Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

XXXI| Extrañamente aterrador y fascinante


31

Extrañamente aterrador y fascinante

Una gota de agua cayó sobre su cabeza, haciendo que se levantara de repente, golpeándose con su alrededor.

Fayna observó detenidamente el lugar donde se encontraba.

No recordaba nada de lo que había sucedido después de que empujó el círculo de fuego lejos de ella, expandiéndolo.

El suelo era de piedra, aunque estaba demasiado desgastado y sucio para poder saber cuando empezaba una y terminaba la otra. Los barrotes que la rodeaban parecían ser de un metal extraño, pero estaban tan llenos de mugre que no estaba muy segura de ello. Siguió girando sobre sí misma, entrecerrando de vez en cuando los ojos, para poder mirar con mayor precisión lo que la rodeaba, ya que la única luz que alumbraba su entorno provenía de una pequeña rendija que había en la parte más superior de la pared a sus espaldas. Aunque, para su desgracia, también tenía barrotes.

El ambiente apestaba, con un olor similar al que se respiraba en un establo de caballos, y no porque hubiera caballos allí, que lo dudaba, sino por la pestilencia que desprendía los excrementos de quienes estuviesen ahí junto a ella.

Arrastró los pies, forzando todo lo que podía la vista, para descubrir el final de su celda a pesar de la oscuridad, dándose de bruces contra una nueva pared empedrada. Notaba que alguna de las piedras salientes se clavaban en su cuerpo al andar. Podía sentir el líquido reseco de la sangre sobre sus brazos y piernas, al igual que los posibles moratones que tendría en los costados porque las punzadas de dolor aparecían simplemente con el mero hecho de respirar.

Sin embargo, en lugar de separarse de ella, se apegó más, estando de esa forma lo más alejada que podía de la puerta. Pretendía mantener la máxima distancia con quien sea que viniese a por ella.

La desazón de hacía unas horas, la volvió a invadir, provocando que las alas se retorciesen con fuerza en respuesta al sentimiento, arrancándole gritos desesperados debido a la angustia. Apretó los labios, intentando ahogarlos y se mordió la cara interna de la mejilla hasta que el sabor metálico de la sangre invadió su boca.

Fayna se obligó a sí misma a levantarse de nuevo, apoyando una mano en la primer roca saliente que encontró para mantener el equilibro. No obstante, sus reflejos estaban demasiado débiles en ese momento y terminó cayendo de bruces contra el suelo, en cuanto la roca en la que se apoyó cayó también.

A pesar de lo agotada que estaba del dolor que experimentaba en cada sección de su cuerpo y, de las ganas que tenía de rendirse, que no dejaban de aumentar cuanto más tiempo estaba en ese lugar, se levantó a duras penas. Aunque no fue gracias a las piernas sino a las alas enloquecidas y sin control que se batían con violencia y fiereza, levantando una capa de polvo a su alrededor.

Sin poder controlarlo, empezó a volar en círculos dentro de la pequeña celda a gran velocidad. Se rozaba con todas las piedras que conformaban la pared, cubriéndose de arañazos, moratones y heridas. Al intentar frenar el aleteo, terminó por golpearse contra los barrotes, logrando que los hematomas no tardaran en decoraran su tez blanca.

Siguió volando, chocándose con el techo, las paredes e incluso, con el suelo.

Se le volvió a escapar un grito estrangulado.

Ese solo fue el comienzo de los siguientes que le acompañaron. Fayna sentía al calor abrasador que siempre había estado presente con ella, aumentando su temperatura hasta que comenzó a quemarle por dentro y no era capaz de encontrar ninguna forma de apagarlo.

Terminaría por enloquecer. Estaba segura de ello.

A no ser que muriera calcinada antes.

Todo su cuerpo se sacudía con violencia mientras seguía intentando dejar de volar. Era incapaz. El calor en su interior se convirtió en lava ardiente, consiguiendo que la sensación de ahogo volviese a tomar las riendas de su consciencia. Cerró los ojos con fuerza y decidió rendirse.

Entonces, se dejó de llevar.

Volaba en círculos, una y otra, y otra vez, siempre a la misma velocidad, siempre en el mismo sentido, pero nunca a la misma altura.

El rugido animal resonó en las paredes rocosas y su vuelo frenó de golpe, desplomándose contra el suelo.

No pudo evitar que la caída fuese catastrófica. Aún así, a pesar del dolor, se irguió como pudo a pesar de las quejas de cada uno de sus músculos y huesos, acabando sentada frente a la bestia de pelaje negro que no dejaba de olisquear en su dirección a través de los barrotes.

Tenía unas alas membranosas de un marrón oscuro que salían de su lomo peludo, que era negro azabache. Los dientes marfil destacaban sobre su oscuro pelaje y eran tan largos que sería capaz de rozarlos contra el suelo si se agachara un poco más. Los ojos, sin embargo, eran de una amarillo intenso como la miel bajo la luz del sol. Un tono muy inusual en un mundo como este. Todo en la bestia era inusual.

Seguía sin dejar de mirar en su dirección.

—¿Qué eres? —preguntó con voz rasposa.

Se arrastró por el suelo, acercándose con cautela a la criatura peluda y alada que no dejaba de mover su nariz, inquieto.

. Tenía la leve sensación de que lo conocía de algo. Juraría que había visto ese tipo de mirada antes, pero no era capaz de recordar exactamente dónde.

La extraña criatura dejó de olisquearla y se quedó quieto como una estatua, en espera a su siguiente movimiento. A estas alturas y teniendo en cuenta donde estaba, a Fayna nole importaba arriesgar un poco más a cambio de saciar su curiosidad, a pesar del miedo que despertaba el ser que se encontraba delante suya.

Terminó de eliminar la distancia que los separaba a ambos, sintiendo como su pulso se disparaba cuando sacó una mano de la celda, acercándola a la nariz de la bestia peluda.

Esta le olisqueó repetidas veces, hasta que, antes de separarse, le dio un lametón. Fayna no se atrevió a moverse, limitándose a admirar con detenimiento al animal, si es que se podía llamar así, intentando sacar alguna explicación, pero no llegó a ninguna conclusión coherente.

Era extrañamente aterrador y fascinante al mismo tiempo.

Confiada, alejó la mano y la posó sobre su cabeza, antes de acariciarla. Una cola inmensa proveniente de la parte trasera del animal comenzó a moverse de un lado al otro, creando un gran estruendo.

Entonces, escuchó pasos pesados junto al murmullo que había estado oyendo durante horas, que luego se convertirían en gritos que la perseguirían hasta en el sueño.

Se separó precipitadamente de su nuevo y peludo amigo, clavándose, otra vez, la dichosa piedra en la espalda. Los pasos se volvían cada vez más claros. Cuanto más cerca estaban ellos, más rápido le latía el corazón. Se hizo un ovillo, escondiendo su rostro en el hueco que hizo con las rodillas y sus brazos, aunque giró ligeramente el rostro para ser capaz de, al menos, poder entrever quien venía.

Solo pudo discernir dos pares de alas negras atigradas siendo arrastradas por el suelo rocos mientras hablaban entre ellos. A pesar de poder comprender su idioma, no tenía cabeza, ni fuerzas, ni ganas de querer descubrir sobre qué estaban hablando. De repente, escuchó el mismo rugido feroz de la bestia y un orden clara que le dirigían. Los pasos volvieron resonar en la celda, pero, al contrario que antes, ahora se alejaban.

Soltó un suspiro, vaciando por completo sus pulmones notando como la tensión que había reinado en su cuerpo, desaparecía también.

«Tengo que salir de aquí», pensó para sí misma.

Levantó la cabeza de su escondite de su rodilla y volvió a pasear su mirada por todo su celda. La única salida viable si no quería enfrentarse a los guardias alados y a la bestia era la pequeña rendija con barrotes que había en la parte superior de la pared. Haciendo caso omiso a las quejas de su cuerpo, apoyó una mano sobre las piedras, levantándose con la intención de acercarse a ella. Arrastrando los pies, fue eliminando la distancia hasta que la poca luz que se colaba a través de ella, le iluminó el rostro. Fayna cerró los ojos un par de segundos, disfrutando de la calidez de sentir los rayos del sol sobre su rostro.

Se fijó en que estaba a una altura demasiada alta para que fuese capaz de alcanzarla y salir por ella sin ayuda de algo. Sus alas, de manera inconsciente, se batieron en respuesta ante el pensamiento. Controlándolas, Fayna las aleteó un par de veces, ascendiendo con lentitud hasta que fue capaz de observar el exterior de la celda, aunque no fue demasiado alentador. Había un gran lago naranja que parecía rodear el edificio.

Tragó saliva de nuevo, intentando deshacer el nudo de su garganta, sintiendo como la rendición se apoderaba de ella.

«No iba a salir de aquí nunca».

Esta vez, descendiendo con cuidado de no golpearse con nada hasta que sus pies tocaron el suelo de nuevo. Se arrastró a través de la pared hasta acabar sentado de nuevo. Ni siquiera le importó estar tan cerca de los barrotes. Estaba agotada, tanto mental como físicamente. Había comprendido que no iba a ser capaz de escapar de este sitio y se había cansado de luchar.

Tampoco había mucho por lo que esforzarse cuando había perdido a su madre. Y, aunque estaba su padre, Fayna tenía la sensación de que, sin ella, él estaría mejor. Sabiendo que había una loca alada y Leo detrás de todo esto.

Poco a poco, notó como todo su cuerpo se relajaba cuando no escuchó más ruidos externos y solo la calma del silencio. Apoyó la cabeza sobre los barrotes mugrientos y fríos, sintiendo como el ardor, al menos en su frente, disminuía. Entonces, cerró los ojos.

Pero, a pesar de lo cansada que estaba, no dejó de estar atenta a cualquier movimiento.

Minutos u horas más tarde, fue capaz de oír nuevos pasos, aunque estos eran más suaves y delicados que los anteriores. Incluso el olor que desprendía este alguien era diferente a los de antes.

Sin previo aviso, una mano pequeña y cálida se entrelazó con la suya. Estaba tan agotada que ni siquiera se preocupó en averiguar quién era o porque estaba haciendo aquello.

Nada le importaba a estar alturas. Pero, entonces, escuchó:

—Larga vida a la reina de las tinieblas, a la guerrera de la salvación, a la diosa del fuego...—canturreó con voz dulce e infantil—. Larga vida a Fayna de Guayota.

Abrió los ojos de golpe, pero ya no había nadie a su lado y en respuesta oyó como los pasos se alejaban.

Aquello había terminado de trastocarla del todo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro