XXXIV | Hora de la verdadera fiesta
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Es hora de la verdadera fiesta
Adar era cada vez más cálida, con el sol tardando más tiempo en ocultarse. Alioth miró por decimocuarta vez sus botas, como si todavía, a pesar de haberse limpiado en un lago cerca del portal por el que había salido, pudiese ver rastros de sangre. Paró frente al edificio donde, creía, encontraría las respuestas y la ayuda que necesitaba. La fachada era de color negro y el letrero neón rojizo contrastaba notablemente con ella. Pero lo que más le sorprendió fue el nombre que formaban dichas luces: Inferno. Tragó saliva con dificultad antes de empujar la puerta.
Al abrirla, tuvo que parpadear un par de veces ante el cambio de iluminación, siendo está de un color parecido al letrero, dándole un aspecto casi igual de escalofriante que los callejones que había concurrido anteriormente, con la única diferencia de que aquí, el olor a sangre era mucho más leve.
Dejó que la puerta se cerrase detrás de ella. Sin previo aviso, consiguiendo que la espectro pegase un respingo ante el saludo, una chica más o menos de su edad apareció delante de ella.
—¡Hola! —saludó haciendo aspavientos con las manos—. Soy Sabik.
El aroma que desprendía era inconfundible, llegándole a oleadas que inhalaba una tras otra. A pesar de que la ctónic llamada Sabik no había hecho ningún gesto que lo diese a entender, sabía que ella también había sido capaz de reconocer qué era.
Pero no quién.
—Alioth —soltó en un suave susurro.
—¿Qué te trae por aquí, Alioth? —cuestionó, sonriendo ante el mutismo de la espectro, dejando a la vista el par de colmillos, que se teñían ligeramente de rojo ante la iluminación pareciendo sangre—. Tenemos clases de boxeos, de defensa personal o zumba. Aunque si lo que buscas es otro tipo de entrenamiento... —Carraspeó un par de veces antes de continuar—, debes hablarlo con mi hermano.
—¿Tu hermano es...?
—Alkaid —respondió con soltura Sabik.
—Yo... eh...—Tragó saliva y cerró los ojos, intentando aclarar las dudas que le embargaban ante la posibilidad de que se estuviese equivocando de lugar, teniendo como única prueba de que podía confiar en ellos los recuerdos de Fayna—. Buscaba al guanhaben —musitó entre dientes.
Sabik enarcó una ceja al escuchar el título de su hermano, proveniente de una desconocida, pero no hizo ni un solo comentario. Se limitó a asentir y desaparecer a través de unos de los grandes portones negros que había al final del lugar, dejando a Alioth sola de nuevo.
En el tiempo que tuvo que esperar a que la ctónic volviese fue capaz de sentir varias miradas curiosas sobre ella. Se removió incómoda en el sitio, balanceando su peso de un pie al otro hasta que los portones por los que se había marchado Sabik se abrieron de nuevo.
Un chico de cabellera rojiza con las puntas de color negro apareció frente a ella en apenas unos segundos. Sus ojos rojizos eran de un tono más oscuros de los que acostumbraba a ver en Echeyde, casi pareciendo granates. Aunque lo que más le sorprendió fue percatarse de como su tez oscura estaba decorada por una tinta negra que ascendía por piernas y brazos.
—Sabik me ha dicho que me estabas buscando —soltó con tono cortante, enarcando una ceja al hablar—. ¿Qué necesitas?
—Es sobre F-Fayna —respondió intimidada.
Observó tensa como Alkaid la escrutaba de arriba abajo, antes de desviar la mirada a su hermana. Sabik hizo un gesto con la cabeza que Alioth no entendió, pero que, aún así, con confianza ciega, cuando la ctónic estiró una mano en su dirección, la aceptó. Temblando de pies a cabeza la siguió con pasos lentos hacia una de las puertas más alejadas de la entrada principal.
Tragó saliva y no pudo evitar mirar por encima de su hombro, dándose cuenta de que la única salida que conocía se iba alejando cada vez más de ella.
Ni siquiera se percató del momento en que habían entrado a lo que parecía una sala de reuniones. Una amplia mesa de madera oscura se encontraba en el centro de la habitación, rodeada por diversas sillas y estanterías que, a sorpresa de Alioth, estaban vacías. Las persianas estaban ligeramente bajadas, dándole un aspecto lúgubre al lugar.
Sintió como Sabik desenlazaba su mano con la de ella, dejándola caer lánguida a su costado. La ctónic señaló una de las sillas antes de mostrarle una pequeña sonrisa, en un intento, quería pensar, de tranquilizarla.
—Espera aquí —dijo, caminando en dirección a la puerta. Se giró una última vez antes de salir por ella—. No tardaré.
Sin esperar una respuesta de vuelta, se marchó.
Todavía sin tener todas con ella, se sentó en la silla.
No sabía cuánto tiempo había pasado cuando la puerta de abrió, entrando los dos hermanos.
Aunque no venían solos.
A sus espaldas apareció un chico de tez clara, melena azabache y ojos verdes, que entrecerró al mirar en su dirección. Le bastó inhalar una sola vez para saber que era un tigot. Aunque lo que le sorprendió en realidad fue cruzarse con un par de ojos grises que le resultaban demasiados familiares. Nashira le ofreció una pequeña sonrisa y Alioth sintió como se relajaba por completo.
Confiaba en ella.
—¿Qué haces aquí? —preguntó con dulzura.
Alioth hizo el amago de responderle la pregunta, pero la cerró al ser conscientes de que cada uno de los presentes tenían su atención sobre ella.
La espectro pareció percatarse de su incomodidad porque acortó un poco más la distancia entre ambas y apoyó una mano sobre su hombro, dándole un ligero apretón.
—¿Qué sucede, Alioth? —susurró esta vez.
Alioth seguía sin ser capaz de pronunciar una sola palabra. Sentía un nudo de nervios que se afianzaba con fuerza en su estómago, y que se retorcía cada vez que sentía algún movimiento a su alrededor, por leve que fuese. Cerró los ojos y suspiró, armándose del valor que necesitaba para terminar de firmar su sentencia.
Con el pulso temblándole y el corazón latiéndole embravecido, resonando en sus oídos, entrelazó su mano con la mano libre de Nashira, pillando desprevenida al espectro ante el gesto, pero no se apartó.
Se fijó en como Nashira parpadeaba repetidas veces ante la numerosa cantidad de imágenes que pasaban por su mente a una velocidad demasiado rápida para poder comprender al detalle el hilo de la historia.
Sin embargo, pudo reconocer el rostro asustadizo de Fayna y la silueta débil y huesuda en la que se había convertido su mejor amiga. La segunda vez que parpadeó fue por un motivo totalmente distinto a la primera. Intentó retener las lágrimas que amenazaban con exteriorizarse cuando más imágenes de lo que quedaba de Fayna y del lugar que se encontraba se repetían en su cabeza.
Aunque la impotencia que sintió al observarlas, incrementó cuando las últimas imágenes que compartía la espectro con ella, las más recientes, invadieron su mente. Leo le gritaba de manera feroz y agresiva, mostrando sin miramientos la monstruosidad que se encontraba tras la máscara de belleza y como Alioth, en respuesta, se encogía del miedo.
También fue capaz de observar como el pequeño cuerpo de Alioth se escabullía de los guardias, descendiendo a través de unas escaleras roídas, adentrándose en las profundidades de lo que suponía que sería una mazmorra hasta acabar agachada frente a unos barrotes donde se vislumbraba una cabellera blanca.
La última imagen que se coló en sus pensamientos fueron las pequeñas manos de Alioth estrechando la mano delgada y pálida de Fayna.
Cuando Alioth dejó de entrelazar sus manos, Nashira abrió mucho los ojos antes de parpadear una última vez.
—¿Estás bien? —soltó de sopetón, sorprendiéndola.
Alioth se limitó a asentir con la cabeza, notando como el nudo en su estómago se retorcía otra vez por los sentimiento a flor de piel que experimentaba en consecuencia a rememorar todo lo que habían supuesto las últimas semanas.
—¿Qué es lo que buscas? —tronó una voz aterciopelada ante el silencio.
Desvió su mirada de Nashira, dándose de bruces con la mirada jade, pero ardiente de un sentimiento demasiado intenso, que la observaba. El tigot cuadró los hombros y se enderezó, sumándole un par de centímetros más a su alta altura.
Orión inhaló con fuerza, intentando descubrir qué era, no quién, porque ahora mismo importaba más la naturaleza que la persona que había detrás. El aroma que percibió no era como el de Nashira, sino que este era una mezcla entre el olor silvestre de los espectros y el hedor a muerte de los ctónics.
No estaba seguro si eso era bueno o terriblemente malo.
—Y-yo... F-Fayna... —tartamudeó Alioth al sentir la mirada de todos sobre ella. Tragó saliva e inhaló con profundidad antes de volver a hablar—. Fayna está en peligro.
Alioth temblaba de pies a cabeza ante la expectación, a la misma que vez que varios escalofríos reptaban por su columna vertebral ante el miedo de estar una habitación con tigots y ctónics, que, exceptuando Sabik, el otro no parecía estar contento con su presencia aquí. No quería volver a tener un ctónic furioso tan cerca de ella.
Solo de pensarlo sentía como el terror aparecía de nuevo.
—Espera... ¿Fayna?
Alioth asintió con la cabeza en respuesta.
—¿En peligro? —cuestionó Orión, hablando un poco más alto de la cuenta—. ¿Cómo lo sabes tú?
Ante el silencio de Alioth, Orión apretón las manos con fuerza contra la mesa y clavó sus ojos con fiereza sobre el espectro esperando a que volviese a decir nada, pero no lo hizo.
—¿Dónde está? —y por el tono de su voz, Alioth sabía que, en lugar de enfurecer a un ctónic, había enfurecido un tigot y no estaba muy segura de sí aquello era mejor o peor—. ¡Responde! —vociferó con un sonoro golpe en la mesa.
Pegó un respingo, apartando su mirada de él, sintiendo como las lágrimas luchaban por salir. Abría y cerraba las manos una y otra vez, intentando mantener la calma, aunque sentía que cada vez estaba más cerca de lo opuesto... de terminar de romperse.
No fue hasta que notó como alguien rodeaba sus hombros y la estrechó contra un cuerpo delgado que se percató de que había estado aguantando la respiración y cerrado los ojos.
—La estás asustando, troglodita —le regañó Nashira, acariciando el brazo de Alioth con suavidad.
—¿Cómo puedes estar tan segura de que no ha venido aquí para engañarnos y tendernos una trampa?
—Tú tienes tus truquitos y yo los míos.
Orión bufó molesto ante la respuesta de su amiga. Dejó de apoyarse en la mesa y se pasó una mano por el pelo, en un gesto nervioso.
—Aunque confío en tus trucos, Nashira —comentó Alkaid con voz calmada y autoritaria—. La desconfianza de Orión es comprensible. Alioth sirve a Ker y a Leo desde la edad de un amague. Cuando un ser, no importa su posición, no importa su naturaleza... decide trabajar para la realeza Guayota no firma ningún contrato o accede a un trato...no. Servir a los Guayota supone pactar con tu propia sangre, con tu vida y jurar lealtad y eso, por mucho que me gustaría creerla, no están fácil de romper.
—¿Por qué no dejáis que se explique? —cuestionó Sabik, haciendo que los dos chicos de la sala fijasen su atención en ella.
Sabik, por otro lado, ignoró las miradas inquisitivas de ambos y comenzó a acercarse a donde se encontraba Nashira con Alioth, con paso lento y cauteloso, midiendo las reacciones de la pequeña espectro, que no podría ser mayor que ella. Nashira se posicionó por delante de Alioth, a modo de escudo frente a lo que sea que Sabik quisiese hacerla. La ctónic sonrío de manera tímida ante el gesto protector de su amiga, pero no debía preocuparse por ella.
Si no por la curiosidad indebida que la había invadido desde que había encontrado a Alioth en la entrada.
—La que faltaba. —Escuchó la queja de Orión a sus espaldas, pero decidió ignorarla.
Por primera vez desde que se habían conocido, Orión y Alkaid compartieron una mirada cómplice cuando Sabik acabó al lado de Nashira, en la zona opuesta a la que ellos se encontraban. Por una vez en meses eran capaces de estar de acuerdo en algo, a Sabik y a Nashira les parecía el momento más inoportuno para que eso ocurriera, porque ambos eran demasiado tozudos por separado, no querían imaginarse lo que serían los dos juntos.
—Debéis salvarla. Debéis sacarla de ahí... o morirá —susurró Alioth cuando se armó de suficiente valentía para volver a hablar.
Distintas miradas cruzaron por la habitación, reflejando cada una de ellas cosas muy opuestas: incertidumbre, intriga, comprensión, miedo..., furia. Aunque las palabras de Alioth para los cuatros supusieron un balde de agua fría de realidad sobre ellos.
—¿Cuál es el plan? —preguntó uno de ellos.
—El de siempre... —respondió con irónica tranquilidad el tigot—, entrar en Echeyde.
—Si de por sí era imposible, estando ella ahí será una misión suicida. Será entrar para no volver salir.
Nashira asintió de acuerdo con el comentario de Sabik, mientras que Alkaid sonrío de manera divertida a todos.
—Ahí está la gracia, ¿no? Sino sería demasiado aburrido.
Cuando Alkaid dirigió de nuevo su mirada a Orión, el tigot le sonrió con complicidad.
—¿Tienes algo que nos pueda servir para tener, aunque sea una mínima posibilidad? —preguntó Orión, fijando sus ojos de nuevo en Alioth.
—Mañana tengo entendido que llegará un nuevo prisionero —respondió en voz baja—. Creo que se trata de un tigot de alto rango, así que la mayoría de los guardias estarán atentos al traslado.
A pesar de estar satisfecho con la distracción de los guardias, no fue capaz de ocultar la mueca de disgusto al saber que alguien como él estaría siendo llevado a las profundidades de la peor pesadilla habida. Se podía imaginar con todo detalle lo que suponía estar encarcelado en Echeyde, bajo el mandato y castigo de los ctónics porque desde que su padre mató a su madre él lo había sufrido.
Así que, incluso si no fuese capaz de cumplirlo, se prometió a sí mismo que si tenía la oportunidad intentaría rescatarlo también.
Daba igual si era mañana u otro día, pero lo haría.
— Es hora de la verdadera fiesta —soltó Alkaid, jocoso.
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