
La declaración tuvo un tono tan explosivo que hacía de la lluvia un murmullo a la distancia. Había tanta ira y rabia siendo vertida en ese momento que me pregunté cuánto tiempo lo había tenido guardado.
— Pues la reemplazas con muchas otras. Eso es lo que has estado haciendo todo este tiempo.
Los músculos bajo su camisa se tensaron y en sus ojos negro la promesa de una discusión que no saldría bien para ninguno de los dos.
— Odio esto tanto como tú, así que traté. Los Dioses saben que traté de olvidarte pero resulta que no pude.
Eso era un error. Desde el comienzo nuestra historia de amor fue trágica y hermosa, como lo son todas las decisiones que toman dos niños pequeños que juegan a saber lo que es el amor pero en realidad no saben nada. Que se tomaban de las manos bajo la mesa a la hora de cenar, que se peleaban en el lodo por una naranja y que con el paso del tiempo fueron construyendo algo torcido juntos. Era un error venir aquí con él, un error esta discusión. Pero ahora que yo había cambiado y lo tenía aquí frente a mí, decidí mandar todo al inframundo y sin pensarlo mucho lo besé.
Lo besé con rabia y desesperación, con todo el deseo y la intención que hasta ese momento descubrí que él había despertado en mí. Esdras respondió inmediatamente y su agarre a mi cuerpo con ambas manos era firme, sus labios cálidos contra los míos eran feroces y su lengua se abrió paso hasta encontrar la mía. Sus besos se metían en mi piel calentando todo, sus mordidas y caricias extinguían cada una de mis capaz de cordura.
A pesar de que los Dioses saben que quería seguir tuve que detenerme por falta de aire, entre jadeos lo miré perpleja y él me miró a mi. Sus ojos se oscurecieron en una invitación a la lujuria. La lluvia aun no se detenía, a lo mejor hacía frío pero en ese momento eso fue lo último que sentía.
Yo maldije por lo bajo y volví a besarlo, en esta segunda ocasión y con la misma bravura me cargó y me dirigí a la mesa. Se sentó dejándome a horcadas sobre él, sintiéndolo bajo de mi y mis manos luchando por quitar su camisa del camino. Sus labios delineaban la forma de mi cuello, yo emitía tímidos sonidos a modo de réplica.
El resto de la tarde en la oscuridad de la cueva abandonada se resumió en eso, en el frenesí del momento, palabras que nunca fueron dichas y besos profundos de los cuales tendría tiempo para arrepentirme después.
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Muy fuerte todo.
Les regalo esta escena en disculpa por la actualización pasada, muchas esperaban un beso pero no sucedió xd.
Pues nada, estoy feliz porque la próxima semana será navidad y tengo planeado traerles el especial que como ya saben será narrado en tercera persona desde el punto de vista de varios personajes.
Hasta entonces, ten un lindo día. <3
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