XXVIII| Hora de la verdad
28
Hora de la verdad
Tras la discusión, Fayna no volvió a dirigirle la palabra a Orión.
Ni él a ella.
Nashira también dejó de hacerlo. Observando como ella y Orión se hacían cada vez más cercanos.
Mentiría si no dijera que aquello la entristecía, sobre todo cuando los veía a los dos juntos bromeando y riéndose entre ellos, silenciando de golpe todas esas carcajadas cuando pasaban por su lado.
Ni siquiera se molestaban en disimular las miradas que le ofrecían.
Aunque ella tampoco lo hacía.
Cerró la puerta de la taquilla con más fuerza de la que pretendía cuando pensó de nuevo en ellos, antes de encaminarse hacia la salida del instituto.
Dos semanas habían pasado desde que discutieron y ninguno de los dos había hecho nada para hablar con el otro.
Podría ser por orgullo, por enfado, por frustración o simplemente por aceptación, de que lo que sea que tuvieran, se había roto ese día en el porche de su casa.
Fayna estaba tan enfrascada en sus pensamientos, centrada en quejarse sobre los «pésimos» amigos que tenía, que ni siquiera se percató de la presencia de una segunda persona a su derecha hasta que esta habló.
—Hola, preciosura —saludó en voz baja, sonando más grave de lo habitual.
Ella apartó la mirada del suelo, para perderse en la tonalidad de marrones que componían la mirada de su novio. Puso todo su esfuerzo en ser capaz de dibujar una pequeña sonrisa en respuesta a la amplía que había en el rostro de él.
—Hola —susurró ella de vuelta, muy cerca de su cara, a escasos milímetros de rozar sus labios hablar.
Leo ahuecó una de sus mejillas, logrando que pegara un respingo por la sorpresa ante el gesto, para después relajarse bajo el contacto. Acortó la distancia restante que había entre ambos, sellando sus labios en un inocente beso. Aunque Fayna no tardó en profundizarlo al rodearle el cuello y lo obligó a inclinar un poco más la cabeza.
Desde la discusión, Leo se había convertido en su único pilar.
Había estado ahí para ella durante esas dos semanas de mierda, la había apoyado, consolado y distraído. No podía estar más agradecida con él por ello.
Se separaron para coger aire, pero sin alejarse un solo centímetro el uno del otro. Siendo capaz de sentir el aliento cálido de él chocando contra sus labios, mientras acariciaba con lentitud su mejilla. Leo volvió a sonreír y Fayna no pudo evitar devolverle el gesto, sonrojándose por el escrutinio intenso de él.
—Estás más hermosa cuando sonríes —comentó él, logrando que Fayna se sonrojara incluso más que antes—. Deberías hacerlo más seguido.
Fayna fue capaz de discernir la preocupación teñida en su mirada. La había visto varias veces, sobre todo en los momentos en que se había quedado dormida entre sus brazos después de llorar desconsoladamente cuando terminaba por abrumarse con todo.
Apartó la mano de su mejilla y la entrelazó con la suya, saliendo juntos del instituto en dirección al aparcamiento trasero, donde se encontraba el coche.
—Estaba pensando en ir con mi hermana al Acantilado del Norte.
—Pasadlo bien —musitó ella, desganada. Le dio un suave apretón a través de sus manos entrelazadas con intención de soltarlo.
Pero él se aferró con más fuerza, deteniéndola en su sitio.
—Estaba pensando en que podrías venir también. ¿Te gustaría?
Estuvo a punto de negarse a la propuesta.
Ese lugar despertaba demasiado recuerdos felices, que se habían terminado convirtiendo en eso... simples recuerdos. De esos que se quedan grabados en la memoria, recordándole que, en algún momento, había sido feliz junto a esa persona.
Ese acantilado despertaba cada uno de los momentos que había vivido junto a Orión, antes de que todo se torciera.
Sin embargo, se obligó a decir:
—Sí. Me encantaría.
Leo le besó los labios de nuevo, en una caricia mucho más sutil.
Entonces, se subieron al coche, recogieron a Alioth y se adentraron en el bosque norteño, zigzagueando a través de los árboles hasta que entrevieron el mar abriéndose paso en la lejanía y el sonido de las olas chocando contra la pared rocosa.
***
Habían decidido pasear alrededor del claro, acompañados también por su hermana pequeña.
El bosque era precioso.
Las hojas verdes, humedecidas ligeramente por la llovizna de la noche anterior, brillaban bajo los rayos del sol. La hierba estaba entremezclada con la tierra, formando una barro espeso que, sorprendentemente, en esos momentos, no le desagradaba sino todo lo contrario, al igual que el olor a forraje mojado.
Fayna agudizó el oído, prestando especial atención al sonido del viento cuando sacudía las delgadas ramas de los árboles, o a los pájaros que volaban sobre sus cabezas o las olas que rompían en la distancia.
Llevaba semanas arrastrando el sentimiento de que ya no encajaba en nada ni con nadie.
Y, sin embargo, con Leo parecía mitigar esa sensación.
Él lo hacía todo más sencillo.
Siguieron paseando por los alrededores, sin desenlazar las manos. Fayna no desaprovechó la oportunidad de acercarse varias veces al filo del acantilado, disfrutando del sentimiento de adrenalina que se desencadenaba en su torrente sanguíneo al fijarse en la alta altura a la que se encontraba y la gran diferencia que había hasta llegar al fondo marino.
Recordaba a la perfección como ella y Orión habían hecho eso tantas veces cuando solían venir aquí.
Había sido bastante años atrás y, aún así, era capaz de rememorarlo con una nitidez impresionante. Tenía muy buenos recuerdos de esos días. Aunque ahora se hubieran convertido en instantes nostálgicos a los que volver en la soledad de su habitación.
Pasaron toda la tarde allí. Admirando al sol desaparecer a través del horizonte, dejando que el cielo se fuera encapotando hasta teñirse de una tonalidad muy oscura de azul, pero sin llegar al negro. Durante esa hora, Fayna lo había pillado mirándola de reojo, y Leo a ella también, sonriéndole con picardía cuando sus miradas se cruzaban, antes de acortar la distancia entre los dos y besarle.
Estaban yendo en dirección de vuelta al coche, para regresar a Adar, cuando Leo se paró en seco.
Fayna miró por encima de su hombro al no escuchar sus pasos detrás de ella, encontrándose con la imagen de Leo mirándola fijamente mientras que Alioth se colocaba a su lado con el miedo arraigado en sus facciones de una forma que nunca la había visto en ella.
Paseó la mirada por los dos con confusión.
«¿Por qué se habían parado?», se preguntó a sí misma, sin verbalizarlo en voz alta.
Algo dentro de ella le gritaba que no lo hiciera.
Entonces, se percató de que la hermana pequeña se alzaba de puntillas, colocando sus manos sobre los ojos cerrados de Leo. El silencio únicamente era interrumpido por los latidos acelerados de Fayna, que retumbaban contra su oído. Observó a Alioth manteniéndolas un par de segundos así antes de retirarlas con velocidad, como si estuviera aterrorizada de lo que pudiese suceder a continuación si no lo hacía a tiempo.
Los ojos castaños que había estado mirando con devoción todos esos meses habían dejado de existir.
En su lugar, había dos iris de color rojo sangre, brillando con una malicia que nunca había visto reflejada en ellos.
Si Leo era capaz de imponer cuando su mirada era de un tono chocolate que siempre le pareció cálido, en esos instantes la horrorizaban. Sintió un escalofrío le recorriéndole de pies a cabeza cuando él la analizó de arriba abajo con su mirada.
Sin siquiera pararse a pensar en lo que estaba haciendo, comenzó a caminar marcha atrás de la forma más disimulada que pudo.
Estaba sucediendo de manera automática, como si un sexto sentido le estuviera gritando que corriese, que huyera de allí.
«No es humano», resonó en su cabeza en forma de eco.
Fayna tragó saliva con dificultad, notando que la respiración se le atascaba mientras que esa idea no dejaba de pulular por su mente. Siguió dando pequeños pasos retrocediendo hasta que, de repente, su espalda chocó contra algo que le impidió seguir.
Soltó todo el aire de golpe ante el impacto.
Leo, por otro lado, comenzó a hacer desaparecer la distancia entre los dos con pasos lentos, logrando alterar cada uno de sus nervios. Pero, a diferencia de las otras veces que lo había hecho, Fayna esta vez solo quería imponer más metros entre ellos.
Solo quería estar lo más lejos posible de él.
«No es humano».
Ese pensamiento volvió a cruzar por su cabeza, sin despegar la mirada del par de ojos rojos como el fuego que la observaban. Continuó acercándose a ella, escrutándola de nuevo, logrando que un nuevo escalofrío recorriera todo su cuerpo, sacudiéndola.
Entonces, hizo lo único que se le ocurrió.
Salió corriendo para cualquiera de los dos lados, pillándole totalmente desprevenido.
Aunque tampoco podía parar a asegurarse de si había sido así.
Corrió y corrió lo más rápido que podía. No se giró ni una sola vez para saber si la seguía o no, simplemente siguió corriendo.
No pararía.
O por lo menos, hasta no estar lo suficiente lejos de... esa cosa.
No sabía cuánto tiempo llevaba ni cuanta distancia había conseguido imponer entre los dos, pero notaba que la respiración comenzaba a volverse agitada, sintiendo pequeñas gotas de sudor deslizándose por su rostro, descendiendo por su nuca. Los árboles en torno a ella se volvieron borrosos, hasta convertirse en manchas sin forma.
Entonces, hizo lo que había hecho en cada una de sus pesadillas cuando huía de las criaturas de la noche.
Se adentró en la zona más arbolada, para intentar pasar desapercibida y que fuese más difícil encontrarla y perseguirla. Siguió corriendo, notando que las gotas de sudor iban aumentando de tamaño, sintiendo los mechones de pelo pegándose a su piel y las piernas agarrotadas y arañadas, por alguna que otra rama con la que se había enganchado a lo largo de su carrera.
Aun así, no paró.
No podía hacerlo.
Necesitaba escapar.
Fayna no sabía lo que era, pero no pensaba descubrirlo.
A lo lejos empezó a divisar un claro. Nunca se había alejado tanto de la entrada del Acantilado del Norte. Sintió el alivio ganándole terreno al terror, sabiendo que había sido capaz de imponer la suficiente distancia para poder parar un momento y coger aliento, antes de seguir con la carrera.
Se pasó la mano sucia de barro por la frente, para retirarse el sudor, al igual que el de su nuca. Poco a poco, su respiración fue ralentizándose hasta casi volver a la normalidad. Se apoyó sobre las rodillas, encogiéndose ligeramente, tomando profunda bocanadas de aire. No había apartado la mirada del suelo, observando los raspones y algunos moratones que habían comenzado a formarse en la pálida piel de sus piernas. Se había dado fuerte.
Al levantar la vista del suelo, supo que ya no estaba sola en ese claro. Notó como todo su cuerpo se tensaba ante la posibilidad de que Leo hubiese sido capaz de alcanzar en tan solo un par de minutos, notando cada uno de sus sus nervios junto al miedo volvían renacer incluso con mayor fuerza que antes.
Millones de ideas distintas comenzaron a arremolinarse en su cabeza, poniendo todo su esfuerza en a aclararlas para ser capaz de salir de ahí... con vida. Lo único que tenía claro, es que lo que sea que fuese, se encontraba a sus espaldas. Fayna empezó a girarse sobre ella misma con muchísima lentitud. Escrutando cada pino que rodeaba el claro, escuchando minuciosamente cada piar de los pájaros y los gruñidos salvajes de los animales.
Siguió paseando su mirada por su alrededor hasta que dio la vuelta completa, dándose de bruces con un pequeño jabalí que estaba escarbando en el barro, en una zona apartada del claro. Era capaz de escuchar el sonido de sus pezuñas contra la tierra y las piedras y los pequeños gruñidos que hacía cuando encontraba aquello por lo que escarbaba.
Sin embargo, no se permitió bajar la guardia. Volvió a respirar profundamente antes de salir corriendo en el lado opuesto al que lo había estado haciendo, chocándose con algo.
O peor, contra alguien.
«Mierda», maldijo para sí misma cuando se cruzó de nuevo con esa mirada inyectada en sangre.
—¿Estabas huyendo de mí, Fayna? —cuestionó con deje arrogante, terminando de acortar la distancia entre los dos, rodeándole las muñecas y colocando sus brazos detrás de su espalda. Fayna sintió como se le puso todos los pelos de punta al sentir el aliento de él sobre su rostro—. Es de mala educación jugar con la comida.
Fayna tragar saliva se le dificultó ante la última palabra.
Al devolverle la mirada, se encontró con la de él llameando por un sentimiento que no era capaz de descifrar, aunque no estaba muy segura de si le gustaría lo que suponía si lo comprendía.
Mucho menos, al ver el par de colmillos afilados que decoraban su sonrisa.
—No... eres... humano —susurró débilmente, rompiéndose la voz al terminar la frase.
Sin saber qué estaba ocurriendo, sintió como los parpados empezaron a pesarle, sus músculos iban adormeciéndose y su respiración, al igual que sus latidos desenfrenados, se ralentizaron.
Entonces la oscuridad la rodeó por completo y el miedo tomó el control.
N/A: Buenas buenas...
➡️ ¿Qué tal el comienzo de verano?
A mí todavía me queda una semana para empezar por exámenes, pero lo estoy deseando. No estáis preparadas para todo lo que se vienen. 😎
Primero terminamos la historia de Fayna y Orión y ya luego iremos viendo jeje
➡️ ¿Del 1 al 10 cuántas tenéis de matarme?
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