XVII | De vuelta a casa
De vuelta a casa
Fayna volvió a pisar aquella colina de vibrante verde, rodeada por las imponentes y mágicas piedras de Yruene.
Al igual que la primera vez, estaba acompañada por Leo.
La llama violácea apareció en la piedra número ocho, si se contaba desde el árbol central hacia la derecha como las agujas del reloj. Ahora ese fuego que al principio había temido, le resultaba reconfortante.
Aunque no tuvo tiempo suficiente para admirar su entorno cuando Leo le rodeó el brazo de manera brusca y la obligó a avanzar loma abajo. Comenzaron a caminar por las familiares calles de Adar.
—Acuérdate del trato al que llegaste con Ker —siseó él entre dientes.
A Fayna le recorrió un escalofrío en respuesta a su advertencia. Sin embargo, se obligó a sonreírle de vuelta antes de asentir al pasar entre la gente.
Aun así, pensaba cumplir su palabra.
Sabía que eran peligrosos y lo que eran capaces de hacer si no te sometías a sus órdenes, aunque aquello no era lo que más temía.
Lo que realmente temía era que ella pudiera convertirse en uno de ellos, que cuando quisiera darse cuenta sería igual de terrorífica, fría y sanguinaria. Que la sangre se convertiría en su motor vital y sería capaz de hacer lo que sea por ella, sin importarle nada ni nadie de su alrededor.
«¿Estarían sus padres y sus amigos a salvo si estaban con ella?», volvió a cuestionarse a sí misma.
Era una pregunta que la había atormentado de las habilidades y el poder que tenía, de quién era realmente.
Al llegar al centro del pueblo, Leo ralentizó el paso, siendo este más lento y pausado mientras rodeaban la plaza que se encontraba en el corazón de Adar. No volvieron a hablar mientras siguieron caminando. Para ojos externos parecían dos adolescentes, disfrutando del buen tiempo que estaba haciendo para estar en la estación invernal.
Fayna sacudió las manos intentando desperezarlas, ya que en comparación a las altas temperaturas que había hecho en Echeyde, ahora en Adar en pleno invierno se entumecían por el frío. También las abrió y cerró intentando liberar parte de los nervios y la inquietud que no dejaba de carcomerla por dentro.
Sentía el nudo en su estómago afianzándose con mayor fuerza cuanto más cerca estaban de la calle que conducía a su casa, al tragar saliva también era capaz de notar la garganta reseca. Tosió un par de veces, alertando a Leo sin pretenderlo, intentando librarse de ese malestar.
—Fayna —la llamó Leo, captando su atención de inmediato—, todo es verdad. Todo lo que has leído es cierto. No dejes que nada ni nadie te haga creer lo contrario, ¿vale? —dijo con un deje amable en su tono de voz.
Aun así Fayna no se permitió confiar en él, había dejado de estar segura de nada de lo que la rodeaba.
Clavó la mirada en él, observándolo con curiosidad en busca de alguna respuesta que le pudiera dar sus facciones, o el brillo en su mirada, o la actitud de su cuerpo, intentando comprender, de alguna forma, las intenciones del ctónic.
Al cabo de unos segundos, la apartó de él y sacudió la cabeza, como si haciendo eso pudiera quitarse esas ideas de la cabeza. Elevó la vista al cielo y suspiró.
No podía fiarse de nadie.
Leo la había obligado a aceptar aquel trato con Ker, y ahora debía asumir las consecuencias que aquello conllevaba, a pesar de que él supiera lo que suponía aceptarlo, y la dejó hacerlo igualmente. Su actitud y la forma que tenía de pensar sobre él habían cambiado por completo. No importaba cuantas palabras bonitas y de alientos le dedicara en esos momentos porque nada cambiaría lo que la había obligado hacer antes.
—Entonces, ¿pertenezco a los malos? —preguntó Fayna con un hilo de voz inseguro.
Todavía se escuchaba más grave y ronca de lo normal. Apartó la mirada del cielo y se la devolvió a él, que la observaba con un brillo curioso en sus ojos.
—No hay tal cosa como «buenos y malos». Ni siquiera entre ctónics y tigots. Depende del protagonista de la historia, supongo.
Un atisbo de sonrisa dibujó en el rostro antes de que le guiñara el ojo y sonriera con amplitud. Fayna sintió como le azotaba un escalofrío de pies a cabeza ante la perspectiva.
No terminaba de tragarse aquella filosofía, había algo que fallaba, una pieza faltante en todo ese lioso puzle en el que se había convertido su vida.
Sin embargo, no volvió a hacer ninguna pregunta y continuaron andando hasta que llegaron al inicio de su calle.
Miró a todos lados, fijándose en cada detalle, en cada casa, en cada calle, en cada árbol con hojas caídas a su alrededor y, por último, en el gran roble que se encontraba en el centro de todo la avenida.
Aunque lo que le descuadró fue el aspecto de su casa.
Ya no estaba conformada por paneles de madera blancos, sino que ahora se trataban de ladrillos, su pequeña ventana había aumentado de tamaño y el techo que antes era de pizarra había desaparecido para dejar en su lugar algo plano y sencillo.
Los nervios que había intentado acallar durante todo el trayecto, renacieron dentro de ella con fuerza renovada, afianzándose cada vez más, cuanto más acortaba la distancia con su casa.
Subió con cuidado las escaleras del pequeño porche de la entrada, oyendo que crujía la madera bajo su peso con la familiaridad que había echado de menos más de lo que pensaba.
Estaba en casa.
Estaba a salvo.
Aunque toda esa paz que estaba saboreando al estar frente a la puerta azulada se esfumó al escuchar como los escalones volvían a crujir por el peso de una segunda persona.
Fayna se giró sobre sí misma, encontrándose con la mala noticia de que Leo, muy a su pesar, todavía no se había marchado.
—¿Qué haces? —le preguntó con enojo.
El ctónic no pareció inmutarse ante su tono y continúo subiendo las escaleras hasta que acabó a la misma altura que ella.
—Quiero conocer a tu familia, elegida —contestó con burla, adquiriendo ese tono ácido que había empleado con ella en Echeyde.
Fayna sintió que algo se revolvía dentro de ella en respuesta.
No pensaba permitir que Leo se acercara a su familia.
Prefería volver a Echeyde y morir antes de que aquello ocurriera.
De repente, se quedó estática cuando él le retiró un mechón de su rostro y lo colocó detrás de la oreja. Notó que las ganas de vomitar volvían a aparecer dentro de ella y la bilis subía por su garganta.
—Vete —siseó con toda la calma que pudo juntar.
Leo dejó caer la mano lánguida a su costado y la observó, confuso.
—Vete, Leo —repitió, dejando entrever el enojo en su tono de voz. Le señaló con el dedo la salida de la avenida y el pelirrojo negó divertido, acercándose aún más a ella.
Fayna dio un traspié hacia atrás, perdiendo el equilibrio, provocando que estuviera a punto de caerse al suelo cuando Leo detuvo su caída, rodeándola por el brazo. Se removió en respuesta y lo apartó con fuerza, con el estómago revuelto del todo y los sentimientos a flor de piel.
—¡Vete! —gritó, en medio del camino entre el enfado y la desesperación.
Sin embargo, en lugar de conseguir lo que había querido todo este tiempo, que Leo se fuera, provocó algo que había intentado evitar a toda costa.
Oyó el característico clic de la cerradura antes del familiar crujido que había la puerta al ser abierta.
Entonces, su madre apareció bajo el marco de esta.
No pudo evitar fijarse en como la piel de su rostro y de los brazos era más pálida de lo que recordaba e incluso se atrevería a decir que se veía más mayor. Sus castaños y cálidos ojos estaban rodeados por unas violáceas ojeras. Tenía el pelo cobrizo recogido en un moño desordenado y estaba ligeramente encorvada hacia delante.
Aunque, todo eso cambió cuando su mirada recayó sobre ella.
—¿Fayna? —cuestionó con un hilo de voz.
Parpadeó un par de veces ante el sonido de su voz, sin terminar de creerse que estaba delante de ella. Que solo tenía que dar dos pasos para poder abrazarla, para sentirse segura.
Y así lo hizo, acortó la distancia entre las dos más rápido de lo que se esperaba su madre.
Los primeros segundos solo era Fayna rodeando el cuello de Chaxiraxi mientras escondía su rostro humedecido por las lágrimas entre el hueco que hacía su cuello y el hombro. Entonces, sintió como su madre le abrazaba la cintura, apretujándola contra ella, mientras que con una le acariciaba la espalda.
Los sollozos de ambas estremecieron por completo el silencio en el que había sumido la terraza de la entrada.
Fayna inhaló con fuerza el aroma avainillado de su madre, siendo consciente de lo que lo había echado de menos en realidad.
Chaxiraxi la obligó a separarse un par de centímetros. Acunó su rostro, retirando con suavidad las lágrimas que se habían escapado de sus ojos mientras le revisaba la cara con la mirada. Podía hacerse una idea de lo que estaría observando su madre, porque era capaz de sentir su escrutinio en dicha sección.
Vería sus ojos azules hinchados e inyectados en sangre, también las profundas ojeras que había debajo de estos. Su melena clara pegada al rostro por culpa del sudor y del llanto. Además, se fijaría en cada uno de los moratones que decoraban su cuello y que iban descendiendo en una reguera irregular de círculos violáceos, verdes y amarillos hasta sus muñecas enrojecidas.
—Mi niña —susurró con voz rota, antes de acercarla de nuevo a ella y abrazarla con fuerza. Fayna soltó un suspiro al sentir de nuevo la calidez de su madre—. ¿Estás bien?
Su madre le peinó el cabello con dulzura mientras ella se limitaba a asentir con la cabeza porque no se veía capaz de hablar sin que volviera a llorar.
Cuando se separaron una segunda vez, Fayna volvió a sentir su rostro húmedo de las lágrimas silenciosas que lo recorrían.
Su madre le hizo un gesto para que entrara a casa y como un acto reflejo ella miró por encima de su hombro, esperando encontrarse a Leo detrás de ella, pero en su lugar se lo encontró vacío.
No había rastro del ctónic pelirrojo y falsos ojos castaños.
Se había marchado.
Aunque aquello debería haberla tranquilizado, no lo hizo. Su madre volvió a hacerle un gesto con la mano para que entrara y, esta vez, Fayna obedeció y entró a casa.
Lo primero que captó su atención fueron las seis personas que estaban sentadas en la alargada mesa del comedor.
Se encontraban todos: Meissa, Alkaid, Sabik, Magec, Nashira y Orion. Fue este último quien le mantuvo la mirada más tiempo de lo normal, notando como los ojos volvían a escocerle por la imperiosa necesidad de llorar que la recorría.
Aunque, en lugar de ser por tristeza, era por alivio, de saber que a ninguno lo habían dañado, que todos los males y las pesadillas se habían quedado encerradas en Echeyde.
Y, aun así, seguía sin estar segura de si esa tranquilidad duraría mucho tiempo.
En un rápido movimiento, antes de que cualquier otra persona pudiera hacer nada para impedirlo —incluida ella— Orión estaba delante de ella, con sus rostros a escasos centímetros de distancia. Fayna notó que se le atascaba la respiración y un nuevo retortijón comenzó a formarse en su estómago, esta vez por un motivo diferente.
A la vez que Orión rodeaba su cintura, ella apoyó las manos sobre su pecho en un acto reflejo, sin saber muy bien si era para acercarlo más o para alejarlo. Inhaló aire con profundidad, en un intento de calmar todos los nervios que la carcomían por dentro, embriagándose del aroma mentolado que siempre desprendía.
Ninguno de los dos apartó la mirada del otro.
Fayna ascendió a través de caricias por su pecho hasta abrazarlo por los hombros. Se puso de puntillas y escondió su rostro en el hueco que hacía el cuello de él con el hombro.
Pudo jurar que oyó a Orión oliendole el cabello, recorriéndola con la punta de su nariz desde el cuello hasta la raíz antes de separarse de ella y besarle la frente. Fayna cerró los ojos con fuerza al sentir sus labios fríos en comparación a lo cálida que era su piel. Notó que Orión le rodeaba la nuca y la obligaba a salir de su escondite, encontrándose de golpe con una mirada igual de verde que el musgo del Acantilado del Norte en abril e igual de abrumadora que los lagos de lava que había visto en Echeyde.
Tragó saliva ante el recuerdo, aunque intentó disiparlo de su mente.
Todo pensamiento coherente se interrumpió al sentir la palma de Orión ahuecando su rostro. Fayna giró ligeramente la cara, absorbiendo por completo el gesto.
Sonrío melancólica, obteniendo en respuesta una pequeña sonrisa por parte de él.
Tuvo que reunir toda su fuerza de voluntad para no romper a llorar en ese momento. Apoyó su frente contra la de él y soltó un suspiro tembloroso que se entremezcló con su aliento. Sus narices se rozaban y Orión no dejaba de acariciarle la mejilla con el pulgar con una suavidad que nunca había utilizado con ella anteriormente. El nudo en el estómago se afianzó con fuerza mientras su corazón comenzaba a latir desenfrenadamente ante la incertidumbre de lo que vendría a continuación.
Entonces, antes de poder comprender nada de lo que estaba ocurriendo, sintió sus labios sobre los suyos.
Al principio la caricia era tímida e insegura, en espera a una reacción que todavía Fayna no era capaz de corresponder. Aunque, tras un par de segundos así, tan solo con la presión de los labios de él sobre los suyos, le correspondió. Enredó los dedos entre sus hebras y comenzó a mover su boca en sincronía a la suya. Orión tensó el brazo que todavía la rodeaba en respuesta, para terminar aprisionándola un poco más cerca de él.
El familiar escalofrío que le recorría cada vez que estaba cerca de Orión, volvió a hacer acto de presencia, pero con una intensidad que nunca antes había experimentado.
Ya no solo sentía el cosquilleo extraño recorriéndole la columna vertebral, sino que este fue ascendiendo por todo su cuerpo hasta sentir como le hormigueaban la punta de los dedos y los labios que todavía los estaban besando a él; al igual que descendía hasta llegar a la planta de los pies, brindándole una sensación vertiginosa que, sino fuese porque Orión la tenía sujetada, hubiera acabado en el suelo.
A regañadientes tuvieron que separarse para coger aliento.
Esta vez fue Fayna quién ahuecó el rostro de Orión, sintiendo la sombra de barba que decoraba su mandíbula pinchándole la palma de la mano.
—¿Me has echado de menos? —intentó bromear.
—No vuelvas a hacérmelo, mayantigo —susurró con una seriedad que la descolocó por completo—. Por favor.
Sus miradas volvieron a anclarse la una a la otra. Sintió como era capaz de volver a perderse en el bosque vibrante que conformaba el iris de él sin importarle absolutamente nada, excepto por el brillo ansioso que decoraba sus ojos.
No obstante, por mucho que quisiera tranquilizarlo, eliminar esa ansiedad de él, no podría prometerle que no lo volvería a hacer.
No podía permitírselo.
Por mucho que quisiera hacerle esa promesa en realidad.
Sintió una nueva ráfaga de tristeza azotándola, y aunque lo intentó disimular, la sonrisa que tenía pintada en su rostro comenzó a sentirse demasiado forzada y dolorosa.
Porque tendría que volver a Echeyde.
Debía cumplir con el trato al que había accedido con Ker.
Era eso o la muerte de todo aquel quien quisiera.
Siempre preferiría morir antes que presenciar la muerte de ellos.
De ver como los mataría ella.
N/A: Creo que no hay mejor ni peor capítulo como este para volver... ¿pensabais que sería tranquilito? ☠️
Olvidaros de mantener vuestra estabilidad emocional a partir de ahora porque vamos a coger carreteras como muchísimas curvas.
Y bueno, poco más que decir, tenía ganas de volver aunque al menos con una de mis historias, leer vuestros comentarios, fangirlear juntas y reencontrarme con esta panda que tiene más aventuras (y meteduras de patas) que años de vida.
No quiero enrollarme demasiado porque (como siempre) voy tarde, así que contadme, ¿qué tal vuestro verano?
Nos vemos el martes, mayantigos 😎🖤
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